Esta campaña electoral no me inspiró mucho para escribir en este blog, y menos en “El hijo de Reco”. Ojo! no hay ni sombra de displicencia en esto. Sobre la democracia, encuentro práctica la definición que dio – creo – Schumpeter: es un mecanismo para decidir liderazgos. Agregando algo muy obvio: decidir entre las opciones que el sistema político plantea. Y aunque las opciones son limitadas, son reales (Precisamente, pienso, son reales porque son limitadas: es una característica del mundo real).
Entonces, como los peronistas doctrinarios y los liberales también doctrinarios – dos especies que algunos consideran fabulosas – yo respeto los votos del pueblo. En circunstancias normales, es el único cachito de poder político que cada uno de los argentinos que lo forman tiene, y corresponde que lo use.
Pero no me he sentido impulsado a tratar de convencer a los que me leen – que no son tantos y ya tienen su propia opinión – que no voten a Fulano/a o Mengano/a. Supongo que en parte es porque las personas de los candidatos no son demasiado carismáticas. El otro motivo es, por supuesto, que el resultado principal está cantado. Con la posibilidad de sorpresa que debe asumir alguien que cree en el libre albedrío, Cristina Kirchner será elegida en primera vuelta (Lo siento, Roberto, Alberto: los encuestadores son humanos – es decir, se equivocan y pueden torcer algunos números para su cliente – pero no comen vidrio. La esencia de su negocio es que sus cifras se acerquen a la realidad. Uds. lo saben: han pagado encuestas).
En realidad, es de esos números que me interesa escribir. Voy a hacerlo suponiendo que mi amigo Julio, Artemio y el resto de la troupe no se han equivocado, y que no me hacen decir pavadas. En realidad, esos números no me sorprenden. La mayor parte, la parte decisiva, de los votos que darán el triunfo mañana a Cristina vienen de votantes peronistas. Vean solamente el mapa electoral que las encuestas dibujan; vean mañana el de los resultados: las provincias pobres, los cinturones de pobreza del conurbano. Este hecho vuelve loco a un montón de amigos míos, peronistas de antes, y enardece a muchos gorilas también de antes, que hablan de clientelismo. Porque el uno a uno y el voto cuota no pueden ser llamados clientelismo, si promueven políticas neoliberales.
Pero no voy a entrar aquí a definir la relación de los aparatos políticos del justicialismo con los pobres. Recomiendo empezar leyendo a Javier Auyero. Me interesa señalar un hecho que, de tan obvio, pasa desapercibido: los pobres, si les dan una chance, si el gobierno no los agrede abiertamente, son oficialistas. Saben que si necesitan atención hospitalaria o agua corriente, no se la va a dar ni las instituciones republicanas ni el partido de vanguardia de la clase obrera ni siquiera la comunidad organizada: lo hará el gobierno o no lo hará nadie.
Pero sabemos – o deberíamos saber – que ni los votos peronistas, ni los votos de los más pobres por sí solos aseguran el triunfo. Siempre que el peronismo triunfó, fue como parte de un frente, explícito o implícito. Para ir a los ejemplos cercanos: Menem logró – en una circunstancia internacional muy específica – lo que Perón no consiguió en los 40, reunir en alianza a los sindicatos y las provincias peronistas con el poder económico. Su gobierno fue un frente del PJ y la UCD; de allí salieron sus funcionarios.
Kirchner construye a partir de 2003 la otra gran alianza posible: los aparatos del justicialismo – que seguían reuniendo la mayoría de los votos de los pobres, porque ninguna otra propuesta de poder nacional se lo planteaba – con el centro izquierda que expresaba buena parte de los reclamos y las broncas de la clase media. Su gobierno – sus funcionarios – expresan lo que sería un frente del PJ y el Frepaso (Horacio Verbitsky cumple en él el rol que en el de Menem llenaba Bernardo Neustadt). Hoy ese centro izquierda tiene sus dudas: vean las encuestas en las grandes ciudades, empezando por la Capital. Pero, en su mayoría, no encuentra otro lugar político donde estar.
Esto me lleva a pensar en el fenómeno Carrió: una política de raza, diría su viejo maestro, el Dr. Alfonsín, si ella no hubiera aprobado Bolilla I: Destruir a tu mentor. De disputar con Kirchner el espacio de centro izquierda, se ha esforzado en el último tiempo a tratar de abarcar también el centro derecha, y ocupar el lugar del Otro en relación al peronismo, espacio tradicional del radicalismo, como señala el ingenioso Mario Wainfeld. Tiene un costo: deja al progresismo que no se decide a votar a la izquierda o a Pino Solanas en brazos de Kirchner. Y francamente, no me gusta que le dé legitimidad política al gorilismo que, como decía en un post reciente, hoy se percibe en los foros y en la calle. Pero muestra una ambición de poder. No le alcanzará para inquietar al gobierno… mientras las cifras de la economía vayan bien. Pero nada es para siempre.
A Lavagna se lo castiga por no ser carismático, como si Kirchner fuera el ídolo de las multitudes. A mí me gusta como dirigente político: es la cara razonable de un modelo que tiene aspectos muy positivos (en mi opinión). Pero equivocó los tiempos (error fatal en política). Justamente, no debería haber aparecido como opción hasta que el modelo que el contribuyó a poner en marcha enfrentara problemas más serios que los actuales (en la percepción de la gente). Sus impulsores, Duhalde, Alfonsín, deben enfrentar que los aparatos, por sí solos, no garantizan nada, si no tienen a su frente a alguien a quien la gente quiera seguir. Esto lo sabía perfectamente mi amigo Lorenzo, que también algo conocía de aparatos.
El Alberto Rodríguez Saá quiere ocupar parte del espacio tradicional del peronismo, con una inserción territorial en el Gran Cuyo. Las encuestas no son claras en ese nivel de votos, pero muestran que su apuesta tiene más sentido que otras. Mañana sabremos cuánta adhesión consiguen todavía por sí mismas las banderas de Perón y Evita, cuando se ven – un poco atrás y a la derecha – las banderas de Menem. Mi opinión es que eso le asegura un espacio, y también un techo.
Lo de Pino es interesante: también expresa algo de lo que el peronismo fue en algunos momentos históricos, y una reivindicación, la del petróleo, que a mí me parece válida y necesaria. Tiene algo a favor: con eso ha conseguido un lugar en la política argentina – me parece – más amplio, y con más posibilidades que la izquierda tradicional. También me surge una duda ¿no habría sido mejor, más rico, separar la lucha por los recursos nacionales de la pelea por los cargos? La pregunta suena ingenua, pero no lo es. A los asambleístas de Gualeguaychú – con todas mis reservas por la ineficacia final de sus métodos – no les ha ido tan mal separando sus reinvindicaciones de la política de partidos.
No tengo ganas de escribir más, y hoy es el cumpleaños de mi mujer, así que no puedo ¿Y los desafíos de pasado mañana, me preguntan ustedes? ¿Les parece poco, gobernar lo que acabo de describir arriba, lo que anuncian los encuestadores? Esa es la tercera vuelta