Con retraso, para el Día de la Mujer Olvidada

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Dije algunas veces en el blog que las efemérides, ese invento del periodismo para llenar páginas, me aburren un poco. Y como se olvida en los medios que la fecha de ayer empezó como el Día de la Mujer Trabajadora, decidí que la mejor forma de emplear el tiempo libre que tenía era invitar a mi mujer al cine y a comer.

Pero mi amigo Alejandro Pandra – que, se ve, aprecia tan poco la corrección política como yo – me hizo llegar por la fecha en su Agenda de Reflexión esta breve crónica de las olvidadas mujeres fortineras. Tuve ganas de mojarle la oreja a otra faz de la corrección política progre, casi tan sagrada como el feminismo, el indigenismo.

Reconozco que admiro a esos bravos guerreros que cuando llegó el caballo se convirtieron en un magnífico pueblo de jinetes, y tuvieron a raya al cristiano por 300 años. Pero los milicos que les pelearon y sus mujeres también eran bravos, y hay una razón egoísta que me inclina a bancarlos: gracias a ellos y ellas, mi país no termina al Sur en el Río Negro, o quizás en el Salado. Además, no se que habría ahora del otro lado de esa frontera, pero seguro no sería una nación mapuche.

Entonces, les acerco las fortineras.

“Cuatro mil mujeres en la Conquista del Desierto. Recordemos a ellas y muchísimas mas que compartieron la dura vida de los fortines, padecieron hambre y frío dando a luz en los descampados, avanzando con los hijos en andas o colgados de su espalda. Restituyamos en la memoria a todas las mujeres que innombradas y silenciosamente forman parte de nuestras identidades”. Vera Pichel  *

“Sin ellas,  la existencia hubiera sido imposible”. Comandante Prado *

“Unas casadas por la iglesia, y otras detrás de la puerta. Sus viviendas, un rancho con un cuero de puerta; por todo racionamiento recibían una libra y media de carne y alguna onza de arroz, lo que unido a la parte del marido, cuando estaba presente en el campamento, les permitía mantenerse durante el día, ayudándose con un mate amargo… El agua y la leña las traían desde lejos, y siempre con sus hijitos a cuestas. Durante el año lavaban la ropa de la tropa a cambio de una parte de la quincena, que consistía en yerba, jabón, tabaco muy malo y dos pliegos de papel de fumar, raciones que, con la desaparición del indio, quedaron definitivamente suprimidas”. Eduardo Ramayón

Ante una nueva conmemoración del Día de la Mujer bueno es recuperar para la memoria a aquellas mujeres que poblaron la vida de los fortines para quienes no hay memoria.

Solo algunas pocas fueron rescatadas del olvido, Carmen Funes “La Pasto Verde” en la poesía de Marcelo Berbel (”zamba del coraje hecho mujer”), pero en su mayoría permanecen desconocidas. Son centenares de compatriotas que nutrieron la historia argentina en tiempos de la conquista efectiva del territorio.

Estas mujeres con destino inesperado tomaron parte de aquel ejército al que el gaucho fue enganchado de prepo. A ellas, les cupo un rol tan importante que contrasta con semejante olvido: podían ser mujeres de tropa o convertirse en humilladas víctimas del malón. Marcharon desde los límites de Córdoba, Santa Fe o Buenos Aires. A veces acompañando a sus hombres, cargando hijos y unas pocas ollas; otras caminando solas, leguas y leguas en la inmensa pampa.

Compartían la vida de los fortines donde se padecía hambre y frío; no pocas dieron a luz en la vasta soledad y muchas formaron parte del cuerpo militar. Algunas tenían sueldo del Estado, que muy tarde o nunca percibían. Pelearon a la par de los milicos, hicieron de curanderas sólo con yuyos y tisanas, cuidaban los enfermos, lavaban la ropa, cocinaban, cazaban avestruces para comer y además combatían jugándose la vida a cada instante. Los únicos momentos de alegría era en ocasión de los bailes; alguna vez se batieron a duelo por su amor disputado. Se las llamó despectivamente chinas, milicas, cuarteleras o chusma. Algunas eran esposas, otras novias, muchas madres y hasta prostitutas. Dice Vera Pichel que “en mas de una oportunidad fueron agredidas con epítetos francamente degradantes”.

Se trata de aquellas valientes mujeres argentinas que, escribiendo páginas de la historia nacional, no figuran en los partes de batallas en que participaron. Con ellas la historiografía está en deuda, probablemente le ha restado valoración a este proceso al que se lo condenó como “barbarie despreciable”. Bien lo señaló Osvaldo Guglielmino: “la generalizada ignorancia argentina sobre la materia procede de la exagerada centralización europeizante”.

Algunas vivieron 10, 20 y hasta 40 años en los fortines, como Mamá Carmen, una negra que llegó a Sargento, de mayor bravía que muchos oficiales hombres. Se recuerda que ante la inminencia de un malón dijo: “muchachas: no permitan que los indios quiten la caballada, faldas abajo y a ponerse el uniforme”; Domiciana Correa, de Bahía Blanca, que llegó al Fortín junto a su esposo el Sgto. Contreras,  tuvo 19 hijos, vivió 103 años y aún siendo octogenaria crió otros 10 niños; Mamá Culepina, una araucana afincada en el regimiento; Isabel Medina designada Capitán por valor en combate; Viviana Calderón, nieta del Cacique Manuel Grande, que vivió por muchos años en Azul.

Cuando todo terminó muchas mujeres se quedaron para siempre en la vieja frontera. Si tuvieron suerte, el gobierno les entregó alguna parcela que no siempre pudieron sostenerla. Con la desaparición del indio ya no hubo pagas ni racionamiento para ellas. Fueron fundadoras de pueblos nacidos alrededor de los Fortines, como La Pasto Verde, mujer de excepcional belleza, que además de haber participado en la Guerra del Paraguay estuvo en la fundación de Carhué, Puán y Trenque Lauquen.

Carlos Alberto Del Campo

*  Vera Pichel. “Cuatro mil mujeres en la Campaña del Desierto” (Planeta, 1994)

* Comandante Manuel Prado. “La Guerra al Malón” (Xanadu, 1976)

8 Responses to Con retraso, para el Día de la Mujer Olvidada

  1. harry dice:

    Lamentablemente hoy tus fortineras Abel estarian a la caza de un jugador de futbol,o de un tipo que trabaja cerca de un formula uno o las menos dotadas de un albañil ultraconservador que pague la vianda de los chicos y las mantenga cerca de los matarazzo.
    Igual original y nada mediocre tu tributo a las fortineras.

  2. JULIA dice:

    Harry, las fortineras de ayer me parece que no serian la botineras de hoy, a pesar de la rima. Mas me parece que sería las milagros Salas o Las Margarita Barrientos o la fallecida señora que equivalia a Barrientos y lamentablemente no recuerdo su nombre, de rostro mestizo, era una campeona con la protección de niños a su alcance.
    También creo que podrian ser las Marcó del Pont, Gils Carbó, Garré, si bien trabajadoras, e incluso la Vidal que dede otra vereda que la de mi agrado, también merece mis respetos como mujer trabajadora.
    Sds.

  3. guido dice:

    Lindo recuerdo.

    Me sorprende eso de «olvidadas» porque no hay texto conónico sobre la frontera que no le dedique unas cuantas líneas, de los contemporáneos (Prado, Ebelot, Olascoaga, Zeballos, etc.) o de los históriográficos tradicionales (Raone, Yunque, etc.) . Además de su presencia en la literatura «alta» (Borges p.e.) y «baja» (Berbel, Larralde, Argentino Luna, Victor Abel Jiménez, etc.).

    De un tiempo a esta parte se ha abusado un poco de la referencia a malévolas conspiraciones hegemónicas para ocultar la «verdadera historia» e imponer la de las «clases dominantes». Por supuesto que no es nuevo, pero la baja calidad de la historia de divulgación neorevisionista, cuyo conspiracionismo es más cercano al de Jorge Lanata que al de los grandes escritores rosistas del siglo pasado (que igual lo tenían) no debería obturar del todo la posibilidad de ver constructos ideológicos demasiado evidentes. El último gobierno militar liberal conservador tomó su nombre (Proceso de reorganización…) del período que la historia tradicional denomina Proceso de Organización Nacional (1852-1880). La analogía explícita se extendió al congreso nacional de historia que celebraba el centenario de la conquista (1978). Quien bucee en sus actas (algo soporíferas) va a encontrar sin mucho esfuerzo las metonimias entre caudillos y comunistas, indios y peronistas, cuya supresión o civilización constituían (y siguen constituyendo para los liberales-conservadores) condición de posibilidad para la construcción de un país acorde a sus expectativas. Yo percibo cierta tendencia, ejemplificada en su versión (es cierto) más bien ridícula y berreta en las notas que suele escribir Rolando Hanglin en La Nación, a suponer «indigenista» (sea lo que sea que signifique ese adjetivo, nunca me queda muy claro) cualquier postura que se aleje un poco de los tópicos canonizados en aquel congreso (y de larga data, por supuesto). Incluída entonces, en el indigenismo toda la producción académica de los últimos 30 años (por cierto despareja) incluídos aquellos que bien podrían considerarse defensores y exégetas de la conquista (si es que esa postura -y su opuesta- tienen algún sentido en el 2013, yo creo que no).

    Es interesante como aún a despecho de los datos que nos provee AP en su artículo, persiste el tono épico y heroico, creado para coroneles, no para tropa y chusma. Las tropas (masculinas) destindadas a la frontera estaban formadas mayormente por destinados («delincuentes», o desertores) criollos y por indios. Indios gauchos (acriollados y separados de su cuerpo social original) e indios prisioneros de encontronazos con el ejército. Se trataba, en breve y con poca rigurosidad, de un ejército esclavo. No era muy diferente el rol de las mujeres. Los fuertes (y luego ciudades) del Azul y el Bragado fueron fundados con soldados dados de alta (santiagueños así premiados por Rosas en Bragado) a quienes se proveyó de contingentes de mujeres de «mala vida», prostitutas, adúlteras, herejes, delincuentes o cualquiera señalada como tal. Otra manera en que una mujer podía pasar a formar parte de la dotación de los fortines es mediante una cautividad. Así, las «chinas» a las que refiere pandra no eran criollas a las que se denominaba así, sino mujeres indígenas cautivadas en incursiones criollas (o bien familiares de indios incorporados al ejército). A su vez, el desprecio que acompañaba el retorno de las mujeres blancas rescatadas de los indios, solía dejar el fortín o la frontera como único destino posible para esas mujeres, lo cual por cierto tenía su reverso en las mujeres indígenas cautivadas para realizar labores serviles en las estancias o los pueblos.

    Es decir, más que bastión de la guerra al malón en una bravata épica con sonido de trompetas, engranaje no buscado de una guerra que no les pertenecía. Con pasajes habituales de los fortines a los aduares y de los aduares a los fortines, como botín de guerra y mano de obra servil, como un mueble que cambia de mano, sin diferencias sustanciales con las deserciones masculinas masivas (voluntarias o resultantes de una derrota) que encontraban a criollos e indios ora defendiendo el fortín, ora marchando contra él con la tacuara en la mano (así como casi no hay batallas relevantes en las provincias con fronteras al sur que no hayan contado con tropas indígenas, también es sumamente raro encontrar malones importantes sin tropas criollas, de rejuntados o al mando de coroneles y generales de alguna de las facciones políticas del momento). Si le sacamos el tono legendario y la sobrepresencia de la variable étnica (muchas veces menos importante de lo que se supone) quizás podamos ver un poco mejor esas vidas descartables y descartadas por el remolino en que los tocó penar.

  4. Abel B. dice:

    Estimados:

    Gracias por visitar y comentar un texto prestado, que subí para la ocasión.

    Algunas respuestas:

    Harry: Gracias por tu elogio. Ahora, debo decirte que tu toque de misoginia irónica es casi tan superficial como el «feminismo» de un «Día de la Mujer». Ambos sabemos que la mujer es una criatura muy compleja, aún más que el hombre.

    Julia: Siempre bienvenida. Le aseguro q Harry es así cuando escribe, pero en su conducta personal es un caballero tradicional.

    Guido: Sus comentarios son un lujo para el blog. Y estamos tan cerca en nuestra visión, que algunas veces he pensado en sugerirle que colaboremos.
    Pero me parece que en este tema del «indigenismo» (término muy impreciso, aquí concordamos), también presente en algunos coments. suyos anteriores, hay un matiz, un enfoque que nos separa.
    Ante todo: el texto no es de Pandra, que sube a su página material ajeno y así lo indica. Doy fe que su visión personal es de un criollismo más complejo y sutil que el de «Carlos Argentino del Campo» (que me suena a seudónimo ¿o será pariente de Carlos Argentino Daneri?).
    En el tema de la nota: Ud. es un profesional y sus hechos son absolutamente correctos. Y la imagen que brindan es fascinante.
    Pero… necesitan un poco de contexto. La mayoría de las tropas de los ejércitos del siglo XIX eran todavía de «reclutados» más o menos a la fuerza.
    En algunos casos, como en la Armada Británica, la famosa Royal Navy, eran directamente secuestrados.
    Al mismo tiempo, no se puede ignorar que en muchos casos, bajo algunos jefes, se desarrollaba un sentimiento de patriotismo y de pertenencia. En el nuestro y en otros ejércitos. Napoleón sabía de eso.
    Otra cosa: el prejuicio, la hostilidad del gaucho contra el indio… puede ser de José Hernández y no de Martín Fierro. No soy historiador. Pero conociendo la naturaleza humana, me sorprendería muchísimo que no existiera, y fuera fuerte.

    Creo que el matiz que separa nuestra posición en este tema – si no me equivoco – es que yo manifiesto abiertamente mi reserva con el «indigenismo» de un Osvaldo Bayer, por ejemplo, que, con nobles intenciones, resucita el mito del «buen salvaje» de Rousseau: Y quiere juzgar situaciones anteriores y ACTUALES con la mentalidad de un profesor universitario progre.
    Apruebo y apoyo lo que se haga por ayudar y dar derechos a las comunidades que todavía mantienen una identidad cultural propia, o tratan de rescatarlas. Y creo que esos legados enriquecen la identidad argentina. Pero creo que sus miembros son y deben ser ciudadanos argentinos, con los derechos que debemos tener todos nosotros. No apoyo ni aceepto el concepto de una «nacionalidad» mapuche, o qom, o… Que nunca existió como tal.
    Ese concepto es usado por otros con intenciones menos nobles que las de Bayer.

    Abrazos

  5. CineBraille dice:

    Comentarios como el de Guido justifican soportar a todos los anónimos y Alcides Acevedo de los blogs.

  6. guido dice:

    Abel, evidentemente es un matiz, porque comparto plenamente tu visión de Bayer (creo que incluso está registrado en este blog, en discusiones con Anahí) y, por supuesto, no soy partidario de la subdivisión del país en «etnicidades» tan artificiales como cualquier otra ni en la existencia de derechos diferenciales para nadie (aunque por cierto nunca he entendido muy bien de donde surge esa preocupación: veo más viable una sececión de Puerto Madero que del departamento formoseño de Ramón Lista).

    Mis perdones a Pandra por confundirlo. Espero, de cualquier modo, no haber sido irrespetuoso en mi apreciación.

    La hostilidad entre indios y gauchos por supuesto que existió. Pero también entre indios e indios. Y entre gauchos y gauchos. Por ejemplo, es difícil de saber hasta donde la participación de alguna parcialidad en los conflictos civiles responde a la capacidad de cooptación criolla…o una estrategia específica del juego de poder indígena. Lo mismo sucede con los criollos. Las últimas montoneras, en San Luis, Mendoza y La Rioja actuaron siempre en alianza con los ranqueles, con quienes los hermanos Saá vivieron años, primero como exiliados «unitarios» (es decir antirosistas=antiporteños) y luego de Pavón como exiliados «federales» (es decir antiporteños=antimitristas). ¿Hasta donde en esas alianzas cambiantes realmente es lo étnico lo definitorio? Los Coliqueo, viejos aliados del caudillo unitario Baigorria (también refugiado décadas en los toldos) ingresaron a la frontera junto con el caudillo y ya no se fueron más. Yo entiendo que en la construcción (larga, compleja y contradictoria) de la nacionalidad el énfasis en la variable étnica nos obtura más de lo que nos ilumina. La mayoría de los caciques se presentaban a si mismos como argentinos. Qué es lo que ello significara exactamente es difícil de saber, pero también lo es en otros casos ¿era lo mismo para Sarmiento que para Varela?¿Y para los montoneros quechuaparlantes de los Taboada o los guaraniparlantes que eran la casi totalidad que los correntinos? Yo entiendo que, una vez finalizada la conquista, procesos que eran de una enorme complejidad política tendieron a ser reducidos al avance de «los blancos» sobre «los indios». Soslayando, por ejemplo, que buena parte de las tropas criollas estaban formadas por indios, aún sin considerar los auxiliares indígenas que a veces superaban al ejército de Línea, bajo sus propios jefes y con su propia organización (pero con cargos militares y sueldo de la nación). Aún años antes de la conquista, la derrota definitiva de Calfucurá fue operada por los indios de Azul, bajo el mando de Catriel, ante la atenta mirada del general Rivas, que no intervino con sus tropas hasta el final. Caseros, Pavón, Cepeda, no hay batallas relevantes sin participación indígena.

    Aunque no es estrictamente de mi interés profesional, por otra parte, pensando en los usos que a la historia se pueda dar, preferiría que el «relato» dominante sobre la pampa y norpatagonia en el siglo XIX recuperara la presencia de las tribus autónomas y las que llevaban acuerdos con el gobierno como parte de la trabajosa construcción de la nación, como actores existentes en los conflictos políticos (con sus propios objetivos claro, nada que ver con el desprendimiento de los líderes criollos que todo por la patria, etc.) más que como presencia externa que solo aparece en pantalla cuando es derrotada (o marginalmente en un malón, de los cuales no pocos de los más importantes coincidieron con acuerdos con facciones criollas: los del 50´ los acordó Urquiza con Calfucurá, los ranqueles en los 60 con los colorados, etc.). En esa línea el lonko de una comunidad podría decir «yo soy tataranieto de quienes derrotaron al último bastión realista en América del Sur» (los pincheira) y un Catriel, un Linares, un Epumer, podría decir «yo tengo sangre de héroes de Caseros y Pavón». No mentirían.

  7. victorlustig dice:

    si y no, en cosas estoy de acuerdo con Hanglin y no me animaria a definirlo como berreta, el opuesto no no es ignorante, es opuesto.
    BTW palabra fina aduar
    BTW2 sinceramente creo que no quedan indigenas, solo quedan los restos de los originales

  8. JULIA dice:

    Guido! un lujo!

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