Quiero saludarla, ahora, cuando me entero que murió, con 101 años de historia argentina al hombro. Pero no estuve cerca de ella, y hay muchos que escribirán mejor sobre su vida. Es que durante casi tres años intensos, del ’73 al ´76, nos veíamos la mayor parte de los días, en lo que era la Sala de Representantes y había sido el Consejo Deliberante, y ahora es la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires. Deberían despedirla allí, como a Miguel Unamuno y otros de ese tiempo y lugar.
Como dije, no éramos cercanos, aunque había cordialidad, distante, de parte de ella, y respeto desde mí. Éramos diferentes generaciones. Ella venía desde el sector sindical, naturalmente, mayoritario en el bloque del Frejuli. Pero no pesaba mucho en las relaciones de poder internas (El peronismo, y la política, eran todavía más machistas entonces). A pesar de eso, había algo que la destacaba entre los 60 legisladores de todas las fuerzas: su despacho era el que todos los días tenía una larga fila de gente que venía a pedirle ayuda con algún problema. Y, también en eso se destacaba, ella los atendía a todos. El ejemplo de Evita había echado raíz.