Reflexiones después de una Plaza

(foto apropiada a J. R. Sentis)

Como tuve que volver esta tarde con mi familia a Buenos Aires, llegué a la Plaza de Mayo muy cerca de las 18 hs., poco antes que empezara a hablar la Presidente. Me dediqué entonces a caminar entre los grupos, y encontrarme con esos amigos que sólo vemos en esas ocasiones. Mi ocupación favorita en los actos peronistas, bah.

La evaluación política ya es casi de rutina. El hecho central es el mismo que señalé en el acto del 17 de octubre del año pasado; que, en realidad, puede decirse de todos los actos convocados durante los dos gobiernos de Cristina Fernández, a partir de los enfrentamientos del año 2008: Fue una concentración importante de militancia y de simpatizantes, y ninguna otra opción política además del kirchnerismo convoca en esos  números.

Una diferencia con ese otro acto – convocado durante la licencia por enfermedad de Cristina – fue el… clima de los asistentes. Aquellos los describí como «tranquilos y resueltos». Esta vez noté – con toda la diversidad que se da en una multitud – un espíritu de fiesta. Sobre eso me voy a extender después.

La honestidad obliga a reconocer que esa capacidad de convocatoria no garantiza éxito electoral, como pudo comprobarse nueve días después de ese 17 a que me referí (fue una concentración, como ésta, de Capital y Gran Buenos Aires). También cabe decir que el kirchnerismo moviliza tanto a favor como en contra.

Ahora, esa afirmación pide dos aclaraciones: En ambos casos, es el kirchnerismo el que convoca. No hay (todavía) un liderazgo opositor que sume voluntades a partir de otra consigna que no sea, en el fondo, «ponerle límites a los K». El otro dato es que, por eso mismo, la Oposición no puede hacer un acto importante en una fecha determinada, sino cuando se dan circunstancias de temor o bronca en sectores numerosos de la población.

Y eso me lleva a la reflexión que se me ocurrió, una que me parece más importante que el forcejeo político. Este fue un acto en ocasión del 25 de Mayo, de una fecha patria. Por supuesto, encaja dentro de la estrategia política del oficialismo. Ningún gobierno hace un acto que no crea que lo va a favorecer, y pretender lo contrario sería hipocresía. Más, uno podía notar entre la concurrencia los esfuerzos de algunos precandidatos para posicionarse en las elecciones del año que viene.

Eso no importa. Forma parte del juego político en todas las democracias modernas. El punto es que en Argentina las fechas patrias habían dejado, hace muchos años, de tener calor popular. La Presidente lo señaló en algún momento de su discurso, y es cierto. Cuando todavía eran algo más que actos formales y aburridos, estaban enmarcadas por un desfile militar. Y el desprestigio del «partido militar» acabó hasta con eso.

A partir de los festejos del Bicentenario, eso fue cambiando. Hoy el acto más importante del gobierno kirchnerista no ha sido uno de su propio calendario, el 27 de abril, ni el tradicional peronista del 17 de octubre, sino una fecha patria. Le doy peso a esa circunstancia, no en sí misma sino porque condiciona al gobierno que lo suceda, más o menos cercano, a «ponerse al hombro» las fechas que son de toda la Nación. No es lo menor, me parece, en el legado kirchnerista.