Cambiando de canal, o Después de Cristina

Un fin de semana largo, con muy pobre acceso a Internet (y a celulares), me dio tiempo para reflexiones. Nada demasiado profundo: la idea era descansar. Pero hay un hecho obvio que – me parece – los politizados no estamos enfrentando con la suficiente claridad: Dentro de aproximadamente dos años los argentinos tendremos un presidente, que no será Cristina Fernández.

No es que sea una realidad imprevista, seguro. Una reforma constitucional – el requisito para que la Presidente pudiera presentarse nuevamente a elecciones – enfrenta una hostilidad mucho mayor, de sectores sociales e intereses más poderosos, que la que tuvo que encarar Menem en 1994.

Además, ya podía detectarse – para quien quisiera verlo – un rechazo a la idea de reelección indefinida en la mayoría de la población, aún entre quienes habían votado a Cristina. Las Primarias Abiertas de hace una semana simplemente lo hicieron evidente.

Antes de seguir, me parece imprescindible subrayar algo: No voy a repetir gastados lugares comunes sobre «fin de ciclo». No veo razones objetivas para dar por terminada la experiencia kirchnerista, que gobierna Argentina y hegemoniza su principal fuerza política desde hace 10 años, que encolumna a la mayoría de los gobernadores, y de los intendentes, que cuenta con el apoyo convencido de un sector importante de la población. Especialmente, no ha surgido en ese tiempo en el ámbito nacional una alternativa que la desafíe como la expresión actual de esa fuerza política mayoritaria, el peronismo realmente existente.

Claro, tampoco se pueden extender garantías. Es posible, no seguro, que después de esos dos años el kirchnerismo deje de contar con el aparato del Estado nacional, una prueba dura para una corriente política nacida a su calor. Después de todo, cosas muy parecidas a lo que señalé del kirchnerismo podrían haberse dicho del menemismo, allá por 1997…

Hay una diferencia fundamental: el kirchnerismo ha convocado, y convoca, militancia. Como peronista con experiencia en etapas anteriores a la K, y a la de Menem, creo que su vitalidad depende de esa capacidad de convocatoria. Sería muy lamentable que se perdiera.

De todos modos: esto es teoría, y predilecciones personales. El hecho cierto es que a Cristina Fernández le restan 28 meses de su mandato, y eso en Argentina es bastante tiempo.

Sobre lo que puede hacer, me parece muy lúcida esta columna del impronunciable Zlotogwiazda, no kirchnerista él:

«Esa actitud estéril de disfrazar la realidad o pretender relativizar la contundencia de los números, no necesariamente implica falta de reacción frente a una situación adversa. Habrá que dejar correr los días para ver cómo responderán esta vez. Mientras tanto, puede ser de utilidad repasar la manera en que el kirchnerismo reaccionó en los hechos tras el revés del 2009.

El primer hecho relevante fue la renuncia, a los tres días de la elección, de Ricardo Jaime como secretario de Transporte, que era el responsable de una pésima gestión y ya estaba comprometido en varias causas judiciales… Además de echar lastre con Jaime, Cristina renovó su gabinete. El todoterreno Aníbal Fernández reemplazó a Massa como jefe de ministros, Julio Alak ocupó el lugar vacante en Justicia, y Mariano Recalde el que quedó libre en Aerolíneas Argentinas. Por su parte, el ascendente Amado Boudou trepaba hasta el Ministerio de Economía, y Diego Bossio se acomodaba en la ANSeS. Y al muy poco tiempo la Presidente jerarquizó el Ministerio de Educación con Alberto Sileoni, y elevó al rango de ministerio a Agricultura, Ganadería y Pesca bajo el mando del dialoguista Julián Domínguez.

… Tras la derrota de 2009 no sólo hubo cambio de figuritas. Más importante que eso, en la segunda mitad del año el Gobierno ametralló una serie de iniciativas de gran impacto: la Asignación Universal por Hijo, el plan Argentina Trabaja, el Fútbol para Todos, la aprobación de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que había sido presentada antes de la elección, la estatización de la ex fábrica militar de aviones de Córdoba, el nuevo DNI barato y de fácil tramitación, la eliminación del delito de calumnias e injurias contra funcionarios como figura penal, y la modificación de la ley electoral con la creación de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. La seguidilla continuó al año siguiente con la creación del Fondo de Desendeudamiento para pagar deuda con reservas y el plan Conectar Igualdad. En menos de un año el Gobierno logró transformar la imagen de derrota que había dejado la elección en la postal de los festejos multitudinarios por el Bicentenario.

Para esa resurrección también fue fundamental que la economía recuperara las altas tasas de crecimiento previas a la recesión mundial desatada a fines de 2008, lo que fue posible por la propia moderación de la crisis internacional, y por las políticas keynesianas compensatorias que adoptó el Gobierno«.

Digamos que en dos años pueden pasar muchas cosas, con un gobierno «decisionista». Como un detalle curioso, esta columna de Zloto me la hizo notar Lucas Carrasco ¿Está volviendo al kirchnerismo?

Además, antes de esos dos años hay dos meses muy intensos: De acuerdo a los resultados del 27/10 se medirá – en parte – la influencia que tendrá la Presidente en determinar el candidato del peronismo a sucederla. Y también, claro, la posición que ocuparán en esa carrera los dos precandidatos que ya se instalarían por las suyas: Sergio Massa y Daniel Scioli.

¿Entonces, qué cuernos quiere decir el título de este posteo?, preguntarán lectores impacientes. Hay un dato muy simple, que ya mencioné muchas veces, y saben todos los que deben sumar voluntades: la política es el manejo de las expectativas.

Esto tiene que ver con la imaginación popular, que – a medida que pasen los meses y se perfilen las candidaturas – se volcará a quienes crean que pueden ser el próximo presidente, vayan a votarlo o no. Pero también con los planes de los grupos económicos, que trascienden, necesariamente, dos balances anuales. Dialogarán si se los invita, por supuesto, con la Presidente, para conseguir beneficios o evitar pérdidas, pero trazarán sus proyectos de inversión, o no, según quién creen que viene.

Y hay un aspecto muy importante – que, se me ocurre, todavía no se toma en cuenta: En los tiempos Kirchner – en particular a partir de 2005 – de gobiernos asertivos, con los liderazgos intensamente personales, primero de Néstor y luego de Cristina, para la oposición, y aún para los aliados con alguna identidad propia, bastaba para distinguirse el hecho que no eran «K».

Sospecho que eso fue, en el fondo, perjudicial para esas fuerzas políticas, que no supieron construir un proyecto alternativo claro. Pero la realidad es la que es: la dirigencia política que es conocida más allá de las provincias o municipios en donde tienen poder territorial, es conocida por los posibles votantes sobre todo en un espectro que va desde la rabiosa oposición (Carrió) a una discreta diferenciación (Scioli). Además, claro, de los que son vistos como incondicionales K (aunque no lo sean, como Agustín Rossi o Daniel Filmus).

Mi amigo Manolo Barge hablaría de «construcciones mediáticas». Puede ser. Y? El poder territorial, local por definición, no permite por sí solo alcanzar candidaturas nacionales.

En mi opinión, se trata de algo más. Los liderazgos personales, en las sociedades donde existen, obligan a los actores políticos a definirse, en primer término, en favor o en contra. Es sugerente que recién a los diez años de su vigencia se haya construido una candidatura, la de Sergio Massa, que se planteó al comienzo en términos no confrontativos. Que la lógica de la campaña electoral se los hizo abandonar al poco tiempo.

Bueno, mi planteo – con la falsa modestia que me caracteriza, me apresuro a decir que puedo estar equivocado – es que esto será cada vez menos así. La lucha política de los próximos dos años se dará en la defensa y el cuestionamiento, mayor o menor, de la experiencia kirchnerista. Pero ya no alcanzará a los que la cuestionan con, simplemente, tener una imagen pública diferente de la de Cristina Fernández.