(Aviso: sigo con poco tiempo libre y pocas neuronas disponibles para el blog. En él, tengo pendientes respuestas a cuestionamientos que me motivaron, y, claro, algo sobre la campaña electoral en curso. Pero… hace unos días cedí a la tentación de pontificar sobre el tema del título en la página de Face de un amigo. Y decidí aprovechar esos párrafos -ligerísimamente editados- que escribí. Es un tema que me importa).
Mi amigo Ezequiel Meler, autor de una exhaustiva historia de la Renovación Peronista de los ’80, decidió rescatar en su página de Facebook un fragmento de un libro de historia que trata de un tiempo anterior. Que a su vez es una pieza de gran literatura política; impulsó la militancia de muchos jóvenes, aquí y en otros países hermanos, a partir de la de la década del ´40 del siglo pasado:
«De las historias argentinas que he leído, antes de que se volviera mala palabra el concepto de nación, la que me envolvió por su pluma sin lugar a dudas fue la de Jorge Abelardo Ramos. Aquí comparto un extracto.
«La historia de los argentinos se desenvuelve sobre un territorio que abrazo un día la mitad de América del Sur. De donde provienen nuestros límites actuales? El origen de estas fronteras, ¿responde acaso a una razón histórica legítima? ¿Nos separa una barrera idiomática, cierta muralla racial invisible? ¿O es, por el contrario, el resultado de una Vicisitud de las armas, de una derrota nacional?
Sin duda aparece como fruto de una crisis latinoamericana, puesto que América Latina fue en un día no muy lejano nuestra patria grande. Somos un país porque fracasados en ser una Nación y fuimos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encierra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá.»
Tuvo varios comentarios, entre ellos alguno del talentoso Bob Row, y decidí meter mi cuchara:
Querido Ezequiel: ese prólogo de Abelardo Ramos es una bandera. Como tal, la saludo y la levanto. J.A.R. fue tal vez quien mejor escribía entre el puñado de autores que crearon la narrativa «nacional y popular» entre 1930 y 1960). Pero un prólogo no es un plan de acción.
Si digo esta obviedad, es para señalar una tendencia de muchos muchísimos militantes del «campo nacional y popular» a quedarse con esas inspiradoras frases del Colorado, o de otros autores, y olvidar un hecho obvio: los Estados nación se construyen no a partir de una geografía, una historia, un idioma -aunque sean factores útiles (y la mayoría de las veces condicionantes), sino desde una concentración de poder previa. Que siempre tiene elementos políticos, militares y económicos.
La unidad de España la hace el poder de Castilla, y su alianza con Aragón. La de Alemania la hacen los escritos de Fichte, el idealismo de los jóvenes revolucionarios de 1848… y el poder militar de Prusia. Que derrota a Austria, la otra base posible para esa unidad. La de Italia, la hace Cavour para la dinastía de los Saboya, que gobernaba Cerdeña, el Piamonte y la Liguria, con su acuerdo con Napoleón III,…
Un caso extremo, donde la unidad parecería «natural», casi automática: la de China ha sido muy resiliente a lo largo de algo más de 2.000 años. Hasta existe una clara mayoría étnica de los han. Pero esa unidad fue el resultado de las guerras -durante dos siglos- de los siete Reinos Combatientes. Unas cuantas batallas con resultado diferente, y tal vez la China q conocemos habría sido otra.
Al punto: la Argentina actual es la suma de las regiones -las ciudades y su entorno rural- del Virreinato del Río de la Plata que aceptaron o no tuvieron otro remedio que aceptar la hegemonía de Buenos Aires (la ciudad, el puerto, la campiña…) impuesta, de formas diferentes, por Rosas y Mitre. Esa hegemonía fue «nacionalizada» por Roca y el ejército de línea, como bien señalaron Alberdi y Ramos.
El Paraguay, el Alto Perú, la Provincia Oriental… los «perdimos». Más preciso sería decir que allí no surgieron centros de poder alternativos en condiciones de desafiar el poder de Buenos Aires. Artigas estuvo cerca, pero -diría Bob, con bastante razón- la Banda Oriental no era una base material suficiente.
Contestó E. M.:
«Querido Abel. La recuperación del texto de JAR no apuntaba al plano político, sino meramente al historiográfico. ¿No sentís, cuando te explican los eventos de Mayo o de Caseros, o del peronismo sin ir más lejos, que hay una pulsión desmitificadora que ha ido ya demasiado lejos? Yo sí.
No obstante, podría defender (y ahí vamos de nuevo jajajajaja) que sin grandes ideas, sin proclamas, sin conductores que sepan granjearse el apoyo de la masa, tampoco hubo nunca un cambio sustancial. ¿Te parece que las ideas y los ideales, para separar los tantos, no tienen nada que ver con la lucha política, no inciden en el mapa político concreto? Si todo es razonamiento material y realismo político, ¿por qué se mata la gente? Es pregunta.
Yo sí diría que surgieron centros alternativos. Miremos la declaración de independencia de 1816. No está el Litoral, no está La Banda Oriental. No te parece que esas audiencias indican que ahí hay un país alternativo, puramente pampeano?
Por lo demás, la unidad de eso que terminó siendo la Argentina, que no tiene ni declaración de independencia propia -porque en la de 1816 estaba el Alto Perú- no se hizo solamente con Buenos Aires, sino también contra Buenos Aires. 1880 fue nuestra civil war, la primera de varias. Lo malo del razonamiento material, y te diría, lo incompleto del realismo político, es que sólo juzga ex post. Y ex post, con el diario del lunes, todos somos Halperín.
Contesto a mi vez:
Sobre el proyecto alternativo de país que señalás: mencioné a Artigas, y podía haber agregado que era más democrático y federal que el que se impuso. Pero ese centro de poder alternativo dura desde el Congreso del Arroyo de la China, en 1815, a la derrota en Tacuarembó frente a los portugueses, 1820. No perduró, porque no acumuló el poder suficiente. Como tampoco quedó el que se habría pensado desde Charcas. El territorio argentino actual es, básicamente, el que aceptó ceder el manejo las relaciones exteriores a Rosas, gobernador de Buenos Aires, más el que ocupamos desplazando y sometiendo a los «indios», como se decía entonces.
Sobre nuestra historia, tenemos miradas distintas, aunque vemos las mismas realidades. Creo que un factor a tener en cuenta es que vos sos un historiador (y de los buenos: en alguna oportunidad corregiste mi memoria). Yo soy un aficionado a la historia; leo a los profesionales, también, pero me enganchan mucho más Toynbee, Spengler, McNeill, y por supuesto Tucídides, que los historiógrafos.
Dicho esto, reconozco algo que señalás arriba. El «realismo político» es incompleto: no alcanza a explicar los hechos. Sí, en la historia humana juegan un rol fundamental las ideas, los símbolos, y los líderes que los encarnan. Pero, tengo que agregar aquí algo: sin el pensamiento racional, el que calcula costos y medios, terminan en fracasos sangrientos. Y a veces, hasta sórdidos.
Ya que estoy embalado y nadie me interrumpe: ¿Cuál sería entonces el «núcleo de poder» que podría construir un bloque político-económico en la América del Sur para que sea algo más que un peón en el tablero internacional? Una mirada al mapa lo hace obvio: una alianza sólida entre Argentina y Brasil. La idea central del Mercosur, que hoy aparece lejanísima. Pero los escenarios a veces cambian rápido. Y tiene un argumento a su favor: no hay otra. Abrazos, y me voy a editar el portal.»