El 7D y la militancia como ritual

Confieso que el primer título que tenía en mente para este posteo de impulso era «La boludización de la militancia«. Pero hubiera sido injusto si lo dejaba así, por varios motivos que voy a exponer. En realidad, esto, que empezó a tomar forma en mi cabeza como una expresión de fastidio cuando una agrupación juvenil de Capital – de la que tengo una muy buena opinión – me invitó a la #despedidadeMagnetto, terminará siendo una lista de precisiones. Supongo que es por eso que este no es un blog militante, sino uno reflexivo.

Lo primero que aclaro es que estoy hablando de la militancia kirchnerista. No es la única que existe, por cierto – me inclino a pensar que la católica, por ejemplo, es más numerosa, aunque la Iglesia no está en uno de sus mejores siglos en América Latina. Pero es la única que hoy está definida por un liderazgo político nacional. Y eso la coloca por sí mismo en una categoría diferente.

Por la razón de su origen social, y porque ahí militan amigos que respeto, miro con interés a la Juventud Sindical que encabeza Facundo Moyano. Pero su apoyo actual, tentativo, a Daniel Scioli, puede llegar a ser una apuesta política ganadora. Hasta es posible que sea la mejor opción para salvaguardar los logros de la década K, Lo que es seguro es que no es un liderazgo que define una militancia.

También me interesa señalar que tomo en serio el conflicto de poder que enfrenta al gobierno nacional con el Grupo Clarín. Eso no tiene que ver con mi opinión favorable sobre la ley de Medios, que expuse en su momento en el blog (estoy demasiado cansado para buscar los posteos específicos; dejo ese trabajo a los comisarios politicos voluntarios, que para algo deben servir). Lo que puede llegar a definirse en los próximos días es que un grupo económico muy poderoso – uno de sus recursos, no el menor, es el manejo de medios masivos de comunicación – puede ser obligado a cumplir una ley que – más allá de sus méritos o falta de ellos – ha sido aprobada tras un proceso legal y legítimo, con mucha participación de los sectores interesados.

Esta definición será significativa porque el gobierno nacional – también, más allá de sus méritos o falta de ellos – no cuenta para imponerse con otros recursos que la formalidad legal, y el manejo, dentro de ella, de los resortes del Estado.  A pesar de las fantasías paranoicas de alguna oposición, no tiene fuerzas armadas regulares o irregulares para imponer su voluntad, no cuenta con una policía secreta; ni siquiera dispone, desde la ruptura con Hugo Moyano, de la presión sindical. Tal vez en países con un Estado fuerte y una sociedad civil disciplinada, como los del norte de Europa, el desafío no sería grave. En Argentina, en América del Sur, es importante.

Aquí llegamos al punto que despierta mi fastidio: en este enfrentamiento, y en términos de poder, el peso de la militancia política tiende a cero. Las herramientas del Grupo Clarín para eludir el cumplimiento de la ley han sido y son sus recursos económicos, la posibilidad de comprar voluntades y, sobre todo, asesoramiento legal de primerísimo orden. Bah, exactamente lo mismo que cualquier grupo económico en cualquier país del mundo, incluyendo los Estados Unidos. Y son herramientas que funcionan muy bien en la gran mayoría de los casos. Las cárceles están llenas de delincuentes pobres. Son muchos menos los presos que han podido pagarse buenos abogados.

Es cierto que el poder del Ejecutivo nacional, y su evidente compromiso con el asunto, equilibra la balanza en este caso. Pero ¿los militantes? Es inútil que se repita, como un mantra, la necesidad de concientizar a la sociedad (Hace unos cuantos años la izquierda decía «a las masas», hasta que empezó a sonar ridículo y quedó para el troskismo). A la sociedad este enfrentamiento le interesa un pepino. Y lo bien que hace.

Esta sociedad. tras años de un continuo ataque por parte de Clarín y de otros medios, los de más repercusión, eligió a la actual Presidente por el 54 % de los votos. Y si ahora los índices de aprobación han disminuído – aunque un encuestador amigo me jura una y otra vez que no es así – eso se debe a errores propios, y no a la diabólica astucia de Magnetto.

Mejor para el gobierno que esa sea la causa, porque los errores pueden corregirse. Y Clarín, y la señal de cable TN, seguirán siendo ferozmente opositoras en la segunda quincena de diciembre; en todo caso, el grupo empresario al que pertenecen tendrá un balance menos próspero, si se ve obligado a desprenderse de emisoras de cable. Y? Ya tuvo un contratiempo económico más importante, cuando el gobierno, con la colaboración de Julio Grondona, le quitó la explotación de las transmisiones de fútbol. Eso no cambió su línea editorial, por cierto. Volverse oficialistas, eso sí les haría perder audiencia.

No estoy diciendo que este enfrentamiento le resulta indiferente a todos los argentinos; muchos hombres y mujeres del periodismo, de la comunicación en general, de la creación de cultura – justamente, los que participaron en la elaboración de la Ley de Medios Audiovisuales – lo sienten muy de cerca. Pero – esto es lo que me parece negativo de la situación – la militancia política está reemplazando a los sectores sociales que podrían intervenir en el debate, con posiciones diversas, ahogándolos con el ruido de un activismo evidentemente impulsado «desde arriba». con consignas simplistas y bastante tontas. Es una batalla ritual, porque – al contrario de lo que sucedía en 2008 – los que atacan al gobierno – que son muchos – no defienden a Clarín (con cuya trayectoria política, que incluye años de apoyo discreto a los Kirchner), ciertamente no se identifican.

La defensa del Grupo está en manos de sus abogados, de otros empresarios de medios – excepto los que aspiran a participar en el desguace – y de aquellas figuras políticas que aprovechan la repercusión que puede brindarles el miltimedio. (De paso: mi apreciación – que puede estar equivocada – me indica que si sus operadores consiguen la movilización del 6D, que se promueve en las redes sociales, será un estruendo fracaso, muy inferior a la del 8N. Salvo, claro, que el gobierno los ayude. A veces lo hace).

Puedo entender las razones que llevan al gobierno a… canalizar la militancia en canales controlados (Un breve repaso por la blogosfera K permite encontrar a cristinistas fervientes que querrían que la Presidente enfrentara frontalmente no sólo al Grupo Clarín, sino también a la Iglesia Católica, la Suprema Corte, la familia judicial… y, porqué no, a la OTAN). Y ciertamente el verticalismo no es una realidad extraña al peronismo. Por mi parte, muchas veces he repetido que el Estado no es, ni puede ser, un club de debates.

Pero creo que es un gravísimo error el pensar la militancia política como un brazo del Estado. Ese error lo había cometido el peronismo fundacional para 1955, y cuando ese gobierno cayó, la dirigencia que no defeccionó se mostró incapaz de oponerse exitosamente a la reacción. Las nuevas camadas del peronismo surgieron del pueblo que esa reacción intentó hacer invisible, y condujeron una larga resistencia.

Pues la militancia tiene sentido y validez en tanto expresa – en sus mejores momentos, conduce – a sectores sociales. Lo valioso, hasta lo interesante, de la experiencia kirchnerista es que legitimó el accionar político de aquellos que habían perdido, junto con su trabajo, su lugar en la sociedad. Con ello, continuó la tradición peronista – en la que está inserta – de incluir y articular los intereses, demandas y pasiones de partes muy diversas de la comunidad argentina, pero ser la expresión política mayoritaria de los «de abajo». Si no lo hace, no es que deje de ser peronista. Antes, dejará de ser militancia.