
Estos párrafos los escribí como introducción a un artículo de Sami Naïr que publicamos hoy en AgendAR. Pasa que el franco argelino piensa, naturalmente, desde Europa. Yo pienso desde aquí, y comparto en este politizado blog.
«Hay dos formas de encarar lo que está pasando en el mundo que se pueden descartar por ingenuas. Una, es creer que el coronavirus va a cambiar, mágicamente, las realidades del poder, económico o político, en el mundo. Dos ejemplos de lo que decimos: aunque casi todas las economías nacionales sufren una brutal recesión, no hay, hasta ahora, una «ola de defaults». Las deudas se renegocian, más o menos como antes de la pandemia. Nuestro ministro de economía se está enfrentando a ese dato.
Otro: Bolsonaro, por todo el desastroso manejo que ha hecho de la situación sanitaria en Brasil, y el rechazo que despierta en importantes sectores en su país y en el mundo, no ha sufrido una caída completa en su popularidad. Todavía tiene un porcentaje de apoyo -¿30%?- que evita el juicio político al que algunos les gustaría someterlo.
Por otro lado, también es irreal pensar que esta pandemia, cuyo antecedente más cercano es de 100 años atrás, en un mundo que no tenía la red de comunicación instantánea y estrecha que nos envuelve, pasará sin consecuencias, y volveremos a la «normalidad de antes».
Hasta ahí, lo que nos animamos a decir.» La bola de cristal está fallada.