Algo sobre sindicalismo y política, en el Día del Camionero

Este post es una continuación de un par que subí hace 7 días, éste y éste. En ellos reuní reflexiones de blogueros y otros militantes sobre la «pulseada» verbal que se daba entre la Presidente y el Secretario General de la C.G.T., y planteé mis propias ideas sobre el asunto.

Aquí resumo lo que entiendo son los puntos principales:

1) El peronismo, la experiencia política argentina que lleva ese nombre, no puede pensarse por separado del movimiento obrero organizado. Porque nace como el canal para su expresión política en la sociedad y, desde entonces, en el gobierno, en el llano y en la persecución, sus destinos han estado estrechamente vinculados. Porque el sindicalismo peronista es su creación distintiva, y la estructura más permanente que produjo. Y, una razón muy práctica, porque no cuenta con el apoyo de otro sector social organizado.

2) El sindicalismo no tiene ni hoy ni en el futuro previsible, una opción de poder mejor que la que le ofrece, aunque ocasionalmente con alguna mezquindad, el peronismo. Ni tampoco, desde los gobiernos de Perón, otro gobierno le ha dado en el curso de su gestión más ventajas concretas para sus afiliados y sus organizaciones que las que ha conseguido desde 2003. La principal, negociaciones paritarias abiertas y regulares.

3) Lamentablemente, otra conclusión para mí evidente es que va a haber tensiones y disputas de poder. Porque está en la naturaleza humana, y los peronistas somos muy humanos. Por eso, y porque hoy es el Día del Camionero y Hugo Moyano, que además – o antes que – Secretario General de la CGT es el Jefe de su Sindicato hará un acto en el estadio de Huracán, quiero completar lo que empecé a decir sobre el tema.

Ante todo, hay un par de aclaraciones necesarias: Sigo convencido de lo que dije hace una semana: «la sangre no va a llegar al río, ni siquiera al arroyo … (El movimiento obrero) no se enfrentará frontalmente a un gobierno con sólido respaldo popular, demostrado en elecciones muy recientes, y que ha mostrado capacidad de maniobra y decisión para usarla». Los muchachos tienen defectos, pero el de comer vidrio no figura entre ellos. Y saben que su poder es institucional, y no depende del humor del electorado.

También es cierto que, ante la orfandad de referentes opositores, muchos de aquellos a quienes no gusta o sienten afectados sus intereses por el gobierno de Cristina miren a Moyano. Su esperanza, casi su única esperanza en lo inmediato, es un enfrentamiento que debilite al gobierno. Por eso mismo hoy el Hugo tiene más presencia política que hace pocas semanas. Inclusive, no es imposible un incidente, casual o premeditado, que sirva de pretexto para soliviantar los ánimos, como la reciente escaramuza en las escalinatas de la Legislatura bonaerense. Igual, no me siento muy preocupado. Estimo que Camioneros puede controlar la seguridad de sus actos.

Del otro lado de las vallas… hay algunos kirchneristas que creen que la historia empezó en 2003, y otros, que mantienen las viejas reservas del militante «combativo», se decía en otra época, con el aparato sindical (Hay conducciones sindicales más rígidas y verticales que lo que le gustaría ser a la de La Cámpora). Por eso uno escucha tonterías como el cuestionamiento al sindicalismo porque es una corporación. Por supuesto: Es nuestra corporación, la que creó el peronismo y lo defiende.

O el reproche a Moyano porque hace una bandera del descuento por impuestos que tocan los sueldos de sus afiliados. Compañeros, Moyano se debe, antes que nada, a los hombres de su sindicato, que lo pusieron donde está. Si el ha contribuído a que sus sueldos sean lo bastante buenos para que esos descuentos los afecten, felicitaciones para el Hugo y su gremio.

Los que sienten agudamente la desigualdad entre las retribuciones de los trabajadores y no son sindicalistas – pueden esforzarse también para que crezcan las de los demás. O proponer un aporte voluntario de todos los militantes políticos con cargos en el Estado para compensar las diferencias. O venir al acto de Huracán y conversar con los muchachos para que acepten una reducción de sus salarios en aras de la igualdad. Les deseo suerte.

Hablando en serio, recomiendo, como lo hizo @FacundoMoyanoJS en un tweet, este post donde Artemio López cita un trabajo de Axel Kicillof – ambos kirchneristas de impecables credenciales – que muestra como el sueldo de los trabajadores no puede ni debe ser la variable de ajuste de la economía.

Dije todo esto porque hoy es el Día del Camionero, y, después de todo, uno está domiciliado en la coyuntura, y no en el reino de las ideas. Pero hay algo que entiendo más importante y permanente, y me interesa decirlo. Como una reflexión personal.

Se ha dicho que el sindicalismo, los trabajadores sindicalizado, son la verdadera Izquierda Social, en contraste a una izquierda ideológica, o cultural. Entiendo el significado, y hasta el realismo, de esa expresión, y su validez como crítica a modas superficiales. Pero en la sociedad en que vivimos, no es cierta. Si esa expresión tiene sentido, la verdadera Izquierda Social está en el peronismo, por toda su diversidad y ambigüedades.

Porque hoy los trabajadores en blanco y con sindicato – aunque muchísimos entre ellos sean muy pobres – no es el sector más humilde y desguarnecido. Ni mucho menos. Lo son los que no tienen empleo en blanco, ni obra social, ni educación, ni futuro. Todavía muchos compatriotas están en esa situación. Y aunque el peronismo está en deuda con ellos, y les ha fallado muchas veces, sigue siendo la expresión política de la gran mayoría, y lo siguen votando. Porque no tienen otra opción mejor ¿Les suena?

Pero mi interés principal no pasa por definir cuál es la «verdadera izquierda». Lo que quiero es decirles a los compañeros sindicalistas que – por más que haya apoyado a la Corriente Nacional, y a las 62 aquí en la Capital – estoy convencido que no podrán edificar una fuerza política exitosa solamente desde las organizaciones de trabajadores.

Es un debate muy viejo en el peronismo, en el que resuenan nombres tan distantes como los de Augusto Vandor, o Germán Abdala. Pero tenemos un nuevo caso a examinar, cercano, y muy elocuente, desde un sector social lejano a nosotros.

A partir del 2008, y de la inmensa movilización que lograron liderar los empresarios y productores rurales en ese año, se dedicaron a conseguir presencia en las listas y, por ende, en los cargos legislativos. Y la tuvieron. Un distinguido y erudito bloguero habló de «vandorismo agrario». Tenía razón, pero quizá no se imaginó entonces que iban a servir como contra argumento en la vieja discusión con el Lobo.

Porque su fracaso político fue tan espectacular y tan rápido como su éxito. No consiguieron construir una fuerza territorial en ningún lado, ni fijar una política distintiva. Más allá de las deficiencias personales que podrían tener esos dirigentes – y no es que las otras figuras políticas brillaban con luz deslumbrante – la conclusión parece ser que no puede hacerse política solamente desde la realidad y el pensamiento gremial.

Los que citan el caso del Partido Trabalhista en Brasil tienden a pasar por alto las décadas en que el PT fracasaba una y otra vez en las elecciones nacionales, pero ganaba algunos municipios y edificaba lentamente su base territorial. Hasta que llegó a ser una fuerza mucho más grande y diversa – aunque seguramente menos idealista – que las comunidades de base de la Iglesia que lo apoyaban y los gremios metalúrgicos de San Pablo de donde vino Lula.

Nos queda entonces una ironía que habría hecho sonreír, con dureza, a Evita. A los militantes políticos y a los sindicalistas nos pasa lo mismo que a esos sectores más humildes y desguarnecidos de nuestro pueblo. Aunque el peronismo que hoy existe tiene muchas falencias y algunas lacras, sigue siendo la mejor opción que tenemos.