Ledesma y las clases sociales en el siglo XXI

agosto 29, 2020

Éste es otro posteo de impulso en un blog descuidado (a la fuerza). Trata de Ledesma, la ciudad (el nombre oficial, con una ironía inconsciente, es Libertador General San Martín) y me lo puso en la cabeza una noticia sobre el brote de coronavirus en el personal de la azucarera Blaquier, la empresa símbolo y realidad del lugar. Pero no tiene que ver con este virus; más bien, con anécdotas de un familiar que este año trabajó un tiempo en esa ciudad.

Me hizo pensar en el tema, clave, de las clases sociales en el mundo, y la Argentina, actuales. Cuando no son útiles, creo, el análisis que hizo Marx hace siglo y medio; ni siquiera el menos rígido que hizo Tucídides, bastante antes. Porque, a mi modo de ver, los Blaquier -y sus equivalentes- ya no son uno de los factores decisivos en la ecuación del poder.

Seguro, Carlos Pedro Blaquier es muy rico, e influyente. A su mansión, toda de mármol en San Isidro, asisten cuando los invita otros argentinos muy ricos e influyentes. El buen gusto nunca fue una característica de los argentinos más ricos (bueno, tampoco de los nuevos ricos chinos, que tienen bastante más guita en conjunto). Pero los nuestros tampoco tienen lucidez política. Si se piensa que el último gobierno que apoyaron con entusiasmo al comienzo fue el de Mauricio Macri…

Para los que tienen problemas de comprensión de textos: no estoy diciendo que los Blaquier y sus equivalentes no influyen, y mucho. Tienen con qué financiar medios y campañas. Digo que no son un factor social decisivo, no son un protagonista principal de la lucha de clases en el presente.

¿Y cuál sería, Abel, a su modo de ver? Ledesma, la ciudad, es un buen ejemplo visual del punto que trato de hacer. Porque son dos ciudades en el mismo lugar: una, donde viven los empleados y los técnicos de la empresa, y el entorno social que interactúa con ellos: profesionales, comerciantes, empleados del Estado nacional, del provincial, de varias instituciones. Razonablemente prolija y moderna, con escuelas aceptables. Podría ser cualquiera de decenas de miles en Argentina.

La otra Ledesma está sucia y descuidada; no tiene buenos servicios de recolección de residuos; ni buenos servicios, en general. Son casas y locales humildes y amontonados. Las escuelas son, sobre todo, comedores. Ahí viven los trabajadores sin formación, los que trabajan por temporadas, los que viven de changas o trabajos ocasionales… También podría ser cualquiera de decenas de miles de villas o asentamientos en Argentina.

Algunos de sus visitantes dicen que es Bolivia, pero eso es un error. En Bolivia también hay esa misma separación social en sus ciudades. La diferencia sería, quizás -no conozco tanto ese país- que en Bolivia la ciudad pobre es más numerosa que la otra, al menos en la Puna.

En Ledesma, en la Argentina, no es así. Los números, de un lado y otro, están más equilibrados. Recordemos que en Jujuy, después de muchos años de gobiernos peronistas, sólo interrumpidos por golpes militares, en 2015 ganó el radical Gerardo Morales. Que fue reelegido el año pasado. Milagro Sala había organizado a muchos de los más pobres y los hizo muy visibles…

Repasando lo que escribí, me doy cuenta que tiene ese tono analítico y distante con el que me permito fastidiar a mis amigos más emocionales. Pero es incompleto. Porque yo, como todos los argentinos politizados y una buena parte de los que no lo son, estoy comprometido con un lado de la puja política. Pero no se puede llegar a una definición perdurable en esa puja, si no se toma en cuenta esta realidad de nuestro tiempo.


La Fase del Desaliento

agosto 16, 2020

Estuve pensando en subir al blog -otra vez- una nota que publiqué en AgendAR. Pero no; esa tiene el mismo tema que quiero tratar aquí, pero son públicos distintos, y un título más literario. Sólo me cruzó la idea porque ahí se habla del sector de los que «se expresan en los medios gráficos, la TV, o las redes sociales«, y eso en Argentina significa los politizados y/o los usados por la política. Pero ahora quiero reflexionar para ese subsector que incluye a los lectores de este blog, los politizados de Nuestro Lado.

Al punto: percibo desaliento en una mayoría de la militancia digital (que es la militancia visible; la otra son los héroes que siguen trabajando en las villas y en los movimientos populares. Y, claro, los funcionarios).

Desaliento y en muchos fastidio, en algunos, bronca. Pero esto último tiene un «pico» más localizado: la presencia de Larreta en las pantallas, y en reuniones de decisión, al lado de Alberto y de (esto se menciona menos) de Axel. Pero para aquí hay una explicación puntual. Y no es que la delirancia está generosamente repartida a ambos lados de la grieta. No. Es notorio que entre quienes lo expresan hay compañeros lúcidos y articulados. Debe ser que, por una variación cuántica, viven en un universo paralelo donde el FdT ganó en la Capital. O donde Buenos Aires se volvió a separar del resto de la Confederación Argentina. ¿Qué está haciendo ese tipo ahí? se preguntan.

El desaliento es más generalizado y pervasivo. Surge de una sensación -algunos, de Este Lado, ya la empiezan a manifestar- que al gobierno le falta voluntad y firmeza para tomar decisiones (confieso que en unas cuantas ocasiones, bastantes, yo siento lo mismo. Pero no estoy donde se toman las decisiones ni tengo acceso a los datos, y sí tengo algo de experiencia que me permite aceptar que en la cancha es más difícil que en la tribuna). Como sea. El tema es la (no) cuarentena.

Era previsible. La política sanitaria se discute en privado, o en «webinars». En las redes, el Partido Cuarentena son los K y afines, y el Partido Anti Cuarentena son los anti peronistas / kirchneristas. (Un modesto éxito: por lo menos en la cabeza de quienes nos odian, se ha cimentado una sólida unidad de las dos alas principales del FdT).

Tal vez en algún momento, si el portal me deja tiempo, escribiré algo sobre como se dio esta identificación de un enfrentamiento socio / político / cultural con temas de política sanitaria (algo así, lejanamente parecido, se dio en EE.UU.).

Un marxismo residual, no examinado, lo atribuye entre nosotros a razones económicas, cuando, es evidente, los más perjudicados por la ex cuarentena eran, todavía son los más vulnerables, los trabajadores informales. Es más curioso aún el asunto porque en los grupos de riesgo por edad predominan los votantes de la oposición. Los resultados electorales lo marcan con mucha claridad.

También sería interesante especular en las estructuras de control sanitario y en las fuerzas de seguridad con que tendría que contar el estado argentino para implementar las medidas que quiere el Partido Cuarentena. Pensar que nos lo advertía nuestro poema nacional «Las armas son necesarias pero naides sabe cuándo…».

Por ahora, lo único que puedo ofrecer a compañeras y compañeros son conclusiones muy tentativas e imprecisas. No cuento con encuestas propias, y las que se hacen online son todavía más falibles que las presenciales. Sólo puedo aportar un monitoreo gratuito y breve en las redes sociales. No un twitter, por cierto; está colonizado por las militancias políticas y por pacientes psiquiátricos -que a veces se confunden. Facebook, e instagram, donde está hoy la voz del pipl. Y lo que veo ahí es que la video conferencia del viernes de los Tres Tenores, que empujó más a la militancia digital filo oficialista a esta Fase del Desaliento… les salió bien.

Horacio habría dado a su público, la imagen que le interesa dar: eficiente y moderado. Axel, en un tono más emocional, reforzó el fuerte lazo con quienes lo quieren; los que lo odian, no varían en ningún caso; y crece, muy lentamente, entre los no politizados. Y Alberto -que tenía el papel más difícil: anunciar que seguía una cuarentena que no se cumple, y para mi ojo escéptico tuvo otras intervenciones mejores que ésta- también quedó bien parado.

Tal vez esta sea una indicación del tipo de liderazgos que funcionan en estos tiempos. O tal vez no; no hay indicaciones terminantes. El que viva, lo verá.


Repito: el «día después» es hoy. A convivir con el virus

agosto 3, 2020

Otra vez replico aquí algo que escribí hoy para AgendAR. El motivo, o el pretexto que me doy, es que me hicieron llegar algún material de «el foro del día después» un grupo que parece ser interesante. Gente motivada, en general también politizada, que no forma parte de los coros de hinchadas que ocupan casi todo twitter. Pero se me ocurre que están demasiado enfocados en planear, imaginar, para cuando pase la pandemia. Propongo que volquemos la imaginación en planear como conviviremos con la pandemia. Será por un rato largo.

«Mientras escribo esto, a la noche del domingo 2 de agosto, puedo leer que los casos registrados de coronavirus – COVID-19 – en el mundo son más de 18 millones (probablemente bastantes más; los registros no son precisos en muchos lugares), las muertes atribuidas a este virus se acercan a 700 mil y los contagiados que se consideran recuperados son casi 11 millones y medio. De los casi 6 millones 100 mil que están bajo supervisión médica en estas horas, sólo un 1% se considera en situación «seria o crítica». Ese 1% representa 65.804 pacientes graves, a la hora que miré.

Estos números son impactantes. Pero -aunque hay muchas cosas que todavía no sabemos sobre esta peste- ya estaban implícitos en los datos que se disponían en las primeras semanas de enero (No que nadie -y menos yo- lo tenía claro en ese momento; casi siempre sucede con los «resultados del día siguiente»; resultan obvios después): un nuevo virus, o una nueva mutación -para la que nuestros organismos no tienen defensas- con gran facilidad de contagio y con baja letalidad, en un tiempo donde los viajes aéreos son masivos y frecuentes.

Hay un elemento que quizás no era tan previsible: este virus, más precisamente, su facilidad para el contagio, persiste. Después de un «pico», después de decenas de miles de muertos, como en Francia e Italia, o de medidas de control aparentemente eficaces, como en Australia e Israel, o Jujuy, aparecen nuevos brotes de contagios. Que obligan a insistir en la única medida que, hasta ahora, resulta eficaz: evitar los contactos personales.

Esto provoca, es obvio, dificultades, en muchos casos insalvables, a la actividad económica, especialmente a las menos avanzadas tecnológicamente, de las que dependen los ingresos de los sectores más humildes, pero que repercuten en toda la economía, por la caída de la producción y del consumo. Además de los problemas prácticos y emocionales que provoca (tratar de) mantener a una parte considerable de la población en el equivalente de arresto domiciliario.

Y en Argentina hemos logrado complicarlo un poco más. Las medidas que tienden a restringir los contagios se incorporaron al enfrentamiento político que ya existía en la sociedad (algo parecido sucedió en EE.UU.). Una parte vocal de quienes apoyan al gobierno actual se ha transformado en abanderados de la cuarentena y de las precauciones sanitarias en general. Y una porción, bastante delirante, de sus opositores grita «infectadura». Los más razonables las aceptan a regañadientes, pero insisten que deberían haberse tomado antes y/o de otra forma.

Es inevitable, dada nuestra (in)cultura política, que las dirigencias, de uno y otro lado, usen el tema para tomar posiciones y diferenciarse. Es la preocupación central de casi todos los argentinos…

El hecho es -ya se dijo antes en AgendAR- que ninguna cuarentena, ninguna medida de restricción, es perfecta, ni siquiera en teoría. Los trabajadores de la salud, los que preparan y distribuyen alimentos, medicamentos, combustibles, quienes hacen el reparto a domicilio, los que trabajan en las tareas rurales y en el transporte de cargas, las fuerzas de seguridad,… tienen que salir y trabajar. Todos son posibles transmisores del contagio.

Y conforme pasan los días y los gastos y las deudas se acumulan, la voluntad de respetar la cuarentena, afloja en millones de argentinos a los que la muy mínima ayuda del Estado no les soluciona la vida.

Además, en todos los grupos humanos hay un porcentaje de imprudentes. Y de los que se tientan en serlo si ven que cada vez más otros lo son, y «no pasa nada». Se puede decir que todo estaba implícito en la naturaleza de este virus, como decía arriba: gran facilidad de contagio, muy bajo porcentaje de casos fatales, especialmente entre los mas jóvenes.

Corresponde que reitere que estoy convencido que la decisión de la cuarentena y su escalonamiento en distintas fases en las provincias y municipios fue -con todos los errores humanos inevitables- prudente. Y exitosa. Al ver lo que ha sucedido en países americanos europeos, debo concluir que ha ahorrado decenas de miles de vidas de argentinos.

Lo que quiero plantear ahora, como un lego más o menos informado que soy, es que ya ni el gobierno ni los ciudadanos podemos pensar en lo que atravesamos en términos de «emergencia». Ya no podemos esperar un «pico», después del cual descenderá el peligro de contagio. Puede haberlo, claro, pero -lo vemos en otros países- después podrá llegar otro «pico». O, para usar otra imagen, una meseta con rebrotes esporádicos de contagios.

Tendremos que convivir con el COVID-19, con los resguardos y los tratamientos que se están desarrollando -los científicos argentinos y las empresas de base tecnológica están haciendo aportes valiosos- hasta que aparezca(n) la(s) vacuna(s).

(Es posible que la espera no sea tan larga como lo fue para otras enfermedades contagiosas. Los científicos de todo el mundo han aceptado el desafío, y los gobiernos poderosos ponen los recursos. Aparentemente el de Rusia -siguiendo una tradición de ellos de avanzar sin contar las bajas- ha decidido comenzar la vacunación masiva entre ahora y octubre.

Pero aún si tiene éxito- si esa vacuna es eficaz y no muestra efectos secundarios peligrosos- ¿cuánto pasará hasta que esté disponible para nosotros, por ejemplo? No antes de 2021, en el mejor de los casos).

Propongo entonces que cambiemos el enfoque. Mejor, que nos decidamos a aplicar en todas las actividades en que sea posible el que ya se aplica en el Estado, el nacional y los subnacionales, en las actividades rurales, y en las grandes empresas a las que se permitió continuar su actividad: trabajo a distancia donde cabe -las tareas administrativas-, separación física y cuarentenas periódicas donde es necesaria la presencia, y transporte por cuenta del empleador. Transporte público, el mínimo, que debe ser menor que el actual. Y en cuanto a la educación, creo que es tiempo que reconozcamos el hecho evidente que los niños y jóvenes de hoy se informan mucho más por su celular que en la escuela.

De la formación tendrán que hacerse cargo los maestros a distancia y los padres en sus casas. Los comedores escolares que son necesarios, imprescindibles en muchísimos, demasiados lugares, pasarán a ser parte del reparto de alimentos que ya se lleva a cabo. La función de guardería de niños y jóvenes que la escuela cumple… tendrán que asumirla los padres. También casi todo el trabajo «doméstico».

¿Todo esto es una carga insoportable? ¡Y cómo! ¿Aumentará los costos, de tal forma que hará imposible sin una ayuda decisiva del Estado la supervivencia para muchísimas actividades y la mayoría de las empresas? Por supuesto. Pero es inevitable. Esto es lo que va a pasar; es en gran parte lo que está pasando ahora. Mi proposición es que lo asumamos y empecemos a planificar desde esta realidad.

Pues si el gobierno girara 180 grados y anulara las restricciones… más o menos lo mismo. Porque en los países donde el gobierno no decidió restricciones… sus economías también cayeron.

Es que los que se arriesgan, por cálculo o por inconsciencia, se seguirán arriesgando. Y los que toman precauciones… las seguirán tomando. Es una discusión un poco ociosa, en realidad. Más allá de las declaraciones publicas, la mayoría de quienes están en posiciones de poder político o económico pertenecen a los grupos de riesgo de esta pandemia.

¿A que viene esta observación? Es que me decidí a lanzar estas ideas, más o menos desordenadas, cuando me enteré que Boris Johnson -no el más razonable de los políticos, pero que gobierna un país no dado a la histeria, como Inglaterra- propone que para evitar otra cuarentena estricta frente a la segunda ola de contagios que ya comenzó ahí, todos los mayores de 50 se confinen.

Si los contagios siguen en aumento entre nosotros, y no hay razones para asegurar que no sucederá, tendremos un gran revoleo de culpas en todas direcciones, y propuestas aún más locas. Mi intención es que empecemos a pensar en propuestas razonables antes que el miedo y el oportunismo irresponsable griten más fuerte.»