
El amigo Pablo Tonelli -economista y peronista- pinta un cuadro detallado y depresivo de la situación de la economía global. Y de sus consecuencias para nosotros en el futuro inmediato. Las cifras que uno maneja de los movimientos de capitales y de mercaderías parecen confirmar el pronóstico. La Revolución de la Alegría sufriría inevitables retrasos, entonces.
«La semana pasada culminó el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, donde líderes políticos, representantes de la gran banca, las empresas multinacionales y los economistas del mainstream realizaron su habitual ejercicio de auto celebración anual del mundo globalizado, sus obras y sus pompas.
El tema central del Foro tuvo que ver con el impacto de las nuevas tecnologías vinculadas a la robótica y la inteligencia artificial en la forma de producción del capitalismo, aunque la baja inflación internacional, el hundimiento del precio del petróleo (antes de los recortes a la producción propuestos por Arabia Saudita) la disminución de la cotización de las materias primas, la crisis de refugiados en Europa y la expansión del terrorismo tuvieron un importante espacio.
La emergencia de una nueva recesión mundial se coló tangencialmente entre los temas discutidos, a pesar de que este tema constituye, a mi juicio, el principal desafío que afronta la economía global.
China fue la primera alarma de la crisis. La caída de la Bolsa de Shanghai desespera a los fondos de inversión, bancos e instituciones del mercado de capitales, que ven en el horizonte una fuerte devaluación del yuan y la casi implosión del gigante asiático. Temen que una caída de China arrastre a los demás bolsas del mundo, profundizando la tendencia bajista que mostraron durante el curso de enero. Los capitales internacionales y también los de los chinos mismos huyen de China. ¿Estamos entonces frente a un colapso inminente de las finanzas globales?
Michael Roberts, un economista de formación marxista que analiza diariamente el comportamiento de los mercados accionarios y de capitales internacionales, responde negativamente a esa pregunta. A pesar de su crecimiento en las tres últimas décadas, China no ocupa el centro del mercado mundial globalizado, lugar que aún pertenece a los EEUU. La crisis del gigante asiático afectará seriamente a las bolsas, influirá sobre el destino de los flujos de capital internacionales y la cotización de las monedas internacionales (aunque debe tenerse en cuenta que el yuan no es todavía una divisa mundial plena). China acentuará la volatilidad de todos los mercados, incluidos los de bienes y los commodities, pero no puede aún ser el motor y causa de un derrumbe. Una crisis global al estilo 2008 debe tener su epicentro en los EEUU, algo que es una probabilidad y que voy a desarrollar después de analizar brevemente la economía china actual
¿Qué ocurre en el gigante asiático hoy?
Su economía se encuentra en problemas. En primer lugar su crecimiento se ha desacelerado. 2010 fue el último año en que su PBI creció a un nivel de dos dígitos (10,3 %), A partir de allí su comportamiento arroja niveles cada vez menores hasta el anunciado 7 % del 2015, con la expectativa que en 2016 no supere el 4 % y no el 6,3 % oficialmente anunciado.
La crisis de 2008 (sigo el análisis de Michael Lewis en general) alertó a la dirigencia china sobre un escenario de fuerte caída de la demanda mundial de su producción exportable. Frente a ese cuadro, reorientó fuertemente su inversión hacia su mercado interno. En particular, la infraestructura vial, ferroviaria e inmobiliaria (con la creación y construcción de nuevas y enormes ciudades). El Banco Popular de China bajó la tasa de interés y alentó el endeudamiento de ciudades y municipios. Esto produjo un boom crediticio. Los gobiernos locales se endeudaban con bancos chinos y otras instituciones, y creaban fideicomisos financieros con la garantía inmobiliaria de las viviendas construidas. A la vez se permitió que estos mismos gobiernos locales utilizaran los créditos otorgados y securitizados como colaterales (garantía) de nuevos prèstamos del Banco Popular de China.
Se produjo entonces una burbuja financiera hipotecaria: demasiadas propiedades para una demanda acotada de la población china. Como resultado el precio de los inmuebles y de la tierra cayó, mientras que la deuda global de China se cuadriplicó desde 2007 a la actualidad. Alcanzando un monto equivalente a dos veces el PBI de los EEUU (Fuente: Mckinsey Global Institute, citado en investigación de Rolando Astarita).
El gobierno chino alentó en paralelo la inversión en la Bolsa. Se incentivó a la población con ingresos excedentes a comprar acciones y lo mismo se hizo con los bancos estatales. Estas compras, a su vez, se realizaron con apalancamiento, es decir tomando crédito bancario o del mercado de capitales, en un porcentaje de alrededor del 40 % del total de las compras efectuadas. Se generó otra burbuja, en este caso bursátil, ya que las empresas cotizantes en la Bolsa de Shanghai incrementaron sus precios varias veces por encima de su capacidad de ganancia por acción (que surge de los balances y constituye su sustento real de valorización). Como ocurre en todas las historias conocidas de los mercados accionarios capitalistas, al frenesí alcista, a la creación de riqueza ficticia, le sigue la caída. Más estrepitoso el crash cuando mayor el boom. El índice bursátil de Shanghai cayó un 40 % desde mediados del año pasado.
China había sido la clave para que la crisis del 2008 no se agravara aún más. Al volcar la inversión hacia el mercado interno e incentivar el uso del crédito sostuvo el precio de las materias primas y llevó sus precios a nuevos picos (en el 2011), los que coinciden con el inicio de la declinación de su nivel de actividad económica.
Las autoridades chinas también intentaron mejorar la competitividad de su sector externo a través de las devaluaciones ocurridas en 2015, sin resultados decisivos para su economía. Aparece claro que se ha agotado el ciclo actual y existe sobrecapacidad en las industrias, con caída consecuente de la rentabilidad del capital. A su vez, el boom inmobiliario y de inversión en infraestructura ha dejado ciudades fantasma y faraónicos emprendimientos detenidos y una masa de deuda que opera como obstáculo adicional al proceso de acumulación.
Los inversores extranjeros y los chinos que atesoran riqueza están vendiendo sus posiciones y activos, convirtiendo sus yuanes en dólares y huyendo a posiciones en títulos del Tesoro americano. Michael Roberts agrega un dato alarmante: si el nivel de salida de capitales de China continúa al ritmo actual de 1 billón de dólares mensuales, las reservas internacionales de China que alcanzan los 33 billones de dólares podrían verse comprometidas. La mitad de esas reservas se utiliza para el pago de importaciones y los ingresos por exportaciones sufren el creciente peso de la caída internacional de la actividad económica, debilitándose.
China está enfrentando su primera crisis al estilo capitalista con todas las de la ley. Su gobierno intentará reducir en forma controlada el nivel de actividad y concentrarse en la expansión del consumo interno, bajando su nivel de inversión en infraestructura y vivienda y con ello sus importaciones de aluminio, zinc, cobre, hierro, etc., lo que afectará seriamente los precios de los mercados de estas materias primas (entre otras) pues la demanda china equivale a la mitad de la demanda mundial de las mencionadas. La soja y los commodities agrícolas no seguirán, en opinión de analistas como Miguel Bein, el mismo camino que las commodities industriales, ya que los chinos buscarán sostener y ampliar el consumo interno en alimentos de su población.
El enigma es si la crisis lleva a un aterrizaje forzoso y brusco de la economía china, o sus autoridades -que hasta el momento no han logrado enfrentarla adecuadamente- lograrán monitorear la desaceleración en curso sin colisionar.
En el inicio de la nota había sostenido que la magnitud de la crisis china puede afectar severamente a todo el planeta pero no provocar en sí misma su colapso.
Roberts sostiene que la que llama “larga depresión”, el estado de situación de los EE.UU. y de la economía global obedece a que ésta no retorna a la tasa de crecimiento anterior, con posterioridad a la recuperación de la caída. Eso se debería a que la rentabilidad del capital no se recupera y la deuda tanto pública como del sector corporativo se mantiene en un nivel históricamente alto que debilita (porque insume cuantiosos recursos) la inversión en tecnología, fuente de la productividad y el crecimiento.
A partir del 2008 las políticas de inyección monetaria (QE en su sigla en inglés), de tasas cero y de estímulos al gasto no consiguieron ni en los EE.UU. ni en la Unión Europea una recuperación sustentable. El comportamiento de la economía norteamericana durante el segundo trimestre del 2015 (un alza del 3,7 %) provocó una ola de entusiasmo y estuvo en el origen de la decisión de FED (la Reserva Federal) de subir la tasa de interés por primera vez en muchos años. Ahora bien, en noviembre la producción industrial de los EE.UU, mostró su peor caída desde diciembre de 2009 y el crecimiento global del PBI norteamericano en el cuarto trimestre del 2015 se ubicó en apenas un 0,7 %. Los bajísimos niveles de crecimiento son una constante año a año en la U.E., y Japón no logra salir de su largo estancamiento.
El BIS (Banco de Basilea), una asociación que nuclea a los Bancos Centrales sostiene con dureza que se deben abandonar las políticas de estímulo monetario (QE) vigentes en la UE y elevar la tasa de interés internacional mucho más radicalmente que lo hecho por la FED para limpiar el sistema del crédito excesivo y la inversión improductiva. “Destrucción creativa” llamaba Joseph Schumpeter a este proceso en su análisis del comportamiento del capitalismo. Una crisis como la del treinta para decirlo claro.
En mi opinión sea que la FED suba nuevamente la tasa de interés durante 2016 o no, el comportamiento errático y bajista de las bolsas del mundo parecen mostrar que los precios de mercado de las acciones de las corporaciones están muy por encima, en términos generales, de sus rendimientos, lo que prefigura una crisis. Una política adoptada por los CEOs de muchas compañías ha sido recurrir al endeudamiento para distribuir dividendos en efectivo o recomprar acciones de la propia empresa. Este último mecanismo “maquilla” los balances, ya que divide la utilidad del período por un capital societario menor, incrementando ficticiamente las “ganancias por acción”. Esta realidad incuba una implosión de precios. Por supuesto un comportamiento de suba sostenida de la tasa de interés inducida por la FED, en línea con lo sugerido por el BIS, aceleraría el proceso. Este escenario está en movimiento y por eso sostengo que una crisis global con epicentro en los EEUU es una probabilidad creciente.
No estamos actualmente en esa crisis global, pero sí existe una complicación del escenario externo de nuestro país y un enfoque del comercio internacional diametralmente opuesto en la Argentina actual al seguido durante los últimos doce años. El FMI continúa proyectando a la baja el crecimiento global para 2016 y proyecta una caída del 0,3 % para Latinoamérica y el Caribe, con Brasil cayendo un 3%. Los canales de transmisión de la desaceleración de la economía mundial son dos: el comercial y el financiero.
El costado comercial indica que Argentina tendrá más posibilidades de colocar su producción primaria, centrada en los granos, sin bruscas caídas en los precios, que los productores de commodities industriales, dadas las particularidades descriptas de la situación china. El escenario actual para las exportaciones industriales, en cambio, ya es grave, en primer lugar por la caída de la actividad en Brasil, destino del 46 % de nuestras exportaciones de MOI (Manufacturas de origen industrial) Las exportaciones a Brasil ya reflejaban una caída cercana al 30 % en 2015. Esta situación es particularmente visible en el sector automotriz, dado su enorme peso relativo en el sector y que exporta el 80 % de su producción al país vecino. Una noticia preocupante es la decisión brasileña de proponer la liberalización total de la industria automotriz que se rige actualmente por el Acuerdo que dio origen al Mercosur, que propone un índice llamado “flex”: por cada U$S 150 de exportaciones al vecino se pueden importar U$S 100 sin aranceles. ¿Qué ocurrirá sin acuerdos y total liberalización comercial frente a una industria brasileña varias veces mayor y con sobrecapacidad? Los peligros para el sector autopartista local parecen evidentes.
Ignacio de Mendiguren, dirigente de la UIA y del Frente Renovador advertía: “Hoy el mundo está en vendedor. La industria brasileña decrece un 10 %. En ese escenario hay stock que está dando vuelta por el mundo que no tiene costo, que se va a colocar al precio que se lo compre. Los países serios tratan de no importar la crisis de otros, no importar empleo ajeno cuando usted tiene problemas de empleo”
Por otro lado, el canal de trasmisión financiero encuentra a la Argentina fuertemente desendeuda en dólares en relación a su PBI. El gobierno planea una rápida solución del conflicto con los Buitres y recurrir al mercado internacional de capitales de modo agresivo. En el contexto actual ese endeudamiento es factible y compensa la falta de dólares comerciales, pero si los flujos internacionales vuelven agresivamente hacia los EEUU y la depresión se acentúa las condiciones del endeudamiento pueden tornase mucho más duras (Ya lo hemos vivido en la Argentina).
Por último: En el epicentro de crisis, en el año 2009, el Gobierno destino 3,3 % del PBI en políticas anti cíclicas, para sostener el trabajo y el mercado interno y aún así no pudo evitar que el empleo cayera dos puntos. ¿Qué ocurriría hoy? Sin una crisis desatada en Occidente, pero si grave en Brasil, el Gobierno acepta liberalizar el mercado automotriz y abrir las importaciones para contener precios internos desbocados, consecuencia de la devaluación. Se abre entonces el mercado al stock predatorio que existe y sobreoferta el mercado mundial. Esta situación recién empieza. Sus riesgos en términos de actividad y empleo son enormes».
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