Estamos muy mal ¿dónde vamos?

marzo 30, 2021

Ayer leí esto en las redes sociales (Bah, en twitter. Pero a pesar de eso, es cierto):

«La tasa de desempleo se ubicó en el 11%, al cierre del último trimestre de 2020 y en el conurbano bonaerense ya se acerca al 15%.La tasa de desempleo abierto nacional respecto del cuarto trimestre de 2019, se incrementó en 2,1 puntos porcentuales.

Por otra parte, se conocieron datos oficiales de valorización de canasta de pobreza e indigencia alcanzando para un hogar tipo metropolitano de cuatro miembros, los $60 mil y $25 mil mensuales respectivamente, insistimos según datos del INDEC.

En este sentido los números preocupan puesto que el salario medio de la economía no alcanza los $60 mil mensuales, el salario que más se repite (o MODA) es de $45 mil mensuales, todos por debajo de lo que requiere un hogar tipo para no ser considerado pobre por ingresos.

Peor aún el salario mínimo vital y móvil, así como jubilaciones y pensiones mínimas rondan los $20 mil mensuales y se ubican por debajo de los ingresos necesarios para q un hogar de cuatro miembros supere la línea de indigencia o línea de ingresos debajo de la cual hay hambre.

Llegamos al extremo de carencia de ingresos en que en un hogar tipo (de 4 miembros) en que se perciben dos salarios mínimos y dos AUH, una por cada niño o niña, tampoco así logra superar la línea de pobreza. Una calamidad de carencia de ingresos se lo mire por donde se lo mire.

La inflación no se detiene. Traccionada por aumento de «alimentos y bebidas» la canasta de pobreza aumento un 47% interanual entre los meses de febrero 2020 versus febrero 2021, mientras el IPC general lo hizo en un 41% y según datos del primer trimestre de 2021 no se detiene.

El panorama social entonces resulta muy complejo con un piso de 40% de pobreza cuando a fines de marzo el Indec suministre el dato oficial.

Los datos de distribución del ingreso son también de terror. El 80% más pobre de la población se queda con el 50% del ingreso total. Como contrapartida , el 20% más rico toma el 50% restante y el 10% de la cúspide de la pirámide se apropia del 33% del ingreso total. Son niveles de desigualdad escandalosos, solo superados por los observados en la crisis de salida del experimento convertible en el año 2002.

Todo este rodeo inicial largo pero necesario, es imprescindible para justificar una pregunta: ¿Puede un país estragado socialmente, como lo es la Argentina después de Macri, tener como bandera conseguir el “equilibrio fiscal”? ¿Son metas prioritarias alcanzar los superávits gemelos? ¿Puede insistirse en ese camino después tantos fracasos históricos de los modelos “Déficit cero”? Enormes fracasos comunitarios q signaron el trayecto desde la recuperación democrática en el año 1983 hasta nuestros días?

Seguramente no. La economía argentina necesita salarios, ingresos familiares crecientes y superar la lógica del ajuste perpetuo a q fue sometida ya durante un lustro, más aún tras la experiencia exitosa de “desajuste” desplegada por el kirchnerismo durante casi trece años de gestión.

¿Por qué volver a las viejas recetas diseñadas por la ortodoxia económica y avaladas por el Fondo Monetario Internacional q nos condujeron una y otra vez a ser una sociedad más desigual y más pobre? Que aumentaron el desempleo desde un valle de 3% en 1983 al 24% en el año 2001?

El rediseño d política económica debe tener como eje recuperar ingresos familiares y eso supone satisfacer 3 demandas muy específicas.

Salarios, jubilaciones y planes de transferencia d ingresos actualizados por sobre la inflación realmente existente para los sectores populares.

Inflación q es la que señala la canasta de pobreza e insistimos alcanza al 47% anual. Todas las paritarias conocidas están por debajo de este nivel de inflación y oscilan en la franja que va del 29% al 35% lo que las ubica muy debajo de los niveles de actualización requeridos.

Lo mismo sucede con jubilaciones y pensiones mínimas (las que más alto se ajustaron), que solo se actualizaron un 35,5% (el resto alcanzó solo el 24%) perdiendo 11,5 puntos respecto al valor de incremento de la canasta ampliada de pobreza. Insistir con este ajuste es fracasar.

Fracasar doblemente en el caso del oficialismo. Porque su contrato electoral supone mejorar las condiciones de vida de la población general, los ingresos familiares al alza y una mejor distribución del ingreso y porque sería un error conceptual inmenso frente a las elecciones.

En efecto, el 60% de los hogares que constituyen el electorado del FdT son pobres o vulnerables por ingresos (superan la línea de pobreza por menos del 50% de su valor). Se trata de hogares pobres por ingresos o de clase media baja en riesgo de empobrecimiento por ingresos.

Persistir en el camino del ajuste pondrá severas restricciones p insistir con el voto oficialista, al menos para una porción significativa del electorado vulnerable, allá donde las fronteras ideológicas son líquidas y la orientación del voto la define la evaluación de gestión.

Se configuraría entonces una coyuntura electoral q de consumarse, y dada la coalición conservadora q enfrenta al FdT – pre civilizatoria -, sería de un gran costo económico, social e institucional, ya no solo para los sectores pobres o vulnerables sino para la sociedad toda.»

ooooo

El texto de arriba es de mi amigo Artemio López, conocido como encuestador y opinador, pero que también es sociólogo. Y un buen sociólogo, por cierto. Los datos que pone son correctos y están bien elegidos para informar de la situación, angustiante, por la que está pasando algo más de la mitad de nuestros compatriotas.

Eso, la 1° parte del texto. En la 2°, que separé usando la imagen clásica de la caverna, escribe de economía y de política. Y ahí sigue vigente el criterio de verdad, cómo no, pero la cuestión decisiva pasa a ser si funciona o no (sin alusión a «funcionarios que no funcionan», eh).

Empecemos por tener claro que esa pobreza, «estructural» como la llaman los colegas de Artemio, tiene raíces muy anteriores y ha ido creciendo. Desde 1975/76, cuando Argentina estaba muy cerca del pleno empleo, con índices mínimos de pobreza y una distribución del ingreso no «igualitaria» (eso no hay en ningún lado) pero similar a la de varios países europeos prósperos, hemos venido avanzando hacia la situación de hoy. Acompañando un deterioro del país en su conjunto. Con excepciones, seguro -la agricultura es mucho más tecnificada y productiva, hay más empresas de base tecnológica y algunas de ellas, como INVAP o Bioceres, son competitivas globalmente. Pero no hay duda que nuestro país está peor, en relación a la región y al mundo, de dónde estaba hace casi medio siglo.

El otro punto importante a tener presente para sacar conclusiones que sirvan es que esos deterioros, el aumento de la pobreza y el declive relativo del país, no fueron uniformes en estos 45 años (tampoco son lo mismo, aunque están muy vinculados). Algunas estadísticas pueden tener imprecisiones y hasta ser engañosas, pero el conjunto es terminante: los pozos más profundos se dieron en toda la dictadura, en los últimos dos años de Alfonsín, en el 2° mandato de Menem, en el gobierno de la Alianza y en los últimos dos años de Macri. Y en el 2020, con la pandemia.

Y hay un período en que esas dos caídas se detuvieron, y tanto en la pobreza «estructural» como en la economía en su conjunto hubo alguna recuperación: durante el gobierno de Néstor Kirchner. Uno no necesita creer ciegamente en las cifras del INDEC; como en el caso anterior, el conjunto de los datos da una imagen indiscutible.

(Aclaración rápida para las distintas tribus: en los gobiernos de Cristina hubo políticas sociales muy importantes y necesarias, pero ahora sabemos que esas políticas, que siguieron y siguen, no erradican la pobreza de los que están fuera del empleo formal. Y la recuperación empezó en el breve gobierno de Duhalde, sí, pero no puede distinguirse del «rebote»: veníamos de un pozo muy profundo).

Y aquí aparece algo que me hace ruido en la 2° parte de Artemio, y en parte del discurso de los economistas heterodoxos (muchos de ellos se aferran a una ortodoxia de signo opuesto pero tan rígida como la del «mainstream»): ese gobierno de N. K. tuvo como prioridad los «superávits gemelos». Para ser más preciso, N. K. fue obsesivo en ese punto. Y esa pulsión se mantuvo cuando CFK fue presidenta: todo el conflicto con la Resolución 125 surge por la necesidad de equilibrar los ingresos con los egresos fiscales.

Cierto que Kirchner también fue contemporáneo del «boom de las materias primas» de comienzos de este siglo, el famoso «viento de cola». Como toda América del Sur. Pero ahora también los precios de las «commodities» están subiendo, y la mayoría de los argentinos no sentimos ni la más leve brisa.

Un aparte, por la preocupación electoral que Artemio remarca al final de su nota: seguro, antes de las elecciones no es el mejor momento para subir tarifas. Obvio. Y agrego que la bronca con los aumentos de los que pueden pagarlos no es menor que la de los que no pueden. Es una falencia de nuestra constitución: el voto de un tipo egoísta vale lo mismo que el del progre con más conciencia social de Palermo.

El tema es otro, y muy serio: como no me canso de decir, los «fundamentals», los recursos estratégicos de Argentina son buenos: un territorio extenso, con muchos recursos, una de las grandes llanuras fértiles del mundo, una fuerza de trabajo -que ya no es la mayoría absoluta de la población- pero sigue siendo numerosa y capacitada, científicos y técnicos de muy buen nivel. Pero hace 45 años -al menos- que no encuentra un camino estable para seguir desarrollándose.

Es cierto: «la economía argentina necesita salarios, ingresos familiares crecientes y superar la lógica del ajuste». Esto último también es obvio, los ajustes no resuelven nada cuando el problema es estructural. Habitualmente, lo empeoran. Y los dos primeros son objetivos, y se sabe cómo se consiguen: aumentando los ingresos de la economía y repartiéndolos mejor que hasta ahora. Como dijo alguien, «todo el arte está en la ejecución«.

Si me alargué repitiendo estas obviedades, es porque encuentro en esta nota de Artemio una idea que está presente, en forma vaga, en muchos de Este Lado, y que es tan ingenua -con signo opuesto- como los que creían que iba a venir una lluvia de inversiones porque Macri era empresario: que hay que animarse a aumentar salarios y asignaciones sociales, y así la demanda va a crear prosperidad. Total, ya sabemos hace 200 años, de las discusiones entre Say y Malthus, que la demanda crea la oferta, no?

La situación social es muy jodida, pero hay algo que puede empeorarla, y mucho. Una ola de alta inflación -alta para los estándares argentinos, o sea lo que en los libros se define como hiperinflación- arrasaría con el gobierno del Frente de Todos y con la actual oposición. Los episodios de hiperinflación de Alfonsín fueron la causa eficiente de la Convertibilidad: la hicieron políticamente posible y aceptada por las mayorías por 10 años.

Esto no es un llamado a quedarnos tranquilos y confiar en Guzmán. Que todavía le puede salir muy mal el equilibrio que está sosteniendo. Necesitamos más políticas activas, y mejor distribución del ingreso (porque, todavía, entra mucho ingreso en Argentina. Y sale, cuando no se invierte y se ahorra en dólares, aquí o afuera). Para eso, necesitamos mejor política. Que es también lo que plantea mi amigo, pero lo escucho a él y al fondo a la Realidad diciendo con voz ronca «Por aquí no, macho«.


Biden, el anti Kissinger

marzo 18, 2021

Algunos amigos y amigas me invitaron a opinar sobre las últimas declaraciones de Joe Biden, llamándolo a Putin «asesino». Y sí, se podría sarasear sobre geopolítica, la política interna yanqui y hasta la rusa. Pero siento que el tema no da para mucho. Para mí, hasta ahora alcanza con lo que sería un tweet corto: A 50 años de la reunión más famosa entre Henry Kissinger y Zhou Enlai (fue en julio 1971), el presidente de los EE.UU. está haciendo todo lo posible para cimentar la alianza chino-rusa.

Podría agregar algo sobre lo que hacen los dioses a quiénes quieren perder, pero no tengo tanta información.


Boris J y las Malvinas

marzo 17, 2021

Nuevamente me siento tentado a subir al blog una observación que agregué a la nota de AgendAR sobre el anuncio británico de una “presencia militar permanente” en las Malvinas. En realidad, es bastante pedestre, pero no todos podemos ser Oscar Wilde.

El primer ministro británico enfrentado a algunos desafíos difíciles, juega la carta del nacionalismo. Y en lo que hace a las Malvinas, apela a los sentimientos de una generación -la que está ahora al frente de las fuerzas políticas- que eran jóvenes cuando la guerra del Atlántico Sur.

El Brexit, pero mucho más el paso de dos siglos, han debilitado a la Gran Bretaña que emergió triunfante de las guerras napoleónicas. Pero sigue siendo válida -y no sólo para los ingleses- la frase de George Canning «No hay aliados ni enemigos permanentes. Hay intereses permanentes».

Boris Johnson la tiene muy presente. Por eso en la presentación dijo que «el Reino Unido quiere trabajar con China, aunque eso presente grandes desafíos para una sociedad abierta». Y en ese mismo discurso que confirma que mantendrá una “presencia militar permanente” en el Atlántico Sur, también dice que Argentina es un «socio clave».

Por nuestra parte, debemos tener presente que los ingresos de esa «dependencia británica de ultramar», que le permiten un próspero nivel de vida a los isleños y cubrir buena parte de los gastos de esa presencia militar, provienen casi en su totalidad de los «derechos de pesca» que otorgan a las flotas pesqueras que depredan nuestra plataforma continental. Que son en su mayoría chinas.

No debemos, ni podemos, pelearnos con nadie. Pero sí debemos reforzar la capacidad de patrullaje y disuasión -desde hace décadas muy disminuida- de nuestra Armada y Fuerza Aérea.


Para una campaña electoral en tiempos polarizados. Tema «los medios»

marzo 12, 2021

Este posteo podría ser un capítulo de ese importante libro que no he escrito «La política en tiempos polarizados». Tal vez en ese caso tendría que hacer un desarrollo más completo y más técnico. Pero esto está escrito con urgencia y preocupación.

Porque, en mi soberbia pero falible opinión, la militancia digital (que hoy es casi toda) está confundida en al menos un tema importante. Esto no es nuevo (digo yo que me las sabría todas). Pero en estos días vi tuits de una destacada aunque joven politóloga, de un tuitero estrella que además es experto en redes sociales… Y hablaban de «los medios», «la prensa». Y me siento urgido a abrir mi boca, otra vez.

Por eso les ruego, estimadas/os, que repitan conmigo: «Los medios» no existen. Hay medios opositores, medios oficialistas (con bastante menos audiencia), y medios cuyas agendas son marginales (pero no irrelevantes) a la campaña electoral en curso.

Hay una razón específica por la que este es un mensaje importante para la militancia de Este Lado: cuando hablan de «los medios», «la prensa», refiriéndose a Clarín, La Nación y sus repetidoras, los están legitimando como lo que les gustaría ser (y no alcanzan del todo a serlo): los formadores de la opinión publicada, de la única opinión influyente. Y, de paso, ningunean a los medios cercanos a sus posiciones. Puede ser -es obvio que es- que no tengan el talento empresario de los ejemplos exitosos del Otro Lado, pero son herramientas. Y son mucho mejor que nada.

(Claro, hay un motivo para que Este Lado ningunee a sus medios: las pujas internas. Pero entrar en ese tema necesitaría un posteo mucho más largo que éste).

Como sea, la razón fundamental para tomar conciencia que «los medios» así, a secas, no existen es otra, y se aplica a ambos lados de la grieta. Es porque si no, se fortalece la peligrosa ilusión que existe «un público», que es el que consume «los medios» y cuya opinión es formada por ellos.

Lo primero que debe aprenderse en comunicación es que hay muchas y muy diversas audiencias, y que, además, todas están segmentadas. Con la paulatina desaparición de fábricas con miles de obreros, y el declive de la asistencia a las iglesias, hay pocas fuerzas sociales que forjen identidades grupales (Ojo: todavía hay; pero mucho menos que medio siglo atrás). Repito estas obviedades teóricas para pasar a un dato de observación: los referentes, niveles medios, y militantes de los dos bandos de esta campaña se dirigen cada vez más a su propio «público», los convencidos, los apasionados. Así lo refuerzan, lo «fidelizan». Y también lo limitan.

Ahora voy a dar un giro sorpresivo a este posteo: no voy a criticar a la militancia de Este Lado y su tendencia irresistible a hablar para los propios. Ya lo hice muchas veces, a lo largo de los años, cuando hablaba de la polarización como estrategia. Además, en Este Lado la autocrítica ya es casi un vicio: «autocritiquemos al compañero/a!» parece ser la consigna.

Me parece más interesante analizar la estrategia de polarización que se está siguiendo del Otro Lado. Pues es ahí donde aparece, nítido, el tema de este posteo: «los medios». Porque en el espacio político de Juntos por el Cambio, esa estrategia es seguida por los dirigentes, voceros y gritadores que, careciendo de inserción territorial o social, se esfuerzan por ser la expresión de los sectores, los segmentos más ardientemente opositores. En la (in)cultura política argenta, eso les permite además presionar al resto de esa dirigencia, la que negocia (o disimula menos sus arreglos) con el oficialismo. También es una estrategia válida para agrupaciones menores, que tratan de disputar a JxC parte de ese «público», esos votantes definidos como opositores enconados.

Pero la oposición política no es toda la oposición. En realidad, está lejos de ser la principal oposición. Ese lugar hoy le corresponde, sin dudas, a Clarín, La Nación y sus repetidoras. Es un fenómeno curioso, con un lejano paralelismo con lo que sucedió en EE.UU. con la actitud de la mayoría de los grandes medios tradicionales hacia el gobierno de Trump. Pero ese paralelismo es lejano: ni siquiera el año pasado, en vísperas de las elecciones presidenciales la hostilidad era tan explícita y desenfrenada. Es, como señaló un combatiente talentoso de Ese Lado, hoy fallecido, «periodismo de guerra». Y el grito es «¡A degüello!».

Está claro que es una decisión empresaria, y que periodistas y comunicadores en la TV saben que se les paga, bien, para que cumplan con esa tarea. Pero hay un elemento … emocional que trasciende la obligación laboral. En La Nación hay un escritor de mediano talento (literario) que todos los domingos cuenta que Cristina Kirchner, una lady Macbeth de Santa Cruz, teje como araña una red diabólica que asfixia a la Argentina, y que en realidad el peronismo es la causa de todos los males -a través de las décadas en que aparentemente gobernaron militares, radicales, aún en ese breve sueño que habría sido el gobierno de Macri. En las últimas semanas decidió que el autor intelectual de ese desastre, quien desvió a la inteligencia argentina, fue… Arturo Jauretche).

En Clarín, todos los días en la página 2, un caricaturista brillante da el mismo mensaje, en un lenguaje más simple, como corresponde a dibujos y al estilo del diario.

Resulta difícil encontrar ese nivel de encono apasionado en los medios modernos masivos que, son, necesariamente, instrumentos de grupos económicos importantes, con intereses variados. Recuerdan las páginas de Der Stürmer, o los «Dos minutos de odio» que imaginó Orwell en 1984.

Como sea, con elementos psicopáticos o no, se trata de una estrategia. Y, como he dicho otras veces, en público, en privado y en grupos de whatsapp, no se dirige a mentes en blanco que reciben pasivamente ese mensaje de hostilidad; se dirige a un público que lo comparte y que lo pide. Si Clarín empezase a hablar bien de Cristina, perdería al menos la mitad de sus lectores. Pero su mensaje no es redundante: contribuye a darle una identidad y a estimular y direccionar su indignación (No es que el actual gobierno no le dé ocasiones, tampoco).

El punto es que al usar esta estrategia, esos medios están pagando el mismo precio que los dirigentes políticos (de cualquier orientación) que la usan. Dejan afuera, terminan aburriendo, a los que no resuenan por completo con ese mensaje. Porque la indignación, el rechazo, hasta el odio, son fuerzas poderosas, que trascienden los intereses materiales de los convocados. Pero no articulan por sí la «cadena de demandas» de distintos sectores que recomendaba Laclau. Es que si se va a hacer populismo, de izquierda o de derecha, hay que hacerlo bien.

Esto ya se mostró en los 12 años y medio de los gobiernos kirchneristas. Al menos durante 8 de esos años existió un rechazo público a sus políticas y a su estilo, en sectores numerosos de nuestra sociedad. Y el contador Magnetto trató en varias oportunidades de sumar los referentes opositores y armar una alternativa competitiva. Fracasó en la mayoría de los casos, y cuando apareció, se disolvió al poco tiempo.

Finalmente, triunfó en 2015, con la colaboración importante pero no protagónica del Grupo Clarín. Cuando ya había mucho cansancio con esa experiencia kirchnerista (el factor ¡Ufa!) y la invención de un candidato que apelaba al elemento hedonista en la sociedad argentina (que no es menor). «La revolución de la alegria», recuerdan?

Resumiendo (al fin!): no mitifiquemos a «los medios (opositores)». Son un arma poderosa, por supuesto, pero como todas las armas tienen límites, y limitan a quien las usa. Una estrategia de comunicación inteligente -suponiendo que se consiga- puede aprovechar esos límites y derrotarlos. Lo logró hace año y medio, aproximadamente. Por supuesto, las circunstancias este año son muy distintas, y la estrategia también debe serlo.

Y esto es todo lo que estoy dispuesto a decir gratis. Sólo voy a agregar algo, porque ya lo repetí un montón de veces, el «medio» por excelencia en este siglo, aquel por donde reciben la mayoría de la información quienes viven en Recoleta y en González Catán, en Pergamino y en Tartagal, hasta en Washington y Beijing, es un pequeño aparato que ustedes habitualmente llevan consigo: el celular.


Los pozos, no tan profundos pero barrosos, en el Estado

marzo 9, 2021

Me llegó parte de este video por casualidad. Bah, en un grupo de whatsapp de peronistas cordobeses. Borges diría que ese es otro nombre del destino. Pero eso es poesía. Esto no es más que un reportaje -que se le fue de las manos al periodista, cierto- a una funcionaria que conoce su área y sabe hablar de ella.

Los invito a que lo escuchen. Son 20 minutos, con partes muy jugosas. Habla de los extranjeros que vienen a Argentina y compran sus radicaciones, de los mecanismos reales de la corrupción. Temas muy periodísticos. A mí -con alguna experiencia en el Estado (pero nunca en Migraciones, aclaro por las dudas)- me sirven también para poner en contexto – acercar a tierra, digamos- dos conceptos que no están tanto en los medios pero sí en las fantasías politizadas: «Estado profundo», «Casta política». Que apuntan a realidades, cómo no. Pero bastante distintas de las imágenes que convocan, más pedestres.

De paso, me pareció una buena manera de cerrar el Día Internacional de la Mujer. La aplaudo, Florencia. Escuchar una funcionaria, o funcionario, que no repite banalidades ante los periodistas.


El error fue no darle la vacuna a Moria

marzo 2, 2021

El tema que ha quedado etiquetado en los medios locales y en los internacionales como el «vacunatorio VIP» se convirtió en estos días en el ruido central de la comunicación política en Argentina. Y seguirá así por algún tiempo más, hasta que un nuevo escándalo lo borre de la atención.a

No va a conservar intacta su capacidad de indignar, sin embargo. A medida que la campaña de vacunación avanza, y cada vez más gente sabe de primera mano que su primo, que es administrativo en un centro médico, o su madre jubilada de 87 años se vacunó, el ruido de los medios perderá vigencia (Tal vez la lentitud con la que avanza la inmunización en la Ciudad Autónoma tiene un sentido político involuntario. Es el bastión opositor, después de todo).

Pero el hecho sucedió, y deja huellas en la memoria de las personas, se lo recuerden los medios o no. Sobre la dimensión política del asunto, y su aspecto ético -que es una dimensión inescapable de la política -aunque algunos prefieran escaparse- ya escribí en “La vacunación y los acomodados”.

Ahora, con el diario del lunes, de varios lunes después, reflexiono que el hecho era inevitable, y, por lo tanto, debía haber sido previsto. En una campaña en la que participan varios miles de personas, y en la que autoridades políticas de muchos niveles tienen injerencia, iba a suceder que algunos hicieran que amigos, aliados, favorecedores o amantes se «saltearan la cola». Es un hecho habitual en Argentina, y me parece haberlo encontrado en algunos otros países también.

Los argentinos, y las argentinas, son muy sensibles ante los privilegios inmerecidos, si los recibe algún otro. Y en este caso, se puede percibir que está en juego la vida de uno o de sus seres queridos. Si por los que «se meten en la fila» demoran aunque sea unos días la inyección que corresponde a mi tío, y él se contagia en esos días…

El punto de este posteo es un ejercicio en memoria. Fácil. Hace sólo un mes, la «vacuna rusa» era todavía sospechosa, a pesar de The Lancet. Medios y dirigentes opositores, hoy indignados por las demoras en aplicarla, echaban dudas sobre ella. (Algún tiempo antes, todas las vacunas eran sospechosas de ser parte de una conspiración de Soros y Gates, para un grupo minúsculo pero muy vocal). En ese momento, en el gobierno se contempló la idea de invitar a famosos (amigos) a vacunarse públicamente para mostrar a la población que la vacuna era, al menos, inofensiva).

Debió haberse hecho entonces. Y deberá hacerse en la próxima emergencia sanitaria. Porque, más allá del discurso, es imposible garantizar que todo se haga de acuerdo a las reglas. Los gobiernos autoritarios, o simplemente serios, hacen algún escarmiento de tanto en tanto. Pero eso no evita el costo político.

Seamos francos; no es que si Mirtha Legrand, por ejemplo, se vacune, eso me inspira confianza. Ha sobrevivido a tantas cosas. Pero naturaliza el hecho que algunas figuras, más conocidas por la plebe, se vacunen antes para dar el ejemplo. Hasta lo de Verbitsky se podría haber justificado, como la vacunación de un famoso con compromiso ideológico.


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