«Keynesianismo chabón», lo aclaro para los nuevos en el blog, es la forma -superficial, lo reconozco- en que me referí en varias ocasiones a políticas económicas que se llevaron adelante por el anterior gobierno, en particular durante la gestión de Axel Kicillof.
Es porque el aporte fundamental de Keynes a la teoría económica consistió (simplifico) en demostrar que el mercado, la libre acción de los agentes económicos, no aseguran por sí solos la mejor utilización de los recursos. Traducido a lo que interesa a todos: el desempleo y la recesión, es decir, la sub utilización de las instalaciones productivas, no se corrigen solas. Excepto, quizás, en un plazo tan largo que todos estaríamos muertos antes.
No fue el único pensador que tuvo esta percepción. Y puede decirse que la realidad lo había demostrado antes. Pero, sin duda alguna, fue Lord Keynes quien hizo la teoría respetable intelectualmente y usada por los gobiernos a partir de la Gran Depresión de los ´30.
Después, en los ´70, el clima de opinión del establishment capitalista se volvió contra ella: había contribuido al poder sindical y a la expansión de los «estados de bienestar». Y no resultó eficaz en ese momento para salir de la «estanflación»: estancamiento con inflación. Fue demonizada por algunos y diluida en una nueva síntesis por otros. Pero, como los que manejan gobiernos poderosos y grandes grupos económicos no comen vidrio, cuando aparece alguna de las típicas crisis del capitalismo, usan sin vacilar herramientas apoyadas en la teoría keynesiana. El caso más reciente, y alevoso, es el QE «quantitative easing», que es como se le llama a la compra a partir de 2008 por parte de la Reserva Federal de EE.UU. de trillones (el término anglo para indicar millones de millones) de dólares de bonos basura y créditos incobrables para mantener en pie el sistema bancario. Emitir dinero, bah.
Si llamé «chabona» a su aplicación entre nosotros, es porque Keynes consideraba que la expansión monetaria, o la creación de empleo no productivo por el Estado, eran útiles y necesarios cuando existía capacidad ociosa en la economía, cuando la demanda era inferior a la oferta. Nunca se le ocurrió que podían reemplazar a la inversión, pensar que la demanda creaba instantáneamente la oferta.
Tampoco lo creo yo, claro, y de ahí mi ironía. Pero tengo que reconocer -por eso dije que fui superficial- que los estímulos que se aplicaron durante la experiencia kirchnerista sirvieron para mantener el nivel de actividad, el de empleo y una modesta prosperidad de los numerosísimos sectores medios. Se chocó, era previsible, con la «restricción externa», la escasez de divisas, mal endémico desde hace más de 60 años de la economía argentina. Pero, en conjunto, resultó mucho mejor para todos, empresarios y trabajadores, que el resultado que están mostrando las medidas «ortodoxas» que se toman a partir del 10 de diciembre: ajuste con inflación.
Toda esta introducción -en la que me metí a traducir al lenguaje de los legos como yo la teoría económica- no es para hablar solamente de nuestra situación actual. Como hago a menudo en el blog, quiero mencionar lo que está pasando en el resto del mundo. Porque tiene que ver con lo que, tarde o temprano, nos pasará a nosotros.
Este es uno de los artículos que les acerco de Martin Wolf, editor asociado y columnista económico principal del Financial Times. Uno de los «sinarcas» de la City de Londres, dirían mis amigos más exagerados. Léanlo. Y créanme, si la situación global hace que allí se estén considerando estas medidas… Kicillof va a terminar pareciendo tímido y convencional.
«La economía mundial se está desacelerando, tanto estructural como cíclicamente. ¿Cómo pudieran responder las políticas? Con desesperadas improvisaciones, sin duda alguna. Las tasas de interés negativas ya han pasado de lo impensable a la realidad. El siguiente paso es probable que incluya la expansión fiscal. De hecho, esto es lo que recomienda la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) — la cual ha sido durante mucho tiempo entusiasta de la austeridad fiscal — en su informe provisional de perspectivas económicas. Pero es poco probable que eso represente el final. La expansión fiscal pudiera conllevar apoyo monetario directo, incluyendo la política más radical de todas: la introducción del “dinero helicóptero” (repartir dinero sin contraprestaciones), recomendada por el fallecido Milton Friedman.
Más recientemente, ésta es la política prevista por Ray Dalio, fundador del fondo de cobertura Bridgewater. Él argumenta que la economía mundial no sólo se está desacelerando, sino que “la política monetaria 1” — unas menores tasas de interés — y “la política monetaria 2” — la flexibilización cuantitativa — se han mayormente agotado. Por lo tanto, Dalio aseguró que el mundo necesitará una “política monetaria 3”expresamente dirigida a fomentar el gasto. El implementar una necesaria política de este tipo también es la recomendación de Adair Turner, expresidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, en su libro ‘Between Debt and the Devil’ (Entre la deuda y el diablo).
¿Qué pudiera conducir al mundo a utilizar tales medidas? La respuesta corta es que la economía mundial se está desacelerando de manera duradera. La OCDE ahora prevé que el crecimiento de la producción mundial en 2016 “no va a ser mayor que en 2015, en sí el más lento durante los últimos cinco años”. Detrás de esto se halla una realidad simple: el exceso de ahorro mundial — la tendencia de los ahorros deseados a subir más que la inversión deseada — está creciendo y, por lo tanto, el “ síndrome de deficiencia de demanda crónica” está empeorando.
Esta etapa de debilidad de la demanda debe considerarse dentro de su contexto histórico. La tasa de interés real a largo plazo en valores seguros ha estado disminuyendo desde hace al menos dos décadas. Ha estado cerca de cero desde la crisis financiera de 2007-09. Antes de eso, un insostenible auge crediticio occidental compensó la debilidad de la demanda. Posteriormente, los déficits fiscales, las tasas de interés cero y las expansiones de los balances de los bancos centrales estabilizaron la demanda en el Occidente, mientras que una expansión del crédito financió masivas inversiones en China. Las permisivas políticas monetarias occidentales y las permisivas políticas crediticias de China también impulsaron el auge de las materias primas después de la crisis, aunque el excepcional crecimiento de China fue el factor más importante.
El fin de estos auges crediticios es una importante causa de la débil demanda actual. Pero la demanda también es débil en relación con una desaceleración del crecimiento de la oferta. A nivel mundial, el crecimiento de la oferta laboral y de la productividad laboral ha caído fuertemente desde mediados de la década pasada. Un menor crecimiento de la producción potencial en sí debilita la demanda, ya que reduce la inversión, siempre un motor esencial del gasto en una economía capitalista.
Los legisladores deben prepararse para una nueva “nueva normalidad” en la que las políticas se vuelvan más incómodas, menos convencionales, o ambas. ¿Puede el mundo escaparse de la debilidad crónica de la demanda? Absolutamente sí. ¿Podrá hacerlo? Eso exige más audacia. Cuando hemos exprimido lo posible, lo que queda, por más improbable que sea, debe ser la respuesta«.