La economía y el «sentido común»

La nota que subí recién sobre las ideas de Silvio Gesell me hizo pensar sobre la economía en dos planos diferentes: como disciplina, y  como una serie(s) de creencias comúnmente aceptadas. Y las agudas intervenciones de Rogelio Galliano y de Bob Row, ninguno de los dos economista profesional, que comentaron de inmediato, me ayudaron a precisar mi reflexión.

Ante todo, tengo que aclarar que tomo con mucha reserva los planteos económicos de Gesell – a pesar del aval intelectual que les da Keynes, sin dudas uno de los grandes economistas del siglo pasado – simplemente porque son terreno fértil para el pensamiento delirante. Llamo así al que se enamora de una teoría original, y pasa por alto las objeciones, y también los desarrollos que puedan hacerse. Cualquier cuestionamiento es parte de la conspiración contra la Verdad.

Pobre don Silvio. En el país que le dió oportunidad de estudiar una Crisis de cerca, y donde elaboró sus teorías, no le respondieron con la crítica rigurosa sino con el ninguneo de los mediocres. No pudo desarrollar su pensamiento teórico, que podría haber anticipado al de Keynes.

De todos modos, vale la pena que lo rescatemos ahora, simplemente porque vuelve a ser urgente el pensamiento original, el replanteo de los paradigmas básicos. La Crisis global, que desarrolla nuevas manifestaciones cada año, muestra la bancarrota de la síntesis ortodoxa. Y también – aunque no sea simpático decirlo – la inadecuación del neokeynesianismo. Hay políticas desastrosas y, en algunos países, políticas que manejan mejor sus situaciones particulares. Pero no hay una Teoría que ayude a entender el mundo en que estamos entrando, como la de Keynes permitió entender el que estaba surgiendo en los ´30 de las ruinas del «patrón oro» y que perduró por más de 40 años.

En ausencia de las grandes teorías, quedan construcciones matemáticas ingeniosas – que no son peligrosas, salvo cuando sus autores se dedican a jugar en la Bolsa – y rígidas piezas de «sentido común». O, como las definía al principio, conjuntos de creencias comúnmente aceptadas… y no examinadas. Cuando se extienden fuera del ámbito de los economistas profesionales – lo que siempre sucede – pasan a ser lo que Jauretche denominaba «zonceras».

Una advertencia, porque las frases de Jauretche también se han convertido en lugares comunes que evitan pensar. Vivimos en una sociedad más diversa de aquella en la que Don Arturo vivía, y hay diferentes juegos de «zonceras». Eso sí, me parece que en el pensamiento económico, hay algunas que él reconocería como de la familia.

Pienso en el comentario que el amigo que firma como «La barra de Puán» hizo aquí:  «este sujeto (un economista «ortodoxo» que enseña en esa Facultad) viene desarrollando desde mucho tiempo atrás un intenso trabajo analítico para demostrar que las cifras del crecimiento económico argentino desde la caída de la convertibilidad están “dibujadas”.

Cuando otros colegas más jóvenes le hacen ver que, si bien es perfectible, el estimador de actividad económica – emae – tiene gusto a jabón porque ES jabón, se repliega a una argumentación complementaria arriesgando: “Es imposible que haya ocurrido tamaño crecimiento económico sin crédito externo y además se haya reducido la deuda externa, a menos que Argentina se haya convertido en un gigantesco lavadero de fondos del narcotráfico y la prostitución (sic)”.

Borges hablaba de la «curiosa lucidez que presta el odio», y éste es sin dudas uno de esos casos, demasiado frecuentes en nuestra sociedad. Pero me parece interesante considerar este análisis como un caso extremo de una creencia aceptada y no examinada: la de que el crédito (que se suele identificar con el externo) es condición necesaria para el crecimiento económico. Creencia que – sin ser rigurosamente exacta – no puede clasificarse como absurda: El crédito ha acompañado el desarrollo de la economía desde la Edad Media europea, por lo menos.

El problema es que introduce de contrabando una suposición tácita (una zoncera, bah): que el crédito es una condición suficiente para el crecimiento. Ésto no se discute, porque si se lo hiciera nadie podría sostenerlo seriamente. Queda como algo «que todos saben», o se usa el acceso al crédito a tasas bajas como una indicación segura de la salud de la economía. Por un prodigio de amnesia selectiva, se olvida cuánto crédito se brindaba alegremente a Argentina en los años finales de la experiencia Menem. O como la burbuja crediticia marcó la llegada de la Crisis global.

Creo que los que me leen a menudo no tendrán dificultad en identificar lo que me preocupa más: que en algunos niveles de nuestro gobierno, en particular los cercanos al licenciado Boudou, se habla con insistencia de lo conveniente que será para Argentina poder acceder al crédito internacional a tasas bajas. Por cierto, es mejor que endeudarse a tasas altas. Pero es necesario tener muy clara la rentabilidad de los proyectos para lo cual un país o un individuo se endeuda, y si estamos seguros que el beneficio será mayor que el costo (No hablo de endeudarse para cubrir gastos: ese es el camino al desastre, y siempre se llega más rápido de lo previsto).

Por supuesto, esa creencia que me preocupa no sería peligrosa en un gobierno razonablemente sensato – éste ha demostrado serlo – si no existiera, subyacente, en buena parte de la sociedad (No sólo en la Oligarquía, que, como todos sabemos, es Mala). Un comentarista de este blog, que se esfuerza en representar el pensamiento liberal, decía no hace mucho que «el presidente Piñera conseguirá un extraordinario salto en la economía de su país, porque con la imagen favorable que tiene, conseguirá miles de millones de dólares para invertir en Chile». Y creo que una mayoría de nuestros compatriotas – amigos o no de los chilenos – pensaría que es un razonamiento válido.

Por algún motivo, este tipo de prejuicios no es examinado, ni siquiera en la blogosfera económica. Y sin embargo, no se necesitan herramientas sofisticadas para desmenuzarlos. Basta con una parábola con la que persigo a algunos amigos nostálgicos de la «confianza» como variable fundamental de la economía:

«Sos un trabajador eficiente y un buen pagador (es una hipótesis). Toca el timbre de tu casa el gerente de la sucursal bancaria donde depositás y te dice «Por sus antecedentes, el Banco ha decidido extenderle un crédito blando de Cien mil dólares, a veinte años, con dos años de gracia y una tasa de 5 % anual» ¿Lo aceptás? Si no sos un imbécil, únicamente si estás seguro que tenés un negocio que va a usar esos cien mil y te va a dar una ganancia superior al 5 % anual».

12 Responses to La economía y el «sentido común»

  1. Casiopea dice:

    Muy buen post. En cuanto a la falta de una teoría económica para explicar el nuevo paradigma, estoy de acuerdo. Pero creo que se está trabajando en cosas interesantísimas en el campo de behavioral economics. Puede ser que pronto aparezca algo realmente nuevo que signifique un progreso respecto de las herramientas que tenemos hasta ahora.
    En cuanto al crédito del país, como decía Alberdi, la cuestión es tomar crédito para hacer obras y no hacer obras para tomar crédito.

  2. El sentido común nos haría llegar, como economistas Teóricos, a las IS-LM de Hicks y a la curva de Philips. En toda fase de despegue económico es necesaria la inflación…que reduce el paro (ejemplos no faltan), si nuestra política monetaria es la adecuada (la Fed acaba de planificar una acertada inyección monetaria contra compra de bonos) devaluaremos nuestra moneda…más exportación, más turismo y relanzamiento económico. Evidentemente , todo esto son ideas generales que luego implementaríamos en acciones concretas (justo lo que los políticos NO SABEN HACER).

    Marcial Luis Herrero de Zabaleta

  3. Capitán Yáñez dice:

    A la concepción galileo – cartesiana del universo, determinista, estática y atemporal (el universo, y en él la Tierra, claro, es una máquina que funciona a repetición, eternamente, siguiendo «leyes y principios» que las ciencias deben cuantificar y formular matemáticamente) es inherente el «estado de equilibrio» que condujo a casi todas las ciencias a meterse en complicados laberintos, cuando no en callejones sin salida. La ecología recién empieza a sacarse el chaleco de fuerza del «equilibrio ecológico» -ahora reconocido como inexistente- en el que estuvo entrampada durante casi toda su existencia como ciencia («creada» en 1869 por el alemán Haeckel).
    Desde que Walras (empecinado en hacer de la economía una ciencia tan exacta como la Física newtoniana), allá por 1880, redujo, en la búsqueda del «equilibrio económico general» al «sistema económico» -ya de por sí abstracto y simplista- de los fisiócratas a un sistema de quince ecuaciones con otras tantas incógnitas, la teoría económica está empantanada en modelos matemáticos -elaborados, obligatoriamente, a partir del simplista ceteris paribus, piedra filosofal de la «economics»- cuyo desarrollo operativo debe dar = 0.
    De es «escuela», la neoclásica, salió Keynes. El monetarismo, neoliberalismo, o como quiera llamárselo, también. Pero difícilmente de allí salga un «heterodoxo» contestatario.
    El «sentido común», la «cabeza fría y el corazón caliente» encabezan, en el Prólogo, cuanto libro de economía ande dando vueltas por allí. Pero ya desde el inicio del Capítulo 1 vuelven a las andadas, con profusión de gráficos, ecuaciones y, por supuesto, invocaciones al «equilibrio».
    Hasta que no se saquen de encima esas mochilas, los elaboradores de «teoría económica» no serán de gran ayuda.
    La gran cuestión sigue siendo la «frontera entre el Estado y el mercado». Dónde poner el límite es cuestión de la Política, no de la economía, cuyo «sentido común» -el de la economía, o «ciencia económica», para mejor decirlo- está atado con gruesísimas cadenas al equilibrio y al ceteris paribus (y a generosos subsidios, financiación de «investigaciones» por parte de las corporaciones, premios Nobel y yerbas semejantes, claro está. Ningún «contestatario» entra en ese círculo, tal como le pasó a Gessell, entre muchísimos otros).

  4. Capitán Yáñez dice:

    Perdón, tuve que ir a atender el teléfono y apreté «publicar comentario» sin querer.
    El problema de los «razonamientos válidos» respecto al crédito, al endeudamiento y etc. es que provienen de esa «teoría económica» lineal y simplista, que en estos pagos, por ejemplo, ha sido objeto, por décadas enteras de los bombos y los platillos de suplementos económicos, folletos, conferencias, gacetillas, reportajes radiales y televisivos, y etc. etc. etc. Empezando por dúo Neustadt – Grondona allá lejísimos y hace tiempo.
    Ahora sí.

  5. desvinchado dice:

    Muy bueno capitán!

  6. desvinchado dice:

    Ceteris paribus incluye todo lo realmente importante e influyente que no respeta la teoría del susodicho economista o ,en casos de autenticidad investigadora, todo lo que no se puede cuantificar adecuadamente o queda oculto detrás de un axioma.
    Con respecto al acceso al crédito es lógica tu preocupación pero confío en que se maneje responsablemente. No hay antecedentes en el manejo económico del gobierno que sugieran un desborde

  7. Capitán Yáñez dice:

    ¿NO SABEN HACER los políticos o las «ideas generales» -en buena parte por eso, por ser «generales»- son equivocadas?. Lo que es bueno para tí no necesariamente ha de serlo para mí.
    Ya lo dijo un Nobel de economía (George Stigler), un poco en broma y mucho en serio, alguna vez: «la ciencia económica no se equivoca, la que falla es la realidad».

  8. Rogelio dice:

    Abel:

    Tu comentario a Musgrave en el post anterior:

    “… está faltando el paradigma teórico que cumpla el rol que la síntesis neoclásica y el keynesianismo cumplieron en su momento”,

    se conecta muy bien a la observación crítica que en este post hizo el Capitán Yañez, desde la ecología, al tipo de ciencia económica cuyo propósito es “la búsqueda del equilibrio económico general”. O lo que a estos efectos es equivalente, los enfoques orientados a establecer cuáles son “los límites del crecimiento” [Club de Roma] o los análisis que postulan el “fin de la historia” [Fukuyama].

    ¿ Qué cosmos nos proponen habitar estos modelos de “equilibrios generales”, “techos infranqueables” y “finales consumados” ?.

    ¿ No será conveniente que el paradigma teórico que falta se oriente a explicar los desequilibrios relativos, la superación de los límites y la prolongación de la historia ?

    Habida cuenta que hay pocas cosas más prácticas que una buena teoría, ¿ no será que estamos buscando un marco conceptual que nos ayude a afrontar operativamente el hecho de sentido común que habitamos un planeta, un continente y una nación en continua expansión ?
    ¿ Es posible pasarlo por alto ?

    Saludos

  9. Casiopea dice:

    A lo mejor lo que hace falta es aceptar los límites de la política y convencerse de que lo del equilibrio es mayormente una ficción, porque todas las situaciones en un momento dado son fluidas. Igual creo que a nadie se le escapa la noción de que la incorporación de China al mercado mundial dio por tierra con mucha de la sabiduría recibida, no porque los chinos no crean firmemente en la política como regente de la economía, sino porque esas fuerzas económicas son más grandes que cualquier política, aun para ellos que controlan lo más que pueden. Mucha de la negación de la crisis de deuda en los países ricos (que la agravó aun más) tenía que ver con eso. Es difícil aceptar la idea de que los que antes tenían la batuta ya no pueden sostener una economía que a su vez sustente sus altos niveles de vida, con la excepción quizá de Alemania, Francia y EEUU. Están cayendo primero los dominós más débiles, como Grecia e Irlanda, lo cual no se aparta de la norma histórica. Hoy leía que China dejó de comprar aviones a Rusia, y ahora producen los propios y los están vendiendo en los mercados que antes eran rusos. No hay vuelta que darle. Si los millones de chinos e indios van a ser más ricos produciendo lo mismo que antes producían los europeos y los yanquis, los millones de europeos y yanquis van a tener que ser más pobres. Lo que no alcanzo a adivinar es si los chinos van a poder levantar su mercado interno antes de que se caigan del todo los mercados de exportación que tienen ahora. Igual, en una visión más larga de la cosa, Oriente siempre tuvo mayor proporción del producto global que Occidente. Los últimos siglos fueron una anomalía en la historia humana. Quizá estamos volviendo a la norma y la próxima gran teoría económica va a venir de China. Deberíamos enseñar mandarín en las escuelas.

  10. EduA dice:

    Abel:

    Estoy completamente de acuerdo con tu entrada con la salvedad, tal vez, de que la confianza no sólo es importante para que unos tomen crédito y otros lo den sino, sobre todo, para que alguien invierta, se anime a soñar más allá del presente; también, para que se fugue menos guita del país. La confianza es, desde este punto de vista, el estado de ánimo que consiente un futuro distinto (ver Aldo Ferrer).

    Sobre los dogmas económicos y su aceptación acrítica, pensé de inmediato en la que alimenta otros dogmas enraizados en la naturaleza humana, como algunos de los religiosos o políticos. Como tales, se vuelven “signo de los tiempos” presentes y fuertes condicionadores de los futuros, al punto de que aún vivimos con dogmas establecidos hace milenios o centurias.

    Sin embargo, con los económicos, aunque sean ciertos o correctos en gral., se suele olvidar que lo que importa es su nivel, grado o tenor en un contexto bien específico. Justamente en eso reside el mayor pecado de la acriticidad. Por ejemplo, para este “dogma”: ¿cuánto crédito?, ¿para qué?, ¿cómo se lo va a usar en la práctica?

    Lo que dice quien mentan los de Puán acerca del crédito externo es, claro está, una estupidez. Con los términos de intercambio actuales, el crédito externo no es imprescindible. Pienso que esta circunstancia excepcional consiente centrarse en el crédito basado en ahorro local, principalmente.

    Y esto me lleva a otro punto. Crédito implica ahorro, ahorro de otro; de otro país, cuando es externo. Sin ahorro, no hay crédito. Que es el talón de Aquiles de lo que proponía Gesell (fomentaba el consumo, pero no el ahorro, lo cual, a su vez, habría condenado a quienes menos pueden ahorrar a que nunca les alcance para cosas como comprarse una casa, además de tornarse en garantía de inflación –pues sin ahorro no hay crédito…; sin ahorro o crédito, no hay inversión-). Del mismo modo, un poco de inflación, en el esquema actual, ayuda a evitar la trampa de liquidez (que la FED trata de moderar con la emisión para recomprar sus propios bonos). (Un poco de inflación, lo aclaro, no se refiere a los niveles ya ridículos de la Argentina).

    Entonces, el punto es que hay necesidad de crédito externo cuando no se es capaz de generar ahorro interno suficiente o cuando se gasta más de lo que razonablemente se podría en forma sistemática. Históricamente, en la Argentina, las crisis de balanzas de pago se explican, primero, más crisis de ahorro interno junto con el deterioro de términos de intercambio; luego, el crédito externo espurio hizo el resto (como, en gral., el tomado en la última dictadura para aliviar las arcas de los bancos, llenas de petrodólares dulces). Y, justamente, la bonanza externa de la que goza hoy la Argentina obliga a repensar y cuestionar con fuerza la supuesta necesidad de crédito internacional que ahora agita el PEN para el Estado –aunque habilitaría también a los privados-. Mi opinión sobre a qué se debe ya la expresé numerosas veces en este blog. Si los mangos adicionales son para elevar la productividad sistémica del país, bienvenidos sean, aunque no crea que sea necesario pedirlos (se puede gastar mejor lo que se tiene, e inducir a ahorrar más); si son sólo para financiar gasto, nos convendría evitarlo. (Lo cual NO quiere decir que NO hay que corregir las estadísticas: nunca habrían debido ser toqueteadas, en primer lugar).

    Un abrazo.

  11. EduA dice:

    FE DE ERRATAS: “….se explican, primero, más COMO crisis de ahorro interno…”. (Abel, por favor editá mi comentario).

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