La batalla cultural no se librará este domingo

Como es mi (mala) costumbre, empiezo por anticiparme a lo que podría pensar el lector: no, no voy a decir que el resultado electoral de este domingo no importa. Ni tampoco que la «batalla cultural» es un tema de graduados en ciencias sociales sin conexión con la realidad (los graduados, no el tema).

Las dos cosas -la lenta deriva de los valores en una sociedad, los votos en una elección legislativa- son reales, y cargadas de consecuencias. Pero son distintas, y su conexión, que la tienen, no es ni rápida ni automática.

Es curioso, pero lo que me puso a pensar sobre batallas culturales han sido las campañas de estas elecciones. Las de las 2 coaliciones principales. Ya concluidas, puedo dar mi opinión sin sentir que estoy violando alguna ética publicitaria o política: las vi poco imaginativas, aburridas. No creo que sea culpa de los profesionales a cargo. Enfrentaron el hecho que en ninguna de esas dos coaliciones logró un discurso dominante, un mensaje claro para los votantes que aceptara y repitiera la mayoría de sus militantes. Salvo, claro, «voten a Nosotros, porque los Otros son horribles». Funciona, eh, pero no suma ni entusiasma.

Hasta cierto punto, era inevitable. El deterioro de la gestión de Mauricio Macri se aceleró a partir de abril de 2018. Deterioro en sus propios términos y según sus propios objetivos. El recuerdo está demasiado fresco. Y al gobierno de Alberto Fernández, que no comenzó mostrando imaginación, ni estableciendo autoridad -para ponerlo suavemente- le cayó encima la pandemia, que deterioró a todos los oficialismos. Incluso al hasta entonces «winner» Trump y a la inoxidable Merkel.

Así, hoy hay sectores de la militancia del FdT -que van a votarlo, sin dudar- que se expresan en las redes con más furia de Alberto que de Macri. En JxC es menos explícito -aunque hay bastantes puteadas a Larreta- pero, estimo, más profundo.

JxC logró un éxito importante: consiguió establecerse como la opción para el voto rechazo al peronismo, el lugar que ocupó por décadas la UCR, y el No al peronismo es la otra gran identidad política argentina de los últimos 76 años, junto al peronismo.

Pero a ambas dos identidades las atraviesan las mismas divisiones -«progresismo» / «valores tradicionales»; «emprendedorismo» / «estatismo»,… (todo esto lo analizó Pierre Ostiguy con mucha más seriedad que yo)- y la coalición antiperonista no tiene la historia y las redes personales en común que sí tiene la mayoría de la coalición que forman el peronismo y sus aliados más afines. Y que si tenía (tiene) la UCR.

Pero lo que me puso a pensar en la interacción de lo cultural y lo electoral fueron justamente los temas centrales de la última parte de las 2 campañas, que -creo- fue un acierto de esos dos equipos. El «Sí» resuena bien con el etos tradicional del peronismo, posibilista, volcado a las realizaciones concretas. Y el «Yo decido» reflejaría bien la afirmación de la autonomía personal que un cripto liberal como yo puede rescatar del rechazo al peronismo. «A mi no me van a obligar a llevar luto por Evita», es una de la más viejas de las consignas gorilas (si trae ecos del Matadero de Echeverría y el luto por Encarnación Ezcurra…).

Ahora, el punto de este posteo es que las batallas culturales no se plantean ni se resuelven en las contiendas electorales. Hay ejemplos a montones en nuestra historia cercana: si hay algo que movilizó y enfrentó profundamente a nuestra sociedad el año pasado es el tema del aborto. En esta elección dará para el 1% de los votos en algún distrito numeroso, con suerte.

Otro ejemplo, de una «batalla cultural» con motivaciones económicas y políticas: el enfrentamiento por la Resolución 125 en 2008, dio origen al kirchnerismo como hoy lo conocemos y también al antikirchnerismo. Y, de Este Lado se olvida, ese antikirchnerismo triunfó en el número de manifestantes y en la votación en el Congreso. Había surgido un nuevo actor político, y algún bloguero sabio -había algunos en ese tiempo- habló del «vandorismo rural».

Bueno, no. Los legisladores ruralistas elegidos el año siguiente pasaron por sus bancas, y -a pesar de la prédica de Héctor Huergo, amplificada por Clarín Rural- no hay una fuerza política que exprese los intereses y el etos de los propietarios rurales, como hay hace siglos en Europa y entre nosotros lo hacían los conservadores.

Lo más cercano es la UCR, pero las puteadas más fuertes contra «los radicales» -sobre todo después de la gestión de Alfonsín- uno las escucha entre los ruralistas. El PRO, … expresa mucho más el etos muy urbano de ejecutivos, CEOs y aspirantes a serlo.

Resumiendo, gente: nuestros votantes se deciden, de menor a mayor intensidad, 1) por identidades -tienen menos fuerza que décadas atrás, pero todavía pesan-, 2) por carisma, simpatía hacia algunas figuras y rechazo a otras, y 3) por gestión. Y «gestión» engloba toda la realidad que vive y sufre el votante, no sólo lo que es responsabilidad del gobierno. No es un buen panorama para el FdT, que sólo puede esperar, y espera, que la memoria de la de Macri pese más.

Como sea, el resultado del domingo no cambiará, estoy razonablemente convencido, el escenario político. Seguirán existiendo las dos grandes coaliciones, porque no aparece un nuevo actor que las desafíe. Tengan presente que tradicionalmente surgió en las elecciones argentinas, una «3° fuerza» con peso. El Partido Intransigente, la Ucedé, partidos muy distintos que en ocasiones muy distintas llenaron ese rol. Que en estas elecciones la 3° fuerza sea el Frente de Izquierda, tengo que concluir, con respeto y cariño por esos militantes, que los votos están polarizados como en pocas ocasiones.

¿Estoy diciendo entonces que el resultado de este domingo no importa tanto? Por supuesto que no! Estos resultados serán el insumo fundamental de las dos «madres de todas las batallas» que van a ocupar los próximos dos años: las pujas por las candidaturas presidenciales de esas dos grandes coaliciones. No nos vamos a aburrir.

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