La guerra en cuotas entre Irán e Israel. Y comentarios locales

abril 19, 2024

Empiezo con lo local. Y personal. A pesar de mi vocación de comentar aquí casi todo lo que llama mi atención, escribí muy poco sobre la guerra en Ucrania, y, desde hace algunos años, poco sobre los enfrentamientos en Medio Oriente. Es porque creo que la política internacional, y la guerra, son temas apasionantes, pero no son un deporte espectáculo. No hay lugar, sostengo, para las hinchadas.

Y entre nosotros, en los debates sobre la política exterior argentina -la que se hizo, la que se debe hacer- predominan las hinchadas. Quizás porque no tenemos historia como país de protagonismo en los conflictos internacionales -salvo unas pocas semanas, hace 42 años.

En realidad, esos entusiastas compatriotas no «hinchan» por uno de los bandos. Salvo las colectividades afines, claro. Que se esfuerzan, donan recursos, y a veces van como voluntarios a luchar. Somos un que sumó muchos inmigrantes de, por ejemplo, Europa Oriental y Medio Oriente.

El resto, que incluye a no pocos de esos orígenes, por la diversidad argenta, toma partido por motivos que tienen que ver con nuestra política interna. O nostalgias ideológicas, contradictorias. Muchos que vienen de la derecha tradicional y católica hoy son fervientes partidarios del estado judío, y hay muchos de formación marxista, entre los que apoyan a la República Islámica.

Esto sería otra característica argenta. Pero en este siglo esas «hinchadas» -minorías politizadas que toman partido en la política internacional- están influyendo cada vez más en las decisiones de nuestros gobiernos.

Atención: los intereses económicos locales y la ansiedad por ganar aliados exteriores para alcanzar o retener el poder- han influido en la política exterior de nuestros dirigentes desde antes que hubiera un gobierno argentino (ver «La Representación de los Hacendados», de Mariano Moreno y Manuel Belgrano), Eso pasa en todos los países.

Pero esto es distinto. Surge de una pulsión por identificarse -en la fantasía- con un bando que es el «Bueno», en el repudio al otro que es el «Malo». Estas hinchadas y sus fantasías influyen en nuestros gobernantes, que deben tenerlos en cuenta porque son sus militantes. Compartan o no esas fantasías, 

Y a fines del año pasado triunfó en las elecciones alguien que las compartía: el actual presidente Javier Milei. Al que en realidad se debe considerar como el jefe de una hinchada. La conduce mostrándose como el más fanático de todos.

Ojo: no es el único caso, si bien el más extremo. Gobernantes más prácticos se han manejado con esa lógica. Pregúntense, por ejemplo, si para descartar un ALCA, que no nos convenía, era necesario montar una contra conferencia en Mar del Plata, con la presencia estelar de Chávez y de Maradona…

El aún menos conveniente Tratado de Libre comercio con la Unión Europea ha estado en el freezer por 20 años, y seguirá así.

(El Peluca podría aceptar cualquier cláusula, pero Brasil, con Lula o aún con Bolsonaro, es más responsable. Sus hinchadas sólo se apasionan por el futbol).

Así que aquí van mis reflexiones sobre la guerra entre Irán e Israel, sin pretender expertise especial. Mi idea es aportar mis 2 centavos a un debate más realista entre los politizados. Hay expertos que publican, y comunicadores serios, pero los gritones apasionados los superan.

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Una observación fundamental, antes de comenzar: este NO es el conflicto Israel-Palestina. Tienen mucho que ver esas dos historias, pero no surgen de los mismos motivos, no empezaron juntas, y tal vez no terminen al mismo tiempo. Si terminan.

Lo primero que se percibe en el enfrentamiento entre esas dos potencias militares del Medio Oriente, Irán e Israel, es que a lo largo de más de 4 décadas hubo una muy lenta escalada, llevada adelante por ambos lados con mucha cautela. Sigue así, y en el fin de semana pasado y este viernes esa guerra en cuotas subió un importante escalón. Con mucho cuidado, por ambos bandos.

El moderadamente masivo ataque con drones y misiles que lanzó Irán el sábado 13 fue una represalia anunciada, para vengar el bombardeo israelí que mató a altos jefes militares de la Guardia Revolucionaria en el consulado persa en Damasco, Siria.

Fue tan anunciada que el canciller iraní la informó a embajadores occidentales y periodistas, cuando los proyectiles aún estaban muy lejos de su blanco. No una táctica militar eficaz, por cierto, pero acordaba con el propósito de cumplir su amenaza de castigar ese bombardeo, sin cruzar una invisible línea roja, una que obligaría a Israel a usar toda su fuerza militar.

E Israel también parece querer mantenerse en ese nuevo escalón: lanzó anoche un ataque deliberadamente «débil» en territorio de Irán (y, aseguran sus fuentes, otros en fuerzas iraníes en Siria y El Líbano). Los medios persas minimizaron las consecuencias del ataque y anunciaron el derribo de drones. Además, Irán «dejó saber», a través de Sergio Lavrov, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, que no piensa tomar represalias por ese ataque.

Parece evidente que por toda esa mezcla de patriotismo, religiosidad e identidad cultural que caracteriza al Medio Oriente, esas dos potencias regionales siguen la lógica que contiene a las Grandes Potencias globales desde 1945: el riesgo de destrucción mutua es demasiado grande. Más adelante amplío esto.

El conflicto empezó muy lentamente, a partir de la Revolución Islámica de 1979. Si en la década del ´80, Israel le vendió armas a Irán, que estaba en guerra con Irak. No lo anunció ruidosamente, claro. La hostilidad ideológica era evidente desde el comienzo, pero no tenían una frontera en común, y si tenían, ambos, enemigos más cercanos.

Esta situación de hostilidad a distancia cambió. Porque los dos países que tenían capacidades militares y sus territorios se interponían entre Irán e Israel, ya no las tienen. Y casi ya no son Estados.

Esto es una tragedia histórica. Porque se trata de Irak y Siria, la Media Luna fértil, la región donde nació la agricultura, el alfabeto, las primeras ciudades que el ser humano construyó. Irak fue destruido como Estado con una fuerza militar apreciable por los EE.UU., y ahora está cerca de ser un satélite de Irán.

Siria… ha sido desgarrada por sus luchas intestinas, agravadas por el derrumbe iraquí y las intervenciones de EE.UU., Israel, Rusia… Con distintos objetivos y apoyando a distintos bandos, pero el resultado fue la destrucción de un país.

Como sea, había razones para el enfrentamiento más allá de la ideología. Cuando Israel mira a su alrededor, ve que por territorio, población, industria y tecnología, Irán es la nación del Medio Oriente que puede ser su enemigo más peligroso.

Por parte de Irán, la única nación musulmana donde la fe chiita era mayoritaria y, desde 1979, gobernaba, el enfrentamiento con Israel, la nación que era vista por los pueblos del Medio Oriente, mayoritariamente sunnitas, como una intrusión de «Occidente» en su suelo, era una forma de ganar legitimidad y afirmar liderazgo. Además, EE.UU. había sido hostil a su gobierno teocrático desde el comienzo. Y «el aliado regional de mi enemigo es mi enemigo».

Irán comenzó a apoyar a las facciones islámicas que, en la región, combatían a Israel. Primero, a las de la fe chiíta, como Hezbolá, pero luego a todas, incluso a la sunnita Hamás.

Israel llevó adelante una política de asesinar a jefes militares y científicos nucleares iraníes, y a sabotear los desarrolló tecnológicos que pudieran ayudar a Irán a construir armas atómicas.

¿Cómo seguirá el enfrentamiento? ¿Cuándo caerá la próxima «cuota» de esta guerra? Imposible saberlo, pero hay razones poderosas para que continúe. Como las hay para que las Potencias intenten «moderarlo».

Israel no puede permitir que un estado abiertamente enemigo obtenga armas nucleares, bajo riesgo de aniquilamiento. Irán no puede dejar de lado su enfrentamiento con Israel, sin el riesgo de un derrumbe de su gobierno y de su unidad nacional, como el que acabó con la Unión Soviética.

El escenario: Israel tiene un arsenal nuclear significativo, pero su territorio es pequeño. Irán, por lo que se sabe aún no tiene esa capacidad, pero mucho más territorio y población. Y su industria de armamentos y sus fuerzas militares están dispersas. Podría asestar golpes muy duros a su rival.

¿Sus recursos serían suficientes para derrotar a Israel en una guerra abierta? Hoy seguramente no, porque no hay frontera común que facilite un ataque terrestre y la capacidad nuclear israelí desequilibra cualquier balanza. Pero sí para infligirle gravísimos daños y debilitarlo frente a sus otros enemigos.

«Occidente» -es decir, EE.UU. y sus aliados con capacidad de intervención militar (entre los que no se cuenta Argentina, obvio) actuarán, si Israel es atacado en forma que amenace su supervivencia.

Por otro lado, Irán es hoy un aliado, y proveedor de material militar, de Rusia ¿Ésta iría a una guerra abierta por la República Islámica? Su destrucción, aún sólo su eliminación como potencia militar, debilitaría su influencia y amenazaría su seguridad. Ya fue a la guerra en las llanuras de Ucrania por esos motivos.

Otro factor que es necesario tomar en cuenta son dos potencias militares regionales: Egipto y Arabia Saudita. Ambos sunnitas, no sienten simpatía por Israel ni por Irán, y no les gustaría que ninguno de los dos quedara en una posición de hegemonía regional.

Egipto mantiene desde hace más de 40 años acuerdos con Israel, que ha mantenido a pesar de la hostilidad que despierta en gran parte de su pueblo. Arabia Saudita aceptó, hasta cierto punto, los «Pactos de Abraham», el intento de Israel de establecer relaciones con sus vecinos árabes. Y esas dos potencias musulmanas mantienen relaciones cordiales, de distinta naturaleza, con EE.UU. y Rusia. Si Israel aceptara un Estado palestino, en condiciones aceptables para la mayoría de los palestinos, Egipto y Arabia Saudita podrían ser las claves de un equilibrio regional. Algo que no existe desde hace más de un siglo. Pero eso es hoy solo una especulación teórica.

Y Argentina, qué? 

En el plano militar, nada. Nuestro país no está hoy en condiciones de intervenir militarmente con eficacia fuera de los límites de su territorio continental. Aún así, no es un conflicto ajeno.

Tenemos colectividades numerosas y enraizadas entre nosotros, la judía y la árabe. Hasta contamos con una pequeña minoría persa, y estamos recibiendo un influjo apreciable de prósperos inmigrantes rusos. Pero no hemos mostrado en nuestra política exterior coherencia y estabilidad suficiente para ofrecernos como mediador, en el hipotético caso que alguien lo aceptara.

Por ahora, nuestra preocupación debe ser el destino de Argentina y de nuestra región, la América del Sur, en un mundo donde esta guerra, y otras como esta o más terribles, con el uso de armamento nuclear, serán parte del paisaje. EE.UU. ya no está en condiciones de imponer una «Pax Americana», y una «Chino-americana» no está en el menú previsible para esta década.


El Poder Judicial argentino, ¿dijo o no dijo que el culpable del atentado a la AMIA fue Irán? Otro capítulo de una tragicomedia nacional

abril 15, 2024

 Mi largo post de anteayer no habla del atentado, del que no tengo más información que la que cualquiera puede encontrar en lo que se ha publicado.

Es una crónica de cómo la sociedad y la política manejaron el tema, desde que Néstor Kirchner nombró a los fiscales que acusaron a Irán en 2006.

Atentos lectores señalan en los comentarios del post que el título es un error: el fallo no «sentencia» que el culpable fue Irán, porque ese punto no era el tema del juicio. Sería la afirmación de uno de los camaristas, el juez Mahiques.

Amigos en grupos de whatsapp me han dicho lo mismo. E incluyen a otro de los camaristas entre quienes lo afirman en su dictamen.

(En cuanto a lo que dice Milei: sí, es el Presidente, por increíble que parezca, pero en la práctica no importa. Cualquier día puede decir, y dice, cualquier cosa).

Estimados, el punto no es mi lectura del fallo, «probablemente errónea», diría el Turco Asís. Es que esa fue la lectura de la prensa internacional, no sólo la de los medios locales (ex hegemónicos, gracias a las redes). Fue la lectura de CNN, BBC Mundo, France24, SwissInfo… y Russia Today.

 Como no leo farsi, no puedo asegurar que eso es lo que leyó el gobierno iraní. Pero seguramente leen inglés.

(Una sola observación a mis amigos que rechazan con energía la hipótesis de la culpabilidad de Irán en ese atentado. Decir que si afirmamos que es culpable, corremos el riesgo de otro atentado, ¿no es una contradicción?).

En cualquier caso, mi pedido queda sin respuesta: por la desprolijidad del Poder Judicial y la de los gobernantes, seguimos sin «historia oficial».


El Poder Judicial argentino sentenció: el culpable del atentado a la AMIA fue Irán

abril 13, 2024

Les aviso: no hay aquí reflexiones profundas, ni siquiera superficiales. Alguna frase al final, pero esto es una crónica, escrita hace tiempo.

Es que yo he sido -además de un actor, de reparto, en lo político y lo profesional, algo así como un cronista de preocupaciones argentinas. En mails colectivos, en una página «El hijo de Reco» que volveré a hacer accesible cuando tenga tiempo, y en este blog.

Un cronista muy irregular, eso sí. Del atentado a la AMIA escribí creo que por primera vez en octubre de 2006, más de 12 años después. Luego, seguí con apuntes sobre el tema y sus ramificaciones: el memorándum con Irán, el caso Nisman…

Ahora, casi 30 años después, un tribunal argentino dicta un fallo, definitivo según nuestra legislación. Y clasifica el atentado como delito de lesahumanidad, imprescriptible.

Por eso me parece importante repasar la historia. No del atentado en sí, sino de como reaccionó la sociedad y la política argentina. Una crónica sepultada por los relatos y los expedientes.

Ya la rescaté otras veces en el blog. Vuelvo a hacerlo. Empiezo volviendo algo más de 17 años atrás. Tengan en cuenta que yo era más joven y algo soberbio.

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«El 26 de octubre (de 2006), inmediatamente después que fiscales argentinos pidieran la captura de ocho iraníes, entre ellos un ex Presidente de ese país, acusados por el atentado a la AMIA, yo escribía:

“Hace algo más de 12 años un atentado en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina costó 85 vidas de argentinos de religión judía, católica y quizá algún agnóstico. Fue un hecho muy doloroso, en un país habituado a las catástrofes, que impactó en nuestra gente. También puede argumentarse que fue una de las primeras batallas en la llamada “guerra del terror”.

Sea como sea, no es sorprendente que nuestros investigadores y servicios de inteligencia y seguridad no proporcionaran explicaciones convincentes, ni tampoco – por supuesto – pruebas. No tienen experiencia en conflictos internacionales, porque han sido volcados a nuestras luchas internas. Y las explicaciones que en otros países se han dado de hechos similares no se han librado de ser cuestionadas. Cualquiera puede encontrar en Internet – por ejemplo – cientos de sitios ofreciendo teorías conspirativas, distintas de la oficial, sobre el atentado a las Torres Gemelas.

La diferencia clave es que en otros países los órganos del Estado (el Poder Judicial también lo es) han llegado a conclusiones que asumen definitivas y están dispuestos a afirmarlas con su autoridad. Tienen una “historia oficial”. Y no es cinismo señalar que es una base necesaria de toda política de Estado. El estado Argentino no ha podido elaborarla por esas mismas luchas internas que mencionamos antes.

Así, el gobierno de Menem y el juez Juan José Galeano que investigó el tema plantearon – sin mucha convicción – la “pista iraní”, pero dedicaron más esfuerzos a la conexión local, que encontraron convenientemente en las filas de la policía provincial de un gobernador que lo incomodaba. Tuvo el aval de las organizaciones de la comunidad judía.

Los opositores a Menem – y los familiares de las víctimas – favorecieron la “pista siria”, que coincidía con el origen familiar del entonces presidente y de algún traficante de armas famoso, y sugerían como motivo apoyos a su campaña electoral que no fueron correspondidos.

El hecho triste es que hasta hoy (26/10/06) el único condenado en sede judicial por temas vinculados a este caso es el mismo juez Galeano, identificado con la “pista iraní”

Bueno, ayer, 25 de octubre, los integrantes de la fiscalía especial creada por el presidente Kirchner, Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos, emitieron un dictamen que reivindica esa vieja pista: acusa a Hezbollah e Irán y reclama la captura de ocho iraníes, ex funcionarios de Teherán.

¿Será esta la definitiva “historia oficial” del Estado Argentino sobre el atentado a la AMIA?”

Mantengo lo dicho, pero debo confesar que – como la mayoría de los observadores – no aprecié en el primer momento la gravedad que este hecho implicaba, después que el juez Rodolfo Canicoba Corral avalara el dictamen de la fiscalía. Un solitario, agudo analista advirtió – y concuerdo – que posiblemente sea la decisión jurídica de mayor trascendencia e impacto en lo que va del siglo XXI en materia diplomática y de defensa para la Argentina. Porque los gobiernos pasan, pero las causas judiciales permanecen – aletargadas o no – para que otros gobiernos, u otros países, las retomen.

Ciertamente – todos los que han opinado con alguna seriedad están de acuerdo – es absurdo pensar que el juez y los fiscales se han pronunciado, más allá de la fortaleza o debilidad de los indicios (en otra parte de esta página damos, en las palabras del fiscal y del representante de Irán, oportunidad para que Uds. los evalúen) sin el respaldo del Gobierno Nacional. En cualquier país del mundo, estas decisiones se toman con adecuada conciencia política de sus consecuencias, y en Argentina el Poder Judicial tiene una sensibilidad aguzada para los humores del poder.

La pregunta a hacerse es, entonces, por qué Néstor Kirchner decidió avalar esta decisión judicial. Hay algo muy importante para tener presente: La evidencia parece indicar que un gobierno que ha sido acusado por muchos (entre ellos, yo) de no contar con equipos ni inclinación para el análisis estratégico de la política internacional, ha llevado adelante desde que asumió hace tres años una estrategia consistente y coherente en este tema en particular.

En un excelente artículo que público hace pocos días en “La Nación”, Juan Gabriel Tokatlian, el agudo analista a quien me referí más arriba y cuyos trabajos hemos subido alguna vez a esta página, señala:

“A principios del siglo XXI, el comercio con Irán venía creciendo nuevamente con grandes márgenes de superávit para nuestro país. En 1999, el comercio bilateral fue algo superior a los 158 millones de dólares (las exportaciones argentinas fueron de US$ 155 millones). En 2000, las cifras respectivas fueron algo más de US$ 343 millones y US$ 341 millones. En 2001, alcanzaron respectivamente los US$ 419 millones y US$ 417 millones. Cabe destacar que ese año – el de nuestra gran crisis interna – las exportaciones a Irán equivalieron a la mitad de todo lo que se vendió a Medio Oriente y representaban el 2% de nuestro intercambio mundial. Ese mismo año nuestras exportaciones a ciertos países clave fueron inferiores a las realizadas hacia Irán: a Canadá se vendió por valor de US$ 225 millones, a Venezuela US$ 235 millones, a Francia US$ 257 millones y al Reino Unido US$ 291 millones.

En 2002 sólo hubo exportaciones a Irán: el monto fue de US$ 339 millones. En 2003 -año de llegada de Kirchner al gobierno-, se produjo una caída notable: se exportó por un total de US$ 47 millones. En 2004, las exportaciones cayeron a sólo un millón de dólares. En 2005 no hubo ninguna exportación de la Argentina a Irán.”

Tokatlian no puede ofrecer explicaciones satisfactorias para estos hechos, pero es muy difícil creer que se trata de una coincidencia. Sobre todo, si se toma en cuenta otros aspectos de la política de Kirchner: aunque él y su gobierno fueron severos críticos en algunas oportunidades de políticas de Washington (el A.L.C.A., por ejemplo) se mantuvo una clara y constante decisión de cooperar con Estados Unidos en materia de seguridad. Los organismos de inteligencia del Estado argentino, con sus limitaciones, cooperaron y cooperan con las políticas de seguridad de Washington. La Cancillería ha manifestado su rechazo a la proliferación de armas de destrucción masiva, y nuestras Fuerzas Armadas colaboran en Haití.

La relación de mutuo beneficio establecida con Chávez, así como otros gestos – y hechos concretos – de independencia en la política exterior no deben confundir. Irritante como es Chávez para los Estados Unidos, y antagónico para su visión estratégica, como puede serlo, ciertamente no es un problema de seguridad. Hoy, ni Castro lo es.

Más relevante para este tema en particular, cabe destacar que Kirchner, desde el comienzo de su gestión, anunció su decisión que el atentado no iba a quedar impune. Se puede pensar que son las frases hechas de un gobernante; pero hay que tener en cuenta que nunca, a pesar de algunas posiciones de la senadora Fernández de Kirchner antes que él asumiera la Presidencia, avaló la “pista siria”.

Los motivos posibles que baraja Tokatlian no son convincentes: no parece haber motivos para que Teherán, culpables o inocentes sus hombres, reduzca su comercio con Argentina antes que los fiscales insinuaran su decisión, cuando no lo había hecho frente a las acusaciones de Galeano y a la explícita alianza de Menem con EE.UU. Una convicción ideológica de Kirchner? Su política internacional puede ser poco meditada, pero no se podría acusarla seriamente de ideologizada. Deseo de congraciarse con la colectividad judía? No suena muy creíble, para un político astuto.

La única hipótesis plausible que se me ocurre es un acuerdo con el gobierno norteamericano en políticas de seguridad – que incluyese una evaluación firme de la “pista iraní” – alcanzado no después del 2003. Y Kirchner tiene fama de cumplir férreamente la letra de sus acuerdos.

Si fuese cierto, no me sorprendería ni me escandalizaría. Los gobiernos, de derecha, revolucionarios o progresistas, sellan acuerdos como el que se insinúa. Tampoco me siento inclinado a unirme al coro de ex-menemistas que descubren que Kirchner comete un grave error al apoyar ahora a EE.UU. e Israel porque Bush perdió las elecciones y vienen los demócratas (o republicanos moderados). En los países serios como esos dos, las políticas de seguridad trascienden los gobiernos. Ni tampoco me gusta la postura vergonzante que susurra que Irán no debe ser acusado porque puede ponernos (otra) bomba.

Lo que debe preocuparnos a los argentinos es que otra vez, como hace 15 años en la Guerra del Golfo, nuestro país toma partido, aunque sea en menor grado, en el conflicto más grave de nuestra época, sin una reflexión cuidadosa de las consecuencias y los riesgos. Sin una Cancillería ni instituciones del Estado capaces de evaluar alternativas por encima de las decisiones personales. Y sin tomar en cuenta el principal aporte que Argentina y Latinoamérica, por todas nuestras injusticias y locuras, pueden ofrecer al mundo en este nuevo siglo: una sociedad donde la religión y la raza no son causa de guerras.»

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Tal vez sí hace 15 años yo era un poco más soberbio. Entiendo ahora que cualquier gobierno argentino estuvo y estará frente a una fuerte presión de familiares de las víctimas, de grupos mediáticos y de algunas cancillerías para «no dejar impune» el atentado terrorista que provocó más muertes desde el bombardeo a la Plaza de Mayo en 1955.

En otros países, más poderosos y/o mejor organizados, el eventual castigo toma otras formas. Cuando el gobernante se convence de que sabe quiénes son los autores, el presidente de los EE.UU., por ejemplo, firma una Orden Ejecutiva. En otras naciones, menos convencidas de su excepcionalidad, el presidente de Francia o de Rusia, el primer ministro de Gran Bretaña o de Israel, da una indicación, verbal, a algunos departamentos de su gobierno, y un misil, un dron o un equipo de asesinos la ejecuta.

No estoy sugiriendo que Argentina deba o pueda adoptar esa práctica. No con los organismos de seguridad, con el aparado del Estado, que tenemos. Lo menciono para hacer comprensible -también para mí mismo- que Néstor, Cristina y aún, con más cinismo e irresponsabilidad, Carlos Menem, buscaran mecanismos judiciales para «hacer justicia» (De la Rúa, Duhalde y Macri no encontraron necesario hacer más que discursos sobre el tema).

El problema, sostengo, es de nuestra sociedad. Y, como en otros temas, de la inhabilidad y reluctancia de nuestros gobiernos a comunicar verdades incómodas. Un jefe de Estado, o los instrumentos de mayor jerarquía de su gobierno, sólo pueden ser juzgados y condenados después de una derrota militar decisiva o de haber sido expulsados del poder. La muy occidental Margaret Thatcher decía «Gran Bretaña no negocia con terroristas. Salvo cuando llegan a ser Primeros Ministros». Y muchos siglos antes, en uno de los primitivos romances del Mío Cid se aconsejaba «Haced la jura, buen Rey, No tengáis de esto cuidado, Que nunca fue rey traidor, Ni Papa descomulgado».

Dejemos de lado entonces la payasada de «las órdenes de captura de Interpol», que nunca han sido ejecutadas, ni lo serán, salvo por un Estado que tenga motivos previos para enfrentarse con Irán.

En lo que hace al atentado a la AMIA: ni en la causa que armaron hace 15 años, esos fiscales, ni desde entonces, no aparecen -no se dan a publicidad- pruebas sobre la autoría, salvo declaraciones de testigos de «identidad reservada». Pero la hipótesis que la potencia detrás de los ejecutores fue Irán es posible. Y -seamos francos- considerando otros episodios de la guerra sucia del terror y contra terror en estas décadas, parece probable. Si organismos legítimos del Estado argentino deciden que Irán es responsable, y que conviene a los intereses nacionales hacerlo público, no tengo motivos para rechazar esa «verdad oficial».

Pero afirmar que tribunales argentinos, o internacionales, o mixtos «harán justicia», es más grave que una hipocresía, que a veces puede ser necesaria en la diplomacia. Es un autoengaño.»

Una actualización no actual

En este blog registré que el 22 de julio de 2022 que «el New York Times dice que el Mossad dice que el autor material del atentado a la AMIA, y del previo atentado a la embajada israelí, fue una célula especial de Hezbolá. Que no participaron argentinos, ni funcionarios de la embajada de Irán en la ejecución.»

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Bueno, ahora en abril de 2024 los argentinos tenemos lo que yo pedía 17 años atrás: una «historia oficial». Fue Irán, fue Hezbolá, y no hubo participación local en ese atentado (los condenados locales lo son por obstruir la investigación, por incumplimiento de sus deberes o por intereses subalternos).

Oscar Wilde advertía algo sobre riesgos de que los dioses concedan lo que se pide…

El periodista Marcelo Falak hace en su newsletter de ayer un lúcido y algo alarmado resumen de posibles consecuencias internacionales de este fallo. Sin duda, no pueden descartarse. Este fallo habilita al Estado argentino, a otras naciones, y a instituciones no estatales, a perseguir judicialmente, incluso ante la Corte Penal Internacional, a la República Islámica de Irán si no entregase a los acusados. De los que muchos están muertos o retirados, pero algunos todavía tienen cargos importantes en su sistema de poder.

¿Habrá consecuencias? Depende de la reacción de Irán. Nuestros organismos de inteligencia y seguridad no se destacan por su sofisticación en lo internacional. El apoyo que pueda brindarles la CIA y, en este caso, seguramente el Mossad, no es suficiente garantía. Y es cierto que el ostentoso apoyo a Israel del ostentoso presidente Milei puede ser un trapo rojo para los enemigos de ese Estado.

Por otro lado, han ocurrido y ocurren en el mundo muchas cosas terribles en estos 30 años, algunas muy recientes. El conflicto entre Irán e Israel está muy cerca de ser -si todavía no lo es- una cuestión de supervivencia para ambos estados. Y Marte no se preocupa mucho de fallos judiciales. 


El Estado, las fuerzas armadas, y Javier Milei

abril 6, 2024

Tanto el Estado como las FF.AA. son instituciones básicas en el mundo moderno (en nuestro país ambas están bastante deterioradas, y eso es parte del tema de este post).

En cambio, Milei, su llegada a la presidencia, es un  fenómeno reciente, y -uno estima- pasajero ¿Qué sentido tiene mezclar las 3 cosas?

Bueno, creo que en la carrera política del peluquín hay datos que echan luz en el incómodo vínculo que hoy tiene la mayor parte de nuestra sociedad con esas dos instituciones.

En este post empiezo con las FF.AA. Desde que el 10 de diciembre de 1983 dejó la Presidencia el último general elegido para ese cargo por sus pares, se empezaron a afirmar en dos sectores que abarcaban, y abarcan, la mayoría de los ciudadanos civiles -incluida, claro, la dirigencia política- dos actitudes hacia esas fuerzas.

Un sector, muy numeroso, aceptaba que los militares eran parte necesaria de una república moderna, lo que incluía su subordinación a autoridades civiles democráticamente elegidas, dentro de la Constitución. (Esta opinión se afirmó, una vez que los últimos revoltosos fueron reprimidos por sus pares a principios de los ´90, a comienzos del gobierno de Menem).

Otro sector, también numeroso y, en general, más politizado… piensa lo mismo. Pero mantiene una memoria muy viva de los crímenes y horrores que sucedieron hace más de 40 años, cuando una Junta Militar era la autoridad suprema en Argentina. Esta memoria ya forma parte de una identidad política. Lo que hace -esto es Argentina, gente- que los que no comparten esa identidad política, tienden a cuestionar esa memoria y los reclamos que la acompañan.

Este post no va a analizar esa «grieta» argenta -una de muchas. Aquí la menciono sólo para destacar una inconsistencia que comparten esos dos sectores. O sea, la gran mayoría de nuestra población civil: se acepta, sin examinar, que los militares son necesarios -todos los países los tienen. Pero no saben decir para qué los necesitamos nosotros.

Atención. Argentina tiene un reclamo territorial evidente: las Islas Malvinas, los archipiélagos vecinos y la «zona de exclusión» impuesta por Gran Bretaña en el Atlántico Sur.

Hace 42 años tuvimos una guerra en esas islas, que también dejó una memoria poderosa. Pero que no incluye proyectos sobre nuevos enfrentamientos militares. Nuestra Constitución establece que la recuperación debe ser por medios diplomáticos, y es una cláusula que nadie piensa en reformar.

(Una estrategia militar muy tradicional: aumentar las propias capacidades, para que el adversario esté obligado a dedicar cada vez más recursos para enfrentar lo que podría suceder -a Reagan le salió muy bien frente a la vieja Unión Soviética- simplemente no es considerada en serio por ninguna fuerza política, demasiado ocupadas en las pujas internas. Esto también es la Argentina actual).

En cuanto a otros conflictos… en el Hemisferio Occidental, separado de Eurasia por 2 grandes océanos, hay una potencia militar muy hegemónica. Nadie cree que habrá en este hemisferio invasiones que EE.UU. no inicie o permita.

Es justo mencionar que Cristina Kirchner -referente de ese sector más «memorioso»- planteó la necesidad de integrar a los militares a un proyecto nacional. Pero ese proyecto no estaba bastante definido ni tenía suficiente consenso como para avanzar. Ni -seamos realistas- una mayoría de los militares se sintió atraída por esa convocatoria.

El hecho es que ninguno de los gobiernos desde ese lejano 1983 -Alfonsín, Menem, la Alianza UCR-Frepaso, los Kirchner, Macri y el kirchnerismo de bajas calorías de Alberto F.- ninguno, tuvo una política militar consistente. Lo que se reflejó en presupuestos cada vez más reducidos. El FONDEF, un fondo para el reequipamiento de las FF.AA. que establecía un % pequeño pero creciente del presupuesto nacional, fue un tardío intento de mejorar esa situación. Pero la crisis económica -otra constante argentina- se lo devoró.

Aquí aparece Milei. En su caso, más que inconsistencia hay una contradicción. Para su ideología explícita, de él y de su secta, el Estado es una organización criminal, que obliga a los ciudadanos productivos a pagar impuestos para cumplir con funciones que podrían ser mejor llevadas adelante por privados, contratando libremente.

Y los militares son el brazo armado del Estado! Sus vidas y su lugar en la sociedad -además de sus ingresos- dependen del Estado. Si el Estado no tuviera legitimidad, ellos tampoco.

En realidad, los ejércitos fueron históricamente la base de los Estados. Pero las contradicciones no lo detienen al peluquín. Es un político, después de todo, con un discurso «antipolítica».

(No es algo inusual en su secta. Murray Rothbard, el más absolutista en la elevación del mercado como el único rector de la sociedad, aprobó alianzas con supremacistas blancos y grupos  ultranacionalistas yanquis, para «llegar al pueblo»).

Milei es ahora un Jefe de Estado. Y usa, abusa y -se nota- disfruta de ese poder. Y lo más relevante al tema de este post: esta semana se envolvió en la bandera de Malvinas. Y ofreció una 
«reconciliación de la sociedad con sus fuerzas armadas». Con las que no estaba peleada; sólo las tiene abandonadas.

Pero los militares saben, y lo dicen, que un paso imprescindible para que el gobierno muestre respeto es actualizar sus remuneraciones. Y -ya lo sabemos- «no hay plata».

Igual, el esfuerzo de seducción no se limita a un discurso en una fecha emotiva. Javier Milei encontró, al menos desde que comenzó su carrera política, que le convenía explotar algunos prejuicios tradicionales en la parte más conservadora de nuestra gente. En especial, la hostilidad hacia el «progresismo».

Aquí hay una contradicción más profunda, y no está presente sólo en Milei, sino en toda la «derecha alternativa», la Alt Right, en los países occidentales. Porque si hay algo que disuelve tradiciones y valores, es el mercado, los intereses privados sin regulación alguna. Navegar esta contradicción requiere talento político, y una cara de piedra ayuda también. Donald Trump, para mencionar al referente principal, repite los cuestionamientos de Reagna al Estado y sus burocracias. Pero obliga a las corporaciones a que vuelvan a EE.UU. y paguen sueldos más altos que los que pagan en Asia. Peluca ¿sabrá mantener el equilibrio entre su ideología, el discurso para su base de creyentes, y las exigencias de la realidad? No lo parece, pero el que viva lo verá.

Por ahora, su estrategia -hasta donde se ve una dirección más o menos coherente- aparece enfocada a (re) construir una gran coalición anti «zurdos», con un discurso antipolíticos. Que no la maneje Mauricio Macri, ni mucho menos Victoria Villarruel. Que acepte su liderazgo y el de su hermana Karina sin cuestionamientos.

Una pieza esencial de esta construcción es el antikirchnerismo presente en gran parte de la sociedad, y reforzado por malas memorias del gobierno anterior, que el suyo no ha disipado. Todavía.

También incluye el rechazo al feminismo, las «políticas de género», el relativismo cultural,… En esto forma parte de esa tendencia que la «derecha alternativa» expresa en todo Occidente.

Y un componente minoritario, pero importante de esa coalición «mileísta son los militares, retirados o en actividad, y sus familiares, que se sienten agredidos por el reclamo de memoria, verdad y justicia que consideran al menos parcial. La sociedad política que mantiene desde hace años con su actual vice sobrevive a las tensiones. Inevitables, porque los militares argentinos pueden ser «liberales» o «nacionalistas», pero nunca anarco-capitalistas.

De cualquier modo, esta estrategia se reduce en el fondo a seguir el consejo atribuido a Chacho Álvarez «Si no hay pan, que haya circo». Sobre todo en las redes sociales, hoy se puede agregar. En el caso de los militares, Milei tampoco tiene una tarea para ellos. Y su intento de mantener «relaciones carnales» con EE.UU. lo lleva, inevitablemente, a adoptar la doctrina que impulsan para las FF.AA. en Latinoamérica. Como de la defensa del continente se encargan ellos, los locales deberán enfrentar las «nuevas amenazas»: el narcotráfico, el terrorismo. Una fuerza de seguridad con uniformes más vistosos para las ceremonias.

Como sea, ese es un problema para Milei y su coalición, por el tiempo que dure.

La política -cualquier fuerza que aspire en serio a gobernar nuestro país debe encarar la tarea de reconstruir un Estado más sólido, más eficaz y menos injusto que el que una mayoría de los votos descalificó hace menos de 5 meses.

Y un paso esencial es que las fuerzas armadas sean algo más que una burocracia uniformada. La disciplina, la capacidad de planear anticipadamente para distintos escenarios, y de mantener un esfuerzo prolongado, no afectado por los tiempos electorales, son un patrimonio que debe ser utilizado.

Las industrias para la defensa deben ser, como lo son en casi todos los países que las tienen- la punta de lanza de las nuevas tecnologías, que luego se utilizan en la producción civil. Argentina nunca fue una potencia mundial, como fantasea en su propaganda Milei. Pero era y es un país mediano importante. Y en algunos momentos de nuestra historia tuvimos fuerzas armadas que aportaron a desarrollos tecnológicos fundamentales -en el campo nuclear, por ejemplo- que todavía nos enorgullecen. Y que debemos defender.