
Me apresuro a aclarar – sobre todo para los analistas de países extranjeros que pueden estar visitando, muy superficialmente, claro, el blog – que el título es solamente una alusión a una vieja telenovela. Para la mayoría de los argentinos, Irán, Persia, es poco más que una lejana memoria de la escuela secundaria, cuando estudiaron las Guerras Médicas; la comunidad iraní en nuestro país es pequeña y discreta; y los musulmanes de orientación chíita son, por la mayor parte, de origen sirio libanés. El vínculo entre ambos países, aparte de una vaga simpatía antiimperialista en sectores politizados, es sobre todo de intereses. Que son fuertes, pero, como pasa en las relaciones emocionales, empujan tanto para acercarnos como para separarnos.
Sé que me comprometí con ustedes a actualizar mis reflexiones sobre lo que ocurre en el mundo islámico; lo dije cuando toqué el conflicto en Siria. Pero me ha detenido el darme cuenta que no es fácil tratarlo en los límites de un posteo, salvo para el que se contenta con expresar su indignación. No es mi caso.
Eso sí, creo que puedo acercarles algunas observaciones sobre las motivaciones e intereses que han jugado en las relaciones entre Irán y Argentina en los últimos años. Que es, después de todo, la parte del conflicto en el Medio Oriente que nos atañe más directamente, en lo inmediato. Agrego que el impulso me lo dió la pintura de Jon Berkeley con la que encabezo este posteo y que la tomé de la entrada en la página de Facebook del Foro San Martín (tengo que señalar que sus administradores, F&E, están haciendo un excelente trabajo. Como para tentarme a mí a entrar en Facebook…).
Empiezo por resumir una especulación que hice seis años atrás. Siempre es bueno ver en qué nos ha corregido la Historia:
«En 2006, después que fiscales argentinos pidieran la captura de ocho iraníes, entre ellos un ex Presidente, acusados por el atentado a la AMIA, yo escribía: «Hace algo más de 12 años (entonces) un atentado en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina costó 85 vidas de argentinos de religión judía, católica y quizás algún agnóstico. Fue un hecho muy doloroso, en un país habituado a las catástrofes, que impactó en nuestra gente. Algunos argumentaron que fue una de las primeras batallas en la llamada “guerra del terror”.
Sea como sea, no es sorprendente que nuestros investigadores y servicios de inteligencia y seguridad no proporcionaran explicaciones convincentes, ni tampoco pruebas. No tienen experiencia en conflictos internacionales, porque han sido volcados a nuestras luchas internas.
Ojo: tampoco en otros países las explicaciones que se han dado de hechos similares se han librado de ser cuestionadas. Cualquiera puede encontrar en Internet – por ejemplo – cientos de sitios ofreciendo teorías conspirativas, distintas de la oficial del gobierno norteamericano, sobre el atentado a las Torres Gemelas.
Pero en otros países los órganos del Estado (el Poder Judicial también lo es) han llegado a conclusiones que asumen definitivas y están dispuestos a afirmarlas con su autoridad. Tienen una “historia oficial”. Y no es cinismo señalar que es una base necesaria de toda política de Estado.
El Estado Argentino no había podido elaborarla por esas mismas luchas internas. Así, el gobierno de Menem y el juez Juan José Galeano que investigó el tema plantearon – sin mucha convicción – la “pista iraní”, pero dedicaron más esfuerzos a la conexión local, que encontraron convenientemente en las filas de la policía provincial de un gobernador que lo incomodaba. Tuvo el aval de las organizaciones de la comunidad judía.
Los opositores a Menem y los familiares de las víctimas favorecieron la “pista siria”, que coincidía con el origen familiar del entonces presidente y de algún traficante de armas famoso, y sugerían como motivo apoyos a su campaña electoral que no fueron correspondidos.
Un tercer sector, más presente en Internet que en los medios convencionales, y ferozmente antagónico tanto a Menem como a estos opositores, desempolvó una teoría auspiciada en un atentado anterior a la embajada israelí por un perito convocado por la Corte Suprema, e insinuó que podría tratarse de un “ajuste de cuentas” interno a la comunidad. No llegaban a afirmar que ni los árabes ni los iraníes existen sino que son creaciones de una astutísima conspiración judía, pero…
El hecho es que hasta hoy el único condenado en sede judicial por temas vinculados a este caso es el mismo juez Galeano, identificado con la “pista iraní”.
Bueno, ayer (25/10/06) los integrantes de la fiscalía especial creada por el presidente Kirchner, Alberto Nisman y Marcelo Martínez Burgos, emitieron un dictamen que reivindica esa vieja pista: acusa a Hezbollah e Irán y reclama la captura de ocho iraníes, ex funcionarios de Teherán».
Debo confesar que – como la mayoría de los observadores – no aprecié en el primer momento la seriedad que este hecho implicaba, después que el juez Rodolfo Canicota Corral avalara el dictamen de la fiscalía. Un solitario analista advirtió – y hoy concuerdo – que posiblemente haya sido la decisión jurídica de mayor trascendencia e impacto en lo que va del siglo XXI en materia diplomática y de defensa para la Argentina. Porque los gobiernos pasan, pero las causas judiciales permanecen.
Ciertamente es absurdo pensar que el juez y los fiscales se han pronunciado, más allá de la fortaleza o debilidad de los indicios (en otra parte reproduje las palabras del fiscal y del entonces representante de Irán) sin el respaldo del Gobierno Nacional. En cualquier país del mundo, estas decisiones se toman con adecuada conciencia política de sus consecuencias, y en Argentina el Poder Judicial tiene una sensibilidad aguzada para los humores del poder.
La pregunta a hacerse es, entonces, por qué Kirchner decidió avalar esta decisión judicial. Hay algo muy importante para tener presente: La evidencia parece indicar que un gobierno que ha sido acusado por muchos (entre ellos, yo) de no contar con equipos ni inclinación para el análisis estratégico de la política internacional, ha llevado adelante desde que asumió hace tres años una estrategia consistente y coherente en este tema en particular.
En un excelente artículo de diciembre de 2006, Juan Gabriel Tokatlian, el agudo analista a quien me referí más arriba y cuyos trabajos hemos subido alguna vez a esta página, señaló:
“A principios del siglo XXI, el comercio con Irán venía creciendo nuevamente con grandes márgenes de superávit para nuestro país. En 1999, el comercio bilateral fue algo superior a los 158 millones de dólares (las exportaciones argentinas fueron de US$ 155 millones). En 2000, las cifras respectivas fueron algo más de US$ 343 millones y US$ 341 millones. En 2001, alcanzaron respectivamente los US$ 419 millones y US$ 417 millones. Cabe destacar que ese año – el de nuestra gran crisis interna – las exportaciones a Irán equivalieron a la mitad de todo lo que se vendió a Medio Oriente y representaban el 2% de nuestro intercambio mundial. Ese mismo año nuestras exportaciones a ciertos países clave fueron inferiores a las realizadas hacia Irán: a Canadá se vendió por valor de US$ 225 millones, a Venezuela US$ 235 millones, a Francia US$ 257 millones y al Reino Unido US$ 291 millones.
En 2002 sólo hubo exportaciones: el monto fue de US$ 339 millones. En 2003 -año de llegada de Kirchner al gobierno-, se produjo una caída notable en el comercio con Irán: se exportó por un total de US$ 47 millones. En 2004, las exportaciones cayeron a sólo un millón de dólares. En 2005 no hubo ninguna exportación de la Argentina a Irán.”
Es difícil creer que se trata de una coincidencia. Sobre todo, si se toman en cuenta otros aspectos de la política de Kirchner: aunque él y su gobierno fueron severos críticos en algunas oportunidades de políticas de Washington (el A.L.C.A., por ejemplo) se mantuvo una clara y constante decisión de cooperar con Estados Unidos en materia de seguridad. Los organismos de inteligencia del Estado argentino, con sus limitaciones, cooperaron y cooperan con las políticas de seguridad de Washington. La Cancillería ha manifestado su rechazo a la proliferación de armas de destrucción masiva, y nuestras Fuerzas Armadas colaboran en Haití.
La estrecha relación establecida con Chávez, así como otros gestos – y hechos – de independencia en la política exterior no deben confundir. Irritante como es Chávez para los Estados Unidos, y antagónico para su visión estratégica, como puede serlo, ciertamente no es un problema de seguridad. Hoy, ni siquiera Castro lo es.
Y relevante para este tema en particular: Kirchner, desde el comienzo de su gestión, anunció su decisión que el atentado no iba a quedar impune.
Los motivos posibles que baraja Tokatlian no me parecen convincentes: no habría motivos para que Teherán, culpables o inocentes sus funcionarios, reduzca su comercio con Argentina antes que los fiscales insinuaran su decisión, cuando no lo había hecho frente a las acusaciones de Galeano y a la explícita alianza de Menem con EE.UU. ¿Una convicción ideológica de Kirchner? Su política internacional puede ser poco meditada, pero no se podría acusarla seriamente de ideologizada. ¿Deseo de congraciarse con la colectividad judía? No suena muy creíble, para un político astuto.
La única hipótesis plausible que se me ocurre es un acuerdo con el gobierno norteamericano en políticas de seguridad – y algunos indicios concretos sobre la “pista iraní” – alcanzado no después del 2003. Kirchner tiene fama de cumplir férreamente sus acuerdos.
Si fuese cierto, no me sorprendería ni me escandalizaría. Los gobiernos de derecha o de izquierda, revolucionarios o reformistas, sellan acuerdos como ese supuesto. Tampoco me siento inclinado a unirme al coro de ex-menemistas que descubren que Kirchner comete un grave error al apoyar ahora a EE.UU. e Israel porque Bush perdió las elecciones y vienen los demócratas. En los países serios como esos dos, las políticas de seguridad trascienden los gobiernos. Ni tampoco me gusta la postura vergonzante que susurra que Irán no debe ser acusado porque puede ponernos (otra) bomba«.
Bueno, esas eran mis especulaciones hace seis años. Con una tosecita modesta, voy a decir que no parecen haberse revelado como pavadas. Tampoco han sido comprobadas, reconozco. A lo sumo, es un análisis plausible de las razones por las que Argentina ha seguido una política muy consistente en este tema en los últimos años.
Claro, la pregunta que surge es ¿Ha decidido Cristina Fernández modificarla, como parece insinuar Ahmadinejad? La respuesta, con razonable certeza, es no. No sólo sería inconsistente con la muy coherente política de colaboración en temas de seguridad que ha seguido el gobierno argentino con el de los EE.UU. También chocaría con la recomposición de relaciones que se procura llevar adelante con muy importantes empresas yanquis, de la cual el encuentro de la Presidente y Galuccio con el CEO de la Exxon no es la indicación menos importante.
Hay otro motivo además, para que me incline a descartar la idea de un acercamiento. Después de todo, hubo dos atentados en Buenos Aires, en los que murieron ciudadanos argentinos. No hay pruebas, o testimonios públicos, que acrediten fehacientemente la culpabilidad del gobierno iraní.
Pero su responsabilidad es, al menos, una hipótesis plausible (más que mis especulaciones, alguien dirá). Los enfrentamientos en Siria, con la deserción de importantes oficiales, hacen más improbable que ese gobierno, acosado, podría mantener en secreto su participación. Las otras hipótesis … nunca aducieron una motivación más o menos razonable para ambos atentados, y no dejan de ser parte de las fantasías conspirativas que pululan en Internet.
No hay pruebas públicas, repito, y es cierto que un país amenazado por la maquinaria bélica de la OTAN despierta nuestras simpatías. Pero Argentina – que, aunque tuviese pruebas no está ni remotamente en condiciones de tomar represalias militares – tampoco puede admitir que se considere que atentar en su territorio es una actividad libre de costos.
Ál mismo tiempo, hay razones muy sólidas – además del interés en no dejar languidecer indefinidamente la causa judicial – para lo que el oficialista Página 12 llama Juego difícil con Irán.
Sucede que la declinación del comercio que Tokatlian señaló hace seis años se ha revertido: «Las ventas a Irán crecieron 234 % desde que asumió Cristina. En 2007 el país vendió por 319 millones de dólares. En 2011, por US $1.068 millones«. Simplemente, Irán ha vuelto a ser un cliente demasiado importante para las exportaciones argentinas. Que, con la posible disminución de las ventas al gran mercado chino, se convierte en un tema vital para nuestro país ¿Es necesario señalar que tampoco nuestro socio Brasil, con las dificultades de crecimiento que está teniendo, puede permitirse despreciar ese mercado?
Entonces, como sucede casi siempre en la política internacional, las consignas claras y terminantes quedan para los titulares de los periódicos. La política que debe trazarse nuestro país tiene que equilibrar valores, compromisos e intereses con firmeza y prudencia.
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