El estado profundo, versión argentina

El «estado profundo» -«deep state»- es una expresión muy popular entre los conspiranoicos yanquis. En la versión más extendida, se refiere a una asociación entre CEOs que además son dueños de corporaciones gigantescas -que incluyen los medios masivos-, funcionarios de carrera y algunos políticos veteranos, que maneja el gobierno de los EE.UU., al margen y por arriba de los que son elegidos en las elecciones.

La agenda atribuida al «estado profundo» depende: si la cuentan los que simpatizan con los «liberales» en el sentido que usan allí, es una; si la cuentan los que simpatizan con los «liberals» en el sentido que aquí lo usan Espert y Milei, es la opuesta. Pero ambos están de acuerdo que sus medios son clandestinos, e incluyen el asesinato.

Los que investigan el asunto dicen que la expresión «estado profundo» se originó en Turquía en la década de 1990, donde el ejército usó narcotraficantes y sicarios para librar una guerra sucia contra los insurgentes kurdos. Puede ser que sea una traducción del turco derin devlet («estado profundo» o «política profunda»). En todo caso, se refiere a un aparato estatal relativamente invisible «compuesto por elementos de alto nivel dentro de los servicios de inteligencia, militares, seguridad, judicatura y crimen organizado». «Supuestas redes similares existirían en muchos otros países, como Egipto, Ucrania, España, Colombia, Italia, Israel,…».

¿A qué se debe esta pequeña excursión en Wikipedia? preguntarán ustedes. Me la inspiró una crónica policial firmada por la periodista Virginia Messi y publicada el martes pasado en Clarín (que se pone más interesante cuando un gobierno se va y todavía no hay definiciones del que viene). Los invito a leerla -es fascinante y no muy larga- y les comento después.

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«Que Diego Xavier Guastini (45) haya terminado fusilado de tres tiros por un sicario impacta, pero no sorprende. Condenado hace apenas un mes por manejar mulas que traían dinero de Europa, dueño de una cueva de la city porteña conectada con servicios de inteligencia y punto en común en la desaparición de dos «financistas», Guastini vivía al filo del peligro. Y lo sabía.

Aunque su asesino lo encontró solo arriba de su flamante Audi A4, Diego había tomado recaudos para que su familia estuviera protegida por expertos: dicen que contrató los servicios de una empresa de seguridad privada integrada por ex Albatros (fuerzas especiales de elite de la Prefectura Naval).

Tal vez por la naturaleza oscura de sus negocios, que concentraba en su oficina de Florida al 500, a Guastini no le gustaba la custodia marca cuerpo a cuerpo, al menos para él. Por eso no estaba acompañado cuando lo emboscaron esta mañana, a metros de la Municipalidad de Quilmes, y sí llevaba una pistola Glock calibre .40 en la cintura. Y por eso también se habría negado alguna vez a tener protección del Estado. Aunque se la habrían ofrecido.

Quienes no lo querían andaban diciendo que Guastini compartía todo lo que sabía de cheques, lavado y dinero negro con más de un investigador judicial. El rumor era que, en realidad, siempre se había dedicado a estar en los dos lados del mostrador y prueba de eso era su vecindad comercial (tenía la oficina en el mismo edificio) y su amistad con Luciano Viale, hijo del ex agente de la SIDE Pedro «El Lauchón» Viale.

«El Lauchón» -hombre de máxima confianza del poderoso Jaime Stiuso- fue asesinado en su casa de Moreno el 9 de julio de 2013 por una unidad del Grupo Halcón de la Policía Bonaerense en un episodio por demás polémico, violento y confuso.

Sin dudas el mote de «financista» le quedaba chico a Diego Xavier Guastini. Lo mismo que a Hugo Díaz (41), desaparecido el 9 de marzo de 2015, y Damián Stefanini (49), desaparecido el 17 de octubre de 2014.

Ambos se esfumaron sin dejar rastros. Los dos tenían relación con el lavado de dinero y particularmente con Guastini y la bicicleta de cheques y dinero ilegal en manos de cuevas conectadas en su mayoría a servicios de inteligencia.

Luego de años de bajo perfil y buenos negocios, el nombre de Diego Xavier Guastini comenzó a aparecer en diferentes causas judiciales. Según algunos, cayó en desgracia y perdió protección.

Sea como fuera, en 2015 se lo relacionó públicamente no sólo con el tráfico de mulas de dinero, sino con la desaparición de Hugo Díaz, quien habría sido tu testaferro y quien se esfumó luego de ir a verlo a su oficina de Florida al 500.

Una cámara de seguridad captó a Díaz entrando al edificio de Guastini, pero nunca se registró su salida. Pudo haber usado una puerta secundaria que tiene el lugar. Sin embargo, nadie lo puede certificar. Lo cierto es que nunca más se lo vio con vida.

Poco antes de desaparecer, Díaz había «comprado» una coqueta casona ubicada en una de las zonas más exclusivas de Banfield, sobre la calle Alem al 1200. En los papeles, Díaz le pagó casi un millón de dolares a un ex espía que figuraba como dueño de la propiedad. Pero la historia no es tan simple y muestra un poco cómo era el mundo en el que se movían tanto Díaz como Guastini, verdadero capitalista de la operación.

Según determinó la Justicia, la casona había pertenecido a un matrimonio que fue privado de su libertad y obligado a transferirle la casa a un ex agente de la ex SIDE (al que apodan “Mandril”) por una deuda. Allí luego sería alojada una “mula” española que había entrado al país desde España con 1.200.000 dólares en efectivo.

En la causa abierta por la desaparición de Díaz se secuestró un boleto de compraventa en el que el agente “Mandril” aparece vendiendo la propiedad a Hugo Díaz por 850.000 dólares. Esta última operación, que para los investigadores no es más que una maniobra de lavado de dinero, fue concretada el 26 de febrero, apenas horas después de que la casa de Díaz, en Lanús, fuera baleada por desconocidos y sólo unos días antes de que éste desapareciera luego de entrar al edificio donde Guastini y Viale manejaban sus cuevas.

Díaz era tan «financista» como Guastini. Y en ese rol le cambió al menos un cheque (secuestrado por la Justicia) al «empresario» Damián Stefanini.

Stefanini desapareció un año antes que Díaz, el 17 de octubre de 2014, y la principal pista que maneja la Justicia para tratar de saber qué le pasó también apunta a sus manejos dudosos de dinero. Ya se determinó, por ejemplo, que Stefanini le había depositado 150.000 dólares al fiscal Alberto Nisman en su cuenta de Nueva York. Y en su círculo también estaba Guastini.

El crimen de Guastini ocurrió a las 8.30 de este lunes en la esquina de la calle General Paz y Alberdi, frente a la sede municipal. Había salido de la casa donde vive con su familia para dirigirse a su oficina de la calle Florida cuando un sicario le disparó. El atacante salió corriendo y se subió a una moto, en la que lo esperaba un cómplice.

«Me dieron, me dieron», alcanzó a decir la víctima, que murió antes de que lo trasladaran al Hospital Iriarte.»

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Lo importante de esta noticia no es que permita recibir con una sonrisa sarcástica las afirmaciones del gobierno que se va sobre su lucha victoriosa contra el narcotráfico. Es que apunta a un problema serio y delicado que tendrá que enfrentar el gobierno que viene.

¿Es el principal? No. El inmediato y decisivo es la economía: si no conserva el control de las variables fundamentales -dando al mismo tiempo alguna satisfacción a los reclamos de los que lo eligieron- se va al diablo muy rápido. Pero este otro, si no tiene claro desde el comienzo cómo va a manejarlo, después se hará mucho más difícil.

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