La leyenda del 2001

Los diarios, la TV, un montón de blogs, y hasta algunas exposiciones nos han recordado en estos días que se cumplen 10 años de los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001. Y lo bien que hacen. No es sólo la caída de un gobierno – no sería tan importante – ni tampoco solamente las víctimas – ellas sí merecen que nos esforcemos en recordarlas. Fue el punto culminante de una Crisis que afectó, en formas distintas, a todos los argentinos. Y vale la pena que la traigamos de vuelta a nuestra conciencia, y la examinemos.

En una charla que tuve anoche con Gerardo Fernández por Radio América, estuvimos repasando como la crisis del 2001 había golpeado a los distintos sectores sociales. Para muchos, muchísimos compatriotas fue caer al fondo, bruscamente, de una pendiente que había empezado años antes, con el desempleo creciente. Vivían, malvivían, en la economía en negro, de changas y rebusques. Cuando la «bancarización» forzada de Cavallo secó de golpe los gastos en efectivo de los sectores medios y altos, sus ingresos se cayeron, todavía más.

Por eso golpeó de la misma manera a los «pobres estructurales», porque la marginación no comenzó con Menem. En esos días, las primeras reacciones de los desesperados fueron en el interior – me parece recordar que en Rosario – así como las muestras de solidaridad.

Pero también fue un golpe durísimo, de diferente naturaleza, para los sectores medios y medio altos que habían disfrutado por más tiempo la prosperidad menemista, y tenían muy fresca su memoria. No sólo el terror inesperado, a pesar de las señales, de perder sus ahorros (el Plan Bonex, de Erman González y Alsogaray de 10 años atrás ya había sido olvidado). Había algo más: la convertibilidad, el peso uno a uno con el dólar era un símbolo de seguridad, de modernidad, casi de identidad. Cumplía el mismo rol que hoy tiene el Euro en los países europeos.

Por algo dije en el post anterior que en Europa veía hoy las intimaciones de un proceso que aquí vivimos aceleradamente. Sólo que allí tienen el colchón más mullido de un Estado de Bienestar mucho más generoso que el nuestro. Tal vez por eso, sus reacciones son menos angustiosas, por lejos.

Comentábamos también con Gerardo que sectores rurales – que seguramente en el 2008 participaron de la movilización contra las retenciones – en esos meses luchaban para evitar que les remataran sus campos.

No importa. Todo esto lo encuentran en los libros que se han escrito, en los suplementos que publicaron los diarios. Mi idea era sólo dar un pantallazo de cómo esa experiencia, necesariamente, marcó a todos los sectores sociales.

Y los militantes políticos, los politizados en general, también formamos parte, necesariamente, de esos sectores sociales. En una gran mayoría, de los diversos estratos de las clases medias argentas. Y, verbalizados como somos, tenemos una tendencia irrefrenable a armar nuestro propio relato de esa Crisis. En este caso, quiero marcar lo que llamo «la leyenda del 2001«, la tendencia de no pocos a encontrar allí un proceso revolucionario coherente. Que llevó, triunfalmente, a la realidad que vivimos. O, más fantástico aún, que fue frustrado por la acción malvada de los que traicionan esa revolución.

Este último discurso pertenece a varias corrientes troskistas, que ven en el peronismo y/o el kirchnerismo las fuerzas – en última instancia reaccionarias – que desviaron el impulso revolucionario de las masas, dispuestas en principio a tomar el poder, siguiendo las sabias indicaciones de Altamira, Castillo o algún otro.

Hay un toque de sarcasmo en esta descripción, lo reconozco, pero no agresión. Porque es una inclinación inevitable de las corrientes políticas a tomar un hecho histórico como mito fundante. Los peronistas, después de todo, lo hicimos con el 17 de Octubre. La izquierda clasista lo encontró, casi un cuarto de siglo después, en el Cordobazo. Era de cajón que el 19 y 20 de diciembre de 2001 sirvieran esa misma función.

Y no es, ciertamente, la exclusividad del troskismo. Esta reflexión surgió cuando leí este artículo de Roberto Perdía. Perdía, que perteneció a la malhadada Conducción Nacional de Montoneros, es reconocido como un hombre honesto. Y, debo reconocerlo, coherente con sus convicciones, así uno las juzgue delirantes.

Así, dice en esa nota que «Néstor Kirchner fue el político tradicional que mejor leyó el significado de aquellos sucesos (los de 2001)«. (Pero) «el Gobierno … estaría equivocando el camino emprendido. Votando más leyes antiterroristas –pedidas por el GAFI– y acusando de chantaje a las luchas sociales, parecen inclinar la balanza del Estado para otro lado«.

«… el pueblo tiene demandas y capacidad para construir su propio camino. Organizarlo en una resistencia social y política al “sistema” es una tarea donde muchos tienen lugar. Allí podrán confluir franjas del peronismo con sectores del nacionalismo popular revolucionario y de la izquierda … La construcción de esta alternativa puede ser el camino para reeditar otras gestas del pueblo, como lo fueron el 17 de octubre del ’45, el Cordobazo en el ’69, las movilizaciones que pusieron fin a la dictadura en los 80 y los sucesos de aquel ¡Que se vayan todos!, que estamos recordando a diez años de los hechos«.

No voy a ridiculizar ese planteo. No es el mío, pero lo hemos escuchado por décadas, en la boca de muchos luchadores. Sólo me interesa marcar dos puntos: Uno, que se toma como bandera de lucha a una revulsión que una buena parte de sus actores – en realidad, la decisiva para la caída de ese gobierno – gritaban «Depositamos dólares, queremos dólares!«.

Otro, más importante y estratégico, es que todos los procesos mencionados no tienen un final escrito, en los libros de algún pensador lúcido. El determinante es la política, y los hombres y mujeres que la encarnan. El 17 de Octubre culmina en el liderazgo de Perón, por diez años claves de la Argentina. El Cordobazo, donde participó el peronismo y la izquierda clasista… culmina en el regreso de Perón.

Y el desgaste de la dictadura militar, al que contribuyeron las movilizaciones gremiales del peronismo, así como la persistente lucha de los grupos de derechos humanos, culmina en el gobierno de Raúl Alfonsín. Que, a su modo, también marca un antes y un después en las formas políticas de Argentina. El peronismo, desgastado por la persecución y nuestros propios errores, no tenía respuestas que la mayoría de los argentinos aceptara.

El derrumbe doloroso y finalmente sangriento del 2001… termina en una larga confusión. El peronismo se hace cargo – es la única fuerza política que quedaba en pie – pero juran cuatro presidentes de ese palo antes de culminar en el interinato – fue eso, a pesar de las decisiones pesadas que se tomaron – de Duhalde. Y tengámoslo claro, dos años después, cuando vamos a elecciones en 2003, Carlos Menem es el candidato que suma más votos. Néstor Kirchner sale segundo, y sería el evidente ganador de un balotaje que no fue. Pero no podemos dejar de sumar los votantes de Menem y de López Murphy, distintos como eran, como nostálgicos de una Argentina ya imposible.

Entonces, compañeros, mi argumento es que las gestas populares – fundamentales como son, para sacudir la Historia – no determinan para dónde va la realidad. La decisión siempre es de la política. O, como precisaba un viejo general, de la conducción política.

4 Responses to La leyenda del 2001

  1. Carlos G. dice:

    «…mi argumento es que las gestas populares – fundamentales como son, para sacudir la Historia – no determinan para dónde va la realidad. La decisión siempre es de… la conducción política.»

    Supongo que la revolución francesa y la soviética, distintas como son, parecen buenas ejemplificaciones de esa afirmación.

  2. Capitán Yáñez dice:

    Y tenía razón el viejo general.
    Efectivamente, creer que una horda de despojados que gritaba «¡depositamos dólares, queremos dólares!» mientras pateaba las puertas y apedreaba los vidrios de los bancos, y a la noche sacudía cacerolas en los balcones puede ser «el sujeto» de una revolución socialista es propio de un lunático. Lo es, también, pensar que tal «sujeto» pueda ser el protagonista de las mitológicas -para la «izquierda»- «asambleas barriales» que propalaban el recordado «¡que se vayan todos!». O los motoqueros, protagonistas de aquellos turbulentos dias. O los saqueadores de supermercados, mezcla rara de desesperados y pícaros criollos. En fin.
    Todo aquello estuvo salpicado por la antipolítica cuidadosamente inculcada por el neoliberalismo reinante hasta que el desastre le explotó en las propias manos. Personificando, en las de De la Ruina, personero del dogma, en cuyo gabinete inicial militaba una verdadera craneoteca económica. ¿Recuerdan? Machinea, Rodríguez Gavarini, Llach y López Murphy. ¿Alguien pide tecocracia?. Ahí tuvieron un flor de ejemplo. En dos años hicieron pelota lo que quedaba del país. ¿Están seguros de que quieren tecnocracias? En ese gabinete de «notables» estaba también el mismo Terragno que nos trató poco menos que de estúpidos por no ver lo sencillo que era transformarse en Irlanda, un ejemplo de desarrollo. El mismo De la Ruina que en lugar de pedirle perdón al pueblo argentino, en su hora final se lo pidió al director del FMI. Mamita querida.
    Cuestión de conducción política… ¿qué duda cabe?

  3. damian dice:

    ABEL ANTES DE HABLAR DEL TROTSKISMO LEE UN POCO, POR EJEMPLO EL PTS , JAMAS DIJO QUE EL 19 Y 20 FUE UNA REVOLUCION, JAMAS LO PODIA SER , FALTABA LA CLASE QUE LO PUEDE LLEVAR A CABO LA CLASE OBRERA , QUE NO PARTICIPO EN ESAS JORNADAS , Y KIRCHNER NO ES UN REACCIONARIO JAMAS SALIERON ESAS PALABRAS DEL TROTSKISMO.

  4. Lada dice:

    Por entradas como esta es que siempre es un placer visitar este blog. Efectivamente, sobre 2001 se ha sedimentado una leyenda, en gran medida por parte de quienes participaron en sus jornadas o se sienten parte de su herencia. Y no me parece mal que así sea; como Ud. bien dice, los mitos de origen cumplen una función invalorable para la militancia, fortaleciendo las identidades políticas. Y «19-20» tiene demasiados elementos propicios para la mitificación: lucha, acción directa, inorganicidad, espontaneísmo, heroísmo, sacrificio, autoconciencia, mártires, unidad de clases, etc. Y por otra parte, en más de un sentido suele haber más verdad en los relatos míticos que en las aproximaciones más desapasionadas y distantes. La historia es también, entre otras cosas, un «relato» de los hechos ocurridos.
    Sin embargo, temo que la «legendification» también conlleve riesgos para la militancia, si no se toman ciertos recaudos. Uno de los elementos más poderosos de la «leyenda 2001» es el del «pueblo» en acción contra quienes habían dejado de «representarlo»; es demasiado largo el tema como para argumentar aquí, pero encuentro elementos interesantes en este artículo: http://j.mp/vRTBhc, del cual extracto el párrafo que sigue:

    «A diez años del diecinueveyveinte, debería haber consenso sobre el hecho de que la insistida crisis de representación que hizo impacto en diciembre de 2001 no estuvo constituida por la ruptura de los lazos que unían a los representantes con los representados, por la autonomización de la “clase política”, por la separación del pueblo de su gobierno. La crisis de representación de ese inminente verano caliente argentino no era por defecto sino por exceso. De representación. La crisis consistía en que la política representaba demasiado a una sociedad aglutinada por esa potente gelatina que era la convertibilidad cambiaria. Es cierto que la política se había entregado a las exigencias de ajuste permanente, a los celos del riesgo país, que histéricamente planteaban los organismos multilaterales de crédito. Pero no es menos cierto que la política hizo todo lo que estuvo a su alcance para cumplir con el deseo social de no salir de la convertibilidad«.

    Saludos, disculpe la extensión del comentario.

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