Como dije en la entrada anterior, el tema de la “burguesía nacional” es demasiado importante y complejo para analizarlo en un post breve. Pero también está metido, en nuestro país, en una vieja discusión ideológica, que arrastra relatos e imágenes elaborados por el análisis marxista en la Inglaterra victoriana y en la Alemania de Bismarck. Por eso, aunque los comentaristas hicieron aportes razonados y agudos, me pareció que casi todos ellos tenían en mente una determinada idea de cómo debería ser una burguesía nacional.
Por eso quiero indicarles un sujeto socio-económico argentino que reúne las condiciones que habitualmente se asocian con ese concepto: Un sector empresario dinámico y numeroso que ha incorporado innovaciones tecnológicas fundamentales, que ha modificado también las relaciones tradicionales entre la propiedad de los medios de producción y su utilización, y que es un jugador importante en el mercado mundial de sus productos. Sobre todo, se trata en su gran mayoría de empresarios nacionales, que invierten en el país. Algunos de ellos están extendiendo sus explotaciones a países vecinos; los más innovadores, exportan su tecnología a países muy desarrollados. Pero no han mostrado ninguna inclinación masiva – al contrario de lo que sucedió en otros rubros de la economía – a vender sus empresas a inversores extranjeros.
Otro aspecto importante para ubicarlos en la la tradicional concepción de una «burguesía nacional» es que son muchos, decenas de miles, y de niveles patrimoniales muy diversos. Entre ellos están algunas de las fortunas más importantes de la Argentina actual, pero la mayoría de ellos estaba hace diez años «en la lona», aunque hoy son muy prósperos. De paso, e inevitablemente, han adquirido poder político (pusieron 13 diputados nacionales en la última elección).
Por supuesto, estoy hablando de los empresarios rurales, en particular de los sojeros. Los que han llevado adelante tres transformaciones profundas de la actividad agropecuaria. La primera, la soja en sí, una planta exótica para nosotros hace 41 años. Luego, los cultivos transgénicos: durante una década, EE.UU. y Argentina fueron, respectivamente, 1° y 2° en extensión cultivada con esas semillas (Ya sé, Rulli: son los siniestros productos de Monsanto. Ahora ¿quién dijo que la Revolución Industrial fue benéfica para la ecología y la salubridad pública en la Inglaterra del siglo XIX?). Recién ahora estamos siendo superados por nuevos actores, en particular Brasil. Y tercera, la siembra directa. Esta sí anunciada como protectora de la fertilidad del suelo.
Tienen poco que ver con los viejos terratenientes de la Pampa húmeda. Ni están vinculados necesariamente con las sociedades anónimas que poseen hoy la mayor parte de las propiedades. Porque se ha separado la actividad agropecuaria de la propiedad del suelo: Hoy la tierra es un insumo más, que se alquila. Los más grandes productores, los Grobo, no están ni de lejos entre los propietarios de mayor cantidad de hectáreas.
No voy a hacer aquí la apología de los «chacareros». Se las dará Héctor Huergo, de Clarín Rural, que nos dice que están liderando la Revolución Verde de las pampas, en una Argentina condenada al éxito. También pueden escuchar la otra campana, de Eduardo Basualdo, que los identifica con los que se quedaron con las tierras con Rosas y con Roca, cual raza de vampiros inmortales en una novela para adolescentes.
Este es un post y no un análisis. Basta decir que resulta claro que la soja no crea muchos puestos de trabajo por sí misma, y está desalojando a muchos compatriotas de sus tierras para arrojarlos a los asentamientos en el Gran Buenos Aires, el Gran Rosario y otras ciudades (Como en la Inglaterra de las primeras transformaciones de la Edad Moderna, cuando Sir Tomás Moro decía que «las ovejas se comían a los hombres«). Por supuesto, la actividad sojera puede estimular la industria de maquinarias, de almacenaje, y todas las asociadas al transporte, pero para eso se necesita que el Estado cree las condiciones apropiadas. Como siempre, sólo la interacción del Estado y la iniciativa privada ofrece posibilidades para el desarrollo sostenido.
Quiero remarcar que durante todo el conflicto asociado con la resolución 125 insistí en señalar que el gobierno se estaba enfrentando a un sector social, mucho más que a unos intereses determinados. Y a menudo dije en este blog que el empresario schumpeteriano, es decir, innovador y que asume riesgo, en la Argentina de hoy es el empresario rural. Puedo estar equivocado, claro, pero si los visitantes – salvo y parcialmente AyJ – no lo tomaron en cuenta en la discusión del post anterior se debe, creo, a que tradicionalmente se mezcla el concepto de «burguesía nacional» con una alianza de clases.
Esta es posible, por supuesto y ha sido tradicionalmente un objetivo del peronismo, pero nunca es automática. Los luchadores gremiales que luego fueron llamados los Martíres de Chicago no encontraron fácil acordar en 1886 con el pionero industrial Andrew Carnegie. Ha sido necesaria en todos los países del mundo la lucha gremial sostenida a lo largo de décadas para crear las organizaciones que pueden – con la ayuda de las circunstancias generales y, nuevamente, del Estado – equilibrar en algo el poder de las patronales.
Para los que prefieren la enseñanza visual simplificada, la película F.I.S.T., con Stallone, que da una versión romántica de la historia del sindicato de Camioneros, el yanqui, claro, puede ser una buena ayuda para entender las reglas de esa pelea.
Resumiendo: No sirve que nos quejemos de la ausencia de una clase empresaria con objetivos nacionales. El objetivo primordial de un empresario es ganar dinero, o deja de serlo. Por supuesto, las circunstancias históricas – el café tenía un mercado más inestable que la carne y el trigo – pueden ayudar a que unos empresarios sean más proclives a aceptar riesgos y a diversificarse que otros. Pero la tarea de integrar la función empresarial con los fines de la comunidad, «la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo», para usar un lenguaje antiguo, es de la sociedad en su conjunto. Para lo que necesita un Estado eficiente, con políticas coherentes para el largo plazo. No lo tenemos.
Medidas puntuales como las retenciones – implantadas por Duhalde y manejadas con habilidad y prudencia por Kirchner – salvo un breve lapso de estupidez en el 2008, han sido una forma de trasladar recursos del agro al resto. Pese a los alaridos de los ruralistas, no han sido asfixiados. Pero no son sustentables en el tiempo si no son reconocidas como legítimas por los que aportan, ni reemplazan esas políticas de largo plazo que no tenemos. Repito lo que dije antes: No es una asignatura pendiente de los Kirchner, sino de todos nosotros.