Terminando este año – del que este blog y sus lectores han sido para mí una parte importante – encuentro que me quedan algunas deudas. Prometí agregar datos al tema del jubileo, porque un artículo del Financial Times y algo que yo escribí allá por mayo puede ser interesante pero muy poco para los que se preocupan por la deuda externa, aquí y en Ecuador. Todavía más cercano a lo que me gusta hacer, leo las entradas recientes en el Lobo estepario, en Desierto de Ideas, algunas notas de Ezequiel Meler (que abandona, maldición) y, por supuesto, los posts de Manolo y me dan ganas de ponerme a escribir. Pero lo que está pasando en Gaza me obliga a hablar de eso.
No es frecuente. Por inclinación personal y también por una decisión meditada, siempre traté de reflexionar sobre política internacional desde la realidad de mi patria, Argentina. Dentro de lo que considero su realidad – no es solo la material, claro – incluyo, también, la de nuestro inescapable lugar en el mundo, América del Sur, y en un plano más profundo, esa forma de ser y de sentir iberoamericana que se ha ido decantando por quinientos años. Hay un elemento racional, si se quiere utilitario, en la decisión, porque si uno no tiene un talento rayano en el genio en la ciencia o en el arte, o una vocación religiosa muy profunda, sólo puede relacionarse con la humanidad a través de la nación a que pertenece.
Pero también hay una posición principista: casi siempre que escribí sobre política internacional aquí o en «El hijo de Reco», o en comunicaciones privadas, expresé mi fastidio con la «hinchada de los buenos», los que viven – con nobles intenciones, eso sí – los conflictos lejos de sus fronteras como un ocasión para la indignación moral con un enemigo al que se puede odiar y despreciar; un incentivo para hacer declaraciones y a lo mejor, marchas. La ética de la política incluye, para mí, un intento de modificar, aunque sea en una muy pequeña medida, la realidad, y una reflexión sobre sus consecuencias. O se convierte en, como decía Heinlein, un juego para adultos (Lo es, pero si es sólo eso, se pudre).
Demasiadas palabras. Hay algunos hechos que nos obligan a verlos: Gaza es un campo de refugiados palestinos, el más grande de ellos. Sus carceleros son las Fuerzas Armadas israelíes (aunque una de sus fronteras está custodiada por Egipto). Dentro de esa prisión, se han dado un gobierno encabezado por Hamas (no es un Estado: no tiene recursos propios) que aspira a continuar una guerra que comenzó hace más de sesenta años. Israel, como es previsible, trata de impedirlo. Esta no es una descripción jurídica, pero se ajusta a las realidades de poder. La diferencia de fuerzas en este caso no es demasiado distinta a la que existe entre los guardias de una prisión y quienes están encerrados en ella.
Entonces lo que hace Israel no es una guerra, sino una represión. La palabra tiene algunos ecos terribles para los argentinos, pero es parte desde siempre de la actividad de los Estados. Eso sí, quienes la lleven adelante deben tener claro que las noticias que cuenten sus hechos no hablarán de batallas, triunfos y derrotas – las palabras de la guerra – sino dirán cosas como ésta. «Por los bombardeos, cinco hermanas de la familia Baalucha, Jawaher, Dina, Samar, Ikram y Tahrir, de entre 4 y 17 años, murieron aplastadas»
Tengamos claro nosotros otra cosa: Israel no se detendrá por esto. No lo ha hecho ante situaciones similares. Y estas masacres se dan antes de unas elecciones, por un gobierno que evalúa que van a favorecer sus chances. La mayoría del pueblo israelí está convencida – con motivos o sin ellos, no importa – que su mejor chance pasa por el exterminio de sus enemigos: Y si hay «daños colaterales», bueno… (No es una actitud excepcionalmente malvada. En una situación menos extrema, la mayoría de los argentinos se encogían de hombros y decían «Algo habrán hecho». Ah, claro, era la clase media, ese sector horriblemente fascista, que sólo se redime cuando escribe en un blog progre).
Un análisis racional puede demostrar la ceguera de esta actitud. El mundo árabe – que no es especialmente solidario con los palestinos, pero al que este conflicto unifica y fortalece en su identidad (como las Malvinas para nosotros) – supera demográficamente a Israel en forma aplastante. Militar y económicamente está muy atrás, todavía, pero la sola existencia de armas nucleares cambia en forma decisiva la naturaleza y consecuencias de la guerra para un Estado pequeño en territorio. Es sencillamente inevitable – en 5, 10, 50 años – que un enemigo de Israel obtenga la capacidad de destruirlo. Y esto sin tomar en cuenta al resto del mundo musulmán, donde los enfrentamientos de algunos de sus sectores con Occidente los arrastran a la causa común contra Israel. Ver lo que pasó hace muy pocos días en la India. Pero un conocimiento muy básico de Historia nos muestra que estos análisis racionales no dominan la conducta de las naciones…
En agosto del ´06, cuando la guerra del Líbano, escribí algo en Reco sobre Hezbollah, Hamas, y los fundamentalistas pakistaníes, que apunta a las consecuencias impensadas del accionar israelí. Pero este no es un post sobre geopolítica. Mi intención es ver si la lógica del exterminio puede ser detenida. Las protestas y manifestaciones son instrumentos adecuados, si se piensan con inteligencia. Pedidos de romper relaciones comerciales con Israel, por ejemplo, pueden ser sinceros pero son tontos. Los países no se mueven por consideraciones morales, ni siquiera por hipocresía, si no media el aval de una gran potencia. U.S.A. está del lado de Israel, la Unión Europea cultiva su propia paranoia ante la inmigración musulmana. China, India tienen sus propios problemas con minorías islámicas…
Igual, hay un hecho importante: Israel ha perdido legitimidad en su política con el mundo árabe ante la opinión pública (ese monstruo mitológico que sin embargo existe). A los pensadores de la escuela realista (a la que yo tiendo a suscribir) les cuesta incluir en sus análisis este dato; como diría ese gran exponente de la escuela, Stalin «¿Cuántos misiles tiene la opinión pública?». PERO ES UN ERROR EXCLUIR EL ELEMENTO MORAL DE UNA ECUACIÓN DE PODER. Juan Pablo II respondió eficazmente a la pregunta original de Stalin «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?» en el terreno que había sido hecha, la Europa del Este. Otro ejemplo: Alemania, en la Primera Guerra Mundial, no consiguió convertir su ventaja militar en una paz aceptable – aunque la buscó – porque no mostró en su política internacional lo que nuestra Acta de Independencia (y la de los Estados Unidos) llama «respeto a la opinión de las naciones».
Los argentinos tenemos un ejemplo más cercano. En la Guerra de las Malvinas, sufrimos – a pesar de la solidaridad en las votaciones de la mayoría de los países latinoamericanos – una derrota diplomática en los organismos internacionales, antes de la derrota militar. Un factor no despreciable en ese resultado fue que ese gobierno no logró legitimar a sí mismo y a sus métodos.
Se me ocurre entonces que el punto débil de la estrategia de «guerra sin fin» de Israel es, justamente, la opinión de sus dos aliados principales: los Estados Unidos y la comunidad judía en la diáspora. Incluida la argentina, que no es pequeña.
El primero no es un campo fácil. El lobby pro israelí logró una alianza imprevisible pero sólida con la derecha cristiana políticamente activa y con los neocons. Derrotados electoralmente, siguen siendo una fuerza poderosa. Y desde siempre ha tenido sólidos lazos con el establishment demócrata. Obama descansa en Hawai, mientras siguen los bombardeos en Gaza. Los sectores pro árabes se han mostrado hasta ahora poco eficaces en su trabajo político. Supongo que cometen el error – lo hacen sus equivalentes en Argentina – de antagonizar a la comunidad judía en su conjunto.
Sin embargo, hay un factor que me señaló Anahí en un post reciente: ¿puede convenirle a una potencia dominante como USA ser el país más odiado del mundo? El accionar de Israel no es el único factor que crea odio con los Estados Unidos, por supuesto, pero es el más dramático y visible en estos momentos. La presidencia de Obama, que en algún nivel expresa la preocupación de USA por su «poder blando», no puede ignorar esto. Y todavía puede obtener un triunfo mediático relativamente barato: Un viaje de Obama a Gaza, acompañado de alguna concesión aún menor, cambiaría dramáticamente la actitud ante Estados Unidos de las masas árabes… al menos por un tiempo.
Hay un elemento que nadie puede perder de vista, ni siquiera Israel: descartada la ilusión bushiana de una occidentalización forzada de Irak, del Medio Oriente, no hay ningún interés geopolítico de los yanquis que no requiera mejorar sus relaciones con el mundo árabe. No hablemos del petróleo: Israel no lo tiene. Arabia Saudita y los emiratos, Irak, Irán, sí.
En cuanto a la comunidad judía fuera de Israel, dentro de ella misma se produce – desde hace mucho tiempo – una revulsión ante los métodos de Israel. No debemos confundirla con los fundamentalistas, digamos, que desaprueban de la existencia del Estado de Israel por razones religiosas. Es una muy pequeña minoría. Pero son muchos los que, de religión o de memoria judía, le dicen a Israel: «No en mi nombre». Como ha sido hecho en otras ocasiones, debemos acompañarlos. Son los mejores aliados que hoy puede tener la paz en Palestina… y en Israel. Ya que recordé en algún momento de este post a unas niñas palestinas, quiero recordar también a esa joven pacifista judía de la diáspora que hace algunos años se enfrentó a un tanque que iba a demoler una casa palestina y también murió aplastada.
Un mejor 2009 para todos, incluidos los que sobreviven en Gaza.