Brasil y los buitres

octubre 2, 2014

CHASCO-3-VIEIRA-E-GUIMARAES

Es natural, y razonable, que todas las discusiones políticas y económicas en estos días se encajen en dos trincheras: a favor y en contra del gobierno nacional. Después de todo, es el que puede y debe tomar las decisiones por el Estado argentino.

Pero eso no quiere decir que sea el único actor, obvio. Ni tampoco que es el único de «este lado». Hace pocos días, 124 países tomaron posición sobre el tema de los buitres. Por sus propios motivos y en relación a operaciones futuras, pero es una posición que hace a esta pelea, cómo no. Y ahora el amigo Víctor Arreguine me marca este artículo de Marcelo Falak, que, como de costumbre, ofrece información valiosa sobre un compromiso más concreto e inmediato de nuestro vecino y socio. Leemos:

«La pregunta fue directa: ¿El Gobierno de Brasil espera que el conflicto argentino con los fondos buitre pueda resolverse en el primer tramo de 2015? La respuesta fue contundente e incluyó una revelación importante. «Yo creo que sí. Y hay iniciativas en Brasil, con actores privados, que están en curso para eso. Con nuestro conocimiento, con nuestra observación y con nuestra disposición a ayudar si es necesario«.

Quien habla es Marco Aurélio Garcia, uno de los funcionarios más influyentes del Gobierno de Dilma Rousseff. Hombre del Partido de los Trabajadores y amigo muy cercano de Luiz Inácio Lula da Silva, es asesor especial de la Presidencia para Asuntos Internacionales. Pero su influjo excede en mucho la pomposidad del cargo. Es quien, en los hechos, lleva la relación de Brasil con el Mercosur y Sudamérica, por lo que su voz en esas materias prioritarias es, en la práctica, la de un canciller. Y es, además, un intelectual de nota y uno de los mejores amigos con los que la Argentina puede contar aquí.

Consultas con fuentes del sector financiero en Brasilia permiten afirmar que esas gestiones, efectivamente privadas, siguen activas, y que apuntan a adquirir las acreencias de los fondos buitre, que cuentan ya con fallo firme de Thomas Griesa y la Corte Suprema de los Estados Unidos … La administración de Cristina de Kirchner, en tanto, también tiene una condición: que el arreglo no se limite a los más de 1.600 millones de dólares del caso, sino a la totalidad del universo de los holdouts, algo razonable para evitar en el futuro inmediato una nueva ola de juicios, por, acaso, 20.000 millones que contarían, además, con el actual precedente judicial«.  (completo aquí)

La otra noticia que quiero acercarles no está directamente vinculada a este tema. Pero «todo tiene que ver con todo» El repunte de Dilma desespera a los mercados: se desplomó la bolsa. El Bovespa cayó 4,5% y el real sufrió una fuerte depreciación.

Buena suerte este domingo, compatriotas suramericanos.


Una historia en dos países: Argentina y Brasil

septiembre 22, 2014

Este domingo en Twitter Gonzalo Bustos, @Handicapepe, propuso discutir un posteo suyo en el que, básicamente, plantea la estabilidad del sistema político-económico brasileño. No creo que esté equivocado en su valoración – yo también soy admirador de la sensatez y capacidad de negociar de nuestros vecinos – pero de lo que tengo dudas es de la estabilidad en sí. Vivimos tiempos muy dinámicos…

De todos modos, eso da para un análisis más profundo del que puedo hacer ahora. Sobre nuestras relaciones con ellos, escribí hace poco aquí. Lo que me hizo acordar G.B. es de una nota que leí este finde de Marcelo Falak, uno de los pocos que en nuestro país se dedica a escribir de política internacional con conocimiento e inteligencia, y que quiero acercarles ahora. Porque habla de un proceso de cambio, muy importante, en una fuerza política de Brasil. Que tiene algún parecido con algo que sucede entre nosotros también.

De Partido de los Trabajadores a partido de los pobres

Había una vez un partido que se daba a conocer como el «de los trabajadores». En Brasil, claro, fundado en 1980, en plena dictadura militar, y que pretendía sumar las distintas corrientes de la izquierda.

Acaso por esa misma heterogeneidad, que incluía a sindicalistas, marxistas varios, intelectuales, estudiantes y curas de base, y por la represión castrense, el PT se definía como «socialista» pero sin llegar a declararse «marxista». Eran tiempos del crepúsculo de la Guerra Fría, cuando se hacía ya imposible no contarles las costillas a los «socialismos reales».

Pero algo era claro: para decirlo en criollo, su «columna vertebral» era una camada de sindicalistas combativos, con Luiz Inácio Lula da Silva a la cabeza. Una serie de huelgas memorables contra la dictadura fue la génesis de una experiencia que no podía surgir en otro lugar que no fuera en las barriadas obreras del Gran San Pablo.

La construcción política fue paciente, tanto que el tornero mecánico debió asimilar tres derrotas hasta llegar al poder en octubre de 2002. Si se observa el mapa electoral de esa elección, se observa que la ola roja alcanzó en la segunda vuelta toda la geografía de Brasil. La esperanza que encarnaba se había trasladado desde los bastiones tradicionales del sudeste industrializado, donde la agrupación había nacido, hasta el norte pobre. (ver el mapa al pie)

Eran, claro, los tiempos de la promesa del «hambre cero», una consigna que mezclaba un extraordinario acierto de marketing con la dosis de épica imprescindible para encarar los grandes desafíos. Doce años después, el cumplimiento parcial pero altamente meritorio de ese compromiso, había alterado profundamente las bases de apoyo del Partido de los Trabajadores y con ello el mapa político del país.

En plena campaña por su reelección, en la que no le sobra absolutamente nada, Dilma Rousseff festejó que la ONU reconociera que los casi doce años del PT en el poder lograron reducir la pobreza del 24,3% al 8,4%, y la indigencia del 14% al 3,5%. Hambre (casi) cero, la enorme epopeya brasileña del siglo XXI.

… Desde 2003 el Programa Bolsa Familia, reemplazando al «Hambre Cero», supuso una inversión total de cerca de 50 mil millones de dólares, insume cada año un 0,5% del PBI y alcanza en la actualidad a 13,6 millones de familias, esto es unas 50 millones de personas. De esas familias, 6,89 millones residen en la región nordeste y 1,55 millón en la norte, las más pobres del país, esto es el 61% del total.

No se puede ignorar el impacto político de un programa semejante. Así, no debe sorprender que en las elecciones de 2006, cuando Lula da Silva fue reelecto, y de 2010, cuando lo sucedió Dilma, el eje del voto petista se haya trasladado al norte de Brasil. De «partido de los trabajadores», podría decirse, pasó a ser el «partido de los pobres».

Ahora bien, ¿por qué el opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, tal es su nombre, aunque es conservador por su vocación reciente) logró anidar con fuerza en el sudeste desarrollado, la cuna del PT? (ver nuevamente el mapa al pie).

Porque así como ascendieron en la escala social los más rezagados, también surgió un nuevo sector medio, la llamada «clase C», de unos 30 millones de personas. Y porque muchos de éstos, sumados a las clases medias tradicionales y, por qué no, a parte de los beneficiarios de subsidios que van perdiendo el temor a que un Gobierno nuevo les retire esos beneficios, pueden ir decantándose por ofertas diferentes.

Esto es lo que se vio en las masivas manifestaciones de junio del año pasado, en las que los nuevos y viejos sectores medios expresaron demandas de segunda generación (transporte, vivienda, salud, educación y seguridad), servicios que no crecieron en oferta al ritmo necesario para absorber una demanda multiplicada. El PT, en cierta forma, es víctima de su propio éxito.

Como derecho otorgado es derecho adquirido, los registros electorales recientes y encuestas de opinión muestran que la relación entre Bolsa Familia y voto tiende a ser cada vez menor. Veamos qué ha ocurrido en el nordeste, cómo vimos la región de mayor alcance del programa. En el estado de Paraíba, por ejemplo, la proporción de familias beneficiadas subió del 36,2% al 39% entre 2006 y 2010, mientras que la cosecha de votos del PT cayó del 65% al 53%. La misma historia se repite en otros estados y regiones.

Que la mayoría de los brasileños pobres siga votando al PT no se debe sólo a los subsidios. Hay que considerar toda una política económica que, al menos hasta hace un par de años, tendió a fortalecer la moneda local y a abaratar los alimentos, a estimular el crecimiento y el empleo, así como a expandir el gasto social y el mercado interno. Hoy, cuando la economía flaquea y la inflación golpea los bolsillos, la posibilidad de un fin de ciclo se hace más concreta. No sólo de planes vive el hombre.

La emergencia de partidos de los pobres es común a toda América Latina, cuya estructura de clases es gelatinosa y no se compadece con los «modelos» de los países industriales avanzados.

En la Argentina, por caso, si en los años 40 y 50 del siglo pasado el movimiento obrero era la «columna vertebral» del peronismo, esto ya no es así, y un tercio de la fuerza laboral sigue al margen del sistema. Mientras, Santa Fe ya no es la «provincia invencible» y el bastión del peronismo oficial ya no es el conurbano bonaerense, donde el kirchnerismo perdió en 2009 y 2013, sino el norte pobre. No podría ser de otra manera después de tantas crisis.

Cualquier parecido entre Brasil y la Argentina no es pura coincidencia».

Hay una observación que es inevitable que haga: Falak se ha dejado llevar demasiado aquí por la analogía (pasa a menudo). El conurbano bonaerense sigue siendo el bastión del peronismo «oficial» (u oficialista). Por una simple razón demográfica, la distribución de la población argentina. Aún en esas elecciones que perdió, una parte decisiva de sus votos salieron de ahí.

Igual, la advertencia que hace Marcelo es válida. Los votantes tienen más exigencias. Si el oficialismo no atina a responderlas con su oferta electoral para el año que viene, pierde.

elecciones Brasil


A la conquista del indeciso

agosto 2, 2013

Scioli, Massa, Uribarri, Urtubey

En el formato de un debate en la blogosfera, ya hice mi evaluación, a la fecha, sobre la competencia electoral en la Provincia de Buenos Aires. Pero hoy el lúcido Marcelo Falak, colega bloguero, además, publica en Ámbito una pieza donde, desde percepciones parecidas a las mías, enfoca el panorama que se abre hasta Octubre del 2015. La pelea por el premio mayor.

Es un poco largo, pero me parece imprescindible para encarar el tema desde una mirada realista, como lo tienen que hacer los políticos que quieren ganar. Quizás da más peso a algunas opiniones de lo que haría yo, pero las presenta todas. Le hago un cambio de título – «los ni-ni» tiene otro, lamentable sentido – y una sola observación: me parece válida la imagen – que tomo para encabezar este posteo – de esos conquistadores que se lanzan a la difícil empresa, pero recuerdo las escépticas palabras del Eclesiastés: «… no es de los ligeros la carrera, ni de los valientes la batalla;… sino que el tiempo y la suerte les ganan a todos«.

LOS CONQUISTADORES DEL VOTO INDECISO

Marcelo Falak

La largamente anunciada irrupción de Sergio Massa sobre el cierre de las listas para las primarias del próximo domingo 11 puso de manifiesto mucho más que la aparición de un candidato con amplias expectativas de pelear la victoria en las próximas elecciones e, inclusive, dar un salto aún mayor en 2015 . Expone un dato que excede su propia figura y su proyección personal: la aparición de un nuevo sector del electorado, centrista y esquivo a los encasillamientos excluyentes de los últimos años, que giraron obsesiva y abusivamente en torno al clivaje kirchnerismo-antikirchnerismo. Pero ¿esta «tercera posición» define un segmento con posibilidades de ser mayoría dentro de dos años, cuando se estará jugando la sucesión de Cristina de Kirchner y, con ello, el rostro futuro de la política nacional? ¿Cabe pensar a esta altura que el próximo presidente no será ni K puro ni anti-K, tal como nos habíamos acostumbrado a pensar?

«Creo que sí, que ésa es la línea que viene en 2015, la de valorizar lo que se hizo bien y cambiar lo que no se ve como positivo», responde, convencido, Fabián Perechodnik, director de Poliarquía.

Al menos en la provincia de Buenos Aires, el premio mayor de cualquier elección por concentrar casi el 40% del padrón nacional, las encuestas conocidas hasta hoy comprueban la existencia de esa porción del electorado. Según la primera de Poliarquía, completada el 5 de julio, el intendente de Tigre obtenía una intención de voto del 33,7%; según la última conocida, finalizada el 26 de julio y también publicada en el diario La Nación, lograba un 32,5%.

La leve declinación de Massa no alcanzaría para hablar de una tendencia y, por el contrario, la postulación parece sostenerse en torno a un tercio del electorado. Sin embargo, hay que destacar el ascenso del cada vez más instalado Martín Insaurralde, hombre de Lomas de Zamora y cabeza de lista del Frente para la Victoria, que pasó en el período del 22,8% al 27,4%, y que en estas horas ya se acerca, al menos, a una situación de empate técnico en algunos distritos importantes del conurbano. Ascenso, hasta lo que se conoce, que se explica sobre todo en el recorte del ítem «indecisos», que cayó del 13,1% al 9,9%.

Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, explica que «la sociedad se divide tradicionalmente en tres tercios. Uno está con el Gobierno y siempre lo estará, en este caso el kirchnerismo. Otro nunca lo va a votar, aún en el mejor momento del mismo. El tercer tercio es el fluctuante, que puede votar o no a un Gobierno. En 2009 votó a la oposición, en 2011 en su mayoría retornó al oficialismo y en 2013, se va alejando del mismo. Como ejemplo, la Presidente en su reelección obtuvo el 56% en la provincia de Buenos Aires y su lista de candidatos a diputados nacionales encabezada por Insaurralde hoy tiene la mitad. Esos 28 puntos que votaron por Cristina y que ahora no votan al oficialismo son la base sobre la cual Massa intenta generar su posición intermedia».

Si éste propone mantener «lo bueno» que hizo el kirchnerismo desde 2003, corregir «lo malo» y completar lo inconcluso, hay que considerar su candidatura fuera de las categorías de oficialismo y oposición, con las que políticos y analistas han atormentado a los no embanderados en los últimos años. Intenta encarnar un poskirchnerismo que salta así al centro de la escena como opción con posibilidades de triunfo no ya en las legislativas de este año sino en las presidenciales de 2015.

Artemio López, director de Consultora Equis y hombre cercano al Gobierno nacional, discrepa y, al calor de un tramo clave de la campaña, le baja el precio a la figura de Massa. «Lo de Massa no es poskirchnerismo, es duhaldismo 2.0, duhaldismo con laptop. No es más que política bonaerense sin despliegue nacional. Lo que ocurre es que toda la oposición va a funcionar así, a partir de un reconocimiento similar al que hizo Henrique Capriles en Venezuela, que dejó de estigmatizar al chavismo y comenzó a reconocerle sus logros. Ocurre que para oponerse con eficacia a una experiencia política de diez años como ésta hay que tomar nota del piso de integración social que logró y del despliegue al que dio lugar en materia de derechos humanos, entre otras cuestiones. Quien discuta eso se va a quedar en el margen, así que toda la oposición se encamina a ese discurso».

Si la figura concreta del tigrense es capaz de convocar en grande es otra cuestión, que él mismo deberá resolver, para empezar, superando cierto carácter liviano de su discurso. En todo caso, lo que se constata es la aparición de un espacio del que no se tenía registro.

De hecho, hay otros nombres que también podrían interpretarlo en el futuro. El gobernador Daniel Scioli, el salteño Juan Manuel Urtubey o, más dentro de la ortodoxia K, el entrerriano Sergio Urribarri son, entre otros, los nombres que, vistos desde hoy, podrían realizar en 2015 una apelación amplia tanto a los convencidos del «proyecto nacional y popular» como a quienes lo han votado pragmáticamente en diferentes momentos pero que últimamente comienzan a percibir sus síntomas de agotamiento, sobre todo en temas como inflación y seguridad. Con Cristina de Kirchner desplazada del primer plano por el impedimento constitucional (¿y por voluntad propia, acaso?), sin el insustancial fantasma de la re-reelección de por medio, cualquier heredero, oficial u oficioso, deberá cobrar un perfil propio que le brinde la posibilidad de hablar de precios, del INDEC, del dólar, de la inseguridad y de tantas otras cosas que el discurso K ha preferido callar en estos años, para muchos de modo irritante.

«La sociedad cambia y, en consecuencia, lo que puede definir la elección dentro de veintiocho meses puede ser distinto a lo que definió la de 2011 y la que lo hará en 2013. La cuestión es que el peronismo amplía cada vez más su capacidad de representar a sectores más diversos y contradictorios. Así ha sido en las últimas tres elecciones presidenciales y así lo es hoy en la decisiva provincia de Buenos Aires. El peronismo es la vía más eficaz en la política argentina para crear coaliciones electorales amplias. Por eso no es casual que hoy dos figuras que están en el peronismo como Scioli y Massa son las que aparezcan con más posibilidades de suceder al propio peronismo en su versión kirchnerista. Además, Insaurralde trata de parecerse cada vez más a ellos», continúa Fraga.

Perechodnik suma a Mauricio Mari a la movida. «Massa, Scioli o Macri, cualquiera de ellos puede expresar esa tendencia (poskirchnerista), aunque cada uno con sus particularidades», indica. ¿Macri, un poskirchnerista, alguien que rescata cosas positivas de esta era política? ¿No es un opositor mucho más frontal?, le pregunto. «Yo creo que sí, que Massa se integra a un espacio que ya contaba a Scioli y a Macri con ese perfil. Hay un dato común: cuando uno mira el estilo de los discursos, los spots y la forma de comunicarse con el electorado, hay un patrón común entre los tres de búsqueda de un camino por el medio, de no ir a los extremos, con una comunicación directa y fácil. Macri ha tenido cosas puntuales fuertes con el Gobierno, pero no como Francisco de Narváez, que es la oposición constante. Sin embargo, si bien Macri trata de no transitar la no agresión, Massa es el único que hoy se presenta como el poskirchnerismo, como una alternativa que supere esto, ni a favor ni en contra».

Hay al respecto un dato que resulta elocuente sobre el modo en que la aparición de Massa, o, mejor, del poskirchnerismo, ha corrido el eje del debate político. El jefe de Gobierno porteño no sólo sumó figuras a la lista del tigrense sino que también puja porque éste reconozca ese acuerdo. El propio Macri y voceros oficiosos, como su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta han dado a entender o, directamente, afirmado que, de votar en provincia, lo harían por Massa, lo que fue rechazado por aliados de aquél, como Darío Giustozzi, temeroso de recibir el abrazo del oso.

Resulta curioso ver cómo Macri termina plegándose a una propuesta electoral que, antes que nada, comienza por reconocer «lo bueno» que se ha hecho en estos años: derechos humanos, inclusión jubilatoria, asignación universal por hijo (AUH), según la lista del propio Massa. Se trata de una derivación extraña para un espacio como el PRO que históricamente ha mostrado, cuanto menos, desinterés por la primera de esas banderas y que siempre abjuró de la estatización de los fondos jubilatorios, medida madre tanto de la moratoria que permitió llevar a más del 95% la cantidad de adultos mayores que perciben una pensión (el mejor índice de América Latina) y, a la vez, financiar la AUH. Sin dudas, esto señala por el momento una debilidad relativa del PRO, un partido que no ha logrado, en términos generales, superar su carácter distrital, algo que aspira comenzar a modificar en octubre. Pero también revela la forma en la que comienza a percibirse el modo de romper el techo electoral que la oposición, con su discurso habitual, frontalmente refractario a todo lo que huela a kirchnerismo, ha encontrado repetidamente en cada cita en la urnas.

Pero, claro, no todo es fácil para Massa, el hombre que hoy pretende encarnar el espacio poskirchnerista, mientras otros aspirantes peronistas deciden seguir por ahora como aliados de la Casa Rosada desde sus particularidades regionales. El ubicarse en una «tercera posición» lo obliga a un equilibrio difícil, toda vez que un crecimiento de los rivales que buscar erosionarlo tanto «por izquierda» como «por derecha» lo obliga a contorsiones retóricas que, por momentos, lo hacen parecer más oficialista o más opositor. Realizar esas maniobras, y a la vez, no perder las voluntades que se van juntando requiere una sintonía fina para la que, hasta octubre (una eternidad), deberá demostrar dotes poco frecuentes.

«La política es dinámica y la campaña está obligando a Massa a buscar la polarización del voto opositor y a endurecer su postura frente al Gobierno. En cambio, Scioli es quien ahora parece haber girado hacia una posición intermedia. Se alinea con el oficialismo, pero marca su estilo personal», define Rosendo Fraga.

En este punto, Perechodnik encuentra una posible debilidad del líder del Frente Renovador bonaerense. «Su último spot es claramente opositor. Pasó de hablar de la buena onda a decir ‘me saco el saco y vamos a pelear’. No sé si seguirá en esa línea, me parece un cambio muy abrupto, hay que explicar ese tránsito. ‘¿Qué le pasa a este chico?’, podría preguntarse alguien que pensaba votarlo. Igual, en términos de conveniencia, creo que debe buscar votos en el electorado opositor, porque Insaurralde le viene descontando puntos y todavía se encuentra por debajo del techo del oficialismo».

Liderazgos aparte, lo que el poskirchnerismo así entendido acepta es que es muy difícil nuclear una mayoría ganadora sin incorporar a sectores que han votado en los últimos años al oficialismo, los que, sumados, alcanzaron a un 55% en octubre de 2011. ¿Cómo puede ser vencedora una propuesta electoral si da la espalda, de un solo golpe, a los 2,5 millones de nuevos jubilados, a las familias que perciben los 3,5 millones de asignaciones por hijo, a los trabajadores de cooperativas que funcionan con subsidios oficiales, a quienes valoran la distribución de netbooks en las escuelas, a quienes lograron en los últimos años conseguir empleo y recomponer sus ingresos, y a quienes, aun sin beneficiarse directamente de esas políticas, las ven con simpatía desde lo ideológico? Difícil si se los pretende convencer de que todo lo hecho ha sido un desastre y no se admite la existencia en el país de un sentido común nuevo y fuertemente atravesado por la etapa de Néstor y Cristina de Kirchner.

«Hay un nuevo sentido común en el país, sin dudas», reflexiona Artemio López. «El kirchnerismo fue el sector que se hizo cargo con mayor eficacia de la crisis del neoliberalismo de 2001. Por un lado transformó el sentido común de los argentinos, pero por otro, se nutrió de una visión comunitaria nueva en diversas áreas, desde la necesidad de una mayor intervención del Estado hasta una política más enfática en la integración regional. No hay que olvidar que una parte de la sociedad prestó oídos en los 90 a un proyecto que planteaba las relaciones carnales, las que colocaban al país como furgón de cola de los Estados Unidos».

«Sí, creo que la impronta del kirchnerismo que va a quedar es ésa», coincide Perechodnik. «Hay olas. Si los 90 fueron la era de las privatizaciones y el antiestatismo, desde 2002 y 2003 en adelante, con la crisis de 2001 y 2002 de por medio, el kirchnerismo interpretó un sentir de la sociedad y lo puso en políticas públicas. Ahora, si bien solucionaron problemas de la década anterior, crearon otros nuevos con políticas no tan bien aplicadas, por más que fueran en el sentido general que la gente deseaba», agrega.

El poskirchnerismo apela entonces a un electorado que privilegia ante todo su realidad material; ¿quién podría criticarlo por eso? Un electorado que ha percibido mejoras, pero que, por otro lado, sigue padeciendo las pésimas condiciones del transporte y una inseguridad que es más que una sensación, cosa que ya nadie se anima a sostener. Un electorado, en definitiva, que percibe que la cuestión de los juicios por las violaciones a los derechos humanos ha sido saldada (en buena medida) por los tribunales y por la biología, por lo que seguir discutiéndola no le aporta nada. Un electorado, en suma, al que la pelea por «el relato», por la ley de medios audiovisuales y contra el grupo Clarín le dice todavía menos; es más, lo cansa, sobre todo cuando la discusión también está a punto de ser zanjada definitivamente por la Corte Suprema. Un sector poskirchnerista.

«La gente no quiere oponerse a todo. Hoy, a nivel nacional, el kirchnerismo sigue teniendo un 40% de apoyo, que si bien no es lo que era, sigue siendo una cifra considerable. La oposición ha tratado de demoler su imagen, pero ha tenido muy poco éxito. Massa, por ser una especie de novedad política, es hoy la figura de mayor proyección en ese espacio poskirchnerista», indica el director de Poliarquía.

Pero vayamos a los números. Más allá de la naturaleza diferente de los comicios que se comparan, veinte puntos porcentuales que marcan los extremos del voto K: el mencionado guarismo de la presidencial de 2011 y el 35% de la legislativa 2009, el fatídico año de las candidaturas testimoniales, la crisis internacional y las secuelas de la pelea con el sector rural. Ese electorado fluctuante, el que ha decidido cada elección de 2005 a esta parte, es el terreno más fértil para cualquier candidato que se defina como poskirchnerista, un botín considerable en una política doméstica fragmentada y con partidos líquidos, en la que contar con un cuarto o un tercio del electorado se parece bastante a una proeza. A eso, se puede contar en el futuro mediato con sumar parte del voto kirchnerista de paladar negro y un sector opositor menos recalcitrante o más pragmático, en clave de partido «catch all», lo único que históricamente ha dado buenos resultados en una sociedad argentina, con una estructura de clase débil, rasgo acentuado por la desindustrialización que fue de 1976 a fines de los 90. He ahí el cálculo.

Cabe conjeturar que la oposición más recalcitrante, al final del camino (si es que en política eso existe), habrá contribuido a poner coto a la era K pero que no será la que coseche los beneficios. En efecto, la denuncia (muchas veces precisa, tantas otras exagerada) de los excesos institucionales de la Casa Rosada, de los mecanismos de corrupción que han persistido, de las deficiencias de la gestión, de los problemas que se han subestimado, entre otros males, contribuirá a la sensación de un final de época, a la necesidad de un proceso nuevo, superador. La cuestión es quién lo encarnará.

Por supuesto que todo depende de cómo llegue Cristina de Kirchner a 2015, lo que, a su vez, será subsidiario, en parte de cuáles sean las condiciones de gobernabilidad que tenga hasta entonces.Esto es qué cosecha legislativa obtendrá en octubre y cuánto de ella retendrá si ese «gigante invertebrado» que es el peronismo comienza a otear que sus oportunidades están más lejos del redil oficial. Y además, acaso en primer orden de importancia, hasta qué punto lo que hoy forma parte de un nuevo sentido común que considera logros que es deseable mantener, fundados en niveles de gasto público históricamente elevados, no se desmigaja de la mano de una macroeconomía que cada vez hace más ruido.

Los diez años que lleva en el poder el kirchnerismo son todo un récord en la política argentina moderna. Ni el primer Perón (1946-1955) pudo superar ese listón. Tampoco Carlos Menem (1989-1999) ni ningún régimen militar. El poder desgasta, por más que Giulio Andreotti haya sostenido (bastante antes de su caída en desgracia) que la máxima sólo se aplica a quien no lo detenta.

«En 2015, el kirchnerismo habrá estado en el Gobierno doce años y medio, y en democracia la sociedad suele votar un cambio después de un período tan largo. En cuanto a la economía, el ciclo tan favorable a las materias primas de América Latina de la primera década del siglo no parece continuar con la misma intensidad en la segunda década y ello también juega a favor de un cambio», señala Fraga .

¿Pero cuáles son las causas puntuales de esa fatiga de un sector social, el que nos ocupa y puede definir el futuro político del país? Este analista explica que «una de las causas del malestar de los sectores medios fluctuantes con el kirchnerismo es que en la versión cristinista se identifica cada vez más con el modelo venezolano. El tercio intermedio, que cambia y por eso define las elecciones, está en el centro y no se identifica con dicho modelo. Tampoco con un modelo de centroderecha».

Evidentemente, ese sentido común fraguado en la última década se vería horadado si la inflación se siguiera empinando, lo que erosionaría el poder de compra de los salarios y de las ayudas sociales, el tipo de cambio y la competitividad de la producción local. Y, claro, aunque el ojo popular lo perciba como algo más mediato, si se acentúa el «cepo cambiario» y su contracara impiadosa, la sangría de reservas internacionales, con el consiguiente peligro de una devaluación brusca que golpee a los sectores menos pudientes, los mismos que en buena medida valoran aquel legado. En ese caso, la herencia tendría menos de «kirchnerismo» y más de «pos», para beneficio de quienes hayan mantenido su discurso bien lejos de las playas oficiales. Pero esa película, apasionante, todavía está por verse.