El sábado pasado, víspera de elecciones, me decidí a pontificar sobre sus resultados en este blog (ver el post de abajo). Una arrogancia, basada en las encuestas, cuyos números me parecían razonables. Y corresponde reconocerlo, los promedios de Julio, Artemio, Ricardo, e ainda mais, no me dejaron hablando pavadas.
Mantengo entonces las opiniones que escribí. Y mi intención era, es todavía, elaborar para «El hijo de Reco» – al que tengo descuidado estos meses – un artículo donde explorara algunos futuros posibles que se abren para nuestro país, a partir del presente que muestran y definen estas elecciones. Pero saben qué? Nos vino a visitar un fantasma del pasado. Como dije en alguna parte, a los argentinos nos cuesta mucho dejar que los muertos entierren a sus muertos.
No pretendo decir que la amarga división de la sociedad en banderías políticas, el odio que despierta un liderazgo es una característica especial nuestra. Especialmente en Iberoamérica, los resentimientos ascentrales marcados por un matiz más oscuro o más claro en la piel se han volcado a lo largo de su historia en esa clase de luchas civiles (muy poco civiles, en realidad). Bolívar, Boves, Páez lo sabían muy bien. Hoy en Venezuela, estamos viendo un clivaje que se parece muchísimo al que vivìó Argentina a mediados del siglo pasado. Y las viejas generaciones de la diáspora cubana en Miami ¿cómo se llama lo que sienten hacia Fidel?
Sin embargo, el caso argentino tiene características especiales (todos los pueblos tienen su propia historia). Alguien tan poco sospechable de peronismo como Halperín Donghi remarca que de parte del peronismo siempre hubo muy poco odio, comparado con el que sus enemigos sentían por él. Lo suyo era – todavía es – la insolencia. Y de todos modos, estoy hablando de historias pasadas. Después de la victoria de Onganía en las luchas de azules y colorados a principios de los `60, el antiperonismo, siempre presente como factor, dejó de ser una fuerza política con aspiraciones de poder. En la locura sangrienta de los ´70, el viejo gorilismo tuvo muy poco que ver. La muerte de Aramburu fue un símbolo, casi una hecho propagandístico, llevada a cabo por jóvenes para quienes el viejo general no significaba nada personalmente.
No estoy diciendo que el odio irracional – y alguno racional – contra el peronismo en general y contra esta versión del peronismo que muestra el gobierno K sea una cosa nueva. Hace dos años, cuando trataba de prever como sería la oposición al oficialismo que empezaba a definirse después de derrotar a Duhalde, ya podía anticipar que un trasfondo gorila serviría para unificar a la mayor parte de la contra. Después, uno lo veía crecer en la calle, y en los foros de lectores de «La Nación online» se puede encontrar la genuina guarida de la bestia. Y tengo que reconocer que los peronistas – este gobierno en particular – no dejaba de dar motivos para mantenerlo vigente.
Pero el gorilismo, casi tanto como el antisemitismo, era una expresión ausente del discurso publicado. Sólo se lo encontraba en estado puro – no como aparece en las sesudas disquisiciones del profesor Grondona (Mariano) – en conversaciones privadas y en el incontrolable Internet. Y de repente, apareció en los medios, convertido en la preocupación de columnistas, sociólogos e intelectuales varios: ¿La clase media argentina es o no es gorila?
Página 12, esta vez no como el Boletín Oficial, y sí en su rol de órgano de la progresía publicó un análisis político, un estudio sociológico, y una crónica de horror sobre el tema. Si hasta Ámbito Financiero, que no tiene problema con los negros siempre que sean menemistas y que lo único que tiene en común con el gorilismo es el antisindicalismo, puso en su contratapa un divertidísimo diálogo sobre el tema del filósofo Tomás Abraham.
Lo curioso es que – si estoy en lo cierto – el asunto tiene su origen en la patria bloguera: un par de posts del lúcido economista Lucas Llach, alias Rollo, mostraban «Cómo votan los pobres» en el ámbito nacional y en el del Gran Buenos Aires. Para lo que debería ser la sorpresa de nadie, indican que – en promedio – los sectores de menores ingresos votaban a Cristina Fernández en mayor proporción que los de mayores recursos. Como diría el inmortal Bugs Bunny ¿Qué hay de nuevo, viejo? Desde 1946, con variaciones menores, anche con Menem, las candidaturas del peronismo (policlasista si loy hay) muestran esa correlación con los ingresos de sus votantes. Es una correlación similar la que mostrarían los votantes del partido de los plebeyos (los Populares) contra el de los patricios (los Optimates) en la República Romana; es la que la que muestran los partidos populares en cualquier democracia del mundo: los laboristas ingleses, los demócratas yanquis (por lo menos, antes de Reagan y Clinton), los social demócratas alemanes. Pero en la imaginería de la clase media argentina, un pobre alemán es algo muy distinto a un pobre del conurbano.
La clave fue que el antikirchnerismo furibundo – que comparten bastantes peronistas, por lo demás – hizo que se empezara a usar esta obviedad en algo que sólo puedo llamar gorilismo instrumental: los votantes del kirchnerismo eran pobres, y por eso sus votos estaban dominados por el clientelismo, mientras que los votantes de la oposición eran de la clase media y alta y por eso los móviles de sus votos eran nobles: la defensa de las instituciones, por ejemplo. Nunca votarían – se implicaba – por un sórdido interés material.
Por supuesto, eso es lo que puso los pelos de punta de la progresía, y provocó las reacciones que aludí al comienzo. Era algo que les permitía ser kirchneristas sin culpa. Igual, hubiera sido un barullo menor, si la Dra. Carrió, política de raza, como la llamé en el post de abajo, y que por ende considera que sus votantes se purifican al elegirla a ella, no hubiera aprovechado para lanzar su proclama: «Las clases medias y altas tienen que ser la fuerza de rescate de los sectores más pobres, dominados por el clientelismo y la miseria». Y ahí se pudrió todo, macho.
En la patria bloguera, que es mayoritariamente progre, María Esperanza y el Escriba, por ejemplo, le dieron a Lilita para que tenga. Los disidentes del Ari se confirmaron en su opinión. En cuanto a mí, tenía la sensación que había algo de artificial en el tema. Por supuesto, ya lo dije, hay gorilismo en una parte de los sectores no peronistas. Por supuesto, hay prejuicios y estupidez en todos los sectores; es la única riqueza que está bien repartida, como dice Abraham. El prejuicio de clase media – del medio pelo de Jauretche – contra los que están más abajo y de los que trata de diferenciarse con desesperación, es una constante de la sociedad argentina. Pero hoy no es una fuerza política. Porque el peronismo hoy no es revolucionario. Quizás lamentablemente, pero es así. Y los pobres no son un colectivo político en nuestra sociedad; los obreros en blanco son clase media, por sus ingresos; y las familias de ingresos modestos tratan de enviar a sus hijos a escuelas privadas. Como diría el tío Carlos, cuando la historia se repite, de tragedia pasa a comedia.
Quiero evitar – en este post que se está haciendo muy largo – el exceso de una debilidad mía: la ironía, que cuando es fácil es estúpida. Si el mito de la Revolución está moribundo, ahogado en la sangre de millones, el anhelo de mejorar la sociedad sigue siendo válido; si el peronismo dejara de ser un ideal – y yo todavía no lo acepto – el patriotismo lo sigue siendo. Por eso, me alegró encontrar en esa minoría de la «patria bloguera» que tiene pasado peruca, los mejores análisis enfocados hacia el futuro. A lo mejor, en los blogs se abusa mucho de los links, que confunden a algunos veteranos, pero les pido que lean estos dos posts: «Normalizar el P.J....» y «¿Es Carrió el enemigo?» Luego agrego el comentario que mandé:
Manolo: Estos dos posts suyos, son, con algunos de los comentarios, el mejor resumen de las dos realidades políticas que se dividen el espacio político argentino que he leído en esta semana.
Uno no debería hablar si no mejora el silencio, pero me siento impulsado a hacer algunas observaciones:
1) El Peronismo – que abarca más que el PJ + aparato sindical + caudillos provinciales, PERO, por definición, no abarca más que su identidad – no gana por sí solo. Es más, no se sostiene en el gobierno por sí solo. Tenemos experiencia.
Perón hizo cooptación con algunos radicales, socialistas, conservadores, pero sus alianzas fundamentales fueron con las Fuerzas Armadas y la Iglesia (en una Argentina que ya no existe); cuando se rompieron, cayó.
Menem se alió con el poder económico, y gobernó 10 años y medio. Kirchner, con la progresía. Está bien, le da pocos votos, pero, ME PARECE, un espacio social que necesita (fíjese, le está yendo mejor en la UBA).
Esta alianza no impide una mejor distribución de ingresos, ni políticas sociales mejores. Las alianzas de Perón no se las impidieron, y eran un poquito más pesadas. Si CFK no se va a acordar de la justicia social y sólo de atraer inversiones, la culpa será de ella y no de los progres que tiene en cargos de 2ª línea.
2) Su análisis de Carrió y su parricidio de Alfonsín son muy buenos. Creo importante destacar que, pese a algunas goriladas terribles que suelta (llamar a las clases altas y medias a salvar a los pobres del clientelismo, es de antología), ella no crea – ni encarna – el neogorilismo que ha reaparecido con mucha fuerza. Se me ocurre que sus raíces son el fantasma de los piquetes y de las hordas del conurbano, más el brusco cambio de alianzas que representó el gobierno Kirchner, combinados con su estilo patotero. Es decir, sus raíces son, como siempre, el temor y el odio. Me disgusta que acumule votos gorilas, pero hay que ser realista: a algún lado tienen que ir, y hay direcciones peores.
(Hay una analogía histórica interesante, por la que tengo que hacerle una pequeña corrección a su análisis: A fines de los ´60 y en los ´70, Alfonsín era el referente gorila en la UCR, el que se oponía a que Balbín aceptara, en los hechos, la hegemonía de Perón. Y, en esa época, ese era el punto decisivo).
En resumen, Carrió (concebiblemente Binner, Stolbizer y Ríos, si Carrió fuera superada por su componente delirante; hasta ahora lo supo usar) pueden ocupar el lugar del Otro; el no peronismo, con posibilidad de llegar al poder, que necesita el peronismo como control y el antiperonismo como contención. Ese es el bipartidismo posible en Argentina, y no las fantasías sociológicas de Torcuato Di Tella: un centro izquierda sin sindicatos industriales y un centro derecha sin clase empresaria organizada.
3) Vuelvo al peronismo (como Troilo). Estoy totalmente de acuerdo con lo que se plantea en su post: hay una tarea pendiente que es normalizar el Partido Justicialista. Es más, concuerdo que estas son las relaciones de poder que lo hacen posible (porque nadie, y menos Néstor Kirchner, va a organizar algo que no crea que puede manejar). Hay espacio para dos oposiciones internas, hoy controlables: una, moderada, encabezada por Lavagna y armada por Duhalde; y otra que exprese al menemismo residual, que pueden conducir los Rodríguez Saá.
PERO, esto es teoría. La Renovación – con la que muchos estuvimos en desacuerdo – se hizo con el peronismo en la oposición. ¿Hay dirigentes dispuestos a arriesgar posiciones de poder, gobernabilidad, a las pasiones y azares de una interna?
Si los peronistas de a pie no apretamos mucho, no va a haber normalización ¿Somos bastantes y lo queremos bastante (no a la normalización; al peronismo, digo?)
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