El Papa, los “zurdos” y Cristina – 2da. parte

Un comentario de mi amigo Manolo Barge señalaba en el comienzo de este posteo que hay tres niveles distintos en todo lo que puede decirse sobre la elección de Francisco I: el global – que es el que debe encarar como Papa y en donde se medirá su éxito o fracaso terrenal -, el latinoamericano – donde ya lo ven como una afirmación de una identidad común «de Evo a Santos y de Dilma a Piñera» -, y el local, donde su único impacto directo será seguramente sobre las estructuras de la iglesia católica. No va a tener tiempo ni neuronas para nada más.

Vale. Pero también hay que tener en cuenta – aunque sean menos importantes – el impacto que ya tuvo sobre la oposición argenta, en busca desesperada de su identidad. Y lo que quiero hacer aquí es explorar el que está teniendo sobre la coalición oficialista. Importa, porque es la que nos gobierna.

La actitud de Cristina, lo marqué en la 1ra. parte, se reflejará claramente cuando viaje a Roma este martes, con una notoria comitiva. Y Cristina es hoy la conductora indiscutida de todos los que apoyan este Modelo. Cada sector la seguirá lealmente; siempre, claro, que los lleve donde ellos quieren ir. En ese sentido, si no en otros, son todos peronistas.

El título, humorístico, de este posteo alude, precisamente, a un hecho fundamental de la política argentina por los últimos 10 años, en los cuales ha gobernado, con ajustes y cambios de énfasis, la coalición que construyó Néstor Kirchner entre el peronismo y el espacio, impreciso pero muy real, de centro izquierda, el llamado kirchnerismo no peronista, que en algún momento expresó el Frepaso y, muy brevemente, el A.R.I.

Para no hacerlo demasiado simple – que lo falsea – hay que decir que no es una cuestión de un peronismo feliz con la llegada de Bergoglio al papado y un progresismo anticlerical. Un repaso apresurado de los dirigentes que festejaron su elección – Daniel Scioli, Juan Manuel Urtubey, José Luis Gioja, Jorge Capitanich, Gabriel Mariotto, Guillermo Moreno! – podría dar esa impresión, pero hay demasiadas excepciones, en ambos lados, que la desmienten.

Creo que es mejor marcar aquellos temas en los que la posición de la Iglesia – no específicamente la de Bergoglio – y la de la coalición oficialista son lo bastante distintas para hablar de enfrentamiento. Uno, seguramente el más sensible, es el de los Derechos Humanos. Que, para el influyente sector de la coalición oficialista que se identifica con este tema, significa, principalmente, el juicio y castigo a los autores de la represión paraestatal iniciada en 1976. Y, para algunos de ellos, también la anterior.

Bueno, no es ese el pensamiento de la Iglesia, salvo algunos grupos pequeños y sin peso institucional. No se opone en forma abierta a las leyes vigentes; no cuestiona las sentencias judiciales. Pero no tiene un interés especial en el castigo de crímenes cometidos hace más de 30 años atrás, que encuentra fácil dejar al juicio divino, y plantea que las preocupaciones de la sociedad deben ser otras, más actuales.

En algo con tanta carga de emoción y dolor como ésto, me siento obligado a decir algo más. El peronismo, históricamente, no ha perseguido a los que lo persiguieron en el pasado, a veces con saña inhumana. Nunca buscó reparación o castigo, ni siquiera cuando volvió al poder, por actos tan infames como el bombardeo de civiles en la Plaza de Mayo, en 1955. No lo veo como una actitud especialmente cristiana de perdón, sino reflejo de su necesidad de ocuparse de su supervivencia en el tiempo en que vive. He dicho también que hay una sabiduría shakesperiano ahí, la de ese príncipe danés, Hamlet, cuando dice «Trata a cada uno como se merece, y quién escapará al látigo?«.

Pero en algún momento previo a marzo del ´76 se tomó una decisión claramente diferenciada de las luchas civiles y crueldades de las que hay tantas en nuestro pasado: Para acabar con la guerrilla y también, explícitamente, con las ideas que se consideraban subversivas, se aprobó un plan que incluía, deliberadamente, el secuestro clandestino, la tortura, el exterminio y la desaparición de los cadáveres de miles de seres humanos. No diferente de planes que se aplicaron en Argelia, Vietnam, en muchos otros sitios. Algunos de los que los habían aplicado asesoraron a nuestros militares. Pero en este caso no había la separación sicológica entre víctimas y verdugos de la nacionalidad, el idioma, la etnia; ni siquiera, en muchos casos, de la clase social. Eso lo hizo especialmente monstruoso.

Por eso me resulta razonable el consenso social que ha permitido adecuar y anular leyes, y eliminar prescripciones para… no diría obtener justicia (¿He dicho antes que no creo mucho en ella?), sino desalentar en el futuro la repetición de estos actos. Quienes lo planeen, tendrán que tomar en cuenta que, no importa el poder acumulado, las chances son que, a la larga, no saldrá gratis.

Ahora, hay que establecer una distinción. Si el sector que más ha luchado por este consenso se siente el representante legítimo de las víctimas, y quiere establecer desde su autoridad moral quiénes – sin haber asesinado, torturado o instigado, es decir, sin haber cometido actos penados por la legislación vigente –  tuvieron actitudes correctas y quiénes no en ese tiempo… les va a faltar la solidaridad del peronismo, fundamentalmente pragmático. Lo puedo decir yo, que en ese tiempo estuve en el lado «correcto» del peronismo: el que se oponía a la negociación con los militares. Y el partido de la Memoria, Verdad y Justicia sacaría, por sí solo, un 5 % de los votos.

El otro tema en el cual las posiciones expresadas por un Jorge Bergoglio no difieren mucho de las de un Héctor Aguer, y se enfrentan frontalmente a un progresismo que tiene mucha simpatía en las generaciones jóvenes y aún en algunos sectores en el seno de la Iglesia, tiene que ver con el «matrimonio igualitario», el aborto, … cuestiones culturales.

En ese plano, di esta respuesta a un comentario reciente, que a lo mejor encuadra el asunto: «Muchísimos hombres de la Iglesia – incluso en sus jerarquías – y algunas órdenes religiosas – la principal, la de los jesuitas – apoyaron la vía armada para la revolución en Latinoamérica, en la década del ´60. Al principio contaron con un aval, muy tácito, de la Iglesia como institución. En el marco del “Diálogo entre católicos y marxistas”.

Luego, en la década del ´70, la Iglesia evaluó que ningún marxista se volvió católico y muchos católicos asumían la filosofía marxista. Y decidió condenar, más o menos rigídamente, según los casos, a esa doctrina y quienes la sostenían.Este debate todavía está vigente en el seno de la Iglesia. En una expresión posmoderna: comunión para los divorciados, sacerdocio femenino, celibato,… Sucede que lo que no está vigente, como un desafío actual, es el marxismo«.

Ojo: debo señalar – aunque por mi tono está claro que esos temas no son muy importantes para mí – hay que tener presente lo que recién dije: Este progresismo, bah, relativismo, tiene mucha simpatía en las generaciones jóvenes. Es más, hoy, los jóvenes que toman en serio su catolicismo son una pequeña minoría, en los sectores medios urbanos de nuestra sociedad. Esto no era así, tan cerca como 15 años atrás.

Este es el problema que debe ser el fundamental para la Iglesia, mucho más que las acusaciones de un Horacio Verbitsky. Que sospecho que, en la soledad de su alma, debe tener las mismas dudas sobre su conducta en los ´70 que las que, también sospecho, debe tener Jorge Bergoglio. Todos los que sobrevivimos las tenemos.

Volviendo a lo práctico: Otro punto central de desacuerdo, y muy concreto, entre el gobierno y el Papa es que Bergoglio, como muchos peronistas tradicionales, es un duro opositor. Para los militantes K, ésto es lo peor. Alguien que, como dijo un bloguero, K pero sarcástico «Quiere sabotear este momento maravilloso que vive el pueblo argentino. Especialmente los funcionarios«. Pero no creo que para Cristina éste sea un inconveniente estratégico. Ella, tanto como Bergoglio y como cualquiera con experiencia en política, sabe que las alianzas mudan y que sería prematuro predecir como serán los alineamientos en las elecciones del 2015.

Resumo: Donde hubo entusiasmo por la elección de Bergoglio fue en Recoleta, en Flores y en la Villa 31. Donde hubo cuestionamientos y cierto fastidio, fue en la «República de Palermo». Es numerosa en la Argentina de hoy: ni Cristina ni ningún dirigente peronista la va a ignorar. Pero va a tener claro donde están el poder y la mayoría de los votos.