Leyendo la carta de Cristina

octubre 28, 2020

Cristina Kirchner tiene, entre otras cualidades, una apreciada por los (pocos) conductores exitosos del peronismo y, en realidad, por cualquiera que se interese en estrategia: la capacidad de ejecutar maniobras inesperadas por adversarios, aliados y espectadores en general.

Basta recordar ese sábado 18 de mayo, un año y medio atrás, cuando anunció la candidatura presidencial de Alberto Fernández… Que publique una reflexión personal ante el décimo aniversario de la muerte de Néstor no sería sorprendente, claro, pero que brinde definiciones sobre la actualidad, y llame a un acuerdo de «todos los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales» después de un laaargo silencio público… Tampoco sería extraño, quizás, pero el hecho es que nadie lo esperaba.

Ahora, que una maniobra sea sorpresiva es una ventaja en las relaciones humanas, pero no garantiza que sea exitosa. Ni tampoco que su significado y sus consecuencias sean obvias. Por eso es una invitación irresistible a especular ¿para qué sirve un blog si no?

Uno de los datos interesantes, para mí, fue que la reacción de sus adversarios, bah, sus enemigos más enconados, los odiadores de la patria tuitera, reaccionaron de inmediato. #NoAcuerdoconlaChorra fue tendencia por unas pocas horas. Por el contrario, sus partidarios quedaron en silencio al comienzo, y aún ahora hay pocas elaboraciones sobre su contenido. Entre lo que alcancé a ver, claro.

Pero eso es lo que se encuentra en las redes sociales, un universo que no tiene una relación uno a uno con el real. En éste, su principal enemigo (abierto), tardó en reaccionar. Pasaron varias horas antes que la versión online de Clarín registrara la movida de Cristina.

En la edición en papel de ayer el diario ya la había incluido en su discurso habitual: esta maniobra, como TODO lo que pasa en Argentina que puede caerle mal a su público, es sólo otra manifestación siniestra de Ella y del «kirchnerismo», una fuerza diabólica que no puede ser considerada como una corriente política legítima. Quieren llevar a la Argentina al chavismo. Por alguna razón, no pudiero hacerlo en 8 años desde la presidencia de la Nación, pero están en camino de hacerlo ahora desde la vicepresidencia.

El contador Magnetto, el CEO del Grupo Clarín, puede o no ser un buen estratega, pero no es imprevisible.

La reacción de los otros adversarios explícitos, la heterogénea coalición Juntos por el Cambio, fue igualmente negativa, aunque menos histérica. Eso lleva a preguntarse: ¿a quién está dirigida la carta de Cristina? Ella ha sido llamada muchas cosas, pero nunca ingenua.

De los protagonistas que propone para el acuerdo, quedan los «sectores económicos y sociales». Válido; esos son los fundamentales. Los otros son superestructura, como diría el tío Carlos. El empresariado, incluso el gran empresariado, siempre está dispuesto a negociar, si cree que en la mesa podrá defender, o ampliar, sus beneficios. Los sindicatos, su gimnasia habitual es la negociación, y las huelgas, hasta los piquetes, no son más que herramientas para negociar en mejor posición.

Pero… como saben Cristina y cualquiera con experiencia política, un acuerdo se propone desde una posición de poder. No necesariamente hegemónico, pero al menos razonablemente estable, sin desafíos inmediatos. La cotización del dólar -a pesar de las tímidas señales positivas de hoy miércoles 28- es una campana de alarma que ensordece de cuando en cuando a los argentinos. Y ya no están taaan lejos las elecciones del año que viene, en las que el gobierno ganará o perderá poder político, la capacidad de imponer medidas.

Decir que es un mensaje al gobierno me parece una tontería. Seguramente CFK tiene el número del celular de Alberto Fernández. También el de Sergio Massa.

En mi falible opinión, es un mensaje a la «tropa propia». No a la dirigencia -los canales ahí son precisos y orgánicos, para lo que es la tradición «movimientista» del peronismo-, no a los «cuadros» (una expresión antigua ¿quedan algunos?). Sí a los militantes. Esa multitud numerosa, sobre todo en el kirchnerismo, que no decide pero opina, discute, reclama y forma el contexto de opinión y de sentimientos que condiciona a la dirigencia. Aún a ella.

Allí refirma su identidad de sector, que reivindica como mayoritario dentro del peronismo (Hay buenos argumentos para eso, cabe decir). Y al mismo tiempo reconoce la existencia de otros sectores – que, señala ahí, el prejuicio antiperonista no discrimina.

Este reconocimiento es muy importante, creo yo, aunque sea un hecho muy evidente. Porque el peronismo mantiene desde su origen -en una Argentina y un mundo distintos- una tradición «unanimista», reforzada por muchos años de proscripción y lucha. Los adversarios internos eran «traidores» en esos tiempos. Hoy todavía se dice o, peor, se siente que esos otros no son «realmente» peronistas.

(Vale agregar que esta pulsión unanimista no es sólo K. El legendario peronómetro es esgrimido por todos los sectores, con más fuerza cuanto más minoritarios son. Y no hablemos de los que desde afuera del peronismo nos explican cuál no es el «verdadero»).

Algo que puede llegar a ser tan importante o más es el llamado al «acuerdo de todos los sectores». No importa que se diga que es, o que sea, táctico, o irrealizable. Porque la política de masas en Argentina arrastra desde su origen una fortísima tradición de intransigencia. Alem, Yrigoyen -a quien Alem acusó de traidor-,… Perón guiñaba un ojo, pero ahí estaba Evita para exigir a los propios convicción sin dudas e inclaudicable.

La política es transigencia, por supuesto, y Perón lo explicó reiteradamente. Pero la tendencia a creer que «el que propone el acuerdo es el traidor», como decía Don Corleone, está muy arraigada en los argentinos (Como muestra Mauricio Macri, por ejemplo).

Los militantes K son un caso especial dentro del conjunto, porque en muchos de ellos su militancia no está ligada a su sector laboral -como en el sindicalismo- o a los intereses de su entorno inmediato -como en la militancia territorial. Hay un énfasis en las propias motivaciones idealistas (la política como salida laboral está mal vista en Argentina, sociedad hipócrita si las hay).

Y si ellos son los Buenos, entonces los otros son los Malos. ¿Y cómo se va a hacer acuerdo con los Malos? Casi un espejo del antiperonismo envenenado «No se puede hacer acuerdo con los corruptos!» (Sin embargo, ellos pueden votarlos, siempre que no sean peronistas).

Me he extendido demasiado. Me pasa en el blog. Resumo diciendo que no tengo dudas que CFK es el «cuadro» político (sí, queda al menos una) más lúcido de los que están activos hoy en Argentina. Por razones de historia, además de personalidad, no será quien puede unir a los argentinos (si eso es posible). Pero estoy convencido que puede hacer un aporte decisivo a una política más razonable y menos caníbal.


De Néstor Kirchner, a 10 años

octubre 27, 2020

(Este posteo lo escribí el 27/10/2014, a 4 años de su muerte. Y en él incorporaba otros anteriores. Hoy lo releí, y -a pesar que el presente siempre está resignficando el pasado- no encontré nada que quisiera cambiar.

Argentina, un país extraño. A veces la Historia parece acelerarse. Otras, como que se detuviera.)

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No quiero dejar pasar este 27 sin mencionarlo. N. K. no es una “efemérides” más. Al mismo tiempo, tampoco tengo algo nuevo para decir. Su lugar definitivo en la historia se lo dará la historia que escribamos en las próximas décadas.

Por eso, repito algunos párrafos que ya escribí en el blog. Empiezo enlazando algunos posteos que escribí el día de su muerte y el siguiente: ésteésteéste y éste.

A los dos años, quise hacer un esbozo de su trayectoria en la política nacional:

Néstor Kirchner llegó a la presidencia en forma casual. Gobernador de una provincia petrolera, contaba con los recursos mínimos que son necesarios para un intento de proyección nacional, pero todavía no era conocido salvo a un círculo pequeño de políticos profesionales. Resultó ser, sin embargo, el candidato que el aparato bonaerense del P. J., el más poderoso que quedaba en pie en el 2003, podía plantear como alternativa a la candidatura de Carlos Menem, que habría llevado al peronismo a la derrota, inevitablemente.

Lo llamo casualidad. Quizás Hegel habría hablado de la “astucia de la historia”. Porque Kirchner tuvo la lucidez para percibir algo tan obvio que el otro candidato que el peronismo anti menemista había ensayado en ese año, José Manuel de la Sota, no pudo ver: que la modernización capitalista que Menem enarboló había terminado en un fracaso tan doloroso que era ilevantable, aunque nadie atinaba a definir la alternativa.

También percibió otra realidad política que al peronismo en general, por razones históricas, le resultaba difícil de asumir: que una alianza sólida con la izquierda del peronismo y del no peronismo que se habían alejado de él por la experiencia menemista, le permitiría recuperar el espacio político y la mayoría indiscutida… en tanto conservara la adhesión del votante peronista.

Supo mantenerla, con algún altibajo. Nuevamente, la audacia y unas convicciones testarudas le sirvieron para llevar adelante políticas que estimulaban el consumo interno y la creación de empleo. Es cierto que las circunstancias del mercado internacional y el “colchón” creado por la Gran Devaluación del 2002 lo ayudaron, pero también hay que tener presente la firmeza con que enfrentó a intereses nacionales e internacionales y – tal vez lo más difícil – a la “racionalidad” y al sentido común aceptados por la inmensa mayoría de los “formadores de opinión”, esa racionalidad que años después se mostraría suicida ante la Crisis global desatada desde el 2008.

Esto está necesariamente simplificado. Nada es tan lineal en la práctica. Pero las líneas generales, estimo, son ciertas. Como también lo es que ni Kirchner ni Cristina, al comienzo de su mandato, plantearon modificaciones profundas al sistema económico vigente. Después de la débacle del Estado planificador y empresario, que empezó mucho antes de Menem, Argentina se aferró a un sistema de capitalismo prebendario y servicios tercerizados. Kirchner negoció. pulseó y arregló con los Eskenazi, los Bulgueroni, los Cirigliano, tanto como con actores más establecidos y poderosos como las mineras, Cargill, las automotrices y el holding que encabeza el  licenciado en ciencias políticas Paolo Rocca.

No puedo afirmar que se podría haber hecho algo muy distinto, salvo en las ensoñaciones de troskistas, discípulos de la Escuela Austríaca, y otros teóricos. Por mi parte, estimo que se podría haber hecho con más conciencia de los límites de este esquema. Lo cierto es que esos límites – los de un Estado deteriorado y no reconstruído, de un sistema económico en el que en áreas numerosas y claves hay pocos actores y cartelizados – han aparecido en la gestión de Cristina“.

En otro aniversario, hice una evaluación más breve y, creo, evidente:

Kirchner fue el conductor más importante hasta ahora que ha tenido el peronismo, después de Perón. Con esta calificación lo pongo por delante de nombres muy diversos e importantes, pero tiene un sentido práctico que el mismo General habría aprobado: Conductor es el que conduce.


Inflación, recesión y desequilibrio externo. Qué se hizo, en 1952

octubre 23, 2020

Algo bueno que le pasó al peronismo en esta etapa es la revista Movimiento. Porque ahí uno encuentra compromiso político, trabajos rigurosos y análisis inteligente. No han sido tantos los ejemplos, aún en nuestras mejores épocas…

Quiero copiar en el blog este trabajo que publicó ahí Claudio Belini, un investigador de la historia argentina. Es un poco largo, para la gente acostumbrada a Twitter. Y la Argentina y el mundo han cambiado mucho. Pero es muy actual para estos días, y deberían leerlo. Especialmente Alberto, Martín, Matías…

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«En la memoria histórica de los argentinos –e incluso en la historiografía más tradicional– pervive la idea de que al peronismo le tocó siempre gobernar en los buenos tiempos económicos, cuando el país gozaba de condiciones económicas excepcionales impuestas por el contexto internacional (Díaz Alejandro, 1975; Ferrer, 1977; Luna, 1985; Lewis, 1993; Cortés Conde, 2005). Si bien se continúa discutiendo el legado económico del peronismo, existe consenso en que se alcanzaron importantes resultados en términos sociales. Ya nadie discute que durante los años del peronismo clásico –hoy rebautizados por la historiografía como el primer peronismo– hubo un cambio fundamental en la distribución del ingreso al permitir un notable avance de los asalariados en la distribución de la renta nacional.

La interpretación que sostiene que los primeros gobiernos peronistas se encontraron con condiciones económicas excepcionalmente favorables ha sido parcialmente horadada en las últimas décadas. Las investigaciones sobre la economía peronista muestran que las condiciones iniciales de la economía peronista no fueron tan favorables ni perdurables en el tiempo. Por un lado, si bien Perón asumió su primera presidencia en un momento positivo para la economía argentina, un balance más matizado muestra que al finalizar la Segunda Guerra Mundial la economía argentina mostraba no sólo aspectos positivos, sino también importantes restricciones, muchas de ellas impuestas por el contexto internacional, y otras dimensiones negativas que resultaban de la trayectoria previa.

Es cierto que la Argentina que emergió de la Segunda Guerra Mundial poseía una economía rica en términos de la renta nacional per cápita, con una estructura productiva semi-industrializada, una gran producción de carnes y cereales –alimentos que se esperaba serían muy demandados por los países europeos devastados por la guerra– y una posición externa positiva inédita con grandes reservas de oro y divisas. Pero para cada una de estas condiciones favorables deben introducirse importantes matices. La economía argentina de los años cuarenta continuaba siendo la más rica de la región, aunque la brecha con otras naciones se achicaría en la siguiente década. La distribución del ingreso exhibía también una participación de los asalariados que no era comparable con otras economías latinoamericanas –el mercado de trabajo argentino operaba entonces con pleno empleo y un alto nivel de sindicalización en los servicios– pero la evolución de los salarios reales durante la guerra no había sido positiva (Del Campo, 1983; Doyon, 2006). Según los datos que tenemos del propio Departamento Nacional del Trabajo, parece claro que ni siquiera entre 1943 y 1945, cuando la Secretaría de Trabajo y Previsión volcó el apoyo del Estado a favor de los sindicatos, los salarios reales lograron avances, debido a la inflación importada durante la Guerra.

En lo relativo a la estructura productiva, el avance de la industria manufacturera había sido notable en la última década. Basta recordar que el empleo industrial se duplicó entre 1935 y 1946 con el surgimiento de un abigarrado cordón industrial en el Gran Buenos Aires. Para 1943, el aporte de la industria manufacturera al PBI era equivalente al del sector agrario, aunque, como resaltaba Raúl Prebisch desde el Banco Central, “el poder adquisitivo que emerge de la producción agropecuaria sigue teniendo una influencia dominante sobre la industria y las otras actividades del país” (BCRA, 1942: 6). Además, el crecimiento industrial se había producido en medio de constricciones importantes: a partir de 1939, la posibilidad de importar equipos para la industria había declinado verticalmente debido a la Guerra y –luego de 1941– al ingreso de los Estados Unidos. Debemos recordar también que la neutralidad argentina sostenida hasta marzo de 1945, es decir, semanas antes de la derrota alemana, implicó el inicio de un boicot económico de los Estados Unidos, que fue mantenido hasta 1949 (Escudé, 1983; Rapoport, 1984). Por tanto, el crecimiento de la producción industrial se había realizado a expensas del equipo instalado, sin posibilidad de ampliar la capacidad de producción ni acceder a nuevas tecnologías. Y sin importar mucho los costos de producción, puesto que era fundamental contar con esos productos para cubrir la demanda interna. Lógicamente, esta situación era excepcional. Empresarios y economistas sabían que se extinguiría una vez reanudado el comercio mundial a partir de 1945 (Belini, 2009 y 2014).

El país seguía siendo uno de los principales productores de cultivos templados y de carne vacuna, pero incluso allí los historiadores han señalado algunos síntomas de estancamiento, especialmente en el agro pampeano. La conquista nazi de Europa continental y la guerra impidieron a la Argentina colocar regularmente la producción cerealera en esos mercados. Con el fin de paliar la situación, que amenazaba provocar una crisis de importantes proporciones al recortar el ingreso del sector, el Estado puso en marcha un programa de compras masivas de la producción a través de la Junta Nacional de Granos, una institución creada en 1933 (Cramer, 2002). Esas operaciones implicaron grandes desembolsos, pero evitaron una crisis social en el agro. El cambio de los precios relativos hizo que los propietarios de la tierra se volcaran a su uso para la ganadería, expulsando miles de chacareros y arrendatarios hacia las ciudades. Por otro lado, la guerra acentuó la brecha de productividades entre el agro pampeano y sus competidores: Estados Unidos y Canadá. En estos países, durante los años treinta y los primeros cuarenta hubo un proceso de tractorización y de introducción de nuevos agroquímicos y semillas mejoradas (Barsky y Gelman, 2001). La Argentina vio retrasado todo ese proceso, primero por la crisis de 1929 y luego, durante la guerra, por la imposibilidad de importar desde los Estados Unidos.

Finalmente, recordemos que la acumulación de reservas de oro al final de la guerra –cercana a unos 1.600 millones de dólares de la época– era sin dudas un aspecto positivo. Pero también constituía el resultado de la caída de las importaciones durante la guerra, más que del buen desempeño de las exportaciones. La contraparte de esas reservas había sido el uso intensivo del stock de capital en la industria, el agro y los transportes, sin que se pudieran renovar equipos durante un quinquenio. Además, ello se producía luego de una etapa de baja inversión durante los años treinta, especialmente en el agro y los servicios. En definitiva, la situación económica argentina era muy favorable, pero al mismo tiempo exhibía importantes desafíos económicos y sociales que el gobierno electo en febrero de 1946 debería enfrentar.

La crisis que llegó pronto

En los años iniciales, la política económica peronista fue conducida por Miguel Miranda, un empresario industrial que ocupó la presidencia del Banco Central y del Consejo Económico Nacional. Es conocido que en 1946 se implantaron importantes reformas institucionales en el área económica que dotaron al Estado argentino de nuevos y poderosos instrumentos: la nacionalización del Banco Central y de los depósitos, la creación del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) y la nacionalización de las grandes empresas de servicios públicos en manos de capitales norteamericanos, ingleses y franceses (Novick, 1986; Gerchunoff y Antúnez, 2000; Rougier, 2012; Stettini y Audino, 2012). También se nacionalizaron empresas industriales que habían pertenecido al capital alemán.

La política económica de esos años es bien conocida y consistió en el apoyo crediticio a la industria a tasas de interés reales negativas, una gran expansión del gasto público –especialmente en lo relativo al gasto social– y el estímulo al consumo mediante el incremento de los salarios reales, que en solo tres años crecieron un 60% entre los trabajadores industriales. El gobierno apoyó las reivindicaciones de la clase trabajadora y alentó la sindicalización masiva de los obreros industriales, como, por ejemplo, los textiles y los metalúrgicos, que conformaron sindicatos poderosos (Schiavi, 2013; Luciani, 2014a y 2014b). La política laboral peronista y el nuevo poder de negociación de los sindicatos favorecieron el éxito de las huelgas y permitió cambiar en pocos años el patrón de distribución del ingreso a favor de los asalariados.

El enfoque inicial de la política económica peronista se sustentó en un proceso de redistribución del ingreso desde el sector exportador hacia la economía urbana a través del IAPI. Esta institución fue clave, ya que monopolizaba las exportaciones de carnes y cereales, así como algunos rubros de las importaciones. El IAPI adquiría en el mercado interno a precios más bajos que los que colocaba en el mercado externo. Sourrouille y Ramos (2013) han demostrado que esta operatoria fue, al menos en el caso del trigo, algo diferente. Han señalado que no existía virtualmente un mercado mundial y que la posibilidad de colocar la producción en el mercado externo dependió de la habilidad negociadora argentina en el marco de los convenios bilaterales. Más interesante aún es el hecho de que una gran parte de las exportaciones fueron posibles gracias a operaciones de crédito realizadas por el IAPI con apoyo del Banco Central. Por eso muchas operaciones de venta de productos primarios se realizaron a precios más altos que los norteamericanos. Pero al mismo tiempo, no aseguraron que el país lograra importar manufacturas de países europeos que continuaban teniendo pocas manufacturas o equipos que ofrecer luego de la destrucción causada por la guerra. Más conocido es el efecto negativo ocasionado por la declaración de la inconvertibilidad de la libra, en agosto de 1947, que hizo imposible financiar las compras en Estados Unidos –entonces casi el único proveedor de equipos y maquinarias– con los saldos favorables que Argentina tenía con Gran Bretaña.

En cualquier caso, los problemas económicos reaparecieron muy pronto y tomaron la forma de una crisis de balanza de pagos en el verano de 1949. Para entonces las divisas acumuladas durante la guerra se habían evaporado en las nacionalizaciones de las empresas extranjeras de servicios públicos, el rescate de la deuda, la creación de una importante flota mercante y las importaciones de bienes de capital y de consumo. Sin dudas, el manejo de la economía por parte de Miranda había incurrido en errores y una estimación equivocada del poder de negociación de la Argentina. Un caso diferente fue la adquisición de los ferrocarriles británicos. Sabemos que ni Perón ni Miranda la tenían en mente, y que actuaron en una coyuntura marcada por la presión externa –la necesidad de Gran Bretaña de desprenderse de esas inversiones– e interna, como el apoyo de los grupos nacionalistas y del movimiento obrero (Fodor, 1989).

Lo que estaba por detrás de la crisis de 1949 era el inicio de una etapa marcada por la crisis permanente del sector externo inducida por el estancamiento de las exportaciones argentinas, la caída de los precios internacionales de las materias primas y el aumento de la demanda de divisas generado por el crecimiento industrial. La bonanza externa duró muy poco en la posguerra y abrió paso a un periodo de crisis del balance de pagos que se mantendría hasta la década de 1960.

Una doble crisis económica y política en ese verano condujo al relevo de Miranda por un equipo de economistas conducido por Alfredo Gómez Morales y Roberto Ares, este último vinculado al canciller Juan Atilio Bramuglia. La nueva conducción económica diseñó un conjunto de medidas para resolver o paliar algunos de los problemas ya evidentes. Para algunos autores esto habría marcado un “cambio de rumbo” de la economía peronista (Girbal Blacha, 2003; Rougier, 2012), pero en realidad se estuvo muy lejos de modificaciones sustanciales de las políticas económicas. Se moderó la expansión de los gastos públicos y del crédito –sobre todo al sector estatal–, se anunciaron mejoras para los precios de las cosechas que adquiría el IAPI y se pusieron en marcha créditos para el sector, complementados con los primeros intentos de establecer una industria de maquinaria agrícola. Pero se estuvo lejos de imponer un enfoque ortodoxo. Gómez Morales y Ares rechazaban, por ejemplo, la idea impulsada por el Fondo Monetario Internacional –al que la Argentina no había adherido– de proceder a la unificación de los tipos de cambio y a la liberación del mismo. Para la conducción económica eso “significaría desconocer lo que se ha venido sustentando reiteradamente en el sentido de que una adhesión de esta índole lesionaría la libertad de acción” (Comisión Económica Nacional, 1950: 6). Por eso, en septiembre de 1949, cuando Gran Bretaña devaluó la libra, la Argentina modificó sus tipos de cambio, pero solo para compensar el deterioro de otras monedas. Recién a mediados de 1950 se introdujeron otras modificaciones en el control de cambios y se devaluó una vez más el peso, pero sin que alcance el nivel requerido para ajustar el sector externo mediante una recesión de la economía doméstica.

La ausencia de un enfoque económico sustancialmente diferente, más allá del apoyo crediticio al agro, fue en buena medida el resultado de que el equipo económico aguardó hasta último momento la reversión de algunas de las condiciones externas que habían perjudicado a la Argentina. A mediados de 1950, el inicio de la Guerra de Corea pareció anunciar una reversión de la declinación del precio de las exportaciones, pero muy pronto quedó claro que las potencias industrializadas no dejarían a los países exportadores primarios aprovechar la coyuntura, de forma tal que organizaron un Comité Internacional de Compras de productos primarios, que tuvo el efecto de deprimir los precios. Estas políticas fueron censuradas por las autoridades económicas. Así, Gómez Morales sostuvo en 1951 que “El comienzo evidentemente no ha sido feliz. Nosotros opinamos que la creación de estos organismos, los problemas que abordarán, sus procedimientos, deberían haber surgido de una conferencia en la que participaran todos los países interesados y no solamente los países llamados grandes”. Y agregó: “No debemos olvidar que a una mejor correlación de los precios de los productos exportados con los importados corresponderá una mayor disponibilidad de importaciones esenciales, aspecto que nos resultará vital en nuestro grado de evolución económica actual” (Gómez Morales, 1951: 37 y 43).

Por otro lado, una nueva sequía, que se sumó a los efectos de la producida en 1949-1950, derrumbó la producción a los niveles más bajos del siglo XX. La escasez de divisas resultante y la aceleración de la inflación, alentada por la puja distributiva, hicieron que la inflación trepara al 37% anual en 1951. Para entonces, el deterioro del poder de compra de los salarios amenazaba destruir las posiciones adquiridas por la clase trabajadora en los años iniciales del gobierno peronista. No obstante, en noviembre de ese año, Perón fue reelegido presidente con amplia mayoría de sufragios. En esos días, un informe del equipo económico señaló al presidente “la necesidad imperiosa de adoptar un conjunto sistemático de medidas de emergencia” (Consejo Económico Nacional, 1951: 1).

El primer programa de estabilización de posguerra

El 18 de febrero de 1952, Perón anunció un “Plan de Emergencia Económica” que partía del diagnóstico según el cual el fuerte crecimiento del consumo no era acompañado de un incremento similar de la producción. Por lo tanto, era imprescindible restaurar el equilibrio entre ambos, alentando la producción en todos los sectores, pero fundamentalmente en el agro pampeano que era el principal generador de divisas. Asimismo, señaló que la población debía moderar el consumo y anunció una política de aliento al ahorro. Perón anunció el nuevo programa por medio de la Radio del Estado. En su discurso afirmó: “Los hombres y los pueblos que no sepan discernir la relación del bienestar con el esfuerzo, no ganan el derecho a la felicidad que reclaman”. El plan suspendió por dos años las paritarias y al mismo tiempo ordenó el congelamiento de los precios. Estas medidas buscaban frenar la puja distributiva entre capital y trabajo, que era una de las causas de la inflación. Luego del fracaso de las negociaciones entre las partes en el marco de la Comisión Nacional de Precios y Salarios (Sowter, 2013), el gobierno fijó una escala de aumentos salariales. De esta forma, el Estado asumía un papel central en la búsqueda del equilibrio entre capital y trabajo.

El equipo económico identificaba otra causa de la inflación en las políticas fiscales y monetarias, que en el pasado habían acompañado el crecimiento del ritmo inflacionario. En este plano, el programa anunciaba un recorte de los gastos públicos mediante la suspensión de las obras públicas en marcha y la reducción de “los gastos superfluos”, la postergación del Segundo Plan Quinquenal para 1953 y la imposición de nuevas restricciones al otorgamiento de créditos. En cuanto al sector privado, se anunció también una contracción del crédito oficial hacia la industria y el apoyo a la producción agraria.

Con el propósito de resolver la crisis del sector externo, que se adjudicaba sobre todo a la grave sequía de 1951-1952, se dispuso que el IAPI otorgara precios más remunerativos para los productos agrícolas. Esta medida se tomaba en el momento en que los precios internacionales continuaban declinando, lo que implicaba de hecho un subsidio al sector agrario. En cambio, el equipo económico rechazó la idea de devaluar el tipo de cambio. Principalmente, se temía que la devaluación tuviera efectos más negativos sobre los salarios reales, ya afectados por el incremento del ritmo de la inflación. Al mismo tiempo, estaba presente la idea de que la devaluación monetaria no constituía por sí un instrumento suficiente para alentar las exportaciones. Era imprescindible superar algunos problemas estructurales del agro pampeano, alentar una mayor mecanización y el uso de agroquímicos. En el caso de la carne se confiaba en esa situación de emergencia, en moderar el consumo interno a fin de dejar disponibles mayores saldos exportables. En cualquier caso, la modificación de los tipos de cambio traería más inconvenientes que beneficios. En el caso de las exportaciones no tradicionales, el equipo económico intensificó las medidas tomadas a partir de 1948 de conferir tipos más beneficiosos para los exportadores de bienes primarios con algún grado de elaboración –como tops de lana y aceites vegetales– o incluso de manufacturas como textiles y productos metalúrgicos (Belini, 2014a). En todos los casos, el nuevo Ministerio de Comercio Exterior, dirigido por Antonio Cafiero, intensificó la política exportadora, buscó abrir nuevos mercados y reclamó precios equitativos en los organismos internacionales.

El equipo conducido por Gómez Morales rechazaba la idea de volver al tipo de cambio único y flotante, que era propuesto por el FMI como un requisito para la integración al organismo. Y aunque el gobierno peronista reinició las conversaciones con los organismos internacionales para beneficiarse de los créditos que otorgaban los bancos, rechazó la incorporación al FMI (Keldar, 2012).

La aplicación del “Plan de Emergencia Económica” durante el duro 1952 –el año de la muerte de Evita– quedó grabado en la memoria popular por la escasez de energía y el consumo de “pan negro”, debido a la escasez de harina de trigo (Anguitta y Cechinni, 2020). La política de congelamiento de precios implicó una severa fiscalización del Estado, a través del Ministerio de Industria y Comercio y con el auxilio de la Dirección Nacional de Vigilancia de Precios. Apoyado por un aparato del Estado que mostraba entonces capacidad de fuerte intervención, se pusieron en marcha campañas contra el agio y la especulación que involucraron grandes multas para las grandes empresas y duros castigos para los comerciantes minoristas, que iban desde clausuras temporarias hasta cierres definitivos de comercios que violaban los precios máximos y alentaban el “mercado negro”.

Se aplicó una fuerte contracción monetaria y crediticia –especialmente para la industria– pero hubo que financiar los créditos al sector agrario, los quebrantos de las operaciones de exportación del IAPI y los subsidios a otras empresas. También surgió con fuerza el déficit de las empresas públicas –especialmente la Corporación de Transportes de Buenos Aires y los ferrocarriles–, lo que traslucía un problema de mayor envergadura hacia el futuro.

No obstante, el programa de 1952 pasó a la historia por ser el primer plan de estabilización de posguerra que alcanzó cierto éxito. La moderación de la lucha por la distribución del ingreso mediante el congelamiento de precios y salarios, y las políticas monetarias y crediticias contractivas, derrumbaron la inflación minorista del 37% en 1951 a sólo un 4% anual en 1953. Es cierto que en gran medida el freno a la inflación se produjo a costa del nivel de actividad de la economía urbana –la industria sufrió una recesión particularmente aguda en los sectores textiles, confección y calzado– y los salarios reales. Pero la crisis no se prolongó demasiado. De hecho, no se observó un incremento sustancial de la desocupación. Lo interesante es que además el programa evitó el uso de la devaluación monetaria como instrumento para corregir la crisis externa –algo que sería usual en los programas de estabilización que, apoyados por el FMI, se implementaron a partir de 1958. Tampoco se comprometió al país aumentando su deuda externa. Es cierto que entonces las posibilidades de tomar deuda eran muy limitadas y que la decisión de no adherir al FMI significaba que el país no podría recurrir al apoyo financiero del organismo.

Por cierto, el programa de 1952 dejaba entrever una percepción clara de los problemas estructurales que enfrentaba la economía argentina: el deterioro de los términos del intercambio, el estancamiento del agro pampeano y la dinámica de una inflación impulsada por la puja distributiva. A la hora de pensar en nuevos instrumentos, durante la vigencia del Plan de Emergencia, el equipo analizó un proyecto de ley de inversiones extranjeras que sería finalmente sancionado por el Congreso a mediados de 1953. El proyecto incluía cláusulas restrictivas al ingreso de capitales especulativos y al egreso que las inversiones generaban, de forma tal que implicaba una comprensión de los límites impuestos por las inversiones extranjeras. Entonces, afirmaba Gómez Morales que: “No hemos proyectado esta ley con la idea de que nos van a venir una lluvia de capitales extranjeros al país. (…) La ley ha sido promovida entre otros con el propósito de aliviar nuestro balance de pagos. (…) Si se radica una empresa que produce aquí lo que actualmente tenemos que importar y se lleva un diez por ciento de lo que produce, eso no puede ofrecer una situación de dificultades” (Ministerio de Asuntos Económicos, 1954: 46).

La resolución de la crisis externa no vendría de una llegada irrestricta de inversiones norteamericanas, como poco después apostarían Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Aunque la Ley 14.222 de Inversiones Extranjeras rectificaba la postura nacionalista inicial del peronismo –como ha sostenido la historiografía clásica–, no dejaba de imponer condiciones a las multinacionales que se proponían ingresar al mercado nacional. Esas prevenciones serían abandonadas luego de 1955 y tendrían resultados disímiles. Por un lado, alentarían la instalación de nuevas y complejas industrias; pero al mismo tiempo provocarían un fuerte proceso de transnacionalización del sector manufacturero. Esto es, el sector más dinámico de la economía argentina quedaría en manos de capitales extranjeros. Pero esa es otra historia.»


Un momento Guzmán

octubre 21, 2020

Empiezo por copiar íntegra la nota que publiqué hace unas horas en AgendAR. Está en lenguaje comprensible y no ofende, creo, las sensibilidades de los politizados de las distintas vertientes. Después agrego un comentario que, espero, ofenderá las de algunos. Y explico el cambio de título.

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Las medidas de Martín Guzmán:

Esta semana el gobierno nacional empezó a poner en práctica una nueva estrategia para enfrentar el problema cambiario, una opuesta -al menos en la superficie- a la que se aplicaba hasta la semana pasada. Este cambio se vincula, acertadamente, con las propuestas del ministro de Economía, Martín Guzmán.

Por eso, copiamos aquí el comunicado que ese ministerio emitió este lunes. Y a continuación las comentamos:

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El Ministerio de Economía informa

En el día de la fecha el Ministerio de Economía anuncia que se han tomado una serie de decisiones coordinadas a efectos de reordenar distintos aspectos normativos que afectan la operatoria en el mercado de capitales.En las últimas semanas se ha observado un deterioro de las expectativas que no se condice con el proceso de normalización que se ha venido llevando adelante.

Aún muy afectada por la pandemia, la República Argentina muestra en el año 2020 un robusto superávit comercial que también se proyecta hacia 2021. La deuda pública en moneda extranjera tanto emitida bajo legislación externa como local fue completamente reestructurada. Argentina sólo pagará en 2021 USD 154 millones a sus acreedores con instrumentos de mercado. El mercado de deuda pública en pesos ha sido normalizado. Además, ha aportado recursos valiosos en los últimos meses de emergencia y jugará un papel muy importante en el proceso de convergencia hacia la consistencia macroeconómica.

Nos encontramos trabajando firmemente en la refinanciación de la deuda con los organismos multilaterales de crédito bajo los mismos criterios de sostenibilidad que oportunamente consideramos para la reestructuración de los títulos públicos. En el referido proceso, el diálogo con el FMI se encuentra en una etapa de interacción constructiva.

En este sentido, se ha observado que las regulaciones implementadas el 15 de septiembre han tendido a reducir la liquidez del mercado, ocasionando una volatilidad que resulta dañina para el proceso de formación de expectativas.

Como parte del reordenamiento del esquema regulatorio, la Comisión Nacional de Valores dispondrá:

  • Una reducción a 3 días en todos los períodos de permanencia vigentes de valores negociables.
  • Favorecer el proceso de intermediación para incrementar la liquidez de los instrumentos locales.

En simultáneo, el BCRA derogará el punto 5) de la Comunicación A7106, para fomentar la operatoria de emisiones locales en mercados regulados argentinos.

Complementariamente, el Ministerio de Economía realizará una subasta en el marco de la operatoria prevista en el artículo 7 de la Ley 27.561 de Ampliación Presupuestaria, por USD V.N. 750.000.000. Esta licitación se realizará los días 9 y 10 de noviembre, con liquidación el viernes 13 del mismo mes. Los títulos elegibles y los nuevos a ser emitidos serán anunciados por este Ministerio el día 2 de noviembre. Esta operación contribuirá a disminuir las necesidades de financiamiento neto en los períodos 2020/2021.

En síntesis, este conjunto de acciones permitirá dotar de mayor previsibilidad y volumen al mercado financiero, interactuando de manera virtuosa con la generación de un sendero económico consistente y sostenible.

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Muchos, en el mundo de la política y en los pasillos de ministerios y empresas, leyeron aquí una crítica a la gestión de Miguel Pesce en el Banco Central. La realidad es que, como decimos al comienzo, se trata de algo mucho más significativo: un cambio de estrategia.

No es nada nuevo señalar que la Argentina padece una «restricción externa»: la dificultad de su economía para obtener con sus exportaciones las divisas que necesita para pagar sus importaciones.

Esta dificultad se vuelve aguda por primera vez -con sus características actuales- en 1952. Y cada tanto atormenta a los gobiernos de turno. En esta vuelta se complicó a partir de marzo 2018, cuando empieza el retiro de los capitales especulativos que habían sido atraído por las altas tasas que ofrecía el Banco Central de Macri.

Es necesario recordar que fue justamente el gobierno de Macri el que tuvo que instalar un «cepo» a la salida de dólares, por indicación del FMI. El nuevo presidente, Fernández, había expresado una opinión contraria a ese instrumento, pero el goteo de las reservas del Central continuó, y aceptó la continuidad de restricciones al acceso a los dólares. La única divisa, hasta ahora, universalmente aceptada en el comercio internacional.

Simplificando los hechos de una gestión de algo más de 10 meses, en la que el impacto de la pandemia ha sido decisivo, podemos decir que las restricciones al acceso del dólar «oficial», el que se usa para pagar las importaciones y que recibe el exportador, hizo que aumentara el precio de los dólares «no oficiales». Que son las distintas formas de acceder al dólar por fuera de las normas del Central: el «blue» (volvieron los arbolitos a las calles de las ciudades argentinas), el «contado con liqui», el MEP…

(Esta nota en AgendAR explica como aún los modestos 200 dólares que el «cepo» permitía comprar a cada argentino a precio oficial se volvía un agujero en las reservas del Banco Central, del estado argentino. Tanto por los que lo atesoraban como por los que lo revendían al precio «blue» para ganarse unos pesos con la diferencia. El «contado con liqui» era otra manifestación del mismo fenómeno, por montos más significativos, por supuesto. Y como aún en la nórdica Islandia pasó algo parecido, en circunstancias similares a las argentinas).

El “contado con liqui” (CCL), mencionado específicamente en el comunicado de Economía, es una operación legal: se compra un título público en pesos y se vende en dólares en el exterior (la relación entre el precio en pesos y en dólares es la que da la cotización). Como los dólares de la venta quedan depositados en el exterior, se lo llama también “dólar fuga”, y el Banco Central trató en estos meses de ponerle obstáculos, aunque no salieran directamente de sus reservas.

Pero la «brecha», la diferencia entre el precio del dólar oficial y los otros siguió aumentando. En estos días, hasta cerca de un 180%. Así, todos quieren importar, para que el Central le dé esos dólares oficiales «baratos». Y a nadie le interesa exportar, o declarar sus exportaciones, si va a recibir pesos al precio del dólar «barato».

Ya no importa si $ 80 por dólar es un valor razonable o no en relación a los precios locales (hoy lo es). Porque hay argentinos, o extranjeros con pesos, que están dispuestos a pagar mucho más por dólares, o euros, o monedas más estables.

Frente a una situación como ésta, la reacción natural de la autoridad monetaria, de un gobierno, es aumentar las restricciones, para defender las divisas que el país necesita. Aparentemente, en los debates internos del gobierno de Alberto Fernández, ha sido Martín Guzmán quien quedó asociado con la percepción que sólo estaban sirviendo para aumentar el valor del dólar en relación a la moneda nacional. Poner una valla más alta, hacía que saltaran más los que huyen del peso.

Es posible también que otros en el gabinete se hayan dado cuenta que, si no se contaba con una policía secreta como Kim Jong-Un, ni un muro a lo Trump, un gobierno no puede impedir esta sed por los dólares. (Es posible que con esas herramientas tampoco).

El caso es que a partir de este lunes 19, bajo la indicación del ministro Guzmán, se han reducido los obstáculos para que aquellos que tienen (muchos) pesos puedan convertirlos en dólares. La razonable expectativa es que eso baje el precio del dólar «no oficial» y achique la brecha entre esos valores que hace imposible en la práctica un manejo razonable de la economía.

Hasta ahora no ha habido un cambio significativo en la dinámica, pero se trata de sólo dos días hábiles. Es posible que haya otras medidas en esta dirección.

¿Alguna otra alternativa? La próxima temporada de exportaciones tradicionales no empieza hasta febrero-marzo del 2021 ¿Un apoyo externo? Trump tiene otras preocupaciones más urgentes. Los otros grandes bolsillos son China y las cerealeras (con vasos comunicantes entre sí). Pero ninguno de esos dos actores se destaca por la filantropía… En todo caso, para utilizar libremente el swap chino se requiere autorización del FMI (cláusula, dice Graziano, introducida en 2019 a pedido de Beijing).

Desde AgendAR tenemos que evaluar que el éxito de las medidas del ministro Guzmán es la mejor posibilidad en lo inmediato de evitar una mega devaluación que provocaría un desastroso salto inflacionario, más doloroso para los más vulnerables, pero con pésimas consecuencias, como los anteriores, para la economía argentina.

Sólo queremos reiterar una vez más que el problema argentino no es el precio del dólar. Es, desde hace décadas, la destrucción del peso como instrumento de ahorro. Hasta que Argentina no vuelva a tener una moneda nacional confiable, todas las medidas serán equilibrios en la cornisa.

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¿Por qué hablo de un (muy hipotético) «momento Guzmán? La renegociación de la deuda externa ya la hizo, y fue aplaudida por la gran mayoría de los actores, incluso los menos envenenados del Otro Lado. Estas últimas medidas todavía no tienen éxito (a 2 días hábiles y medio), y pueden ser seguidas, o no, por medidas más audaces en la misma dirección.

Y por el otro lado, no puede decirse que Alberto Fernández llegó envuelto en banderas rojas, con «bayonetas que portan en su punta las mañanas», como decía Borges cuando era joven. Nada de eso. Y en toda la experiencia kirchnerista no hubo ningún intento de reemplazar al capitalismo por algún otro sistema. Néstor y Cristina se llevaron bien con muchas grandes empresas, incluidas transnacionales extractivas, y en todo caso pelearon a cara de perro medidas concretas. Néstor tocó en algún momento la campana en Wall Street, remember?

El dato clave es la relación de fuerzas (siempre lo es). El gobierno está en una situación aún más delicada que cuando Julián Domínguez tejió pacientemente acuerdos con las patronales rurales, después de la derrota de la Resolución 125. Y debe tratar con acreedores, inversionistas y especuladores que, al contrario de la producción sujeta a la tierra, pueden mover sus activos a cualquier parte del mundo con un clic en Internet. Con Guzmán ¿y algún otro? tiene que encontrar la forma de manejarse con el capitalismo globalizado, sin abandonar el frustrado sueño de un capitalismo nacional. Deseémonos suerte.


17 de Octubre. 75 años… es algo

octubre 17, 2020

Uno, bloguero, no quiere quedarse sin decir algo un día como hoy. Pero se ha escrito tanto sobre el tema… Y los primeros en hacerlo tenían mucho más talento que el que puedo aspirar yo. Sus palabras siguen ahí, más firmes que gobiernos y partidos. Marechal, Scalabrini…

A pesar de tener esa conciencia, yo también escribí para esta fecha en bastantes años. Sintiendo que correspondía aportar mi mirada que iba a ser distinta de esos grandes porque venía después del 55 y el Regreso, de los ´70, de Menem, de Kirchner…

Pero no tengo ganas de repetirme. Así que traigo una película. Probablemente muchos de ustedes ya la conocen, pero yo la ví hace pocos días, y me pareció que podía ser una buena manera de marcar esta fecha.

Bien filmada, es lo que ahora llaman una docuficción. Una obra de imaginación, pero hecha sobre la versión taquigráfica de una reunión entre el entonces Vicepresidente Perón y lo que ahora llaman el «círculo rojo».

Fue meses antes del 17 de Octubre, pero lo que pasó ese día, y lo que vino después estaban, en embrión, en esa reunión. Somos hijos de nuestro pasado, pero el futuro lo hacemos nosotros.


El témpano de la megadevaluación

octubre 5, 2020

Voy a copiar aquí, palabra por palabra, un posteo de mi blog del 14 de mayo pasado. Con la misma imagen. Tenía un título menos alarmista, eso sí, pero hoy el barco está más cerca del témpano y la «campana» suena más fuerte. Al final, agrego algo sobre la coyuntura inmediata. Que, a no olvidar, es donde vivimos todos.

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«En estos días estuvo sonando muy fuerte la campana de alarma tradicional en la Argentina: los precios de todos los “dólares no oficiales” se han disparado. El “blue”, el “contado con liqui”, el MEP… Las distintas formas encontradas por los argentinos que tienen muchos, o pocos, pesos que no necesitan ya para vivir, para cambiarlos por dólares y sacarlos del sistema productivo o del financiero local: guardarlos en «el colchón», en cajas de seguridad, en cuentas en el exterior…

Esto también vale, por supuesto, para las empresas -nacionales o no- que operan en nuestro país, que manejan montos mucho más grandes que los individuos. Y que por eso le provocan un agujero más grande a la economía nacional.

La campana de alarma no ha empezado a sonar hoy, claro. Está sonando desde bastante antes de 1969, cuando la ley 18188 le sacó por primera ves 2 ceros al viejo peso moneda nacional (ahora vamos por 13 ceros borrados). Pero en esas décadas, hasta más o menos la del ’80, la inflación alta, es decir, la desvalorización de la moneda propia, era una característica común a todos los países “en vías de desarrollo” (así se decía entonces). Hoy es un fenómeno no exclusivo de nosotros, pero bastante poco común. Lo que acentúa el impulso de salir de nuestro peso.

El tema inflacionario en general, y la inflación argentina, han sido muy estudiados y debatidos. Hasta, por lo que valga, en este blog. Hay bibliotecas enteras de sesudos volúmenes, con distintas conclusiones, y los que manejan hoy las palancas estatales de la economía las conocen. No valdría la pena volver sobre el asunto en un posteo, sino fuera porque quiero transmitir la urgencia, y hacer un llamamiento.

Empiezo aclarando mi opinión sobre esta coyuntura. Reiterándola, porque ya la había planteado, hace 20 días en este blog (citándome a mí mismo en AgendAR):

“El factor central de esta «tormenta cambiaria» -más allá de las previsibles operaciones- es la huida del peso; la decisión de los que tienen fondos, grandes o pequeños, de cambiarlos por dólares, hasta arriesgando sanciones legales. Aunque, ya lo dijimos hace poco, no es un buen momento para la divisa norteamericana.

No se trata entonces -estimamos- de «presiones inflacionarias causadas por la emisión». No hay ninguna presión del consumo sobre los precios, salvo en pequeños sectores de insumos médicos y artículos de limpieza. Pero si las autoridades económicas no consiguen que los poseedores de pesos no corran a cambiarlos por dólares, habrá dos consecuencias negativas e inevitables: los exportadores no querrán vender al cambio oficial, y esta devaluación desordenada se trasladará, más temprano que tarde, a los precios.”

El gobierno está consciente de lo que está pasando, obvio, y toma medidas para controlar y dificultar el acceso al dólar, por fuera del sistema legal. Pero la continuidad y aceleración de esta “tormenta” me hacen pensar que lo que está ocurriendo es el reflejo de la destrucción del peso como reserva de valor. Una situación que ya lleva muchas décadas, como dije recién, pero que las circunstancias actuales: la pandemia, la renegociación en curso de la deuda externa, la hostilidad de importantes intereses vinculados al sistema financiero,… la agravan al paroxismo.

Tratar de manejar o aminorar estas circunstancias no alcanza, en mi opinión, porque algunas de ellas están fuera de las posibilidades del Estado. Si es así, resulta necesario y urgente enfrentar el problema de la ausencia en nuestro país de una reserva de valor fungible -es decir, que se pueda adquirir, transferir o gastar con facilidad- que no sea el dólar.

Vale la pena, me parece, hacer una pausa para explicar algunos términos a los no economistas. Simplificando mucho, el dinero sirve como medio de pago (lo más usual y evidente); como unidad de cuenta, para comparar el valor de cualquier bien; y como reserva de valor, es decir que no se gasta sino se retiene para gastos futuros o para invertir.

Es evidente que nadie, desde hace muchos años, ahorra en pesos, salvo como un sacrificio patriótico o cobrando intereses altísimos -lo que antes llamaban usurarios- para cubrirse de la inflación esperada (siempre muy alta, por larga experiencia). También se ha reducido su función como unidad de cuenta: los bienes con precios altos, como los inmuebles, entre nosotros se valoran en dólares.

El hecho es que ahora detener la escalada inflacionaria es absolutamente necesario, o entraremos en la fase en que la inflación se alimenta de sí misma de forma exponencial. Ya estamos cerca: para los que tienen pesos, ningún valor del dólar aparece demasiado alto. Una de cuyas consecuencias es que ningún empresario puede estar seguro del valor de reposición de lo que vende.

Esta no es una inflación de demanda, resulta evidente, porque salvo para algunos insumos médicos, la demanda no creció o ha caído. La brusca reducción de la oferta de muchos bienes es sí un factor significativo, pero a en mi opinión el factor dominante es la huida del peso.

Nuestro gobierno, como casi todos en el mundo, está tomando medidas “keynesianas” (las pongo entre comillas porque no estamos frente a la situación que inspiró a Keynes su producción intelectual más importante: no hay un “déficit de demanda”. En todo caso, es de demanda y de oferta. Por eso mismo, plantearse reducir la demanda -la receta de siempre de los economistas “ortodoxos”, a través de devaluaciones o ajuste del gasto público, es un planteo absurdo. Ya la pandemia, y la cuarentena, han reducido la demanda a límites insostenibles en el tiempo.

¿Qué sería entonces, en las condiciones actuales, un plan antiinflacionario eficaz? Una pregunta difícil, entre otras cosas, porque el último intento -el modelo de metas de inflación que se aplicó durante el gobierno anterior- terminó en un fracaso patético. Y aquel que funcionó durante diez años -la Convertibilidad implantada en 1991- lo logró a partir del aumento del desempleo desde 1996 y terminó en una catástrofe en 2001.

Pero ese es el desafío que, creo, deben plantearse los economistas argentinos. En especial, los del “campo nacional”, ajenos a la superstición monetarista, pero que por lo general han encontrado difícil enfrentar la inflación. Prefieren decir o sugerir que el problema es que nuestros empresarios aumentan los precios porque son codiciosos. Y evitan preguntarse si los empresarios que en otros países no los aumentan todos los meses son generosos.

Si me dirijo, en general, a todos los que se interesan en la política económica, es porque los que están ocupando los puestos de conducción en este momento, no tienen tiempo, ni probablemente la tranquilidad para imaginar nuevos expedientes. En la primera línea del Estado -especialmente hoy en el que tenemos- hay que resolver problemas y tomar decisiones cada día, cada hora. Como le gusta decir a mi mujer, están “atajando penales”.

Por mi parte, y sin demasiada seguridad, adelanto que las ideas que se me ocurren pasan por la creación de una nueva unidad monetaria para el ahorro, como tienen desde hace décadas Brasil y Chile. Cuyas economías tienen problemas graves, por cierto, pero no inflación altísima ni tasas de interés enloquecidas.

Esta unidad de reserva de valor no tiene que reemplazar al peso como moneda de cambio. En realidad, la única condición clave es que aquel que la recibe no sienta que se le está desvalorizando a cada momento. Ahora, la solución no es que gane intereses, porque cuando se fijan, se está fijando también un piso a la inflación. Sí se puede decidir que ese instrumento gane un interés pequeño, para estimular el ahorro. Pero se debe fijar un valor de referencia para ese instrumento, claro, conocido por todos y que no se desvalorice con la inflación. El incentivo principal para conservar esa “unidad de valor” no sería el rédito, sino la liquidez.

El problema clave, si la que sugiero es una respuesta válida, es hallar el valor de referencia adecuado.

El experimento de Cavallo en 1991 que mencioné se aferró al valor del dólar, y dejó muy malas memorias para los argentinos. Además, la moneda estadounidense no parece un ancla muy sólida en medio de esta pandemia. Y si se llegara a valorizar, sería peor. Ya nos pasó.

El patrón oro… al que se aferró Inglaterra en los ´20 del siglo pasado con malas consecuencias de desempleo y caída de sus exportaciones, fue deflacionario. Hoy probablemente volvería a serlo.

Tiendo a inclinarme -repito, con dudas- por una canasta de los productos de exportación argentinos. Suena lógico, aunque, reconozco, sería vulnerable a las oscilaciones de los mercados.

El caso es que tiene que ver con nuestra realidad. Nuestros “fundamentals”. Descartada la fantasía macrista de una “lluvia de inversiones”, que llegarían porque había un presidente “business friendly“, y la de las inversiones atraídas por la Vaca Muerta, el sector competitivo de la producción argentina, que produce divisas -y que sus capitales sólo pueden emigrar en una pequeña parte, porque la tierra no es trasladable- es el agropecuario.

Como se dan cuenta, esto es “pensando en voz alta”, el lema de mi blog desde hace algo más de 12 años.

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Creo que lo mejor para acercar este texto de hace cinco meses -con ideas que vienen de bastante atrás- a hoy es agregar aquí algunas de las frases que uno ha intercambiado en estos días en mensajes de whatsapp:

«Una devaluación no resolvería nada (exagero: algunos problemas financieros coyunturales, al costo de empeorar otros). El gobierno pagaría un costo político importante… y en dos, tres meses, estaría de vuelta frente a la misma situación. Boqueando, esperando la cosecha».

Ya existe un desdoblamiento del mercado de cambios de hecho. Y es parte fundamental del problema: tenemos el valor oficial del dólar que corresponde al nivel de exportaciones e importaciones, y actualmente $ 80 es un buen valor, competitivo. Y está el que corresponde a los que quieren salirse del peso, en una dolarización de hecho. Ese valor sube y sube sin límite, porque es un círculo vicioso: el dólar blue alto estimula sicológicamente la inflación, y se desvaloriza más el peso».

«Entonces, lo que proponía hace cinco meses como un mecanismo para el ahorro, debe convertirse en una de las herramientas de un plan antiinflacionario en serio. No es el lugar para precisar qué significa «en serio». Sí se puede decir que, si funciona, el gobierno paga un costo política alto, al principio. En tres meses llegan los aplausos, si funciona. Tenemos ejemplos en la historia de las últimas décadas».

«No es cuestión de voluntad, sino de inteligencia, de conocer la economía real, de hacer acuerdos en serio con algunos de los actores claves… Es muy difícil, pero la realidad, estimo, lo impondrá pronto. Y, como dijo alguien que sabía: todo el arte está en la ejecución».


Las medidas de octubre de Alberto y Guzmán

octubre 2, 2020

Hoy publicamos en AgendAR -como todos los medios locales y algunos del exterior- las medidas anunciadas ayer desde la Casa Rosada; en el estilo sin adjetivos que nos gusta. Eso sí, incluimos el video de la conferencia de prensa (en un importante avance, la TV Pública lo subió sin el requisito de los 3 minutos previos de piip, piip. Casa Rosada y MEcon todavía se aferran en sus canales de Youtube a esa tradición).

Al punto: no pude resistirme y agregué un comentario. Lo comparto en este politizado blog, y agrego una reflexión corta. El asunto da para mucho más, por supuesto. Pero creo que alcanzará para fastidiar a muchos de Nuestro Lado, y quizás, con suerte, a alguno del Otro. Va:

«(Estas medidas) son positivas para el sector industrial y de la construcción; pero con sabor a poco para los reclamos rurales y mineros, en los que el aspecto cambiario es decisivo. En cuanto a la negociación con las cerealeras, se verá en los resultados.

Pero queremos decir que nos parece fundamental que el gobierno haya tomado conciencia que el estímulo al consumo -aunque es necesario- no es suficiente por sí. Como tampoco lo fue el estímulo a la oferta en el gobierno anterior. Es necesario un plan económico. Lo de ayer fue, entendemos, el primer paso en esa dirección.»

Me queda claro que estas afirmaciones son dogmáticas y superficiales. Pero creo que cumplen con el objetivo de ser irritativas. Especialmente para tantos y tantos de Nuestro Lado, que se aferran a la ilusión que la actividad rural -la única que sigue casi igual en la pandemia y puede producir divisas- funciona como en la década del ´40 del siglo pasado -o como en la primera mitad del siglo XIX- y sueñan con el IAPI o la Junta de Granos.

Lo siento. Hoy la «renta agraria» -un concepto que Marx tomó de David Ricardo, además con bronca porque los campesinos franceses insistían en votar a Luis Napoleón- es un dato menor en una actividad en que la incorporación tecnológica es fundamental, y además globalizada: todos los insumos, maquinarias, fertilizantes, herbicidas, hasta las semillas! son importados. La agricultura familiar existe (todavía), pero es necesario que la subsidie el Estado por razones sociales y culturales.

Es el modelo que se afirmó en los ´90. Uno puede estar en contra de ese modelo – yo lo estoy. Pero no se puede cambiarlo sin entenderlo. Y sobre todo no se puede volver a herramientas que funcionaban -hasta ahí- 70 años atrás. El IAPI estaba subsidiando al trigo a principios de los ´50… (Y sí, el antiperonismo chacarero siempre fue más cultural y político que económico. Pero eso también es para un análisis más largo y profundo que el que puede hacer este bloguero).