Diez años

julio 31, 2017

10

En julio se cumplieron 10 años desde que comencé con El blog de Abel. Es una adicción (gratuita), y una manifestación de mi ego, pero a pesar de eso, siento que a mí me ha enriquecido. No sé a ustedes.


A 40 años de la verdadera Revolución Capitalista

julio 31, 2017

Deng

No quiero que termine este mes de julio sin recordar algunos aniversarios más (cuando hay poco tiempo para desarrollar temas, uno debe recurrir a las efemérides). Todavía no se me ocurrió nada para conmemorar los 10 años del blog, pero mi amigo Fernando Del Corro preparó un breve resumen de un acontecimiento mucho más importante. Este mes se cumplen 40 años del comienzo de las reformas económicas en China.

En mi opinión, ese es el verdadero comienzo de la actual etapa del capitalismo global, y no los mandatos de Thatcher y de Reagan. Porque es lo que la hizo posible. La irrupción de centenares de millones de trabajadores, desde un nivel de vida que era entonces apenas de subsistencia, permitió a los empresarios la desarticulación del movimiento obrero en EE.UU. y Europa Occidental, convirtió a China en el taller del mundo, y a «Occidente» en un casino financiero. Con muy buena tecnología, eso sí.

Nada dura para siempre. Hay demasiadas señales que estamos asistiendo al final de esta etapa. Pero vale mucho la pena saber como empezó. Y como no puedo resistir la tentación, agrego un comentario muy corto.

«El 22 de julio de 1977 el Comité Central del Partido Comunista de la República Popular China terminó con la ortodoxia maoísta implementada durante los 28 años previos e inició un camino de reformas. Adoptó un sistema económico capitalista bajo un férreo control estatal, que ha llevado al país a convertirse en la principal economía planetaria,  con un producto interno bruto por poder de compra (PIB PPP) de 21,14 billones de dólares estadounidenses en 2016 por delante de los 18,56 billones de los Estados Unidos de América.

Ese 22 de julio el PC restableció en sus viejos cargos a Deng Xiaoping, quien había sido destituido tiempo atrás por la llamada “Banda de los Cuatro”, liderada por la viuda de Mao Zedong, Jian Qing. Ella, en compañía con los dirigentes Zhang Chunqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen, todos estos de Shanghai, llevaron adelante la “Revolución Cultural” impulsada por Mao a partir de 1966, en el marco de su confrontación con el primer ministro soviético Nikita Jruschov.

Los conflictos internos en la dirigencia comunista alrededor de las políticas económicas ya se habían iniciado hacia 1961, aún durante la firme conducción de Mao, cuando muchos consideraron fracasado el “Gran Salto Adelante” lanzado por éste en 1958: El abandono de la tradicional política agraria china reemplazado por un sistema de colectivización forzosa que terminó con los pequeños productores mientras se impulsaba una industrialización acelerada.

Fue así que a partir de los problemas generados por el “Gran Salto Adelante” crecieron en el PC dirigentes como Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping, protegido éste por el número dos de la Revolución China, el canciller Zhou Enlai. Se debilitó el poder de Mao, por lo cual reaccionó impulsando la “Revolución Cultural” en 1966 que incluyó la destrucción de monumentos milenarios.

Al morir Mao en septiembre de 1976 la “Banda de los Cuatro” arreció en la persecución de los disidentes. Algunos, como Deng, fueron destituidos de sus cargos y hasta encarcelados, y en el caso de éste, responsabilizado como promotor de los incidentes en la Plaza de Tian’anmen por lo que fue relevado como viceprimer ministro, vicepresidente del PC y jefe del Estado Mayor del Ejército Popular de Liberación en abril de 1977.

Pero los desplazados fueron recuperando el poder y así Deng fue repuesto en sus cargos tres meses después para convertirse en la figura dominante, tras la muerte de Zhou en diciembre de 1978, con pleno respaldo del Ejército. En 1981 hizo aplicar duras condenas a los integrantes de la “Banda de los Cuatro” mientras inició un proceso de cambios y que en materia económica se denominó “Socialismo con características chinas”.

Hasta comienzos de los años 1980 el eje de esa política se basó en la descolectivización de la tierra, la autorización para los emprendimientos privados y la apertura para las inversiones extranjeras, mientras que hacia fines de esa década se incluyeron la privatización de empresas estatales y se eliminaron los controles de precios y normas proteccionistas. Aunque permanecieron en el área pública la banca y el sector petrolero.

Ya para 2005 el sector privado generaba el 70 por ciento del PIB que desde las reformas había crecido, hacia 2010, a razón del 9,5% anual. Esa cifra luego disminuyó para situarse en el 7,3% en 2014, 6,9% en 2015 y 6,7% en 2016, estando compuesto el mismo en un 42,4% por los servicios, en un 29,3% por la industria y en un 28,3% por la agricultura, mientras sus exportaciones alcanzan al 22% del mismo y sus importaciones al 16,5%, lo que le han generado una acumulación de recursos que han convertido al país en el principal acreedor de bonos del Tesoro estadounidense, aunque todo ello bajo un férreo control de la conducción del PC».

Charlando con un amigo, señalé que el derrumbe de la economía centralizada de la Unión Soviética y el éxito económico del modelo chino, se había convertido, incidentalmente, en un argumento de los apologistas del capitalismo. Omitiendo, por supuesto, el papel fundamental del Estado en ese modelo.

Mi amigo acotó «Hasta ahora, funciona bien sólo en Asia Oriental».

Mi respuesta, medio en broma medio en serio, fue «Parece que un requisito necesario es la cultura confuciana, o el sistema leninista de control de la sociedad».

Él cerró el tema «No les des ideas».


Foreman-Alí, Macri-Cristina. Peleas legendarias

julio 30, 2017

George-Foreman-Muhammad-Ali

Los domingos, ustedes saben, comento la coyuntura política local… tratando de ver las corrientes profundas, las que provocan el oleaje. Esta vez voy a mezclar material ajeno: un reportaje de hace justo dos meses, la crónica de una pelea de hace más de 40 años, para sacar una conclusión que a algunos los va a entusiasmar y a otros los pondrá furiosos. A mí me parece evidente. Como dice Joan Manuel Serrat «Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio«.

El 29 de mayo (este posteo lo estoy redactando el sábado y lo programo para el domingo, con la razonable convicción que no va a pasar nada que cambie mucho el panorama. No pasó en varias semanas) El Economista le hizo un reportaje a Julio Burdman, uno de los analistas más inteligentes del palo «nacional y popular». Lo conservé en mi archivo, porque me sigue pareciendo una descripción lúcida de las razones por las que el macrismo consiguió el apoyo, la adhesión de muchos argentinos. Pero… la situación como la veía el informado Burdman hace sólo 60 días la encuentro muy distinta de la de este momento. Lean:

Al peronismo le está costando entender el relativo éxito de Mauricio Macri en las encuestas”, escribió, hace algunos días, en la revista El Estadista. Pensaba que es algo bastante inédito que el peronismo esté con la ñata contra el vidrio, desempleado y haya en la Casa Rosada un Presidente, como usted sugiere, moderadamente popular. Es un examen exigente. ¿Perdió el olfato el peronismo? O una parte de él, cuanto menos…

No sé si es tan inédito que el peronismo esté en la oposición, ni atravesando por un período de necesario reacomodamiento tras una derrota electoral. Lo novedoso, tal vez, es que en esta oportunidad enfrenta a un adversario que no termina de entender. El peronismo supo quiénes eran los gorilas, los militares, los conservadores, los radicales… pero el macrismo lo desconcierta. Macri, en las famosas reuniones de equipo, les dice a sus colaboradores que el liderazgo se ejerce cuando el resto -los votantes, en este caso- quiere ser como el líder. El macrismo ejerce el poder a través de una administración de las aspiraciones sociales. Gran parte de la dirigencia del PRO provienen de un sector que sabe lo que es mandar y, por lo tanto, conoce a los que son mandados. Sin embargo, el peronismo cree que el macrismo no entiende a la gente, no conoce la calle y vive en una burbuja social. Cuando es al revés: el macrismo sabe bien lo que la gente quiere. O al menos, una buena parte de ella. De esa errónea presunción, de que el macrismo “no entiende la calle”, se deriva otro prejuicio peronista sobre el PRO: que el macrismo no entiende de política. Hugo Moyano dijo, en una frase ya célebre, que Macri sabe “menos de política que yo de capar monos”. Doble error: el macrismo sabe de política, y a los hechos nos remitimos. Macri es más exitoso como político que Moyano. Y una clave del éxito político del macrismo, insisto, es que se especializa en saber lo que la gente quiere. Si eso después se traduce en beneficios materiales, o no, es otro tema.

Uno de los temas que usted criticaba en esa columna es la “fijación” del peronismo con la economía, es decir, que todas las críticas se vertebren en la situación de la economía. A priori, no parece descabellado: la gente vota con el bolsillo y la coyuntura dista de ser ideal. ¿Por qué es un error?

Porque el bolsillo es importante y, sin dudas, mucha gente vota con él, pero no es lo único que juega. No, al menos, en forma tan lineal y directa. La gente vota por muchas razones y solemos creer que gana quien reúne la mayor cantidad de razones para recibir el voto. Y el macrismo trabaja en eso. Sin ir más lejos, las encuestas muestran que muchos votantes están insatisfechos con la economía de hoy, pero depositan esperanzas en Cambiemos. Creen que el gobierno va a traer prosperidad en el futuro. Los dirigentes cambiemitas se visten bien, transmiten confianza sin exagerar, serenidad, éxito personal: el estilo Cambiemos promete al votante algo indeterminado, pero positivo. Ahí entran las expectativas del bolsillo por venir, con compras a crédito, iPhone’s, mejores servicios estatales, un modo de vida más internacional, todo aquello que el elector quiera poner en su horizonte. No está hoy, pero estamos trabajando en ello. “Disculpe por las molestias”, rezan los carteles de las calles de la Capital cuando hay obras de asfalto. El peronismo, en cambio, hoy ofrece un discurso excesivamente racional. Mucha dirigencia peronista, empezando por la ex Presidenta, insiste en dar una discusión sobre modelos económicos, y en tener razón en una competencia de argumentos. Dice que “mucha gente está peor y con nosotros ganaba más y se consumía mejor, y ya van a comparar y ganaremos”. Pero no ofrece mientras tanto ninguna ilusión, más que la razón, para ese sector importante de votantes que tiene aspiraciones sociales. Y se queda hablando solo porque el oficialismo no tiene ningún interés en discutir de políticas económicas con el peronismo. Como dice Mariela Cuadro, el discurso peronista está anclado en una racionalidad propia de la modernidad. Cambiemos, en cambio, apela mejor a ese deseo clasemediero que mueve a muchos argentinos y argentinas. De hecho, apela a eso en forma permanente, con una comunicación muy bien diseñada a tal efecto.

¿Por dónde debería enhebrar las críticas el universo panperonista? Usted habla, por ejemplo, de incluir también al “votante cambiemita” en ese discurso político…

En principio, debería no solo criticar, sino mostrar caminos. Y apelar a más votantes. Con su núcleo duro no alcanza. El peronismo debe entender que Cambiemos también le habla a los pobres, aunque con las herramientas de la aspiración y no de la identificación. El timbreo representa eso: el líder no se convierte en multitud, se acerca al barrio a oír para aprender a ser mejor líder, y no para mezclarse en el barrio. Lo que le falta al peronismo es ofrecer un horizonte positivo a los que están mal, y que esté más allá de la crítica socioeconómica del macrismo. Con personas y mensajes que encarnen ese horizonte positivo. Obviamente, ello implica salir a conquistar a los votantes que hoy apoyan al Presidente.  Y a la gobernadora María Eugenia Vidal, el mejor producto cambiemita.

¿Qué dirigentes peronistas están interpretando mejor estos nuevos tiempos? ¿El kirchnerismo duro, los intendentes de GBA, los gobernadores del interior, los del Frente Renovador?

Hay varios que podrían estar interpretando esto a nivel individual, pero no hay un discurso peronista coordinado o unificado en esta dirección. En la provincia, la ventaja de Verónica Magario es que solo habla del presente, y no se engancha tanto con debates del pasado. Una gran falencia del peronismo en esta elección es que no tendrá un comando único de campaña. Ya le pasó en 2015, a pesar de que el FPV-PJ estaba gobernando. En esta elección, la dispersión del mensaje será aún mayor. Y enfrente tendrá a un discurso oficialista que está perfectamente coordinado y alineado, con una sola voz disonante: la de Elisa Carrió. Cuando habla de unidad, el peronismo debería referirse a los mensajes y discursos, y no tanto a las listas.

Por último, hablemos directamente de las elecciones de octubre pues usted hace encuestas también. Faltan clima, listas concretas y tiempo, ¿pero cómo viene más o menos la cosa?

Es difícil proyectar octubre cuando aún no se determinaron las candidaturas de las PASO, pero hoy podemos decir que Cambiemos arranca con ventaja: es la marca política mejor instalada a nivel nacional, el Gobierno de Macri mantiene un nivel de apoyo razonablemente bueno, y la oposición peronista tiene los problemas antes mencionados. Tengo tres grandes interrogantes. Uno es en qué condiciones organizativas y “espirituales” estará el peronismo para enfrentar la elección. El segundo es si la valoración positiva de Cambiemos se va a transferir a sus candidatos: en el Gobierno hay un convencimiento de que será así, pero hay que recordar que la historia no es tajante al respecto. Y el tercero es en qué medida Sergio Massa y Margarita Stolbizer lograrán construir una coalición nacional de la tercera vía: una cosa es si logran cerrar una alianza con Martín Lousteau, los socialistas santafesinos y José Manuel de la Sota, y otra muy distinta es si el Frente Renovador y el GEN quedan reducidos a un fenómeno bonaerense«.

Creo que no hace falta señalar que el «clima» hoy es muy distinto. Las encuestas sobre la elección bonaerense -todas predicen un triunfo de Cristina Kirchner- son menos elocuentes que la preocupación de las espadas mediáticas del oficialismo. Majul, que demanda que el gobierno encuentre una estrategia triunfal, Lanata que dice que las elecciones de medio término no importan…

Prefiero describirlo con la crónica de una vieja pelea que me hizo llegar el amigo Ezequiel Gaut Vel Hartman, famoso en las redes sociales:

«Volver. Se siente en el aire. El campeón está cansado. La pelea va por la mitad, pero el campeón ya está cansado.

Había ganado el título máximo hacía poco, y en buena ley. Pero no le sirve de nada ahora. La pelea es entre dos. Por más que uno tenga la corona y el otro no, la pelea es entre dos.

El contendiente, el ex campeón, pretende recuperar el título. Todo el mundo, en la previa, decía que iba a ser imposible, una patriada descabellada. La fuerza, los recursos, todo apuntaba a que el actual campeón podría retener fácilmente su corona contra el viejo contendiente. “No puede ganar”, decían: “es un comeback que no tiene chance”. Pero aún si lo lograra (pensemos lo imposible) ¿cuánto tiempo más podría seguir peleando? No es precisamente un debutante. “No, no puede ganar lo viejo”, dicen con insistencia los medios.

Pero la pelea está promediando y el campeón luce cansado. Estamos en la mitad de un duelo pactado a 15 rounds. George Foreman, lleno de furia por las sobradas de Muhammad Ali del primer round, perdió los estribos. Empezó a tirar golpes sin parar, sin medir, sin pensar. Mientras tanto, Ali, lo deja que se desgaste, no contesta los golpes. Ali está contra las cuerdas, aguantando, dejando que Foreman siga revoleando sus prodigiosos golpes, siempre iguales, siempre los mismos, siempre infructuosos. Ali no contesta, se cubre la cabeza, esquiva, se agacha. Pero no contesta. Foreman se va agotando, va perdiendo su fuerza. “¿eso es lo mejor que tenés”? le dice Ali a Foreman en un momento en que se traban y quedan abrazados.

El contendiente, el ex campeón que intenta su retorno, no contestó casi ninguno de los tremendos golpes que Foreman le propinó. Solo se cubrió todo el tiempo, esperando que el vendaval termine. Toda una estrategia. Casi como si hubiera dicho “yo no haré nada, todo lo harán mis enemigos”.

La pelea va por la mitad, el campeón insiste con furia, pero ya sin fuerza. Está frustrado porque tiró sus mejores punches y el contendiente no cayó. El ex campeón está ahora parado en medio del ring. Le tiraron de todo y no cayó. La pelea va por la mitad y al dueño de la corona se lo ve cada vez más cansado«.

EGVH hace como que se refiere a la legendaria pelea del 30 de octubre de 1974 en Zaire (ahora es la República Democrática del Congo), que enfrentó al por entonces campeón del mundo de los pesos pesados, George Foreman contra el anterior campeón Muhammad Ali. Alí ganó… Hubo un documental que obtuvo el Oscar When we were kings. Pero esta crónica a los argentinos hoy nos hace pensar en otra cosa.

¿Por qué este cambio en la expectativa política (porque la realidad no cambió)? Macri no acierta con su política económica, seguro, pero la mayoría de la gente no está más golpeada que en el 2016, o en febrero y marzo de este año. Como dije al principio, me parece evidente que el hecho clave es que el peronismo bonaerense, la oposición más importante, en la provincia ídem, tiene a su frente para la inminente batalla electoral una figura que es la oposición nítida a las políticas de Macri y a Macri mismo. Que está haciendo una campaña inteligente y prudente, es cierto. Pero eso no disminuye en lo más mínimo su protagonismo. Se lo garantizan los que la quieren y los que la rechazan.

Y el punto no es que Burdman no percibiera esto. Por esos mismos días, muchos analistas políticos -y algunos «cristinistas» de credenciales impecables- se preguntaban si la candidatura de CFK no sería funcional a Macri, al volver la discusión al pasado.

Bueno, también muchos lectores -algunos de ellos buenos amigos- han dejado de seguir este blog, porque lo encuentran «demasiado favorable a Cristina». A todos ellos sólo les puedo recomendar escuchar a Serrat. Será cierto o no, pero el catalán canta muy bien eso de «Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio«.


Marco Aurélio Garcia y el populismo

julio 29, 2017

marco aurelio garcía

En este mes de julio -propicio, parece, para muertes que pesan- se fue Marco Aurélio Garcia, Asesor de Asuntos Exteriores de la Presidencia de Brasil, por los dos mandatos de Lula y de Dilma, hasta que ella fue destituida por el «golpe blando» del año pasado. Fue un Canciller del PT, y un estadista de Brasil y de la América del Sur.

Tuvo despedidas emotivas. No lo conocí personalmente, así que lo homenajeo a mi modo. En 2010 -en un momento favorable a los gobiernos populares o, como diría él, progresistas- dio una charla entre nosotros. La subí a una de las páginas permanentes del blog, la Patria Americana donde acompaña a una conferencia de Perón de 1953, donde desarrolló su pensamiento geopolítico. Y el clásico de Methol Ferré, De los estados-ciudad al Estado Continental Industrial.

Ahora, subo su último artículo, en un momento desfavorable. En todos, conserva el realismo y la prudencia de los grandes políticos brasileños. (Mi anécdota favorita es de cuando algunos entusiastas de la Patria Grande, tiempo ha, con Lula en el poder, le preguntaban porqué Brasil no mostraba un liderazgo más enérgico en esa dirección. Contestó «Para liderar se necesitan recursos, y Brasil todavía es pobre«).

Aquí se plantea el porqué las mayorías populares no siempre acompañan a los gobiernos que han favorecido el ascenso social. Una pregunta que merece reflexión de parte nuestra.

«Una investigación reciente realizada en un barrio pobre de la ciudad de San Pablo por la Fundación Perseu Abramo, vinculada al Partido de los Trabajadores, provocó un intenso debate tanto en la izquierda como en la derecha brasileña. A grandes rasgos, los investigadores, después de haber oído a decenas de personas que habían dejado de votar al PT, señalaban las adhesiones de los entrevistados al ideario liberal. Para la mayoría, las importantes transformaciones sociales logradas en los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff (2003-2016) se debían fundamentalmente al esfuerzo personal de cada uno y no a las políticas de Estado, entidad considerada por gran parte de los participantes como “enemigo”.

Esas conclusiones, entre otras con sesgos similares, aparecen pocos meses después del golpe parlamentario que derribó a la presidenta Rousseff y semanas después de la derrota electoral del PT y de las izquierdas en las elecciones municipales de octubre de 2016.

Está claro que se pueden cuestionar los presupuestos teóricos de la investigación, su metodología, la coyuntura en la que fue hecha, su lectura y, sobre todo, su alcance y significación. Pero ella es sintomática. Estudios anteriores realizados por Data Popular, y algunos análisis sobre el significado de las manifestaciones de junio de 2013, iban en una dirección semejante y anticipaban dudas sobre el impacto político e ideológico que los gobiernos del Partido de los Trabajadores habían producido en la sociedad brasileña, especialmente sobre aquellos segmentos beneficiados por sus políticas.

La cuestión cobraba mayor importancia aún en la medida en que ese fenómeno no se limitaba a Brasil. En otros países de América del Sur, gobiernos progresistas enfrentaban dificultades parecidas en su relación con sectores y movimientos de la sociedad que antes los habían apoyado. Se fortalecía, así, la idea de una crisis de la izquierda en la región, proporcionando argumentos adicionales a las tesis sobre el probable “fin de ciclo” de los gobiernos transformadores que predominaron en América del Sur en los quince primeros años del siglo XXI.

¿Quién genera el cambio social?

Entre celebraciones de la derecha y perplejidades de la izquierda, se abre una discusión esencial para las fuerzas progresistas en el continente, ya que involucra un debate sobre los sujetos de las transformaciones sociales y políticas.

La problemática sobre el papel de los trabajadores en el cambio social tiene una larga historia. Comienza por la descalificación de la vocación revolucionaria de segmentos de las clases trabajadoras en los países imperialistas en el comienzo del siglo XX. La existencia de una “aristocracia obrera”, que en aquella coyuntura explicaría la “pasividad” de los trabajadores, cuando aparentemente estarían dadas las condiciones para una revolución proletaria.

Décadas más tarde, en la emergencia de la tercera revolución industrial, que acarreó importantes transformaciones en el proceso de trabajo capitalista (ver Benjamin Coriat, por ejemplo), y en la conciencia de clase de los trabajadores (Gorz o Marcuse), ganarían relevancia las tesis sobre la pérdida de la centralidad del proletariado en los cambios sociales y políticos.

Con el fin de los “gloriosos treinta años” en Europa y en medio de la crisis del Estado de Bienestar social, tanto los partidos comunistas, sobre todo después de la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, como la socialdemocracia, en su deriva neoliberal, debieron enfrentar una fuerte erosión de sus bases sociales tradicionales, cuando no el desplazamiento de vastos segmentos de trabajadores hacia la derecha, o lo que es peor, hacia la extrema derecha.

Es evidente que las circunstancias históricas europeas y latinoamericanas son distintas. Pero en uno y otro caso está presente una misma y crucial pregunta: ¿cuál es hoy el sujeto de las transformaciones sociales por los cuales las izquierdas siempre lucharon y luchan todavía? Y por supuesto la pregunta que precede: ¿cuál es la naturaleza y asimismo el ritmo de esas transformaciones?

En una América Latina en cuyo pasado, salvo honrosas excepciones, no prosperó suficientemente el pensamiento revolucionario, se abrió un espacio importante para reflexionar sobre estos problemas, sobre todo a partir de los años sesenta.

La Revolución Cubana de 1959 tuvo un profundo impacto sobre los partidos comunistas latinoamericanos, en la mayoría de los casos frágiles y poco influyentes. Sin admitirlo explícitamente, los PC de la región habían transitado desde las políticas tardías del Frente Popular, principalmente en la inmediata post Segunda Guerra Mundial, influenciados por Earl Browder, hacia una orientación supuestamente revolucionaria, amparada en la narrativa construida a partir de la victoria de la Revolución China de 1949. Esta orientación defendía una revolución anti-imperialista, agraria y democrática, sustentada por un bloque de cuatro clases –el campesinado, el proletariado, la pequeña burguesía y la burguesía nacional–. Más tarde, en sintonía con el vuelco dado a partir del XX Congreso del PCUS y con las tesis sobre la “coexistencia pacífica”, ese movimiento explicitaría la necesidad de esa “etapa democrática” que abriría el camino hacia un futuro socialista. El sujeto de ese proceso sería aquel bloque de cuatro clases, hegemonizado en teoría por el proletariado y bajo la conducción de los partidos comunistas.

La narrativa cubana de su revolución, movimiento imprevisto como casi todas las revoluciones, avaló fuertemente ese canon. Ella no se apoyaba en amplias referencias teóricas previas. Se asentaba en los ejemplos y en las lecturas que de ellas hacía Guevara en sus escritos, Fidel en sus discursos, y más tarde Regis Debray en la exégesis del proceso.

Lo que trascendía del ejemplo cubano, en esa narrativa, era la estrategia de una revolución que enfrentaba al mismo tiempo al imperialismo, el latifundio y la burguesía nacional. Ese enfrentamiento sería armado y conducido por un núcleo político-militar cuya acción tendría una fuerza ejemplar para el conjunto de la sociedad. La resistencia inicial de la mayoría del PC cubano (llamado Partido Socialista Popular) al movimiento ponía en evidencia la irrelevancia, por decir lo mínimo, de las anteriormente celebradas vanguardias. No por casualidad, en los dos grandes eventos internacionales en que Cuba buscó articular una nueva corriente revolucionaria mundial –la Tricontinental y la OLAS– compareció una nueva izquierda y las posiciones y los dirigentes de los Partidos Comunistas estuvieron políticamente ausentes, con la excepción de Rodney Arismendi, el hasta cierto punto heterodoxo secretario general del PC uruguayo.

Los acontecimientos de Cuba hicieron creer que la revolución había ganado de nuevo actualidad en el continente. Ellos marcaron toda la América Latina. Escindieron partidos comunistas e inclusive organizaciones llamadas “populistas” dando nacimiento a disidencias como las del peronismo revolucionario en Argentina, de los grupos nacionalistas en Brasil, del APRA Rebelde en Perú, de los distintos disidentes de la Acción Democrática (AD) en Venezuela, por citar sólo algunos casos.

El relato de casi todos estos grupos (la “estrategia”, para permanecer en consonancia con la formulación militar) apuntaba básicamente hacia un proceso revolucionario ininterrumpido, sin “etapas”, realizado esencialmente por la fuerza de las armas, dirigido por una vanguardia político-militar que reemplazaba en la práctica, no en la teoría, a los verdaderos sujetos.

A pesar de haber sido derrotada en toda América Latina (años sesenta y setenta), la estrategia derivada de la Revolución Cubana persistió por largo tiempo, inclusive en el periodo en que la contrarrevolución se impuso en varios países, sobre todo en el Cono Sur del continente.

Los impasses del nacional-desarrollismo y los golpes militares que siguieron en muchos países, sobre todo en el Cono Sur, fueron vistos por algunos como la expresión de una crisis final del capitalismo en la región. “Socialismo o fascismo”, se proclamó muchas veces para expresar la nueva disyuntiva que supuestamente empezaba a vivir el continente. Se trataba, sin embargo, de un doble equívoco.

La contrarrevolución que se instaló en la región fundaba el capitalismo en muchos países, preanunciando la ola neoliberal que, originariamente implantada en el Chile de Pinochet, se expandiría poco a poco en otros países. Esa refundación capitalista venía acompañada de una reconfiguración de la estructura social en muchos países. Las clases trabajadoras tradicionales habían sido desarticuladas, al mismo tiempo que sus partidos, sindicatos y movimientos eran sometidos a una fuerte represión. Si el Chile posterior a la importante experiencia del gobierno de Salvador Allende fue el ejemplo clásico de esa nueva situación, la excepción sería Brasil, donde militares nacionalistas trataban de combinar un fuerte crecimiento económico, socialmente excluyente, con represión, fortaleciendo, contra sus intenciones, a los “sujetos” –en especial la clase obrera industrial– que tendrían un papel importante en la transición a la democracia.

Pero no era el socialismo lo que estaba en juego. Las transiciones ponían en el orden del día reivindicaciones de democracia política, económica y social en el marco del capitalismo.

La mayoría de las transiciones de los años ’80-’90 no fueron capaces, sin embargo, de construir instituciones democráticas sólidas, menos aún de enfrentar los graves problemas sociales que los ajustes conservadores profundizaban. La consecuencia sería una fuerte reacción popular que impulsó la onda progresista de los primeros años del siglo XXI.

Potencialidades del populismo

Transcurrida una década y media del inicio de este ciclo y ante las vicisitudes que las fuerzas de izquierda tuvieron que enfrentar en la mayoría de los países de la región donde se establecieron gobiernos progresistas, se formulan cada vez más preguntas sobre las razones de las dificultades actuales y sobre el papel de los trabajadores en el proceso.

Es en este punto donde emergen con cierta frecuencia análisis sobre la fragmentación de las clases trabajadoras, consecuencia de las transformaciones estructurales del capitalismo periférico, como explicación definitiva de la fragilización de la base social de los gobiernos progresistas. Todo sucede como si las izquierdas, y los gobiernos que ellas integran o apoyan, tuvieran que hacer una revisión radical de sus tesis, especialmente sobre los actores de las transformaciones, pero también sobre la naturaleza misma de esas transformaciones. Es evidente que las izquierdas se confrontan hoy con grandes cambios, resultantes de las transformaciones del capitalismo global, pero también de factores endógenos, entre ellos los efectos que su propia acción gubernamental provocó. En esa revisión teórico-política surge, a veces, la tentación conservadora de descalificar a las clases trabajadoras como posibles agentes de transformación. Más que eso, se cuestionan las propias transformaciones. Esa tentación no es nueva.

En el pasado, y aún hoy, las políticas revolucionarias tuvieron dificultades para convivir teórica y prácticamente con las clases trabajadoras que no presentaban la “pureza” sociológica de los manuales. Ellas aparecían como exageradamente “heterogéneas” o integradas por segmentos de “lumpen proletariado” y por otras capas “marginales”.

Por otro lado, un supuesto “acomodamiento” de la clase obrera proporcionaba argumentos a quienes privilegiaban a los más excluidos de nuestras sociedades: los “condenados de la tierra”.

Estos argumentos –de la derecha, pero también de la izquierda– crearían las bases para la crítica al “populismo”, fenómeno político presentado muchas veces como una especie de falsa conciencia de un proletariado de reciente extracción rural, fascinado por líderes carismáticos y por la movilidad social a cualquier precio, o aun más, emparentado con el fascismo, como en los análisis de Gino Germani.

Sin embargo, la naturaleza y la evolución de nuestro capitalismo periférico pueden explicar de otra manera el surgimiento y el papel que históricamente desempeñaron esos segmentos plebeyos de nuestras sociedades, como hicieron Miguel Murmis, Juan Carlos Portantiero y otros que focalizaron sobre el fenómeno de los “cabecitas negras”, o sobre los “batalhadores” o la “rale” (chusma) brasileños. En todos los casos –y son muchos– se verifica en esos contingentes una extraordinaria disposición de movilidad social ascendente, que se puede realizar de forma individualista y conservadora o por medio de procesos colectivos y solidarios. Por lo tanto, en lugar de una hoy improbable revolución permanente, o de una recaída social-liberal, se abre el espacio para la invención de un proceso permanente de reformas, con las cuales el propio capitalismo realmente existente tenga dificultades para convivir y, por esa razón, pueda ser desestabilizado, dando lugar a transformaciones importantes.

Capitalismo e ilegalidad

La respuesta neoliberal a la crisis del capitalismo, especialmente después de 2008, en la medida en que fortalece su dimensión financiera y concentradora, es cada vez más agresiva. Las resistencias que encuentra en la sociedad provocan la utilización creciente de soluciones autoritarias, propias de un Estado de excepción y que hieren la institucionalidad misma que las clases dominantes dicen haber creado y defender.

“La legalidad nos mata”, había dicho ya el conservador Odilon Barrot, al sentirse amenazado por el ascenso del proletariado en la Francia del siglo XIX. La atracción por el Estado de excepción por parte de las burguesías fortalece la dimensión democrática de la lucha de los trabajadores. La defensa de la soberanía popular –esencia de la democracia– es cada vez más importante. De la misma forma, la renuncia de un efectivo proyecto nacional de desarrollo por parte de las actuales clases dominantes entrega centralmente a los trabajadores la defensa de la soberanía nacional. Por no haber entendido esa problemática, fuerzas liberales y progresistas sufrieron recientemente importantes derrotas electorales frente a propuestas de extrema derecha, como ocurrió en el Reino Unido y en los Estados Unidos. Lo grave es que esas propuestas regresivas hayan contado con la adhesión de amplios segmentos populares.

Si es cierto que los hombres hacen la historia sobre la base de condiciones económicas, sociales, políticas y culturales previamente dadas, no es menos cierto que la historia es construcción colectiva. Si así no fuera, estaría consagrado un marxismo vulgar, según el cual la política y la acción que lo acompañan no pasarían de ser un teatro de sombras que reflejaría un drama cuya existencia real estaría en las estructuras del capitalismo, como si esas estructuras no fuesen determinadas también por la lucha de clases.

Teniendo claro que la revolución de los años sesenta no estaba más en el orden del día, los gobiernos y partidos progresistas siguieron el camino de reformas inclusivas. Pero no fueron capaces, en la mayoría de los casos, de impulsar un reformismo fuerte, para retomar una expresión cara a la izquierda italiana, capaz de dar permanencia, continuidad y sustentabilidad política a las importantes transformaciones en curso.

El mal no está en hacer reformas y dejar de “hacer la revolución” o esperar por ella una eternidad, limitándose al ejercicio crítico del capitalismo o de los desvíos de las izquierdas. El problema está en no inscribir un proceso de reformas en una visión de largo plazo de transformación social, política y cultural, capaz de movilizar a una sociedad que no puede ser reducida al papel de espectadora. Es el lazo constante de gobiernos y partidos con la sociedad el que impide una lectura individualista y conservadora de las transformaciones en curso, como ha aparecido en muchas investigaciones.

No vivimos más en aquel mundo donde los trabajadores y sus organizaciones constituían lo que Annie Kriegel llamó “contra-sociedad”, una especie de atmósfera política y cultural distinta y separada del universo burgués. Nunca, como ahora, las ideas dominantes pasaron a ser las ideas de las clases dominantes, en función de los instrumentos totalizantes (o tal vez totalitarios) que las burguesías empezaron a tener a nivel global. Todo ello hace de la lucha por la hegemonía política y cultural una batalla extremadamente compleja y permanente, pero sin duda absolutamente necesaria.

El hecho de que en los días que corren las clases trabajadoras latinoamericanas no visualicen su emancipación como resultado necesario e inmediato de una ruptura con el orden económico vigente no implica que ellas se hayan transformado en aliadas de un proyecto que se revela globalmente cada vez más concentrador de riqueza y autoritario a escala mundial. El capitalismo financiero, más de lo que fue en el pasado, no se limita a la explotación y desvalorización creciente del mundo del trabajo. Se revela igualmente racista, misógino y oscurantista. Se amplía, así, el espectro de contradicciones y, también, de enfrentamientos con ese proyecto que, cada día que pasa, retira la esperanza del horizonte de la mayoría de los pueblos del mundo.

Se trata de conocer mejor ese proyecto en acelerado cambio, no sólo por imperativo ético e intelectual, sino también por necesidad política. Pero reunir esas dos dimensiones –teórica y práctica– es una iniciativa que tiene como punto central la aproximación, cada vez mayor, de los intelectuales con aquellos que viven esas nuevas situaciones y en cuyas manos está la responsabilidad de retomar, criticar y profundizar el ciclo progresista que marcó a América Latina en este inicio de siglo y que tantas esperanzas suscitó aquí y fuera del continente.

Los sujetos de las transformaciones no existen tan sólo en la teoría, no se deducen de las “estructuras”. Ellos se construyen en su accionar, en la lucha de clases. Ese es el desafío al que se enfrenta el progresismo latinoamericano«.


Argentina Militar IV – Armas usadas en Malvinas. Y en otros lugares

julio 29, 2017

Seguimos con estos capítulos de la saga Argentina Nuclear, enfocados en el armamento empleado en la Guerra de Malvinas, y en otros conflictos menos mentados, como los enfrentamientos entre «azules» y «colorados». Porque nos interesan todas las tecnologías que, con uso militar o civil, pueden servir para desarrollar nuestra base industrial. O, lo que es igual de importante, la capacidad de nuestros técnicos.

Este es el capítulo 59° de Argentina Nuclear, y el 4° de la saga dedicado a las armas usadas, y las que se debieron haber usado, en la Guerra de Malvinas.

  1. Acerca de aviones comprados al cuete

SUE

Un SUE catapultado por el ARA 25 de Mayo. La foto es obviamente de posguerra y muestra detalles de interés: 1) El avión despega sin el Exocet bajo el ala derecha (el cilindro fuselado es un tanque externo de combustible), 2) El oleaje evidencia buen viento de proa, 3) La módica cubierta está muy peligrosamente atestada.

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naves

Una comparativa de tamaño de los 4 buques más importantes de la Guerra de Malvinas: nuestro 25 de Mayo está en el límite inferior para operar jets chicos de aterrizaje y despegue convencional. Son más generosos los 2 portaviones livianos ingleses, que usaban el Harrier, de despegue cortito y aterrizaje vertical. Abajo, el “container”  Atlantic Conveyor, que también trajo Harriers: fue la pérdida que más lastimó a los británicos (rumbeó para el fondo con helicópteros y carpas).

Va contra la percepción colectiva nacional criticar la compra de los aviones Super Étendard (SUE) y de sus misiles antibarco Exocet. Después de todo, constituyeron el sistema de armas más exitoso de la guerra de Malvinas, al menos por parte argentina: de 5 misiles disparados, 3 hicieron blanco: uno en el HMS Sheffield el 4 de mayo de 1982, otro en el “container” Atlantic Conveyor el 25 de ese mes, y el último en el portaaviones HMS Invincible el 30 (cosa que Gran Bretaña aún niega).

Lo que me propongo mostrar es que había mejores opciones: usar sólo el misil, la computadora de vuelo del SUE y el radar de tiro Agave en otros aviones mejores, más compatibles con nuestro único y flojo portaviones, y sobre todo, más baratos. No se estudiaron porque, creo, implicaban romper un código de honor en las compras navales: se adquieren paquetes tecnológicos cerrados, como Ud. cuando rompe el chanchito en una concesionaria y se vuelve a casa con un Ford, o un Fiat, o un lo que quiera. Nada de abrir el paquete. ¿Juntar el motor de un Honda con la transmisión doble de un Subaru y el monocasco de un Citröen? En la concesionaria le van a decir que ésas son herejías para pibes tuercas con mucha plata y tiempo para rascarse. Y que Ud. es un comprador que no está para pavadas. Y si la compra se hace a ciegas, ayudada porque junto con el Renault venían viajes y estadías a Francia, “tout compris”… Bueno, sin duda es un hermoso país.

Pero si un gaucho tiene garaje en el rancho, es probable que aún comprando como un gil, tenga el recaudo de que el auto quepa adentro. No basta con que franquee el portón. Las puertas deben abrir con el ángulo necesario para que baje o suba una persona que no sea faquir o contorsionista.

Sin embargo, la Armada, tan profesional, lleva comprados 40 jets de ataque total o parcialmente incompatibles con aquellos dos portaviones que supo conseguir, y que eran un clavo, pero que ya tampoco tiene. Y es mejor tener alguno. Especialmente, si se lo podía mejorar metiéndole mano aquí, como fue el caso del 25 de Mayo. Sobre eso, prometo info jugosa, ténganme paciencia.

La cifra ahora es de 46 aviones embarcables comprados al cuete, por una reciente decisión del presidente Mau de comprar 6 SUE dados de baja en 2016 por Francia.

En plan de discutir el avión, el SUE está operativo desde 1978 y voló con escaso éxito hasta su última versión SEM (SUE Modernisé) y su jubilación definitiva. Los jubilados recientes tienen más aviónica y 5 puntos para colgar cargas de todo tipo, desde misiles aire-aire a paquetes de contramedidas, amén de una panoplia de municiones antibarco y antitierra. Es decir, no es el avión que volvimos demasiado famoso, al decir de Borges, en 1982. Pero además de más pendorchos sub-alares, cargan con casi 40 años de desgaste estructural y falta asegurada de repuestos. Y esa vejez en un avión que vivió embarcado, vale más, porque las brutalidades que sufre la célula en despegue y aterrizaje desde cubierta son incomparablemente más severas que si se opera desde una pista terrestre.

Los lectores pueden dudar de la sapiencia de comprar aviones embarcados no teniendo más portaviones, y en la Armada de hoy le podrían decir con honestidad que ya no son almirantes sino CEOs los que toman las decisiones, pero que si no fuera así, de todos modos es costumbre y tradición. ¿Acaso en 1957 y 1958, cuando la chequera la tenía el almirante Isaac Rojas, no compró 24 Grumman Panther y 2 Cougar que… en fin, no podían operar desde el recientemente adquirido ARA Independencia, porque, bueh, … el barco era chico, sus máquinas una ruina y su catapulta un chiste? Lo peor era la catapulta. En agosto de 1963, un Panther logró “apontar” en emergencia en el barco, pero se apeó del mismo despacito y colgando en grúa. Hay fotos del avión en la cubierta del Independencia, como prueba. Qué año movido para los Panther, 1963.

No hay nada de malo en tener una flota de ataque “embarcada en tierra”, porque el mar es un sentimiento. Un almirante criollo puede lo mismo estar en La Quiaca o Ulan Bator, y sigue siendo más marino que la sal. Además, a fines de los ’50, operar desde la Base Aeronaval Punta Indio, adonde fueron aquellos Panther, era estar bien cerca del enemigo real: el Ejército y su residual e incorregible antiperonismo de bajas calorías, siempre propenso a fragotes con el tirano prófugo. En Magdalena, se estaba a tiro de los blindados del 8vo de Tanques de Magdalena y el 1ro de La Plata, para tenerlos cortitos.

De modo que lo único discutible de la compra fue que los aviones venían desde Corea muy fajados, y en 10 años no quedaba en todo el planeta ninguno en condiciones de volar, por falta de repuestos. Sin embargo  la mayor merma de vida útil de los Panther ocurrió el 2 de abril (nada menos) de 1963, con José María Guido como presidente según alguna constitución (no la de aquí), cuando los colorados (talibanes del antiperonismo militar) decidieron poner al resto de las FFAA en orden, con gran limpieza de tibios. Y el napalm limpia como mano de santo.

El general “azul” del Ejército Alcides López Aufranc, irritado por los 24 Sherman Firefly incinerados por los Panther del audaz capitán de navío Santiago Sabarots el 2 de abril, al día siguiente cargó contra Magdalena con más tanques, traídos desde Campo de Mayo y La Plata. Antes que él llegó la Fuerza Aérea, agarró a los navales en tierra y les liquidó 5 aviones. Cuando llegó, jadeante, López Aufranc con sus blindados, Sabarots se había volado a Uruguay, según usos y costumbres de la fuerza consagrados el 16 de junio de 1955 en Plaza de Mayo. La base estaba vacía, salvo por 5 infantes de marina muertos y 3 heridos, amén de 24 aviones totalmente destruidos. ¿Por Sabarots? ¿Por la Fuerza Aérea? ¿Por López Aufranc? Clío, la musa de la Historia, duda. Es fama que el frustrado don Alcides se quedó un rato destruyendo lo que pudo. El general Juan C. Onganía, azul summa cum laude y reservado para mayores grandezas, no lo dejó arrasar los edificios, pero no objetó que López Aufranc fuera inmortalizado como “El Zorro de Magdalena”.

Cuando los altos jefes fumaron la pipa de la paz y enterraron el tendal de colimbas achicharrados (24 muertos, 85 heridos, mínimo), el Comando de Aviación Naval (COAN) se vio en crisis: mucho Panther perdido y desabastecimiento mundial de aviopartes: sólo la Armada Argentina los había comprado, acaso quizás porque la Grumman los sacó de producción en 1958, es decir no bien EEUU cobró la venta.

En 1965 cuando casi se arma con Chile por su ocupación de Laguna del Desierto, en Santa Cruz, algunos Panther todavía pudieron volar hasta Comodoro Rivadavia, amenazantes y a la espera, pero ya venían –otra costumbre criolla- devorándose unos a otros por repuestos. En fin, por suerte a la larga quedó uno para “gatekeeper”, es decir estatua bonitamente pintada e incluso linda, si uno carece de veneno en la memoria. Efectivamente, hasta 1988 hubo un Cougar (un rediseño del Panther) frente al Edificio Libertad, hoy reemplazado por un A4-Q.

En alguna analogía con el síndrome Panther, fuimos, somos y parece que seremos un tiempo más (no mucho) el último, único y solitario operador del SUE en todo el planeta, y sin duda serán bonitos “gatekeepers”. 6 inminentes estatuas por sólo U$ 10 millones. Pasaba por el Faoubourg Saint Honoré y los vi en la puerta del Palais de L’Élysée, mon cher. Estaban de oferta, con una latita “absolument chic” encima del cockpit.

Sus futuros pilotos, aunque estén muy acostumbrados a volar chatarra, deberán ser especialmente intrépidos.


Música para el fin de semana – Linkin Park «Numb»

julio 28, 2017

La semana pasada Chester Bennington «se fue de gira». Su estilo no estaba entre mis favoritos, pero tenía una gran voz para sus temas. Y su muerte golpeó a muchos jóvenes. Supongo que expresaba bien lo difícil que es ser joven en los tiempos del rock. (Uno piensa que en Passchendaele la pasaron peor, pero cada tiempo tiene sus dificultades). El video es hermoso y triste.


Durán Barba contra los Superhéroes

julio 28, 2017

Comic

Alguna vez dije que PanamáRevista era una publicación de jóvenes intelectuales a los que les había desilusionado la experiencia kirchnerista. Pero que no habían encontrado nada mejor.

No sé si a Pablo Touzon le cabe esta descripción. Pero este análisis de lo que piensa Durán Barba y del mundo que este prestigioso consultor impulsa, tiene ese tono, entre furioso y resignado, que encaja con el perfil.

Como sea, en estos días intensos que estoy recurriendo a material ajeno para el blog, este artículo es de lo más lúcido, y menos atado a la coyuntura, que encontré. Igual, claro, no me privo de un comentario al final.

EL HOMBRE ALGORITMO

“La opinión pública es cada día mas autónoma, debilita el poder de los lideres, de las organizaciones y de los partidos, y no depende del aval de los medios de comunicación ni de ninguna institución. La red aumentó exponencialmente la autonomía de la gente y eso esta en la base de la crisis de la democracia representativa. Antiguamente, los ciudadanos sentían la necesidad de que los representaran estructura políticas, sindicales y de otros órdenes. Ahora se conectan con el mundo cuando quieren, obtienen información, pueden transmitirla casi sin limites, no sienten la necesidad de que otros hablen por ella y no quieren ser representados”

Jaime Durán Barba y Santiago Nieto “La política en el siglo XXI- Arte, Mito o Ciencia”

Duran Barba es el último positivista. O al menos eso parece desprenderse de la lectura de su último libro escrito en conjunto con su socio Santiago Nieto. La idea de Ciencia con C mayúscula, del “método científico para la política”, las referencias a Galileo Galilei, Newton, Einstein, no dejan lugar a dudas. El método duranbarbista no se considera a sí mismo como una hipótesis, ni siquiera como una teoría, sino como una verdad científica. La transformación definitiva del concepto mismo de la política a causa del desarrollo tecnológico: en definitiva, un diagnóstico empírico e inapelable. Una teleología histórica que parte de Cristóbal Colón para terminar en Mauricio Macri. Un sentido de la Historia, ni más ni menos.

¿Tiene razón Durán Barba? La lectura del escenario político, y el aspiracional “moderno” y “horizontal” de las campañas electorales de este año parecerían darle la razón. Todos quieren el “método”, aunque mas no sea para usarlo con otros fines (pensando ingenuamente que en este caso el fondo es separable de la forma). El ego a cielo abierto que destilan tanto el libro como sus declaraciones periodísticas parece justificado. Durán Barba invierte la ecuación de la economía de la soberbia latinoamericana. Un ecuatoriano que triunfa en Buenos Aires, capital de esa Francia Wannabe, el país mas politizado y “culto” de América Latina, y demuele sus certezas. Como si pudiese pasearse, socarrón, por la Avenida Corrientes y decir: “Yo les gané a todos ustedes”.

La Argentina política del 2013 a esta parte remeda en algo a la película “La Gran Apuesta”. En esta última, un grupo de financistas prevé la crisis inminente del sistema financiero del 2008, opera en consecuencia, y de esta quiebra obtienen millonarias ganancias. En Argentina, todos aquellos que apostaron a la crisis de la burbuja subprime del peronismo, empezando por Macri pero siguiendo con Massa y la misma Cristina Fernández obtuvieron dividendos de la caída. Y quebraron aquellos que no. El verdadero trasfondo y triunfo político del duranbarbismo se da en el marco de esta realidad empírica.
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¿Y porque no habría de caer el peronismo? Desde fines de los años 80 el mundo no asiste mas que a una sucesión infinita de caídas y desmoronamientos. El Muro de Berlín y las Torres Gemelas. Lehman Brothers, Ghadaffi y Hosni Mubarak. El Partido Republicano, el Bolivarianismo  y el Partido Socialista  francés. Todo lo sólido se desvanece en el aire, es la divisa. Con un Cisne Negro de logo en la bandera. Esta erosión de los poderes establecidos, este “fin del Poder” es el escenario global, el mundo en el cual se mueve y triunfa la política duranbarbiana.
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Sin embargo, la trampa de la ciencia duranbarbista es que es en parte diagnóstico y en parte programa. En parte interpreta que así es el mundo y en parte quiere que así lo sea. Hay una agenda: una guerra a la intensidad política. A la “sobre-politización” entendida como el pecado original argentino.
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En este sentido, la solución duranbarbiana a la crisis de la representación política -y de ahí su nihilismo- consiste en profundizarla. El timbreo como puesta en escena del fin del poder. La imagen “horizontal” del hombre mas poderoso de la Argentina tomando mate con un panadero emocionado, como si fuesen iguales, disuelve la idea de responsabilidad política. Al final del día, uno vuelve a hacer pan, y el otro a la Presidencia de la República. Y la equivalencia entre uno y otro, esencialmente falsa, cristaliza la idea de la política como mero acompañamiento terapéutico. No resuelve los problemas, los admite y los entiende. Y a veces, si es necesario, también los relata. Los saca a pasear un rato el fin de semana.

Las imágenes de la “desdramatización” del Poder. La banda del ejército francés tocando “Daft Punk” y el Perrito Balcarce en el Sillón de Rivadavia. Una desacralización que muestra en carne viva la obsolescencia  de la política como actividad, su “chiste”, su pérdida de sentido. Como si solo fuese posible estetizar actos de cercanía, en vez de gobernar. Como esos padres que se visten parecido a sus hijos y quieren ser sus amigos. Y con la resignación de que las grandes decisiones ya se toman definitivamente en otro lado. Ahora le dicen gradualismo.

¿Cuál es el reemplazo del poder fallecido? La Sociedad, con S mayúscula. Gobernar como el equivalente de colocar un espejo gigante delante de la sociedad. Y los focusgroup como piedra angular del método científico para intepretarla. En realidad, el anteúltimo paso antes del Partido de la Red. Una concepción liberal pero no republicana. Como sostiene Alejandro Galliano acá: “Hay un conflicto inevitable entre la lógica del focusgroup y la del republicanismo, quizás porque ambas son tecnologías, cajas de herramientas para tejer vasos comunicantes entre la sociedad y el Estado. La filosofía política del focus parte de un sujeto consumidor, permeable, de identidades flotantes, que se realiza en lo privado, sin mediación entre un deseo no necesariamente racional y el mercado como única red institucional que une los fragmentos de una sociedad altamente segmentada. Y, lo más importante, es un individuo cuantificable, previsible.” Sarmiento vs Macri,

Es así que en realidad la eliminación de todas las instituciones políticas intermedias (sindicatos, partidos, iglesias, Estado) rompe todas las barreras que aún existían entre el ciudadano (hoy individuo) y el Mercado, postulando una nueva clase de representación política análoga al funcionamiento del consumidor en la economía capitalista, cuyo resultado real es amplificar el poder real de los que ya lo tenían. Aunque todos nos tuteemos y subamos videos a Youtube.

El político duranbarbiano tiene que ser en este contexto, y con esta lógica, de baja intensidad, casi invisible, apenas una fina polea de transmisión, lo mas anodina y simpática posible, entre el individuo y el mercado. Un gestor, un mero administrador, al cual le ha sido prohibido morder la fruta prohibida de la política, su sentido nuclear: la decisión. El algoritmo no genera un Hitler ni un Stalin, pero tampoco un Churchill o un Mandela. El político de la era de la Inteligencia Artificial y la automatización ya no decide en el sentido profundo del término, solo interpreta vía tecnológica los resultados de un algoritmo y luego, si puede, ejecuta. Y, sino, simula que lo hace. Él mismo es el resultado de un algoritmo, y, por ende, solo un promedio de lo que debe representar. “Parecido a vos”, tal vez demasiado. Tal vez incluso un poco peor. En ese sentido, es lógico también que profundice la Grieta. Como Spotify o Netflix, ofrece siempre mas de lo que al consumidor ya le gustaba.

Componer utilizando algoritmos es la nueva tendencia musical en el mundo del rock. Mediante distintas herramientas tecnológicas, es posible establecer el “minuto a minuto” de una canción, los acordes que “pegan” y los que no. El resultado es una homogeneización creciente de la producción musical, una indiferenciación estética cada vez mayor: todo suena lógicamente igual. Y en la política algorítmica sucede exactamente lo mismo. Representa el fin de la creación y la imaginación, del aporte individual, de la acción pionera. De la política como arte. La niega en su misma esencia, y la mediocridad que emana de ahí no es un error, sino su misma búsqueda final: el Hombre Algoritmo.
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Thomas Carlyle hablaba de cómo las sociedades para avanzar en determinados momentos precisos de su historia necesitaban de grandes hombres, que pudiesen interpretar y liderar hacia el futuro: los llamó los Héroes, y son la antítesis perfecta del Hombre Algoritmo. En el fondo, son concepciones opuestas de lo que significa representar. Una que se sostiene en el puro presente, la otra que rompe el determinismo histórico y aventura alguna idea de futuro. La crisis del liderazgo es precisamente esto: la crisis de una idea de futuro. El Héroe decide muchas veces contra la Historia, e incluso muchas veces contra los deseos inmediatos de sus representados. Introduce una novedad. De realizarse, es probable que un timbreo en la Francia de 1940 hubiese dado como resultado la inmediata idea de rendirse frente al poderío militar nazi. De hecho, es lo que sucedió. Pero Charles de Gaulle, quizás el paradigma mas perfecto del héroe en la historia del siglo XX, cruzó solitario el Canal de la Mancha y dijo “no”. ¿Existe algo más mesiánico que proclamar “Francia soy yo”? ¿Existió algo mas necesario? ¿O era el viejo General un “intenso sobrepolitizado”?
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En el curso de un puñado de décadas, es probable que la mitad de la población mundial se encuentre desempleada por la feliz “sociedad del conocimiento”, que la crisis ecológica regale algunos tsunamis por año y que el fin del crecimiento continuo augure una era de conflictividad social improcesable por los canales ordinarios. La robotización del trabajo, se acepte o se demore, no tiene solución inscripta en el desarrollo “normal” de las cosas o en el mero sentido del “Progreso”. Harán falta decisiones políticas. Decisiones heroicas.

Por esto es el enemigo fundamental: “liderazgo autoritario”, “Mesianismo”, “Macho Alfa”, la muerte del Héroe es la piedra angular del programa duranbarbiano. De lo quiere y necesita, no solo de lo que describe. Como si dijese, “que el algoritmo que está matando al rock, mate también la política”.

Como dije en la introducción, Touzon describe con precisión, y bisturí afilado, el evangelio de Durán Barba. Pero sostengo que lo toma demasiado en serio. Sin duda, J. D. B. es un profesional brillante, un consultor exitoso, y ha tenido un papel clave en el ascenso de Mauricio Macri a la Presidencia. Pero como sociólogo, como estudioso del mundo moderno, vende humo.

Es cierto que la mayor parte de los seres humanos normales no se interesan en la política (y lo bien que hacen, diría un cínico), no prestan mucha atención a los discursos ideológicos, y se deciden por afinidades emotivas, simpatías y antipatías, muchas veces en contra de sus propios intereses. ¿Y qué hay de nuevo? Eso lo sabe cualquier profesional de la publicidad comercial. Esa era la realidad de la política en la República Romana, y antes en Atenas.

Durán Barba repite, en una versión cool, adaptada a su público -si lo hubiera contratado el peronismo usaría otro tono, más intenso- el discurso del fin de las ideologías que repitió con entusiasmo Fukuyama, en otro momento, y con dolor Bauman y Zizek, y antes de ellos Marshall Berman. La modernidad como una «forma de experiencia vital en la que todo se percibe como cambiante, nada permanece en su sitio y todo lo sólido se desvanece en el aire» ¿Hace falta recordar que la cita es de Marx?

La nostalgia por el Héroe es también antigua. Byron se quejaba hace algo menos de 200 años que en Europa ya no regía la «noble audacia de Napoleón» y sí Rothschild y Baring. Y ese es el punto donde estoy en desacuerdo que la lectura que hace P. T. de Durán Barba.

La política es siempre personal. Donde existen, estructuras muy sólidas -la Iglesia Católica, el Partido Comunista chino- proporcionan continuidad. En otro tiempo, lo hacían dinastías… mientras tenían los recursos. Pero nunca eliminaron, ni eliminan, el factor del carisma, el genio o la locura individual.

En nuestros países, donde las estructuras no son exactamente un ejemplo de solidez y continuidad, los liderazgos individuales existen. Y cómo. Las mismas sociedades los crean, según los necesitan. Sin interesarse mucho en la política, justamente. La delegan.

Eso sí, haríamos bien en recordar que nuestros Héroes, o Heroínas, no tienen superpoderes. Esos son los de DC, o Marvel. Después de todo, aún aquellos con estatura por encima de la media, un De Gaulle fue desacreditado por una rebelión estudiantil; un Perón, no pudo detener la locura setentista ni consolidar una sucesión estable.

Mi modesta conclusión es aún más obvia que las de Durán Barba: los líderes, los Héroes, también necesitan organización, y política.


Macron, que no es Mauricio

julio 27, 2017

jupiter macron

Como han podido ver, la actualidad no me está dejando tiempo para reflexionar sobre el escenario internacional. Ni mucho para reflexionar, punto.

Por suerte mi amigo Juan Chingo, redactor de La Izquierda Diario, me envía desde París copia de sus informados artículos (Sólo edito los párrafos dirigidos específicamente a los lectores troskistas. La nuestra, como dice Moreno, es una revolución de amor y paz. Con algunas peleas, cierto).

Este es un análisis muy detallado de la situación de Emmanuel Macron, y del proyecto en que se ha embarcado la dulce Francia. Por buenas y malas razones, de interés para nosotros.

Chingo lo califica de «bonapartismo débil». Como un bonapartista convencido, digo que no es así. Macron no se coloca «por encima de las clases», más allá de la retórica. Es un proyecto de las clases más acomodadas y dinámicas de la sociedad francesa. Pero con una base más sólida, y ejecutado con mucha mayor inteligencia, que la triste imitación que soportamos aquí. Incorpora alianzas sociales, en lugar de sobornos y carpetazos (Una de las razones por la que nos interesa seguirlo de cerca).

Igual, concuerdo con J. C. que ese proyecto enfrenta problemas muy reales. Eso sí, es posible que sea la última, débil, esperanza de la Unión Europea como la conocemos.

«Su intención de pasar una reforma laboral más ambiciosa que la ley El Khomri, adoptada en julio de 2016, a la vez que la nueva ley antiterrorista que busca introducir en el derecho común disposiciones del estado de emergencia, son dos muestras. Así con ésta última ley, las autoridades podrían vigilar a cualquier persona si existen «motivos serios» para pensar que su comportamiento representa una amenaza «particularmente grave» para la seguridad. También podrían impedir la circulación de personas más allá de un «perímetro geográfico determinado» y realizar allanamientos día y noche, dos medidas que hasta ahora solo podían llevarse a cabo bajo el estado de emergencia y de las que las autoridades francesas han abusado desde los atentados terroristas de 13 de noviembre de 2015 para frenar las protestas sociales. De un modo caricaturesco, las ínfulas de salvador supremo de Macron lo han llevado a considerarse a sí mismo como por encima de los simples mortales, como “un presidente jupiteriano”, como dijo en octubre de 2016 en una entrevista con la revista Challenges. Pero detrás de esta imagen, la realidad es más terrenal.

Gracias al hundimiento del Partido Socialista, el macronismo ha permitido unificar políticamente a la gran burguesía anteriormente separada por la división derecha/izquierda y a importantes sectores de las clases medias superiores alrededor del proyecto neoliberal. Pero más allá de la apariencia de una amplia mayoría parlamentaria de la que goza la formación política del presidente (La Republica en Marcha), su base social es frágil, aprovechándose por el momento de una oposición debilitada y fragmentada a la vez que una parte de la derecha apoya su programa económico, de seguridad y represivo. Es que, como hemos dicho en anteriores artículos, éste naciente bloque burgués es socialmente minoritario en el país.

Es que, contrario a toda la demagogia de la llamada entrada de la “sociedad civil” a la Asamblea Nacional, el macronismo fortalece aún más la exclusión del campo político no solo de los sectores populares sino incluso de sectores de las clases medias, base clientelista del viejo bipartidismo. Pero como dice Stefano Palombarini, autor junto con Bruno Amable del libro que hemos citado en otra ocasión “L’illusion du bloc bourgeois”: “La estrechez de la base social de Macron no es un obstáculo a la altura de su ambición de ’reformista’. Más bien, es la conciencia de la fragilidad del nuevo bloque social que obliga a Macron a actuar rápido y duro. Uno puede predecir fácilmente que después del Código de Trabajo, el gobierno atacara a las instituciones que organizan los sistemas de protección social y de pensiones, o también el alcance de los servicios públicos y el status de la función pública: porque el objetivo es una transición muy rápida y completa del capitalismo al modelo neoliberal”.

Pero si el macronismo se apoya por derecha en todos los mecanismos antidemocráticos de la V República y que fueron reforzados durante el último quinquenato para avanzar rápido, su “magia” en sus dos primeros meses no podría ser tan eficaz sin una pieza central del régimen (a la vez que actor de la “sociedad civil” o de los llamados cuerpos intermedios) por izquierda: las direcciones de las grandes confederaciones sindicales. Como explica el editorialista de Le Monde, Michel Noblecourt, con respecto a la anunciada reforma del código de trabajo: “El gobierno encontró la martingala para hacer pasar la píldora. Se rehabilitó el rol de la [negociación colectiva por] rama de actividad, satisfaciendo de un solo golpe a FO, CFDT, CFTC, CFE-CGC y UNSA, reforzando su ‘función de regulación económica y social’”. Y agrega sobre el cambio de método del ejecutivo con respecto a sus anuncios pre electorales: “Consciente de la fragilidad de su omnipotencia -la tasa de abstención en las presidenciales, más aún en las legislativas, y los resultados de Marine Le Pen y de Jean-Luc Mélenchon confirmando la ira de una sociedad que tiene los nervios de punta-, el jefe de Estado prometió que los decretos sobre la reforma de la legislación laboral estarían precedidos de una genuina concertación”. Agreguemos solamente que la CGT a pesar que ha comenzado a denunciar como una fachada esta mesa de negociación y llama a una jornada de acción en las calles el 12 de septiembre próximo, no se ha retirado en lo más mínimo de la misma.

Durante la campaña electoral, Macron había desplegado su agenda neoliberal prometiendo a los empresarios de reducir el gasto público de forma audaz, “al mismo tiempo que” reducir los impuestos, empezando por los sectores más afortunados como la reforma del Impuesto sobre la Fortuna (ISF) o la reducción impositiva para las empresas, a la vez que reestructuraba en profundidad el mercado de trabajo. Pero en el momento de dar el puntapié inicial de las reformas, su mano tembló. Este es el significado de los diez días de zigzagueo fiscal del Ejecutivo a fines de junio y comienzos de julio, que le condujeron, en un primer momento, a retrasar el calendario de reformas tributarias, antes de regresar a los compromisos iniciales por la presión de los apoyos más neoliberales del presidente y de parte de sus seguidores.

Como lo grafica la principal editorialista de Le Monde, Françoise Fressoz: “A fuerza de oír al presidente de la Republica prometer una ‘transformación’ profunda del país en los próximos cinco años, habíamos llegado a creer que ya todo estaba atado. Sólo había que observar el incesante desarrollo de un plan bien estudiado. Las circunstancias políticas excepcionales creadas por Emmanuel Macron reforzaban esta idea. Disfrutar de una abrumadora mayoría en la Asamblea Nacional, mientras que la oposición está en un estado de estupefacción ofrece una oportunidad para la reforma que no se presenta dos veces. Sin embargo, ¡sorpresa! La mano del ejecutivo tiembla, desde el principio, un gran lío con los impuestos, un material altamente inflamable, apenas unos días después de la declaración de política del primer ministro, Edouard Philippe, concebida para poner en marcha reformas”.

Pero detrás de estas idas y vueltas de la Macronia, dos derechas cohabitan: “Una, juppéiste [por el ex primer ministro de Chirac, Alain Juppé], se muestra cauta: para contener el déficit fiscal dentro del límite del 3% del producto bruto interno, ella privilegia el alisamiento en el tiempo de las rebajas de impuestos para evitar un fuerte golpe en el gasto público. Es como si el recuerdo de las grandes huelgas de 1995 resurge mientras que los empleados públicos tienen la sensación de estar en la mira con el congelamiento del índice salarial, la reducción anunciada de sus efectivos o aun el aumento de la contribución social generalizado [un impuesto que los afecta especialmente]. La otra derecha, más liberal, favorece la reducción de impuestos que podrían desencadenar un shock de confianza, incluso aumentando la dosis requerida de ahorros presupuestarios”.

Y acá estamos de nuevo, tanto criticar la gran burguesía al hollandismo, sus dudas y las llamadas dos izquierdas (una reformadora y moderna y otra, según su visión, anticuada y que impidió gobernar) que, sin siquiera pasar aún a la acción, dos derechas salen a la superficie en el primer gobierno de Macron. O dicho de otra manera, en el nuevo Ejecutivo que supuestamente iba a superar todos los obstáculos a la reforma de los antiguos bloques de derecha e izquierda que se sucedieron en el poder en las últimas décadas al romper todo compromiso con la base popular ni siquiera de forma demagógica con su nueva oferta política, nos encontramos de alguna forma el fantasma que recorre a los distintos gobiernos franceses desde la huelga general de estatales de 1995, que reactualizó la idea que las brasas de 1968 pueden siempre volver a prenderse.

Más grave aún es su difícil decisión en favor de una mayor austeridad, que abrió un frente impensable en el seno de la clase dominante y con uno de los pilares de derecha de su bonapartismo: las FFAA, alabadas y mimadas por miles de gestos desde su asunción. Después de una amarga disputa en torno a los recortes del gasto en defensa, el jefe de las Fuerzas Armadas francesas renunció, abriendo una crisis histórica en tiempos de paz con el Ejecutivo, expresión a la vez del reforzamiento en todos estos años del poder de facto de los militares en la escena pública.

Su primera crisis importante ha llegado la última semana: un golpe para Macron, su primer enganche del traje de monarca republicano que trata de vestir de forma exagerada desde que asumió. Hasta esta crisis, Emmanuel Macron era intocable, alabado de forma obsecuente por todos los medios y la ausencia casi de oposición política. Después de esta crisis, el poder jupiteriano se volvió al alcance de tiro: todos sus oponentes políticos de la extrema derecha a la izquierda reformista de Mélenchon, pasando por los republicanos incluido el bloque constructivo que se desprendió en el parlamento para apoyar a Macron y lo que queda del Partido Socialista, fueron por una vez unánimes en denunciar su actitud hacia las FFAA. Las declaraciones brutales del vocero presidencial el viernes una vez que la crisis se creía cerrada con el nombramiento del nuevo jefe de las FFAA y la visita de Macron a la base aérea de Istres donde intento con un uniforme ridículo de Top Gun cerrar las heridas con los militares, responde no solo a las ínfulas de pequeño Bonaparte sino fundamentalmente a su conciencia de la fragilidad de su poder: en medio de que está en una prueba de fuerza con el mundo del trabajo, es muy peligroso que el poder muestre su vulnerabilidad.

Pero el mensaje puede haber producido lo contrario: un recordatorio tan abusivo de su autoridad que de tan explícito lo deja más descubierto que lo buscado con sus gestos autoritarios. Es que como dice un analista de Le Figaro, la “crisis llega en un momento delicado para Emmanuel Macron. En las últimas semanas, su popularidad comenzó a desmoronarse. Se mantiene por encima del 50%, pero la rentrée [periodo después de las vacaciones] se ve complicada para el jefe de Estado con la adopción programada por decreto de la reforma del Código de Trabajo y la elaboración del presupuesto de 2018, donde figurarán muchas medidas de ahorro. En este contexto, la crisis abierta con los militares puede contribuir a socavar la autoridad de Emmanuel Macron”.

… Es que efectivamente el giro en la coyuntura -y el estado de gracia que comienza a acabarse- que ha significado la elección de Macron en comparación con el periodo turbulento de las presidenciales, no ha cerrado la crisis orgánica del capitalismo francés, de la que la elección de Macron como presidente es una expresión y a la vez un intento de resolverlo, aunque el bloque burgués que él representa esta lejos aún de haberse impuesto como bloque dominante. Decimos esto no solo en relación a los sectores populares sino frente a otras fracciones de clase burguesa que dependen mucho del estado como es el sector armamentístico, los sectores de la construcción que dependen de las inversiones de las colectividades locales también llamadas a contribución presupuestaria por más de lo anunciado previamente o sectores del capital productivo que residen en el territorio francés que serán afectados por los recortes en presupuesto de investigación universitaria.

La polarización y la tensión que caracterizan a la sociedad francesa están lejos de haber desaparecido. Los ataques terroristas y su aprovechamiento reaccionario para provocar una ola aún más dura de islamofobia y racismo, el retorno del ciclo de la lucha de clases al fin del hollandismo después del paréntesis abierto por la derrota del movimiento contra las reformas jubilatorias en 2010 y posteriormente las expectativas decepcionadas de un gobierno de “izquierda”, la crisis política y el colapso de todos los partidos políticos establecidos desde la socialdemocracia y llegando incluso a la derecha tradicional y un largo etcétera, recuerdan que existen todos los ingredientes para una gran agitación política y social en el próximo período.

… Como dice alarmado el sociólogo para nada radical y reaccionario Michel Wieviorka, es que “existe un enorme potencial de violencia. Vivimos desde hace años con el terrorismo, el islamismo radical que debemos, por supuesto, seguir combatiendo. Y otras formas de radicalismo violento emergen: las protestas se pervirtieron por alborotadores; locales sindicales son atacados, la extrema derecha está bajo tensión. Cuando uno escucha a los votantes de Jean-Luc Mélenchon, sentimos rabia, ira, frustración… Si no hay respuesta a estas expectativas, no hay un tratamiento político, la violencia está en el horizonte”. O desde el campo de los encuestadores, Jérôme Sainte-Marie presidente de la sociedad de análisis y de consejos PollingVox, cuando afirma: “El orden político coincide con aquel de los intereses sociales… Esto hace que la política sea potencialmente más conflictiva, y crea una situación que no deja de recordar la de los años setenta. Después de décadas de apaciguamiento gradual, nos encontramos con un clima de odio mutuo y de miedo recíproco. Es por esto que espero enfrentamientos políticos y sociales como Francia no ha visto desde hace cuarenta años”. Sin hablar de alguien más cercano al poder como Raymond Subie, especialista en temas laborales y antiguo consejero social de Sarkozy, que a pesar de no parar de cantar loas al método macronista en relación a la futura reforma laboral, en una entrevista de hace un mes afirmaba que: “‘Hoy Emmanuel Macron está en un camino triunfal pero el material sigue siendo siempre muy inflamable’ ‘¿Francia puede siempre explotar?’, pregunta la periodista Audrey Crespo-Mara. «No ahora, pero más tarde “concluye su invitado”.


Comentando la obra «Expulsemos a De Vido!»

julio 26, 2017

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El mantener -con menos intensidad que antes, tal vez- un blog político descarga algunas obligaciones sobre uno, pienso. Entre ellas, no hacerse el distraído ante un acontecimiento tan publicitado.

Eso sí, no voy a opinar sobre el ingeniero De Vido. No he auditado los informes del Ministerio de Planificación, ni los múltiples expedientes judiciales abiertos en ocasión de denuncias (En nuestro país, una denuncia y un beso no se niega a nadie). El hecho es que hasta ahora no hay sentencia firme, ni siquiera temblequeante, en ninguna de las causas (Es cierto que ni las sentencias ni las absoluciones ya despiertan mucha confianza).

En cuanto a la obra en sí, «Expulsemos a De Vido!«, lo primero que uno nota es que ninguno de los actores -aún los verdaderamente compenetrados en su papel, discípulos del gran Stanislavski- tampoco parecían haber leído las causas judiciales, ni, en realidad, nada del asunto. Era una performance de pura bravura, como decían antes los aficionados al teatro. Pasión e histrionismo. Había que expulsar a De Vido, por la fuerza de la convicción que transmitían. Había que dar un ejemplo para acabar con la impunidad. Y a nadie se le debía ocurrir empezar con Mauricio Macri, que después de todo está en funciones.

Pero no soy crítico de teatro. Así que me parece más justo ofrecerles la oportunidad de ver la obra por ustedes (cortesía, en este caso, del diario La Nación. Aquí tienen un fragmento de 4 horas, sin cortes. Como aparecen figuras muy conocidas, desde hace tiempo, ustedes podrán juzgar su capacidad actoral.

Desde la política, de la que algo conozco, me llama la atención la insistencia de «los expulsadores» en castigar a la izquierda que no se unía al coro. Después de todo, tantos diputados de ese palo no hay. ¿Se siente una desesperada necesidad que ni un sólo voto anti K deje de ir a su lugar natural, en Cambiemos?

Más interesante, para mí, es la reacción del público al que está destinada la obra. Por lo que alcanzo a ver, hay una audiencia significativa, aunque algo menor a la que existía en los episodios López, Boudou,… ¿se percibe un cierto cansancio con el género?

Como resumen, me acude a la cabeza una frase del maestro de comunicadores Marshall McLuhan, que me recordaba hoy un distinguido prohombre del peronismo bonaerense «La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad«.


Evita, en las peleas de hoy

julio 26, 2017

evita marcha de la cgt

Evita, que consiguió el amor de los humildes y el odio de los oligarcas -y todavía conserva bastante de ambos, a pesar del Tiempo, ese gran desgastador- logró algo más. Que no sé si le hubiera gustado, o no. Es uno de los íconos argentinos reconocidos en todo el mundo, junto al Che Guevara, algunos ídolos deportivos, y ahora el Papa Francisco.

Eso sí, siendo nuestro país y nuestro pueblo como son, cada tanto rompe el molde de las estatuas y los homenajes convencionales, y se convierte, otra vez, en una bandera de pelea. Hoy… uno no la ve con el look que trata de conseguir Unidad Ciudadana, y seguramente no se llevaría bien con el triunvirato que ahora conduce la CGT. Igual, ella sigue convocando a los trabajadores, a los humildes.