El Papa, los «zurdos» y Cristina

Quiero seguir escribiendo sobre la llegada al Papado de Jorge Bergoglio. Que es para mí una forma de escribir de política internacional, y de la realidad argentina y latinoamericana, y de la de la Iglesia. Hasta, si me animo, de religión. Pero, me advierto, no debo exagerar. No cometer lo que creo es el error de Clarín, que en apenas dos días ya está logrando hartar a muchos lectores (Comprendo las razones extra periodísticas del Ctdor. Magnetto, pero, como siempre señalo, la política no es un talento natural de los empresarios de medios).

Además, tengo que decir que en la blogosfera se están subiendo muchas reflexiones interesantes. Después de la sorpresa inicial, que causó un atrincherarse en los convencionalismos, miedos o broncas parroquiales, hay análisis matizados y bien razonados. Siempre desde la parroquia de cada cual, por supuesto. Voy a ser injusto y mencionar sólo tres: éste de Hernán Brienza (Tiempo Argentino cuenta como blog K), éste de Manolo, (en su estilo inimitable mezcla el rol de los jesuítas en la Iglesia con una polémica del 2007 con Artemio López en la que intervine), y este breve posteo de mi amigo el Escriba, que plantea sus dudas con una visión compleja y original.

Igual, voy a escribir sobre un hecho puntual, muy menor seguramente desde la religión y la política internacional, pero que me parece un mensaje importante hacia adentro. Y del que hasta ahora no leí ningún análisis: El viaje de la Presidente, con una notoria comitiva, para la asunción de Francisco I.

Protocolar, por supuesto. Sería extraño que el Jefe de Estado del país del que el nuevo Papa es oriundo no viajara. Pero, bueno, los Kirchner, Néstor y Cristina, han hecho cosas así. Más significativo es que el mismo día de la elección, el vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro, que no es un hombre locuaz, aseguró que Cristina «va a ir a la asunción, que no les quepa ninguna duda«.

Pienso que es evidente que Cristina consideró necesario enviar rápidamente un mensaje. Y que estaba en lo cierto, por supuesto. Ella es un cuadro político. Debe conocer a quienes tiene enfrente, pero, sobre todo, a quienes la siguen. Y tiene que evitar – es fundamental para todo dirigente – que sus seguidores o sus aliados decidan sus peleas o sus tiempos. Hay que decir que – ya sea porque el kirchnerismo no es tan verticalista, o porque la decisión de la Presidente fue matizada por otras vías (creo que ambos factores operaron) – oficialistas conocidos, Verbitsky, Cabandié, Carlotto, D´Elía, y muchísimos kirchneristas de a pie, se han expresado con furia contra Bergoglio.

La posición de Cristina me parece muy natural, y lo único extraño es que, hasta donde me enteré, los análisis no hicieron hincapié en ello. Supongo que los medios opositores han conseguido en esto crear la imagen de un rechazo incontrolable a la «mala noticia». Un éxito de la propaganda, al fin.

Como Presidente y jefa de una fuerza política – más allá de sus sentimientos personales – Cristina Fernández debe tomar en cuenta que una inmensa mayoría del pueblo argentino – entre ellos, sus votantes – se siente contenta porque los argentinos «tenemos» un Papa. Y una mayoría – no tan aplastante, pero grande – de los argentinos siente un vínculo emocional con quien tomó el nombre de Francisco.

Ahora, me parece que más interesante es explorar las razones estructurales de la profunda hostilidad que sectores importantes – si no por el número, si por su visibilidad, manejo mediático y legitimidad interna – y distintos entre sí, sienten hacia el Papa argentino. Interrumpo porque debo pasar por mi oficina, pero les prometo que esta misma tarde

Continuará