Argentina Espacial, 2° parte: La muerte del Cóndor

Este «informe especial» que preparó Daniel Arias por la continuidad del proyecto Tronador es aún más difícil de separar en partes que la saga «nodriza» Argentina Nuclear. Si quieren leer ésta y no han leído la 1° parte, sugiero que lo hagan aquí.

el-condor

El Cóndor 2 en versión de 2 etapas (Cóndor + Cóndor)

El cohete Cóndor no era exactamente “la argentinidad al palo”, en materia de tecnologías, y en ese sentido marcaba un corte ideológico profundo con la actividad previa, guiada por la aversión a comprar tecnología extranjera. El grano era un desarrollo químico de la SNIA Viscosa de Italia, y los componentes metálicos y cerámicos del motor y la tobera pertenecían a Messerschmitt Bölkow Blohm (MBB) de la República Federal Alemana. El sistema de guiado, como se dijo, era malo: podía pegarle a un blanco… o no, con una imprecisión en el impacto de hasta tres kilómetros.

Como la CNIE no tenía mucha plata, parte de la financiación del Cóndor vino de Egipto, donde expertos argentinos montaron una planta de motores clonada de la de Falda del Carmen, Córdoba. Los egipcios, encantados, se disponían a vender la tecnología a medio Medio Oriente. Los israelíes, que nos habían ofrecido sus propios motores sólidos sin éxito, ante la perspectiva de tener que convivir con vecinos súbitamente dotados de misiles mucho mejores que la porquería de los Scud que la URSS le había vendido a Irak, se pusieron “del tomate”.

Como los combustibles sólidos dan misiles confiables, tras la guerra de Malvinas teníamos a la OTAN encima tratando de liquidar como fuera el Cóndor, que estaba causándole un tremendo dolor de huevos en dos lugares distantes del planeta a la vez. Una vez que lo lograron, para la Argentina estos combustibles se volvieron anatema. Bueno, al menos un tiempo, hasta que el gobierno kirchnerista impulsó desde el Ministerio de Defensa el proyecto Gradicom III, que se hizo puré a 7 segundos de lanzado en 2013, aunque sus modestos antecesores I y II habían funcionado bien.

Aunque cualquier combustible sólido tiene menos impulso específico que los líquidos (digamos, da menos kilometraje por kilogramo, en términos automovilísticos), es de lo más misilero que hay. Soporta golpes, vibraciones y cambios de temperatura, los almacenás años enteros adentro del cohete, pero ante la necesidad, apretás el botón y fssss… sale volando. Y con qué aceleración. Los sólidos dan siempre ese tremendo empuje inicial, aunque no dura mucho: se queman a velocidad constante pero relativamente rápido, y sin casi posibilidad de regular o interrumpir su combustión, como cañitas voladoras.

Esa rigidez de quemado, que sólo dos o tres países lograron dominar, vuelve bastante tosco a cualquier vector sólido para las maniobras finas que suponen la inserción orbital de uno o varios satélites. Una solución es ponerle al lanzador sólido una segunda etapa líquida, pero los brasileños no la intentaron. La otra salida habría sido dotar al o los satélites de sistemas de propulsión y navegación propios sobredimensionados, pero eso es resignar kilos –pueden ser toneladas- de la carga útil satelital específica, es decir la cámara o sensor o pendorcho comunicacional que le da función y sentido al aparato.

Cuando a Brasil le estalló el VLS en la base de Alcántara, ese vehículo venía de tres fracasos previos. Los vecinos habían construido un lanzador sumamente modular: cuatro VLS como “strap on boosters” (impulsores adosados al vehículo principal). Y este vehículo principal era otro VLS más, pero “con jeitos” sofisticados para inyectar dos satélites de 250 kg. cada uno a 200 km. de altura. Tanto contratiempo es extraño: Brasil había logrado alturas de 160 km. con su VS 30, y de 600 con su VS 40. Muy bueno, aunque en 1969 el Cástor, anteúltimo cohete sólido de la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE), ya llevaba 48 kg. a 400 km. Y con grano argentino de menor impulso específico que el del Cóndor II.

Del VLS, todavía no se sabe qué causó el encendido espontáneo del “booster” que hizo volar todo en pedazos, tres días antes del lanzamiento previsto y con la plataforma llena de expertos trabajando como hormigas. Eso da la pauta de que incluso dominar éste, el sistema de combustible más primitivo de la historia de la cohetería, te puede volver bastante loco, al menos aquí en Sudacaland. Y eso sin caer en hipótesis conspirativas.

A diferencia de lo que pasó con la Argentina, que recibió aprietes públicos tremendos de «La Embajada» durante épocas de Alfonsín para matar el proyecto Cóndor II (y hay que reconocer que don Raúl se negó taxativamente), a Brasil aparentemente los americanos lo dejaron hacer.

Es cierto que el Brasil de la última dictadura militar venía de ser el “Golden Boy” de los yanquis en América Latina. A nosotros, siempre a punto de trenzarnos a tiros con los chilenos y luego capaces ir a la guerra en serio y nada menos que contra el socio favorito del Tío Sam en la OTAN, nos llovían los rebencazos condoricidas. Por otra parte, apretar a Itamaraty desde épocas del dictador Geisel en adelante ha sido más difícil que hacerlo con el Palacio San Martín. El State Department lo sabe.

Si algo extraño del Cóndor es que ya lo conocíamos de sobra y en uso civil, hoy sería un “strap on booster” más que aceptable si uno tiene otro vector más navegable y preciso para colgárselo. Eso nos habría evitado complicaciones fascinantes.

Cohetero es el que no afloja

Por mucha experiencia exitosa que tengas en aeronáutica (como Brasil) o tecnología nuclear (como la Argentina), con la baquía que eso te da en materiales especiales y electrónica de control, los combustibles líquidos de cualquier tipo, almacenables a temperatura ambiente o criogénicos, son un desafío técnico subido. De no serlo y tanto, los brasileños lo habrían encarado.

Con propelentes líquidos, hasta llegar a un aparato con un 80% de confiabilidad, que todavía no le podés vender a nadie, te van a tener que haber estallado unos cuantos en rampa o en vuelo. Y para llegar al 90%, todavía inaceptable en el mercado satelital, ni hablemos.

No tiene vuelta. El que no quiera pagar ese precio, que no se meta. El que lo pagó y llegó a algún producto capaz de exportar lanzamientos, ése es un país espacial por la propia, que gana plata en su mostrador, en lugar de hacer cola tres años ante los de los proveedores mundiales de puesta en órbita para manotear la primera bodega más o menos en precio, en la fecha justa, con un vehículo –que suele transportar tu carga como “copasajero” de alguna que le interesa bastante más- que además te lleve al tipo y altura de órbita que necesitás.

Lo dicho, un país espacial sin cohetería es un país «medio espacial».

Si la CONAE debió obligarse a seguir una línea de propelentes líquidos es por evitar interferencias de La Embajada. Si a ese rato la CONAE le añadió la audacia adicional de intentar una primera etapa criogénica… bueno, eso es Varottismo Puro. Como dice Borges: “Siempre el coraje es mejor…”.

La muerte del Cóndor dejó un post-trauma tecnológico de escala nacional, del que Varotto está tratando de curarnos desde 1996. En su obsecuencia, Menem y Di Tella fueron tan lejos que no sólo destruyeron los Cóndores construidos y mandaron los pedazos a los EEUU para verificarse allí su defunción, sino que alguien (ignoro quién) logró pararlos cuando los tipos trataban además de dinamitar los búnkeres anti-explosión de la fábrica de Falda del Carmen, en Córdoba.

Hoy allí la CONAE tiene su Centro Espacial, y las potentes antenas que “navegan” y “bajan señal” de sus satélites, y las de varios otros países asociados.

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 Antenas de comando y control de satélites de la CONAE en Falda del Carmen, Córdoba

El anatema cayó sin atenuantes sobre la vieja CNIE (Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales), dependiente de la Fuerza Aérea). Ese Lázaro no resucita.

Tenía historia… Desde los ’60 y hasta 1991, cuando Menem la cerró, la CNIE desarrolló varias líneas de alcance y potencia crecientes de cohetes sólidos para investigación de esa parte de la atmósfera que ya pertenece al espacio, por encima de los 100 Km. de altura.

Y por monedas. La CNIE fue un pariente pobre dentro de la Fuerza Aérea Argentina, siempre más pendiente de sus aviones de combate y lo suficientemente miope como para no entender que ese extraño apéndice espacial que le había crecido bajo las alas, la CNIE, era un buen centro de desarrollo para tener misiles aire-tierra, tierra-aire y de bombardeo «stand off», capaces de viajar en la bodega de un Canberra (por dar un ejemplo de la chatarra de 2da mano que la FAA solía comprar), y poner knock-out un blanco desde una distancia segura para el avión. ¿Pero todo eso, salvo el misil crucero, que no te lo vendía nadie, no se compraba a Francia, Italia o Israel? La FAA de los años ’50 tenía su propio misil crucero, el Tábano, guiado por radio desde un bombardero, que no fabricó jamás. Y es que después de 1955 la fuerza sufre de otro post-trauma del que no se cura: el del aborto del Pulqui II.

La FAA redescubrió a la CNIE cuando necesitó o creyó necesitar algo que iba a ser difícil comprar en el exterior “off the shelf”, listo para usar. Por el contrario, había que poner cierta inteligencia propia al menos para formular las especificaciones de algunos componentes, y resolver la ingeniería general. Fue el proyecto Cóndor II, misil cuyo alcance en trayectoria balística y porte (1200 kilómetros con una carga útil de media tonelada) se fijaron en las épocas que casi terminan en una guerra con Chile. Pero los sistemas de guiado no eran muy buenos: el rango de precisión andaba por los tres kilómetros, una porquería salvo que tengas una carga nuclear. Y no era el caso.

Alfonsín -cuya política externa fue sumamente pacifista- defendió el Cóndor a capa y espada. Probablemente con razones: el malhadado misil podía volverse un sistema de puesta en órbita o parte del mismo, cómo no. La FAA podría haberlo ayudado en esa transición contactándose con la Secretaría de Ciencia y Técnica, entonces a cargo del impecable Manuel Sadosky, para que éste adaptara su único proyecto satelital para un viaje en el Cóndor.

Este solitario satélite sin hinchada propia era el SAC-B, un aparato que debía servir para detectar el origen de los «X-ray bursters», explosiones de rayos X del espacio profundo. Sí, concuerdo, un asunto típicamente CONICET “de antes”: ciencia pura más bien cara, sin aplicación posible en la Argentina, pero que construye currícula y carreras personales. Por supuesto, con los fondos del CONICET en tiempos de Alfonsín, el proyecto no lograba avanzar ni en planos.

Pero poner unos dólares y un poco de cintura política en unir el Cóndor II con el SAC-B le habría dado tapas de diario y horarios centrales al CONICET, que para la opinión pública argentina no existía, y al Cóndor II le habría comprado una legalidad científica que quizás, a la larga, lo podrían haber salvado del desguace a cargo de la patota del Ministro de Relaciones Carnales.

Pero esa sinergia jamás sucedió. En épocas de Alfonsín la comunidad científica y la militar sencillamente no se hablaban. La primera le debía muchos muertos y exiliados -entre ellos el propio Sadosky- a la segunda. Y la FAA, con la mitad de sus aparatos perdidos en Malvinas y su presupuesto reducido a nada, estaba más dedicada a conseguir fondos para seguir desarrollando el Cóndor en oscuras sociedades triangulares con la República Federal Alemana, Egipto y en algún momento, Irak. Y tal vez también otros indescifrables países de Medio Oriente, que ya entonces empezaban a suministrar villanos barbudos y morochos en las películas de Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger. Pobre Cóndor II, cuando se las tuvo que ver con Rambo, Terminator y además con el Calos Menem, Guido Di Tella, George H. Bush y el embajador-virrey Terence Todman.

(Continuará)

4 Responses to Argentina Espacial, 2° parte: La muerte del Cóndor

  1. Alcides Acevedo dice:

    ¿De vuelta con el Cóndor?
    Aquel proyecto consistió básicamente en un programa de transferencia de tecnología europea al Medio Oriente con Argentina de preservativo, cuando el año 1988 en Estados Unidos detectaron el intento de contrabandear material sensible destinado al Cóndor el programa murió:

    U.S. Accuses 2 Egyptian Colonels In Plot to Smuggle Missile Material
    By PHILIP SHENON, Special to the New York Times
    Published: June 25, 1988

    Two Egyptian military officers and three Americans were charged today with a scheme to smuggle highly sophisticated American-made chemicals and other materials to Egypt.

    Reagan Administration officials said the materials were to have been used in an Egyptian program to build ballistic missiles.

    One of the Egyptian officers, Lieut. Col. Mohammed Abdella Mohammed, an administrative officer assigned to the Egyptian Embassy here, was arrested in Baltimore and released after he asserted diplomatic immunity, the Justice Department said. According to Administration officials, Colonel Mohammed is expected to be expelled from the United States within the next several days. Other Egyptian Lives in Austria

    The Justice Department and the United States Customs Service said the other Egyptian, Col. Hussam Yossef, lived in Austria and had not been apprehended.

    Administration officials said they were distressed by the charges, which come at a time of good relations between the United States and Egypt. President Hosni Mubarak has been the only Arab leader to support the new Middle East peace plan of Secretary of State George P. Shultz.

    The Egyptian Embassy had no immediate comment on the arrests. Court documents in the case assert that embassy cars and buildings were used in the smuggling scheme. Carbon Compound at Issue

    According to the documents, the investigation foiled a plan to ship a box of 430 pounds of a sensitive carbon compound to Egypt aboard an Egyptian C-130 military plane that was scheduled to fly today from Baltimore.

    Export of the material, which is known as carbon-carbon, is tightly controlled because of its military value and is subject to approval by the Department of State. It is used to enhance the accuracy of missiles by protecting their nose cones from heat.

    Administration officials said the Egyptians apparently intended to use the material in a program with Argentina to develop the Condor-3 surface-to-surface missile. Some experts say the weapon, which will not enter service for several years, is being developed with Iraqi funds.

    El programa «espacial» argentino es un chiste, como señalé muchas veces, si por lo menos potencialmente fuera negocio, no hay una sóla agencia espacial de genere ganancias, averigüen el déficit anual de la Agencia Espacial Europea, no venden lanzamientos espaciales… los subsidian.

  2. ram dice:

    Tenés razón, che, acá solamente va a haber seriedad cuando programemos viajes espaciales desde Córdoba a Japón con el monito alcides de chofer…. endemientras, es todo al cuete.
    Che, genio, contános la posta, si el Cóndor era para transferir «tecnología occidental» al Medio Oriente….. ¿por qué nunca se concretó una venta de TAM, VCTP, fragatas MEKO, submarinos TR?, por qué, campeón?, arrugaron los alemanes o a vos te vendieron de la mala?

  3. Daniel Eduardo Arias dice:

    Creo que el comentario de AA, típico colonizado mental, típicamente minimiza el «expertise» argentino puesto en el negocio Cóndor II. Que fue triangular, sin duda. Lo que no entiende AA es cuáles son los catetos y cuál la hipotenusa.

    Para no gastar pólvora en chimangos, don AA, antes de PARTICIPAR en el Cóndor II el último misil que había fabricado la Messerschmitt fue el V-2 en la 2da Guerra. De modo que no era que tuvieran tanto know-how a transferir.

    Debido a prohibiciones que EEUU y el resto de los aliados le impuso a la misilística alemana (y seguían vigentes en los ’80), la RFA alemana hizo sociedad con la CNIE desde 1961 en las distintas líneas de cohetes que se diseñaron aquí. Y en los que hacían de socio menor en tecnología, aunque ponían plata. Fuimos el único modo de que la RFA tuviera algo de actividad en cohetes. Pero en plan de dueños de casa, entiéndase bien.

    By the way, todos los cohetes de línea pre-Cóndor probados en esa época tenían granos más bien copiados de fórmulas de misiles franceses, no alemanes. Y se hacía todo bien a la argentina, con tres mangos, usando amasadoras de pan adaptadas para el mezclado de los componentes del combustible sólido.

    Con esas tecnologías caseras y mucha ingeniería inversa lográbamos poner 48 kg. a 400 km de altura tan temprano como 1969, aunque sin sistemas de navegación ni micropropulsores capaces de ejecutar una entrada en órbita.

    Como siempre, le agradezco su aporte al basureo del esfuerzo tecnológico de su propia patria.
    .

  4. […] este “informe especial” que preparó Daniel Arias. Si no lo hicieron, lean la 1° y la 2° parte antes. Más adelante, veré como se integra con lo que se ha publicado en el blog en la […]

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