Según los datos de todas las encuestadoras serias y más o menos serias de Brasil, que mostramos aquí en AgendAR, Lula triunfará mañana. Quedan dos incógnitas: si le alcanzará para ganar en el «primer turno», o la campaña se extenderá por un largo octubre. La otra, más inquietante, es si Bolsonaro y sus apoyos aceptarán un triunfo de Lula, ahora o el 30/10, o habrá enfrentamientos violentos y un largo período de inestabilidad.
Como sea, nosotros este domingo vamos a ser espectadores… muy interesados. Nuestro principal cliente (en particular, de productos manufacturados), la 8va. economía del mundo, según el Banco Mundial. Sobre todo, nuestro socio imprescindible, si América del Sur va a ser en esta década algo más que un peón en el juego de ajedrez global.
La cosa es que me puse a pensar en los parecidos y diferencias entre ellos y nosotros, y si nos dicen algo importante. Las circunstancias, las sociedades, las economías, y los liderazgos políticos, son muy distintos. Pero los proyectos de poder que se enfrentan… no tanto.
Allí se enfrentan mañana una coalición difusa -el partido político que es su núcleo tiene menos historia y menos presencia en todo su territorio que entre nosotros, pero eso no hace a nuestra coalición más coherente, como podemos ver. Esta coalición, la que lleva a Lula como candidato, tiene un lejano pasado de luchas sindicales, pero hoy los une un «progresismo soft» y, sobre todo, la memoria de un tiempo de distribucionismo moderado y el crecimiento del nivel de vida de los más pobres y excluidos. Mostró cuando gobernaba que podía negociar con la mayoría de los sectores del poder económico. Y hoy se muestra muy dispuesta a hacerlo: el candidato a vice de Lula es el paulista Geraldo Alckmin, dirigente del centro derecha (con acento en la derecha).
Del otro lado, también hay una coalición diversa, la que lleva al ex paracaidista Bolsonaro. Incluye, por supuesto, a sectores «enragé» del poder económico y de los poderes fácticos: del militar, del judicial, pero su masa de votos se la da el rechazo a Lula y al «progresismo soft». Hasta donde pude apreciar (muy poco) en una reciente visita, es el rechazo -la desconfianza, el temor- a los más pobres y a las dirigencias que se apoyan en ellos. No me digan que no encuentran algunos parecidos con el caso argento…
Bueno, parece que Lula va a ganar. Como dijo un ingenioso tuitero hace pocos días, la forma infalible de derrotar a la ultraderecha es dejarla gobernar. El que viva -unas 36 horas- lo verá.
Aprovecho para agregar un llamado al incombustible Daniel Scioli y, en general, a quienes tienen responsabilidades allí y aquí. Puede abrirse -no una ventana, una puerta- de oportunidad para avanzar en una alianza más estrecha con Brasil. Las dos Grandes Potencias -y las Potencias residuales- están ocupadas con un desafío más peligroso y más urgente en Ucrania, y otro no tan apremiante pero aún más grande en el Indo-Pacífico. En otra circunstancia parecida armamos y avanzamos con el Mercosur.
Si se pudiera pensar en algo más que en integrar algunos sectores productivos -como se hizo con la industria automotriz- y también en no ignorar a los socios menores -como hicimos con Paraguay y Uruguay… Supongo que es pedir mucho.