Hoy es 8N

Hoy, según las previsiones, mucha gente se va a manifestar contra el gobierno. Y uno, autoconvocado como bloguero reflexivo, quiere aportar su análisis a lo que ya está en Internet. No es fácil. Aunque se pase por alto los delirios evidentes que se vuelcan en las redes sociales, o las truchadas de sus adversarios, que también las hay, se corre el riesgo de ridiculizar los planteos de los que fogonean la protesta. Lo que creo que es un error. Nadie que tome en serio la política y el poder puede darse el lujo de ridiculizar lo que mueve mucha gente.  El problema surge porque una de las motivaciones es, creo, un rechazo a la política realmente existente.

Hay algún intento – como éste de Macri – de conducirla en sus términos «El #8N vayamos con una sola bandera, la argentina«, pero la convocatoria no asume, en esta etapa, un proyecto político (No estoy negando, al contrario, que hay proyectos, e intereses muy concretos, que la fogonean. Pero el hecho que no lo manifiesten abiertamente es un limite evidente). Uno lo podría comparar a los comienzos del Tea Party en EE.UU., si no fuera que aquí tenemos un ejemplo mucho más cercano.

De todos modos, quiero empezar afirmando algo que me parece muy básico: los «caceroleros» están haciendo política. Están proponiendo un discurso y una forma de manifestarse a sectores sociales que hoy no se sienten expresados. Si eso no es política ¿qué cuernos es?

Por eso, entiendo que blogueros K también hablen para la propia hinchada, como Lucas Carrasco, contando del uniforme que los caceroleros se piden a sí mismos, o el Pibe Peronista, detallando el «despliegue» internacional, para mostrarlo como un delirio ajeno «neonazi» (en realidad, es la «línea Mayo-Caseros»), o este posteo de Artemio que denuncia los intereses que se mueven detrás, como si el problema fuera que los manifestantes «no se dan cuenta». Pero no sirve de mucho para entender el desafío.

En un análisis menos de coyuntura, Ezequiel Meler, que en estos días ha escrito una serie de posts cuestionando al oficialismo, hace también una crítica al 8N que comparto… hasta cierto punto:

«El 8N es, antes que nada, parte de la crisis de la oposición. Claro que hay un «reclamo» al gobierno, pero nada espera del oficialismo quien participe del acto. Y francamente, mientras algunos reviven la discusión entre lo organizado y lo espontáneo – como si fuesen extremos absolutos, como si uno valiese más que el otro, como si marcasen que lo organizado es inferior – otros movilizan apostando a un gran golpe de efecto. Es todo lo que sería el 8N si fuese exitoso en los términos de sus organizadores: un golpe de efecto en el humor social. No cambia la correlación de fuerzas: apenas si refleja el humor de mucha gente que podrá haber votado o no a CFK -el país es grande, muchachos, y ella sacó el 55%, no el 99%.

Yo no creo en las cacerolas, sino en consolidar estructuras partidarias, elementos que la Constitución Nacional considera «instituciones fundamentales del sistema democrático». Las cacerolas, aunque fuesen -hipotéticamente- millones, expresan sólo malestar. No construyen poder. No es sano tener o alentar una política de ciudadanos indignados. Tampoco es necesariamente peligroso si la conducción política del país se maneja con prudencia y prioriza la paz social. Pero bueno, saludable, positivo, no es.

Positivo es tener partidos que funcionen, sistemas de representación que representen, liderazgos que expresen y canalicen dentro del sistema las legítimas demandas de los ciudadanos. Lo demás es fulero, y no me trae los mejores recuerdos. Ningún gobierno peligra por el ejercicio de movilizaciones legítimas y legales, pero francamente, en términos normativos, esa no es la democracia que yo quiero. Cada cacerolazo es un fracaso, uno más, de la política democrática, de la democracia representativa, para afirmar principios que canalicen los reclamos sociales. Como militante político, me duelen los cacerolazos. Apostar a la bronca y a la indignación es señal de impotencia.

… Dos ideas de los críticos del 8N me fastidian tanto como el hecho en sí mismo.

a) Que debe denunciarse a qué intereses responden sus manifestantes, calificarse como antidemocráticas sus premisas, o bien insistir en su carácter organizado.

b) que los movilizados son reos culturales de los medios.

Los peronistas no condenamos la organización en la política: todo lo contrario. Tampoco despreciamos la movilización popular. No hay movilizaciones legales de los ciudadanos que sean ilegítimas.»

Como dije, esta crítica de Meler, que resumí pero creo que no fui injusto, me parece un buen enfoque. Pero … demasiado vinculado a esta etapa de la protesta. Él mismo señala en otra parte de su texto «los que asisten tienen ideas, culturas políticas y aspiraciones sumamente diversas«. Los une la oposición al gobierno de Cristina Fernández. Y como su gobierno tiene una identidad, compleja, diversa, pero muy asertiva, es inevitable que su oposición también la adquiera. El peronismo fundacional, que provocó una transformación social y un impacto cultural mucho más grande, también causó, inevitablemente, una división profunda en la sociedad argentina.

A los gobiernos K –  de los que se puede decir que no han cambiado decisivamente las relaciones de poder en Argentina o que sus avances en la modernización cultural no han sido tan profundos como los de Perón o aún los de Frondizi – no se les puede negar en justicia que han sido lo bastante importantes para crear una identidad opositora definida. Sus propios «contreras».

Puede ser injusto con el centro izquierda y la izquierda antioficialistas, el peronismo anti K y otras identidades significativas. Pero el problema es de ellos: no tienen, hasta ahora, propuestas que hayan resultado convocantes para núcleos numerosos. Hoy la oposición visible y frontal son los «caceroleros». Más allá de si al Grupo Clarín le conviene o no. Atribuir la responsabilidad a los «medios», que engañan a los pobres ingenuos, es una patética excusa del oficialismo y de la oposición.

Entonces, no hace falta leer a Marcos Aguinis, ni tampoco tomárselo muy en serio, para darse cuenta que la identidad cultural, digamos disponible, para esta manifestación incorpora motivos del antiperonismo más tradicional (El hecho que algunos dirigentes con historia peronista traten de aprovechar el 8N no tiene nada que ver. Eso es política, aún más tradicional). Combinada, es cierto, con la hostilidad de piel de vastos sectores a lo que nuestra anciana dama, Mirtha Legrand, llamó el «zurdaje».

Esto ya sucedió, cuatro años atrás. Y me extraña que no se haya señalado más insistentemente. En el 2008, vastas manifestaciones expresaron su rechazo al gobierno de Cristina Fernández. En ese momento, es cierto, había motivos económicos concretos que provocaban la bronca de un sector muy numeroso de empresarios y propietarios rurales ¿No hay ahora ningún sector numeroso fastidiado? Pero el hecho importante fue que muchísimos argentinos que no tenían más tierra que la de sus macetas se «prendieron» en esas movilizaciones.

Un distinguido bloguero – tal vez impulsado por su formación como sociólogo – insistió en encontrar un sujeto «agromediático» responsable de esos hechos. Con la implicación que ahora ese sujeto ya no existía y no se iban a repetir… Amigos K ¿realmente creen que este gobierno es tan maravilloso que se necesita recurrir a Marx. a Lacan y a una conspiración de los medios para explicar que existan opositores?

En una sociedad moderna, compleja, siempre existirá oposición. Por cierto, el peronismo no necesita a Laclau para que le explique la dialéctica amigo-enemigo y las formas de construir poder. Tiene bastantes elementos en su propia historia. Pero también nuestra historia nos aconseja prudencia; hemos pagado un alto precio por las divisiones irreconciliables.

Tampoco debemos dramatizar demasiado el episodio. Y considerando la prudencia conque el gobierno se ha manejado en esas ocasiones anteriores, no veo razón para que el 9 de noviembre haya una Argentina diferente de la del 7. Como dice Ezequiel, no cambiará la correlación de fuerzas.

Sólo… hay un aspecto que me preocupa, en el que, curiosamente, soy menos optimista que él. En otro posteo reciente, en que E. M. habla de post kirchnerismo (y que estoy tentado de discutir), da por hecho que los logros positivos de la experiencia K resultarán muy difíciles de revertir a cualquier gobierno posterior, aún de otro signo político. Sus argumentos son convincentes, pero no toma en cuenta un hecho. Si la situación económica se deteriorase – y una economía «ochentista», como la que ahora tenemos, es muy difícil de manejar, como la lamentable gestión de Alfonsín lo atestigua – el discurso «cacerolero» proporciona una identidad opositora disponible, que los intereses de siempre se apresurarán a aprovechar.

Como dije, ha sucedido antes. Las movilizaciones opositoras del ’08 fueron el antecedente de la derrota del oficialismo en el ´09. Pudo recuperarse – quedó muy claro el año pasado – pero ese no es el punto. ¿Hay algún motivo para creer que la esterilidad política de la oposición se haya revertido?